Netanyahu, el 'halcón' cuestionado al que Hamás ha quitado la coraza de la seguridad

Netanyahu, el 'halcón' cuestionado al que Hamás ha quitado la coraza de la seguridad

El primer ministro de Israel afrontaba las mayores protestas de la historia, pero aguantaba con sus aliados ultras. El ataque de la milicia ha unido ahora al país pero deja en evidencia las lagunas de su inteligencia y reclamará la rendición de cuentas. 

Benjamin Netanyahu, presidiendo una reunión de su Consejo de Ministros en Jerusalén, en una imagen de archivo.Gali Tibbon / Pool Photo via AP

Lo llaman rey, mago, genio, pero Benjamin Netanyahu es, por encima de todas las cosas, un superviviente de la política. Con un pragmatismo y una flexibilidad a la altura de Groucho Marx -por aquello de "estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros"-, una capacidad formidable para neutralizar a sus competidores y para coger al vuelo las oportunidades sobrevenidas, el primer ministro de Israel se ha ido manteniendo en el cargo contra viento y marea durante hace casi 17 años.

Ahora, sin embargo, se enfrenta a una crisis como no ha tenido otra, la guerra arrancada por el ataque de Hamás a suelo israelí del 7 de octubre y la réplica de su propio Gobierno en Gaza, sin visos de finalizar en breve. Y las cosas pueden cambiar. Israel es un país unido por el terror, el horror, el dolor, la angustia y la incertidumbre, pero estará esperando a su premier cuando todo acabe. Lo quiere fuera porque lo culpa personalmente de los fallos de seguridad e inteligencia de los que aún nadie ha dado cuenta ni asumido responsabilidades y que permitieron, en buena medida, el acceso de los milicianos de Hamás a su país. 

Una semana entera ha tardado el mandatario en visitar la zona atacada, la del Festival Nova y los kibutzim, sabedor de que su presencia podría ser polémica en caliente. La coraza de la seguridad, su promesa principal de siempre, está por los suelos. 

Ya antes, Netanyahu venía de soportar la mayor contestación social de la historia del país, casi 10 meses de protestas semanales multitudinarias contra su polémica reforma judicial. Un texto que, en parte, viene a protegerlo contra los procesos judiciales abiertos en su contra por presunta corrupción y que le habían costado en 2021 una salida breve del Ejecutivo. Bibi, como se le conoce desde la infancia, estaba aguantando, aliado con los ultranacionalistas y los religiosos. Nadie sabe ahora lo que vendrá en Gaza y sus consecuencias, pero las encuestas dicen que, después, los ciudadanos quieren un Israel sin él. Eso sí que sería un cambio. 

Listo y decidido

Netanyahu siempre ha sido listo y lanzado. No le ha temblado el pulso en ningún paso de su vida y tampoco, dice, le temblará ahora en su plan de "demoler Hamás", con las consecuencias que tenga. Le gusta venderse como un hombre que hace, que decide, que asume los cambios y los retos. 

Unos cuantos ha tenido a lo largo de su vida desde que nació, este 21 de octubre hace 74 años, en Tel Aviv. Vino al mundo en el seno de una familia judía secular con orígenes en Polonia, Bielorrusia y Lituania, hijo del reputado historiador Benzion Netanyahu, además de experto en sionismo, autor de varias obras sobre la Inquisición española. Con siete años, se mudó con los suyos a Estados Unidos, donde se crió hasta que regresó a Israel para hacer el servicio militar obligatorio. 

Arrastrando su marcado acento de Filadelfia, pasó cinco años en el Ejército, donde llegó al rango de capitán, y lideró una de las unidades especiales más exigentes, la Sayeret Matkal, dedicada al contraterrorismo, el reconocimiento y la Inteligencia militar. Justo lo que ha fallado ahora con la el ataque masivo de Hamás. 

Netanyahu vistió el uniforme en dos guerras, la de los Seis Días (1967) y la de Yom Kippur (1973), ambas esenciales para entender el conflicto con los palestinos. Encabezó también varias operaciones importantes contra líderes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) o contra secuestradores de aviones civiles. Fue herido, al menos, cinco veces; una de ellas, por un disparo en el hombro. Un asalto a sus órdenes en suelo sirio sigue estando hoy bajo estricto secreto militar.

