Siria también necesita un alto el fuego tras 13 años de guerra interminable y recrudecida

Siria también necesita un alto el fuego tras 13 años de guerra interminable y recrudecida

Primero fue el levantamiento contra Assad, luego la descomposición y la guerra, el yihadismo y el caos total. Los seísmos de 2023 pulverizaron zonas que ya estaban afectadas. La ONU dice que nunca han sido tan altas las necesidades humanitarias. 

Un niño asoma su cabeza entre las tiendas de campaña de su campo de refugiados de Zerdene, en la provincia de Idlib, el 7 de marzo.Izettin Kasim / Anadolu via Getty Images

"También Siria necesita desesperadamente un alto el fuego". Lo pide el brasileño Paulo Pinheiro, al frente de la Comisión Investigadora de la ONU sobre los crímenes en el país árabe. Este viernes, 15 de marzo, se cumplen 13 años del inicio de la guerra, de aquella revolución que trajo esperanzas de libertad, de un fin de régimen, y acabó convertida en descomposición y guera civil, en caldo de cultivo para un nuevo yihadismo y en un caos total del que aún no puede recuperarse. 

Los terremotos de 2023 pulverizaron zonas que ya estaban reventadas, añadiendo dolor al dolor, fragilidad a la fragilidad. La ONU dice que nunca han sido tan altas las necesidades humanitarias entre los sirios, pero las ayudas no llegan, en parte porque el tiempo pasa y el olvido se instala, y en parte porque han surgido nuevos conflictos regionales -como el de Gaza- que desvían la atención y los dineros. 

Al menos 620.000 personas han muerto y más de 2,3 millones han resultado heridas en el país en estos años. Hoy, más de 20 millones de niños, mujeres y hombres sufren el destierro, la violencia y el hambre. "La recuperación sigue siendo muy difícil de alcanzar", afirma la Comisión en su informe más reciente, del pasado 11 de marzo. No sólo por el daño acumulado en más de una década, sino porque Siria está viviendo el peor periodo de violencia de los últimos cuatro años. Las diferentes partes del conflicto, que incluyen grupos rebeldes, organizaciones terroristas y ejércitos de hasta seis países, están volviendo a perpetrar ataques cruzados y contra la población civil, de tal magnitud que pueden considerarse nuevos crímenes de guerra.

En el documento, remitido al Consejo de Derechos Humanos, se expone que con esta situación es entendible que se esté produciendo un repunte en el número de sirios solicitantes de asilo en Europa, que a mediados del pasado año alcanzó su nivel más alto en siete años. Desde 2013, Siria ha sido siempre el país de nacionalidad del mayor número de solicitantes de asilo en la Unión según datos del Consejo Europeo. Si el 2016 -en plena crisis de los refugiados aún-, 1,2 millones de personas pidieron asilo en la Unión, en 2023 la Agencia de Asilos de la Unión Europea (AAUE) registró cerca de 1,4 millones, siendo los sirios y afganos quienes más piden amparo.

En paralelo a la nueva ola de violencia, una crisis humanitaria sin precedentes está sumiendo aún más en la desesperación a los sirios, con más de 120.000 que han tenido que huir de sus casas o los espacios de acogida en que estaban por la nueva espiral de violencia, en muchos casos después de haber sido desplazados varias veces antes. Está ocurriendo sobre todo en la zona noroeste, en Idlib y el oeste de Alepo, donde la ONG de rescatadores Cascos Blancos ha contabilizado más de 1.230 ataques en el último año. 

Llueve sobre mojado, porque son regiones que quedaron hace años ya marcadas a fuego en la memoria por el enorme destrozo causado en ellas por el régimen de Bachar el Assad, en su eterno trono sobre una Siria en ruinas. "Con la región sumida en el caos, es urgente un esfuerzo internacional para contener los combates en suelo sirio. También Siria necesita un alto el fuego", se cita a Pinheiro en el comunicado de presentación del informe.

Los combates se empezaron a recrudecer, sobre todo, desde octubre pasado, con un ataque a una academia militar en plena ceremonia de graduación que dejó un centenar de muertos. El Gobierno sirio y sus aliados de las fuerzas rusas -los de Vladimir Putin pelean con Assad desde 2015- respondieron con bombardeos contra zonas controladas por la oposición, los reductos que quedan en el país, ya que la mayor parte del territorio está, 13 años después, en manos oficialistas. La consecuencia de esta réplica contra inocentes fue cientos de muertos y heridos, resultado de 2.300 ataques rusosirios en tres semanas. La peor ola de violencia desde 2020. 

