No somos víctimas

No somos víctimas

Como comisaria y gestora me he planteado muchas veces mi lugar en esta compleja red de relaciones.

Os preguntaréis que a cuento de qué viene un titular con una negativa. El planteamiento de establecer una identidad no desde la afirmación sino desde la negación ha sido algo muy frecuente históricamente para nosotras, las mujeres; es parte de esa estructura de pensamiento binarista que se construye a partir de la dicotomía de opuestos: lo que no es Adán, es Eva (lo que no es hombre, es mujer); lo que no es blanco, es negro; cultura / naturaleza; orden / caos; el bien / el mal… y así hasta la eternidad. Eso es lo que nos ha construido como mujeres en la tradición, como ese otro que no era el sujeto (el sujeto eran ellos, claro, los hombres blancos, heterosexuales, occidentales).

Resulta más perturbador aún que sea en el año 2019 cuando tengamos que seguir quitándonos esas etiquetas que nos colocan encima, esas identidades que nos asumen y que no son, claro, para nada positivas. Todavía hoy tenemos que decir que cuando una mujer denuncia una agresión, no miente, y no sólo es necesario creerla sino que se enfrenta a una gran presión por asumir el papel de denunciadora. Todavía parece necesario señalar que somos mujeres, que nos conforman un gran número de características identitarias más allá de ser “las víctimas” o “las denunciantes”.

Es tan escandaloso tener que justificarnos que raya lo ofensivo.

  Jenny Holzer, Untitled ("Abuse Of Power Comes As No Surprise", texto proyectado en Times Square, Nueva York), 1982. 

En el sector en el que yo trabajo, el sistema del arte, esto sigue perpetuándose también. La precariedad estructural de los y las artistas, dependientes de otros agentes para poder sobrevivir de su trabajo, hace que las relaciones que se establecen sean muy desiguales e informales. Un/a artista sabe lo importante que es tener una galería de arte que trabaje con sus obras, las comercialice, las incorpore a buenas colecciones, consiga que se expongan… para que su carrera y currículum crezca.

Asimismo, las y los comisarios juegan un papel cada vez más importante en la labor de legitimación de los y las artistas, consiguiendo que muchas galerías conozcan estos trabajos a través de exposiciones comisariada, que la crítica de arte reseñe las obras o que algún nuevo coleccionista siga la pista de un artista por haberle visto expuesto.

En esta compleja red de relaciones, los comisarios necesitan a las instituciones (museos, galerías privadas, centros de arte, etc.) para presentar sus exposiciones, y a su vez los y las artistas necesitan a los comisarios y a los galeristas para desarrollar su carrera profesionalmente.

¿En qué medida puedo yo aportar algo para que denunciar a un comisario o a un galerista no suponga para una artista el ser considerada “la víctima” para siempre?

Imaginaos la complejidad de estas relaciones ante cualquier conflicto, más aún cuando un artista se enfrenta a uno de estos agentes. De ahí el victim blaming del título (ese anglicismo que se usa para señalar que culpabilizar a la víctima es, de por sí, violencia).

Como comisaria y gestora me he planteado muchas veces mi lugar en esta compleja red de relaciones. Yo también necesito a las instituciones para trabajar, para vivir, y también necesito a los y las artistas para seguir ideando proyectos en torno a sus trabajos. ¿Cuál es el papel de los agentes que conformamos el sector del arte cuando sabemos que ha existido una agresión? Los silencios, desde luego, son unos dolorosos cómplices del abusador, pero no son los únicos. Cuando juzgamos con una facilidad pasmosa a quienes han denunciado una agresión, nos estamos retratando a nosotros mismos. No sólo estamos quitando credibilidad a la víctima sino que nos estamos situando en el lado del agresor. Valorar, con una facilidad sorprendente, qué es lo que tendría que haber hecho o no una víctima de una agresión y tener las agallas de sugerir qué hubiera sido lo más adecuado, es la actitud de los cobardes. Me recuerda a esas campañas que sugieren a las chicas que no lleven determinada ropa o no vayan por determinados sitios para evitar una violación. “No deberías haber actuado así”, “Yo, si hubiera sido tú, no hubiera hecho esto…”. Me gustaría, honestamente, saber qué pasa por la cabeza de la gente que valora las actuaciones ajenas con esta simpleza moral, deshumanizante.

Al contrario, como comisaria de arte me pregunto qué puedo hacer yo por transformar el sistema, en este caso el que me toca, el del arte. ¿En qué medida puedo yo aportar algo para que denunciar a un comisario o a un galerista no suponga para una artista el ser considerada “la víctima” para siempre? Desde luego ni se me pasa por la cabeza juzgar ninguna actuación, pero no debemos quedarnos solo en eso, sino que apelo a la responsabilidad individual que tenemos comisarios/as, coleccionistas, gestores, críticos/as, galeristas… para apoyar a quien sufre una agresión y que esto no sea lo que señale su futura trayectoria. A veces las soluciones más sencillas son las más necesarias. Quizá lo más valiente sea apoyar sus carreras, tratar de exponer a las artistas que han sido agredidas, escribir sobre sus trabajos, reseñar sus obras… en definitiva, reconocerles una identidad que no es un negativo, sino un positivo, mostrar que una “no es una víctima”; que es, más allá de cualquier agresión, una profesional que solo quiere seguir trabajando, creando. Si no somos capaces de hacer eso, al menos callémonos la boca antes de valorar las actuaciones ajenas desde el desconocimiento y el privilegio de no haber sido nunca nosotros los agredidos.

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