  Benjamin Netanyahu, de uniforme, en junio de 1973.Handout via Getty Images

El líder del conservador partido Likud decidió volver a EEUU, tras ese periodo castrense. Muy buen estudiante, cursó Arquitectura en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (el famoso MIT) y luego un postgrado en Dirección de Empresas. Se estaba doctorando en Políticas en otra grande, Harvard, cuando lo fichó el Boston Consulting Group, que sigue siendo una de las consultoras más importantes del país, y en nombre de la que empezó a hacer apariciones en televisión hablando del conflicto árabe. 

Pese a lo exitoso de su carrera, a los dos años, en 1978, abandonó todo y se marchó a Israel: la muerte de su hermano mayor, Yoni, cuando lideraba el rescate de 260 pasajeros de un avión secuestrado en Entebbe (Uganda), fue y sigue siendo hasta ahora el golpe más duro en su vida. Yonatan Netanyahu es un héroe nacional, al que su hermano homenajea cada año en el Día de los Caídos o Yom Hazikarón.

Vinieron años de bandazos, vitales y profesionales. Netanyahu se divorció ese mismo año de Miriam Weizmann, que se había ido con él a estudiar a EEUU y con quien había tenido una hija, Noa. La razón fue una infidelidad del marido, una de las varias que se le han conocido en su vida. Se acabó casando con la amante que provocó aquella separación, la británica Fleur Cates, con la que estuvo hasta 1984.

Sin sus círculos en EEUU, que eran más fuertes que los israelíes en ese tiempo, el político vendió muebles y trabajó en la administración de una empresa de maquinaria en Jerusalén, donde se empezó a relacionar con los políticos locales. Liderar una fundación contra el terrorismo en honor a su hermano le abrió puertas en ese mundillo, en el que vio posibilidades de crecer.

Así, hasta que se lo llevaron de adjunto a la embajada de Israel en Washington, sin pasar por la carrera diplomática, como es lo habitual, ni falta que hacía. Su idioma, impecable, y sus contactos lo hacían el hombre ideal (ya tenía trato con el demócrata Joe Biden, con el que nunca ha estado a partir un piñón pero que entonces era un senador destacado en política exterior, y era íntimo del republicano Mitt Romney, por ejemplo). En el 84 ya era embajador de Israel ante la ONU, por un periodo de cuatro años, y en el 91, formaba parte de la delegación de su país en la Conferencia de Madrid que, por primera vez, sentó a israelíes y palestinos. Sí, el mismo Netanyahu que ha enterrado el proceso de paz estuvo presente hasta cuando gateaba. 

Netanyahu, con el primer ministro israelí Yitzhak Shamir (a la izquierda), en la apertura de la Conferencia de Paz de Madrid, en 1991.Dirck Halstead via Getty Images

Netanyahu se hizo fuerte en su nuevo medio, por los entresijos que dominaba y por su rapidez a la hora de pescar en río revuelto. Así se hizo en 1993 con el poder de su partido, el Likud, que estaba en pleno relevo generacional, un poco en crisis frente a los laboristas de gente como Isaac Rabin, que justo ese año estaba firmando los Acuerdos de Oslo con Yaser Arafat, el mejor marco para la paz que ha tenido nunca el conflicto. Difícil competir con quien se lleva hasta el Premio Nobel de la Paz. 

Pero Netanyahu, de nuevo, aprovechó oportunidades para galopar: a Rabin lo mató un ultra contrario a las negociaciones -a quien aplauden algunos de los que ahora se sientan en su mesa del Consejo de Ministros-, Oslo se estancó y la derecha creció, con él arriba en la papeleta. En 1996 ya era primer ministro. Se convirtió en el mandatario más joven de la historia de Israel, igual que es el que más días ha estado en el poder.

Aunque no renovó mandato, las alianzas forzosas hicieron a su partido imprescindible, llave de gobernabilidad, por lo que en los años en que estuvo sin ser premier, de 1999 a 2009, fue de todo en los Ejecutivos israelíes: ministro de Exteriores, de Finanzas, de Ciencia, de Vivienda, de Pensionados, de Estrategia Económica, de Desarrollo Regional, de Salud y de Diáspora. Casi nada. 

