Perdido Godot vence a la melancolía

Perdido Godot vence a la melancolía

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Esperando a Godot es una conocida obra teatral que retrata lo absurdo. Quien la haya visto o leído, ha entendido que la primera parte de su nombre queda clara. Aguardar, llenar el tiempo, cubrir el aburrimiento. En cambio, en la segunda se plantea el quid de la cuestión: ¿a quién? ¿a qué? Cuando Samuel Beckett crea esa narración, lo hace también para sembrar duda. Desde mediados del siglo XX la respuesta varía según la persona. En este caso, son seis chicos los que se han planteado, a través de la música, resolver esa incertidumbre.

Perdido Godot es un grupo de que mezcla pop con rock, utilizando letras íntimamente inspiradas en la literatura. La mayor parte de sus integrantes se conoció sobre las tablas. Les une su amor tanto por los ritmos como por las improvisaciones, y se les nota al subirse al escenario. Pablo Vidal pone la voz, Pablo de Santa Ana una guitarra, Javier Picón la percusión, Javier Camuña el piano, Juan Manuel Macías el bajo y Juan de la Oliva otra guitarra. Llevan en este proyecto desde 2012. Comenzaron en un sótano, pasaron a una terraza, llegaron hasta un local de ensayo y ahora dan conciertos. Han crecido juntos, han ido construyendo sus caminos profesionales a la par. Ellos mismos señalan que se si tuvieran que describirse en una palabra sería “familia”.

“Somos Perdido Godot. Era algo obvio, éramos nosotros”, presenta Pablo Vidal en el concierto para el Ciclo Madreselva. “Pero no todos”, puntualiza, “somos cuatro de seis. Los que faltan están entre el público, camuflados”. No todos han podido subirse al escenario, al ser un espacio reducido. No obstante, es ahí donde el sentimiento de unión se materializa. Al final, habiendo desalojado el local y frente a las sillas vacías, Pablo de Santa Ana confiesa que él se siente como si también hubiera tocado, que así lo ha disfrutado. Juanma lo secunda.

Perdido Godot es un grupo de que mezcla pop con rock, utilizando letras íntimamente inspiradas en la literatura.

El Ciclo Madreselva hace honor a su nombre y es capaz de saciar la tarde del domingo. Se celebra en el Gallo Rojo, un local con amplios ventanales que incitan a todo el que pasa por ahí a contemplar lo que dentro sucede. Mientras el grupo toca, varias personas se paran. Algunas incluso interactúan con los músicos haciéndoles gestos de enhorabuena.

Para comenzar, los instrumentos emiten la melodía del El Perseguidor, la última revelación (lleva una semana en Youtube y 3 en Spotify). Los de Perdido Godot saben qué hacer si el ritmo les invade el cuerpo: canciones como estas, que anuncian el retorno. En este caso, hablan de la identidad, de hoy, de reconocerse. La gente se aprieta en el público, alguno comienza bailando sutilmente.

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En segundo lugar, han elegido interpretar Cuando Rompe la Ola. Pablo Vidal lanza una amenaza “si no cantáis conmigo vais a quedar fatal”. En el lejano 2015 se fraguó esta historia que incita a sentir: “no controles mis latidos que no puedo estar más vivo”. Este mensaje vitalista prosigue con Sangre joven, sangre fresca, como alegato a la autenticidad, como reflexión acerca de la escalera que han ido construyendo. El ambiente cambia drásticamente con Minotauro. La sensación de miedo inunda la sala, la oscuridad y el terror se materializan: “has notado la tormenta como baña a las bestias por igual”. La primera mitad del concierto concluye con Corazón en las tinieblas. Es el claro ejemplo de que en las actuaciones, el público tiene tanta decisión sobre el resultado como los que la interpretan. Las palmas de los asistentes y los cánticos al unísono provocan una conexión y una fuerza estremecedoras, al compás de “imagina cuánto tiempo has perdido en un momento”.

Perdido Godot lo ha conseguido: ha hecho una oda a la ruptura poniendo el foco en la delicadeza.

Para iniciar la segunda mitad, presentan Historia interminable con figuras evocadoras e insinuantes. Continúan tratando de volver al inicio, a la inocencia de Naufragio, la primera canción que compusieron juntos. A continuación, Aúlla se erige como una expresión que trata de sacar lo mejor de uno mismo. Llega entonces el momento más esperado para muchos. Las dos canciones más emblemáticas. Mi refugio bajo la tormenta construye un hogar, un espacio íntimo de paz. Como dijo Antonio Gala en la entrevista concedida por Iñaki Gabilondo en 2002, los jóvenes siguen creando este lugar: “se  refugian en la intimidad, de la mano de alguien, para oír música para leer y escribir poesía y ese me parece un amor mucho más acertado. El amor de los chicos jóvenes”.

En la otra cara de esa misma moneda se halla Rómpase en caso de incendio. “En realidad, no sé que decirte”, pero esa frase alude a demasiadas sensaciones. La sala vibra. Perdido Godot lo ha conseguido: ha hecho una oda a la ruptura poniendo el foco en la delicadeza. La tristeza del adiós ha sucumbido a la belleza, han hecho algo rosado y hermoso. No se lo podremos perdonar jamás.

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