Porno, Pastillas, Póker: las 3 pes de la educación sentimental

Porno, Pastillas, Póker: las 3 pes de la educación sentimental

Un fragmento de nuestro libro 'Lo que esconde el agujero. El porno en tiempos obscenos'

LA CATARATA

Un fragmento de 'Lo que esconde el agujero. El porno en tiempos obscenos' (Ed. Los libros de la catarata, 2018)

Se graban. Quieren protagonizar un relato que luego pueda ser compartido y aplaudido. Lo importante no es ser, sino representar. Los cinco jóvenes que se autodenominaban La Manada se grabaron mientras penetraban anal y vaginalmente a una joven, además de forzarla a hacerles felaciones, durante los Sanfermines de 2016. Y además compartieron los vídeos.

A miles de kilómetros, en India, mientras La Manada se sentaba en el banquillo, un grupo de personas presenciaron cómo un joven violaba a una chica en plena calle; lejos de impedirlo, lo filmaron con sus móviles. Meses antes, en Marruecos, los pasajeros que agredieron sexualmente a una joven con discapacidad mental en un autobús se grabaron y distribuyeron el material en redes. En el año 2004 salieron a la luz las fotografías y vídeos que los soldados norteamericanos grababan de las violaciones en grupo a las presas en la cárcel de Abu Ghraib en Irak.

En las mismas fechas (más precisamente entre 2003 y 2007), en el lado opuesto del planeta, miembros de otros ejércitos privados estadounidenses destinados en Colombia grababan las violaciones que perpetraban a 54 niñas, para vender después sus imágenes como material pornográfico.

En los códigos no escritos de nuestra cultura, el cuerpo de las mujeres es una suma de agujeros penetrables

Todos, mercenarios, torturadores, violadores, jóvenes en autobús o en los Sanfermines, se comportaban como puede verse en cualquier gangbang: ellos corriéndose, ellas sometidas. Durante el juicio a La Manada, el abogado llegó a argumentar que sus clientes eran unos imbéciles, simples y primarios que grababan "su propia película porno" mientras ella cumplía una "fantasía sexual". Se grababan, se sentían estrellas del porno, ¿qué hay de malo en cumplir esa fantasía sexual, una más?

Esta reducción al absurdo no se enseña en los colegios ni en el seno de los hogares; no es necesario: en los códigos no escritos de nuestra cultura, el cuerpo de las mujeres es una suma de agujeros penetrables, por mucho que madres y padres digan lo contrario a sus hijas e hijos. Conozco a decenas de hombres no violadores, respetuosos con las mujeres e incluso capaces de declararse feministas que creen que las actrices de esas escenas de gangbang que han visto disfrutan y que la sumisión rubricada por su sonrisa no es más que una afirmación de su complacencia.

Ciegos, conquistados, con la imaginación domada y la empatía disminuida, forman parte pasiva de esos consumidores que defienden el derecho no escrito a tener fantasías sexuales. Educamos y constituimos nuestras identidades en parámetros pervertidos y luego nos escandalizamos ante nuestros propios actos.

Somos los relatos que consumimos. La educación no depende de las aulas, nuestro imaginario sexual no se construye en los espacios de confianza. Los intereses que sostienen el sistema regulan los relatos, es decir: promueven a los que mantienen el statu quo y no a los que lo desestabilicen. Los relatos del porno sostienen los valores del mercado, por eso las nuevas generaciones tienen tan fácil acceso a sus propuestas y, además, las replican a imagen y semejanza de sus referentes de éxito. "¿Podrás con todos?" (eran cinco), parece que le lanzó el guardameta David de Gea a la chica que le proporcionaba el director de cine porno Torbe para festejar los goles de su equipo o de la selección española de fútbol. Ni pizca de pudor, lo consideraba parte de un juego de seducción, como otros compañeros de profesión que posteriormente se grabaron forzando a una de sus groupies adolescentes.

No extraña que los primeros sistemas de cobro 'online' salieran de páginas porno y que la mayoría de sus negocios se realicen a través del uso de tarjetas de crédito

El porno se ha convertido en uno de los rostros del neoliberalismo. De hecho, se ha construido con él: se convirtió en un producto de masas en los setenta, década en la que se abandona el patrón oro, estalla la crisis del petróleo, la inflación se dispara, la actividad económica se detiene, aumenta el paro, las grandes potencias apuestan por la desregularización financiera y se promueve que los mercados se abran al comercio mundial mediante la manipulación del crédito y la gestión de la deuda, impulsando el proceso de globalización en todas sus manifestaciones.

No extraña que los primeros sistemas de cobro online salieran de páginas porno y que la mayoría de sus negocios se realicen a través del uso de tarjetas de crédito. Precisamente por esta facilidad, las mafias del fraude del dinero de plástico han utilizado el porno en sus campañas de spamvertising: envían imágenes en vez de textos; distorsionan las palabras rudas que llaman la atención duplicando las letras o insertando diferentes símbolos (por ejemplo: violación, extremo); adjuntan vídeos para evitar la decodificación, para burlar todos los filtros, incluidos los parentales.

Junto con las pastillas y el póker, el porno forma el conjunto de "las tres pes" de un modelo de negocio corrupto que genera beneficios económicos en la contabilidad B de este planeta, un método en el que se basan las grandes mafias del big data. En busca de más cuotas de mercado, el porno se hace cada vez más extremo y se maneja como pez en el agua en el universo virtual, donde todos los cuerpos son tratados como hologramas sin humanidad.

Los menores de edad del big data son consumidores del porno y no por decisión propia. No hace falta que busquen: el porno les asalta en pop-ups

Entre los servicios más banalizados, la mujer multipenetrada es el producto estrella de los últimos 15 años. Belladona, actriz conocida por protagonizar películas de lo que se denomina "sexo extremo", dejó el negocio después de rodar Gangbang Girl nº 29 (que tuvo un enorme éxito comercial) porque "no era algo que realmente quisiera hacer, a menos que hubiera tenido poder de decisión sobre los chicos, pero no pude hacer esto. Pensé '¡oh, dios mío!' [en tono aterrador]". Su colega de profesión, Amarna Miller, reconoce que hoy "no se considera que una actriz es buena, o tiene futuro, hasta que no empieza como mínimo a hacer anal. Y si quiere triunfar, pronto ha de pasarse al bando de las DP [doble penetración], gangbangs y demás prácticas consideradas como extremas". Por supuesto, ella no lo hace.

Los menores de edad del big data son consumidores del porno y no por decisión propia. Amantes del fútbol, fans de youtubers, malabaristas de los selfies, a ellos se lo facilitan los smartphones y tabletas, la proliferación de tarifas planas y la monetización de sus productos gracias a la publicidad. Pasan entre cuatro y nueve horas diarias delante del ordenador. No hace falta que busquen: el porno les asalta en pop-ups. En una cultura que reivindica el derecho a los placeres y que pone tan en valor las fantasías como para convertirlas en un comportamiento habitual e incluso un mandato, el porno se convierte en un juego de iniciación para formar parte del sistema.

Las adolescentes que participarán en él aprenden a simular que quieren, aunque sus cuerpos hablen de sumisión, aunque sientan "oh, dios mío, qué horror". Aquel contrato social que sostuvo el nacimiento de la democracia burguesa, en la categoría de bien mayor, no considera, ni por un momento, la posibilidad de que la desigualdad, la coacción y el abuso de poder puedan no estar contemplados en los consentimientos.

La Manada son los hijos del sistema y no están solos.

Un fragmento de 'Lo que esconde el agujero. El porno en tiempos obscenos' (Ed. Los libros de la catarata, 2018)

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