Llegó a abandonar su partido por discrepancias con su nuevo jefe de partido, el halcón Ariel Sharon, pero volvió a tomar las riendas del Likud, a demostrar su capacidad de negociación -"escucha, piensa y luego da, para mantenerse siempre", dice un exasesor al diario Haaretz-. Desde entonces, aunque las elecciones de 2009 las perdió y quedó segundo, no ha hecho más que crecerse, que forjar pactos cada día más a la derecha, sin importarle unirse a los ultraortodoxos o a los partidos de base colona. Ocupar el puesto tanto o más como el mítico fundador, David Ben Gurion.

Los últimos años han sido los más turbulentos para él. Las acusaciones de corrupción en su contra -se le investiga por soborno, abuso de confianza y fraude- y el desgaste de tantos años en el poder, unido a la aparición de nuevas fuerzas y sensibilidades, tras la crisis de los indignados, le hicieron debilitarse. Ganó las elecciones en 2020 pero un año más tarde su coalición hacía aguas y, por primera vez, la oposición se unió para sacarlo. "Bibi, a casa", gritaban en la calle. Y así fue. Naftali Bennett y Yair Lapid se repartieron el poder con una mezcolanza de programas e ideologías que sólo buscaban alejar a Netanyahu del poder. Tan diferentes, tan incompatibles, que ese único punto de unión no les valió más que para aguantar un rato. 

En diciembre de 2022, el Likud ganaba de nuevo las elecciones y, desde entonces, haciendo malabares con los ultras y los religiosos, Netanyahu manda de nuevo. Una vez más, lograba salir a la superficie y respirar, más allá de las concesiones y las ideas dejadas por el camino. En este tiempo, la reforma judicial que puede atacar al estado de derecho, según sus críticos, ha sido su mayor nudo. Sólo la guerra con Hamás ha parado las protestas. 

Estaba en ciernes de lograr, no obstante, un éxito diplomático de primer orden: un acuerdo de reconocimiento mutuo con Arabia Saudí, a instancias de EEUU, llamado a cambiar Oriente Medio y a abrirle, en su caso, un nuevo mundo de relaciones comerciales, turísticas o académicas. Justo esa cercanía a Riad está detrás, en parte, de la andanada de Hamás. Había que parar el acercamiento entre el enemigo y el país árabe con mayor influencia política y religiosa de la región. Tampoco nadie sabe cuándo se podrán retomar esas negociaciones, si es que llega a hacerse. 

Sus caballos de batalla

Un día, de estudiante, Netanyahu cambió su apellido por Ben Nitai, porque decía que era más sencillo de recordar, pero a fuerza de años gobernando, Netanyahu casi se ha convertido en sinónimo de Israel, en los trazos gruesos de la opinión pública y publicada del mundo. Dos han sido sus ejes de gestión esenciales: su oposición a negociar una salida con los palestinos y menos aún a reconocerles un estado propio, por aquello de que el actual statu quo le sale a renta, y un liberalismo económico claro, cristalizado en privatizaciones y recortes sociales acompañados, eso sí, de buenos datos de desempleo y de emprendimiento. La start up nation, que ya no lo es tanto. 

El primer ministro israelí ha ido gobernando a golpe de "no": no a sentarse con los líderes palestinos, no a cumbres de paz salvo en contadas ocasiones, no a parar la colonización de Cisjordania y el este de Jerusalén (es el dirigente que más ha hecho crecer los asentamientos), no al fin del cerco a Gaza, no a irse del Golán ocupado a Siria, no a negociar la capitalidad de Jerusalén... Las pocas veces en que ha habido acercamientos, forzados sobre todo en 2013 y 2014 por el entonces secretario de estado de EEUU, John Kerry, en la era de Barak Obama, ha sido siempre negándose a tener gestos de distensión o a renunciar a sus condiciones previas. Desde aquella intentona, el proceso de paz está muerto. 

Nada más llegar a la política, ya fue un enemigo declarado de los Acuerdos de Oslo (1993) los pocos que han cambiado algo en la zona, impulsando la creación de la Autoridad Nacional Palestina. Siempre defendió que ir cumpliendo las etapas de esa hoja de ruta era "ceder" y ha hecho lo posible por dilatarlas o por impedirlas, eliminando la continuidad territorial de los palestinos o acelerando la colonización.