  Un hombre herido recibe tratamiento en el hospital tras un ataque de artillería y cohetes de tropas sirias contra barrios residenciales de Idlib, el 26 de octubre pasado.Karam Almasri / NurPhoto via Getty Images

El informe de la ONU alerta que la guerra en Gaza, además, ha aumentado las tensiones entre los ejércitos extranjeros activos en Siria, en particular los de Israel, Estados Unidos, Irán y Turquía. Israel ha atacado en al menos 35 ocasiones objetivos supuestamente relacionados con Irán en territorio sirio, así como a las fuerzas gubernamentales de Siria, mientras que, en el noroeste sirio, milicias proiraníes lanzaron un centenar de ataques con drones y cohetes contra bases estadounidenses. 

Y es que Siria no sólo es escenario de su guerra doméstica, sino que los actores que por ella pululan han convertido al país en un escenario de guerra regional. Assad no quiere bien a los palestinos pero se lleva bien con Teherán. Su relación con Hamás ha sido oscilante, aunque estaba alta antes de la guerra, con visitas y hasta estancia de sus líderes en el país, pero los primeros levantamientos de los que ahora se cumple el aniversario levantaron a los palestinos refugiados en el país -unos 438.000 según la ONU-, también, contra su dictadura. Aludiendo a presencia rebelde, reventó por ejemplo el campo de Yarmouk, que se convirtió en símbolo del hambre. 

Además, su relación prioritaria con Irán la ha convertido en diana de ataques israelíes y norteamericanos, sobre todo, contra depósitos de armas, campos de entrenamiento mandos de la Guardia Revolucionaria Islámica. Los daños colaterales de esa persecución no se conocen con exactitud, pero ONG locales sostienen que ha habido víctimas civiles. También en Siria tiene abrigo Hizbulá, el partido milicia chií libanés, que ha perdido 233 milicianos a manos de Israel desde que arrancó la guerra en Gaza, al menos un 25% de ellos en suelo sirio, según datos de la Inteligencia de EEUU. 

Durante los mismos meses, Turquía aceleró sus operaciones contra las Fuerzas Sirias Democrática, vinculadas con la insurgencia kurda, y la organización terrorista Estado Islámico aumentó sus ataques no sólo contra objetivos militares, sino también civiles que, de acuerdo con el informe, probablemente constituyan crímenes de guerra. En el caso del flanco turco, los ataques están dañando infraestructuras críticas, esenciales, como las eléctricas, con 11 millones de personas casi sin luz en las 11 grandes ciudades de la zona y 2.750 pueblos en idéntica situación. Si no hay luz tampoco hay agua potable, con los problemas que eso conlleva.

En el dibujo del desastre que hace Naciones Unidas se recuerda algo muy olvidado ya con el aplastamiento de los años: que el Gobierno sirio sigue y hasta profundiza en su política de desapariciones y torturas contra detenidos, con numerosas muertes en detención registradas por la Comisión de la ONU. Hay, por ejemplo, hasta 47.000 personas detenidas en los campos de Al Hol y Rawj, en el noreste, nacionales de más de 50 países retenidos ilegalmente. Más de la mitad son niños. Algunos de los adultos lucharon por el Estado Islámico o se casaron con sus combatientes; otros huyeron al campo para escapar de la campaña de bombardeos encabezada por EEUU. Todos están en el limbo y sufriendo las condiciones de encierro denunciadas reiteradamente por organizaciones mundiales de derechos humanos

El presidente Assad saluda a sus seguidores en un colegio electoral durante las elecciones presidenciales en la ciudad de Douma, en mayo de 2021.Hassan Ammar / AP

Los números del horror

"El pueblo sirio no puede soportar una mayor intensificación de esta guerra devastadora y prolongada", sostuvo Pinheiro al presentar el informe. Y es que no hay flanco esperanzador: aumenta y se cronifica la pobreza, la crisis económica se agudiza y la anarquía propicia la prácticas de extorsión del ejército y sus milicias. Las infraestructuras están diezmadas, al mínimo, mientras que los servicios básicos son "inexistentes" y, además, hay dentro del país siete millones de desplazados internos. Si quien tiene aún su hogar no llega, los que lo perdieron todos están en un infierno especialmente crudo. 

