Si España fue un imperio, es normal que se lo recuerden

Si España fue un imperio, es normal que se lo recuerden

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Como en las sesiones de terapia, los países nos pegamos la vida con eternos debates con una trascendencia relativa que van removiendo el subconsciente hasta que, de repente, un pequeño detalle, un movimiento, una palabra, ofrecen más información que montañas de retórica. Y eso es lo que está pasando estos días después de la carta que el presidente mexicano, López Obrador, ha enviado al rey Felipe VI solicitando que España pida perdón por los desmanes de la conquista.

Yo no sé si son las formas y si “perdón” es la palabra exacta de lo que tiene que hacer España ante sus antiguas colonias, pero sí me sorprende la reacción casi generalizada de estupefacción ante lo dicho por López Obrador, por no nombrar la cerrilidad intelectual de la derecha española, siempre tan dada a sentirse ofendida por cualquier discurso que cuestione mínimamente su visión de la realidad. ¡Qué pesadez más absoluta!

La reconquista española. Así se titulaba un artículo de portada de la revista ecuatoriana Vistazo en el año 2014, después de la llegada de cientos de profesionales españoles a aquel país latinoamericano para trabajar durante los peores momentos de la crisis económica en España.

No era ni siquiera un ataque, era más bien un resorte poscolonial que se activaba en Ecuador al contemplar a tanta gente con buena formación académica que se hacía con un puesto bien pagado, mientras el camino para los ecuatorianos era más duro y penoso por la falta de formación y las desigualdades sociales del propio país.

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Cualquiera que haya vivido un poco por Latinoamérica y no se haya rozado exclusivamente con las clases altas descendientes directas de los blancos europeos sabrá que hay resquemores que se activan a cada rato, bien sea por una llegada considerable de españoles, porque una multinacional de origen ibérico obtiene una concesión en un sector estratégico o porque un rey manda a callar a un presidente en una cumbre iberoamericana.

Lo vivió también en sus carnes el propio rey Felipe VI en 2016 en el Congreso de la Lengua Española que se celebró en Puerto Rico. Dijo entonces que estaba muy contento de pisar suelo estadounidense, y los independentistas puertorriqueños le afrentaron el pasado imperial de España y le acusaron de haberlos situado fuera de la comunidad hispana.

“En España se da la cuestión colonial por cerrada”, le comenté a Ximena, una amiga investigadora ecuatoriana con un currículum tremendo, formada en Alemania, no una nacionalista populista con la foto de Simón Bolívar y un tatuaje de Atahualpa en el brazo. “Pues aquí no, las heridas de la conquista siguen abiertas para mucha gente”.

¿Y por qué esta reacción casi unánime en España ante las palabras de López Obrador? Pues probablemente porque nos falten esas ‘gafas poscoloniales’

Hay quizá una especie de vacío entre una vieja potencia colonial que no se percibe a sí misma como tal y antiguas colonias que sí se sienten agraviadas. Una tensión histórica no del todo resuelta, más evidente sin duda entre los sectores izquierdistas latinoamericanos. Y ni las cumbres políticas ni las academias de la lengua parecen haber servido para solventarla.

¿Y por qué esta reacción casi unánime en España ante las palabras de López Obrador? Pues probablemente porque nos falten esas ‘gafas poscoloniales’ que se han convertido en algo tan natural del mundo académico anglosajón, que atraviesan todas las carreras de humanidades y evalúan de forma sustancialmente crítica todo lo que tiene que ver con el imperialismo británico. Son parte de esos Estudios Culturales que llegaron hacen décadas a Reino Unido y EEUU y que apenas han permeado en la discusión intelectual española, no así en el mundo latinoamericano.

Esas ‘gafas poscoloniales’ no significan ‘agachar la cabeza’ ante lo que dice López Obrador, que quizá ha sido él mismo muy maximalista y poco posmoderno. Se trata de examinar las relaciones de poder establecidas a través de prácticas políticas y discursivas que tienen su origen y desarrollo en los procesos de expansión colonial de los imperios europeos modernos y contemporáneos. Hay mucha literatura sobre eso: Edward Said, Homi Bhabha, Stuart Hall, Walter Mignolo, Frantz Fanon…

Hace unos años, de paseo por Malabo, un estudiante de Derecho me decía que España era una “mala madre” que había dejado tirada y olvidada a Guinea Ecuatorial, colonia hasta hace 50 años y totalmente ausente del debate político y mediático español, a pesar de sus singularidades y sus delicadas circunstancias políticas. Y qué decir del Sáhara, con una descolonización incompleta, roto y olvidado entre cálculos políticos interesados que priorizan la relación con Marruecos para controlar los flujos migratorios.

O por qué no mencionar la conquista castellana de Canarias, que The New York Times acaba de calificar como “brutal” en un artículo sobre los antiguos nativos basado en una investigación científica reciente. ¿Está mal decirlo? ¿Le molesta a Abascal y Casado? ¿Solo a ellos?

¿Por qué nos pareció tan enternecedor en su día que el primer ministro australiano pidiera perdón a las comunidades aborígenes de la isla por la manera en la que los ingleses colonizaron ese territorio y tan raro lo que dice López Obrador?

Incluso aunque no tuviera la razón, debe haber un espacio de reflexión poscolonial donde rebatirle, y no un toque de corneta para replegarnos sobre nuestras posiciones. Esas ‘gafas poscoloniales’ también sirven para examinarnos en el presente, para observar las relaciones de poder actuales o las mutaciones del colonialismo, sirven para resistir a los poderes que pretenden imponer una hegemonía discursiva cerril y totalizadora.

Es comprensible que no le gusten nada a los que defienden una España intemporal de hombres machos y cruzados de Dios. Pero a quienes buscamos espacios plurales donde quepa mucha gente nos vendrán de maravilla. Incluso para resolver los problemas territoriales que hoy desangran a nuestro diverso país.

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Jorge Berástegui, nacido en La Laguna (Tenerife) en 1980, estudió en La Escuela UAM/EL PAÍS y luego se doctoró en Lenguas Modernas y Literatura por la Universidad de Alcalá. Tras ocupaciones varias en países diversos, ahora trabaja en El Huffington Post como editor de blogs.