Benjamin Netanyahu, Hillary Clinton y Mahmud Abbas, en septiembre de 2010, durante una reunión en Sharm El-Sheikh (Egipto).Moshe Milner / GPO via Getty Images

En 2009, en el famoso discurso de Bar Ilan, Netanyahu dio la sorpresa, presionado por EEUU, y por primera vez aceptó la posibilidad de que exista un estado palestino, pero desmilitarizado, sin control de fronteras, sin Jerusalén como capital, sin derecho al retorno de los cinco millones de refugiados y con las colonias como están. Mientras daba esa cara más amable, no le importaba anunciar por ejemplo 1.600 nuevas viviendas en un asentamiento jerosolimitano ante la cara estupefacta del entonces vicepresidente estadounidense, Biden. Sin avisar, sin anestesia. 

En los últimos años, con los palestinos sometidos y aleccionados con ofensivas cuando comenzaban las milicias a lanzar cohetes -seis guerras en 15 años, una generación entera que sólo conoce eso-, Netanyahu ha tomado otro caballo de batalla, Irán, "que quiere la destrucción de Israel". Importante será ver cómo actúa al respecto ahora, porque las Inteligencias propia y norteamericana señalan a Teherán, como poco, dio el visto bueno a su ataque del 7 de octubre

Y, de fondo, la corrupción, cuya sombra le persigue desde los años 90, con investigaciones por soborno, fraude o abuso de poder que sólo recientemente ha cuajado en un proceso firme. Ha tenido escándalos por recibir regalos de lujo, por pagar por coberturas mediáticas favorables, por tocar supuestamente leyes de telecomunicaciones para beneficiar a empresas amigas... Y por ahora los procesos siguen adelante. 

Su esposa, Sara, ha tenido también protagonismo en estos procesos, dibujada por la prensa como una arribista exigente a la que gustaba el poder. Tras su segundo matrimonio, Netanyahu conoció a la que hoy es su pareja cuando trabajaba de azafata en los vuelos de Tel Aviv a Nueva York. Con ella tiene dos hijos, Yair y Avner, que son un quebradero de cabeza constante. El exmilitar y el excampeón nacional de Biblia que no tienen oficio estable pero sí hablan demasiado en las redes sociales.

Benjamin Netanyahu y su esposa Sara celebran los resultados de las elecciones de noviembre de 2022 en Jerusalén.Tsafrir Abayov / AP

Ahora, Sara y Bibi son uña y carne, pero han pasado por sus crisis, como la que se generó cuando grabaron al primer ministro manteniendo relaciones sexuales con una asesora. Dicen que, desde entonces, Netanyahu no se fía de nadie. Que usa a sus trabajadores, pero no les da confianza. A lo mejor por eso varios de ellos se le han revuelto y hasta han sido sus adversarios en las urnas (Bennett fue su asesor y jefe de gabinete).

Netanyahu es dominante, calculador, frío. Hasta su imagen parece congelada en el tiempo, casi sin anteraciones. Su presencia impone, con su voz permanentemente ronca, sus ojos verdosos y fijos, sus uniformados trajes azul marino. Le gusta mostrar su superioridad y, a veces, socarronería condescendiente. Siempre hace sentir a los que están en la misma sala que es el más listo. Incluso ante políticas como Angela Merkel o Hillary Clinton, es muy dado al mansplaining. "No puedo soportarlo, es un mentiroso", decía de él el francés Nicolás Sarkozy. "Tú estás harto, pero yo tengo que trabajar con él todos los días", le replicaba Barack Obama.

Netanyahu sonreía y no perdía la calma. Todos los que le habían censurado hasta ahora habían pasado ya en ataúd político por delante de sus narices, pero él seguía en su puesto. Ni las críticas fuera ni las críticas dentro lo habían hundido. Ahora pasaba una mala racha, de protestas sociales, de quejas por su gestión autoritaria, de presión de los oponentes, pero aún así los caricaturistas locales lo pintaban, hasta hace pocos días, comiendo uno de sus míticos helados de pistacho, esos que son su perdición y en los que se dejaba al año 2.300 euros de dinero público, mientrs seguía adelante con sus reformas de ultraderecha. 

Hasta que estalló todo en una luminosa mañana de sabbat. Ahora su futuro es incierto, como el de su país.