El Programa Mundial de Alimentos (PMA), también dependiente de Naciones Unidas, calcula que más de la mitad de la población, 12,9 millones de sirios, pasarán hambre en 2024, mientras que otros 2,6 millones están al borde de la inseguridad alimentaria. El prolongado conflicto, la recesión económica, las emergencias sanitarias como el covid y el cólera, junto con la cadena de terremotos de febrero de 2023, han llevado a familias y niños y niñas sirios "al borde del abismo en su lucha por sobrevivir", como lo resume la ONG World Vision. El 90% de la población siria está viviendo por debajo del umbral de la pobreza y muchos carecen de refugios adecuados, "incluida la infancia, que constituye el 44% de los necesitados". 

La necesidad de ayuda humanitaria en Siria ha alcanzado este año un máximo histórico en Naciones Unidas, ya que se espera que 16,7 millones de personas necesiten ayuda en 2024, la mayor cifra desde que comenzó la crisis en 2011. Pero es que se pide y no llega: el PMA, el año pasado, redujo el número de beneficiarios en un 40% y a la mitad las raciones proporcionadas; en enero, su principal línea de trabajo se quedó sin fondos. El Plan de Respuesta Humanitaria para Siria del 23 contó apenas con un tercio de lo pedido, en una tendencia mundial a que los donantes no se comprometan realmente con las emergencias. En salud, básico, se recibió el 36% del dinero solicitado en la proyección de necesidades de la ONU. 

El terremoto, que causó casi 6.000 muertos y más de 12.800 heridos, empeoró esta grave situación de Siria y muchas familias han perdido su principal fuente de ingresos. "Esta catástrofe ha empujado a millones de personas más a la incapacidad de cubrir sus necesidades básicas, lo que pone de relieve la urgente necesidad de financiación para la recuperación a largo plazo y de mejorar la preparación ante emergencias", afirma World Vision.

Si la seguridad es necesaria, la comida es esencial. El hambre y la desnutrición siguen aumentando en Siria año a año. Porque "el tiempo no está curando ninguna herida para los sirios. De hecho, a medida que pasa el tiempo, esas heridas empeoran. El único remedio para las personas cuyas vidas han quedado destrozadas por la crisis actual es la acción", afirma Emmanuel Isch, director de la respuesta de la citada ONG en Siria, a través de un comunicado. El Mapa del Hambre del PMA sitúa a Siria en la categoría más alta de consumo insuficiente de alimentos: 12,9 millones de personas, más de la mitad de la población siria, lucha contra la insuficiencia de alimentos, mientras que las tasas de desnutrición aguda y crónica infantil se disparan de forma alarmante. Casi 5,9 millones de personas, el 64% de las cuales son niños y niñas, necesitan apoyo nutricional inmediato. 

Mujeres y niñas que han perdido en el camino de la guerra sus espacios seguros, tanto para sus embarazos como para sus ciclos menstruales, para sus derechos sexuales y reproductivos, para escapar de la violencia en casa. Se multiplican los casos de abandono escolar y de niñas expuestas a la explotación sexual. "Las familias y los niños y niñas están cada vez más expuestos a riesgos de protección. Las pérdidas de documentación esencial y las separaciones familiares tras el terremoto han incrementado los hogares encabezados por niños, el trabajo infantil y los matrimonios precoces". Los adultos, en paralelo, sufren el desempleo y están sometidos a una enorme presión para sacar adelante a sus familias.

La crisis sanitaria en Siria también se ha intensificado, con una presencia limitada de hospitales, centros de salud y personal en funcionamiento para atender las crecientes necesidades. Médicos del Mundo (MDM) informa, con datos de la la Organización Mundial de la Salud (OMS), que  sólo el 59% de los hospitales y el 57% de los centros de atención primaria están en pleno funcionamiento ahora mismo. No hay ni matronas. Los sirios no se pueden pagar una consulta privada, un lujo en un país donde ha habido una fuerte inflación de los últimos tres años, de 650%. Los ambulatorios públicos no dan. 

Desde los centros que atienden en el noreste, la zona más castigada, les explican que hay escasez de vacunas que "está contribuyendo a brotes y epidemias" como la leishmaniasis estacional, el cólera, el sarampión, las infecciones respiratorias agudas y la diarrea, entre otros. Hay "un aumento significativo y repetido de los precios de los medicamentos y los productos farmacéuticos por parte del Gobierno de Siria y las empresas farmacéuticas privadas en los últimos dos años". 

Más que preocupante es, también, el dato de que ciertas áreas como Deir-ez-Zor, Al Hasakeh y Ar-Raqqa "reportan niveles catastróficos de retraso en el crecimiento que superan el 30%". Además, una de cada cuatro mujeres de entre 15 y 49 años padece anemia, con una prevalencia aún mayor entre las adolescentes, donde una de cada dos niñas sufre anemia. 

