¿Qué quiere ser España de mayor?
Quizás toca que esta joven monarquía constitucional democrática y parlamentaria, esta familia mal avenida y disfuncional, se atreva a mirarse al espejo.
Vivimos en un país cuyo Jefe de Estado, el Rey Felipe VI, no se dirige a la nación en el día de la Fiesta Nacional o en el día de la Constitución, lo hace fundamentalmente en Nochebuena. Y así nos va. Esto habla bien del país que somos, guste o no. No somos los únicos en esta situación, la Reina de Inglaterra también se dirige a sus súbditos por Navidad. Tendrá que ver, se supone, con la histórica y tradicional relación de la monarquía con la religión. Y quizás este hecho explique más cosas de lo que creamos.
Compartimos el gusto por las tensiones territoriales con el Reino Unido, si bien ellos las gestionan de distinta manera, referéndums mediante. Y si uno se fija bien, los estados más tensionados territorialmente son de tipo u origen monárquico, es el caso también de Bélgica con las tensiones entre flamencos y valones y podríamos decir que incluso de Italia con las regiones de Véneto y Lombardía, puesto que su condición de república es cuando menos tardía en el devenir histórico del conjunto de los países europeos.
Gran parte de la unidad y definición territorial de España proviene de los maridajes de la época de los Reyes católicos. Las connotaciones dinásticas y familiares de toda monarquía y la figura siempre paternalista del Rey como encarnación del padre de la nación, entendida ésta como gran familia, permiten fácilmente asociar las regiones, antiguos reinos o comunidades de vocación separatista a los hijos díscolos que no aceptan la disciplina del hogar por un lado o a jóvenes con afán emancipador por otro lado. Según se mire. Todo esto, como en las mejores familias tiene que ver también, no nos engañemos, con quien da la paga a quien y en cuánto esta ésa paga. (Ninguna región pobre es separatista en ningún país, como bien recordaba recientemente el amigo Charlie...)
Por lo demás, las familias no siempre están bien avenidas, aunque no por eso dejan de ser familia. Y la nuestra, la del Reino de España, no lo está. Qué duda cabe. Como en otras, podemos optar por enquistar los problemas con castigos, fugas y demás, profundizando en el camino del trauma o por el contrario intentar hablarlo como personas adultas o en proceso de serlo. ¿Quién no conoce una familia en la que uno de sus miembros no se habla con el resto, y estos se lo devuelven de manera parecida? Bien, ¿es eso lo que realmente queremos como país?
Ahora que ya nos hemos llevado unos cuantos sustos, hemos reñido y discutido hasta la saciedad y de paso hemos molestado y escandalizado a todo el vecindario y parte del barrio, quizás sea el momento de analizar y cuestionarse en serio qué es lo que está pasando. Qué nos está pasando. Como siempre después de una buena bronca o buen lío, conviene pararse a pensar, reflexionar y también hacer autocrítica si procede. En silencio a poder ser, que histrionismo y exhibicionismo es lo que más ha sobrado. Para lo cual tendríamos que otorgarnos un lapso de tiempo prudencial aunque esto resulte extravagante en el mundo de urgencias en el que vivimos hoy en día.
¿Servirá? Nadie puede garantizarlo. Pero después de 40 años de andadura democrática y más de 30 de integración Europea y partiendo de la base de que no importa tanto la forma de estado (Reino o República) como la de gobierno (democrático) quizá haya llegado la hora de la madurez. La hora en la que esta joven monarquía constitucional democrática y parlamentaria, esta familia mal avenida y disfuncional, se atreva a mirarse al espejo y asumir unas cuantas cosas. Por ejemplo que nunca va a ser ni como la República Francesa, ni como la República Federal Alemana ni tampoco como Dinamarca como tantos invocan, ni por supuesto como el Reino Unido por muy reino y antiguo imperio que sea, pero que después de todo, tampoco les desmerece tanto. Es la hora de buscar el camino propio, de preguntarse qué quiere ser España de mayor, por qué y para qué. Y de ir a por ello.