Y está la salud mental, que se resume en que "toda la sociedad siria tiene estrés postraumático". Ansiedad, depresión, estrés... es el pan de cada día y, a la vez, un tabú que no se rompe. Ni hay manos para atender a los pacientes ni sale el mal a la luz para poder ser tratado, lo que es una práctica garantía de una generación enferma, a largo plazo. Por todo ello, MDM destaca la "fragilidad del momento" que vive Siria. 

El origen

Años antes de que el conflicto comenzara -un momento que se establece en el 15 de marzo de 2021, hace 4745 días-, muchos sirios se quejaban de un alto desempleo en el país, la arraigada corrupción, la falta de libertades políticas, la censura y la represión del Gobierno de Assad. Este oftalmólogo, que sucedió a su padre Hafez en 2000 de forma inesperada -su hermano mayor, Basel, el heredero de la saga, había muerto en un accidente de tráfico-, no estaba siendo el reformisma templado que había engatusado a los líderes mundiales (España incluida).

Así llegamos a marzo de hace 13 años, cuando un grupo de adolescentes pintaron consignas revolucionarias en un muro escolar en la ciudad sureña de Deraa, al calor de las llamadas primaveras árabes, los movimientos de libertad, democracia y derechos que estaban ya cuajando en la región. Los chicos fueron arrestados y torturados por las fuerzas de seguridad. Su caso provocó de inmediato, en una sociedad muy harta, protestas prodemocráticas, concentraciones masivas. La chispa saltó a Damasco, la capital, y a Alepo, el corazón económico, ese día 15 de marzo. De ahí, a medio país. Su lema: "Una Siria sin tiranía". 

Si entusiasmo y valentía había en las calles, los sirios encontraron enfrente, en igual proporción, la violencia de las fuerzas de seguridad. Cayeron los primeros muertos, centenares de arrestados. El levantamiento no se paró, sino que esa represión fue gasolina para las protestas. Y Assad mandó "sofocarlas" con más mano dura. Para julio, muchos ciudadanos habían decidido que había que empuñar las armas contra el presidente.

Más se extendía el levantamiento de oposición, más se intensificaba la represión de Assad. Los simpatizantes de la oposición comenzaron a armarse, primero para defenderse y después para expulsar a las fuerzas de seguridad de sus regiones. El presidente prometió "aplastar" lo que llamó "terrorismo apoyado por el exterior" y restaurar el control del Estado.

La violencia se extendió rápidamente en el país. Se formaron cientos de brigadas rebeldes bajo diversas siglas pero con el mismo objetivo: para combatir a las fuerzas del régimen y lograr el control de ciudades y poblados, forzando así su marcha y la democratización de Siria. En 2012, los enfrentamientos llegaron hasta Damasco y Alepo. Iba en serio. Ya sí se podía hablar de guerra civil, la batalla entre los pro Assad y los anti Assad. A la pelea cívica comenzaron a sumarse, también, choques sectarios, ue enfrentaban a la mayoría sunita del país contra los chiitas alauitas, la rama musulmana minoritaria a la que pertenece el presidente.

La rebelión armada de oposición ha ido evolucionado significativamente desde el comienzo de la guerra. Ahora está formada por numerosos grupos armados, integrados por diversos tipos de sirios. Incluyen tanto a combatientes rebeldes moderados y seglares (como es el caso del Ejército Libre Sirio, ELS, la Unidad de Protección Popular de los kurdos o el Consejo Nacional Sirio, basado en Estambul), así como grupos yihadistas, empezando por el ISIS. Todos han pasado por fases de fortaleza y control y debilidad, ahora, ya que son minoritarios. 

La pelea de los grupos armados contra Assad se convirtió en guerra abierta e internacional con la llegada de armas por parte de países como Estados Unidos, Turquía y algunos países del Golfo, mientras Rusia e Irán apoyaban a Assad. Por poder y geoestrategia, la dimensión del conflicto cambió. En el conflicto también participan los grupos kurdos basados en el norte de Siria, que están buscando el establecimiento de áreas bajo su control en esa parte del país, además de fuerzas de otros países. Siria es en un campo de batalla de una guerra subsidiaria.

La culpa de que el conflicto se prolongue está en Assad, pero también en la internacionalización del tablero, en los intereses cruzados en un mismo territorio, en la escalada yihadista y sus grados, en el sectarismo al alza en uno de los países más respetuosos de Oriente Medio y en desinterés e incapacidad de la comunidad internacional por arreglar las cosas. 

Así seguimos, 13 años después.