‘Ellas hablan’, que siempre aprovecha

‘Ellas hablan’, que siempre aprovecha

A raíz de la publicación del libro, algunos hombres se sintieron ofendidos. Les ofendió no el horror de los crímenes sino la imagen que da de los hombres.

Sarah Polley, en un acto recienteGetty Images for WGAW

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Ellas hablan (Women Talking, EEUU, 2022) de Sarah Polley, una película con dos candidaturas a los Oscars —nada menos que a mejor película y a mejor guion adaptado (por la misma Polley)—, está pasando con más pena que gloria por la cartelera. Seguramente no le darán ninguno; nada me gustaría más que equivocarme.

Entre 2005 y 2009 en una aislada colonia menonita de Bolivia llamada Manitoba, muchas mujeres (más de 300 ; algunas, niñas de tres años) se levantaban por la mañana aturdidas, doloridas y con los cuerpos ensangrentados y llenos de moratones, y con la ropa y las sábanas sucias de sangre y semen por las agresiones que les infligían por la noche. Estas violaciones se atribuían a fantasmas. O tal vez Dios o Satanás castigaban a las mujeres por sus pecados. Les acusaron de mentir y de encubrir adulterios, y criticaron la desatada imaginación femenina. Finalmente se descubrió que ocho hombres de la colonia agredían a las víctimas; previamente les administraban un potente anestésico utilizado para castrar toros.

En 2011 un tribunal boliviano condenó a los perpetradores de tan abyectas violaciones. Inmediatamente, muchos hombres de la secta lucharon para que los culpables salieran de la cárcel y se reintegraran en la comunidad.

Los crímenes (algún diario los denominó "el incidente") inspiraron e interpelaron a la galardonada escritora canadiense Miriam Leslie Toews (Steinbach, 1964), de ascendencia menonita, y el resultado es el libro, Ellas hablan (Madrid: Sexto piso, 2020, traducido por Julia Osuna Aguilar), donde Toews deja de lado la casquería para no recrearla y la contrarresta con un homenaje fascinante lleno de imaginación femenina a lo que sucedió después.

Las mujeres de la comunidad, a las que se les ha negado el acceso a la lectura y la escritura, decidirán entre tres opciones para responder a las agresiones. (Como no soy aguafiestas, quien las quiera saber que lea el libro o que vea el filme; adelanto que no se contempla que se expulse a los agresores; lo mismo ocurre ahora, cuando una mujer es agredida suele ser ella quien se tiene que ir).

El libro es un denso debate filosófico y político —que nunca rehúye lo personal—, que trata temas universales tan trascendentales como el perdón, la venganza, la piedad, el mal, la religión y la existencia de Dios, la validez del pacifismo, la tradición, la libertad..., así como sueños y deseos, injusticias y vejaciones. Como son iletradas, levanta acta la única voz masculina (más bien oreja) del libro. En este caso, un hombre es el secretario y las mujeres las filósofas, las pensadoras, las que establecen estrategias, las que planifican y "hacen".

Las mujeres del libro van a tientas en ese vislumbrar este resquicio de libertad, pero se ponen de acuerdo en tres cosas: proteger a las criaturas (¡qué lección!), mantener la fe y pensar por sí mismas.

A raíz de la publicación del libro, algunos hombres se sintieron ofendidos. Les ofendió no el horror de los crímenes sino la imagen que da de los hombres; ninguna compasión hacia las violadas. Quizás también se sintieron "amenazados" porque un grupo de mujeres se juntaba para hablar y decidir.

La película se inspira directamente y escenifica con un elenco de actrices extraordinario ese ligado y profundo diálogo y deviene casi una obra de teatro. Tiene detalles propios del medio: cuando necesitan una pausa o consuelo, cantan himnos; no se me ocurre mejor manera de metaforizar su religiosidad. Aparece una Frances McDormand que parece sacada de una película sueca.

El filme ha tenido críticas no siempre buenas. Nada nuevo. Todo lo que parezca o sea feminista es infravalorado y mal visto, basta con ver las estrellas que le dieron diferentes periódicos o revistas. Ellas hablan compartió cartelera con la muy alabada y celebrada Almas en pena de Inisherin de Martin McDonagh (Reino Unido, 2022), tildada pomposamente de versar sobre el eterno sentido de la existencia o de reflexión sobre el dolor masculino; en mi opinión, es sobre todo un repertorio variado de insanias masculinas tanto individuales como colectivas. La crítica no suele remarcar tampoco que es un filme exclusivamente masculino; es decir, parcial y restringido.

Todo ello ocasiona que quizás enfaden pero en absoluto extrañen las rabietas y miopía de algunos críticos y hombres que se dedican al cine cuando la revista Sight & Sound, publicada por el British Film Institute, ha encumbrado el filme Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles (la longitud del título no es trivial) de la gran Chantal Akerman como la mejor película de la historia del cine. (¡Gracias Drac Màgic y Mostra de Cine de Dones de Barcelona por habernos dado a conocer su variada y extraordinaria obra!)

Mientras las cineastas recuerdan emocionadas y eufóricas un magisterio que les abrió el mundo, ellos la critican con pintorescos argumentos: no han oído hablar de ella; no la han visto y, por tanto, no puede ser tan buena; un amigo le había dicho que era mala... Argumentos solidísimos y de una enorme objetividad que hablan más de ellos que del filme.

Uno de ellos da la clave cuando afirma que la recuerda como una película morosa, pesada; no le concernía la vida de una mujer en Bruselas; no le interesaba lo más mínimo ni lo que contaba ni la forma en que lo contaba. Parece, pues, que les interpela en exclusiva la experiencia masculina.

En otro orden de cosas, hace poco viajé a Tailandia y no pude entrar en varias pagodas porque las mujeres somos impuras puesto que sangramos. Ningún hombre deja de entrar. Esta prohibición insultante no les debe interpelar ni concernir. A veces ser feminista, un gesto de mínima solidaridad, es así de fácil: no entrar en un templo.

Siempre es bueno recordarlo y hablar de ello. Cuando llega el 8 de marzo, aún es más pertinente.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Nací en Barcelona en 1952 y soy doctora en filología románica por la UB. Soy profesora de secundaria jubilada y escritora. Me dedico desde hace ya mucho tiempo a la investigación de los sesgos sexistas y androcéntricos de la literatura y de la lengua, y también a su repercusión en la enseñanza, claro está. Respecto a la literatura, además de leer, hago crítica literaria, doy conferencias, ponencias, escribo artículos y reseñas sobre diferentes aspectos de la literatura, principalmente sobre las escrituras femeninas. En cuanto a la lengua, me dedico a investigar sesgos ideológicos en diferentes ámbitos: diccionarios; noticias de prensa (especialmente las de maltratos y violencia); denominaciones de oficios, cargos y profesiones. También he elaborado varias guías y manuales de recomendaciones para evitar los usos sexistas y androcéntricos. Asimismo, he analizado algún otro sesgo ideológico, por ejemplo, el racismo. Todas estas actividades me dan pie a impartir conferencias, ponencias, charlas, cursos y a realizar asesoramientos. Formé parte del grupo Nombra desde su fundación, en 1994. También trabajo por una enseñanza coeducativa. Lo que me ha llevado a implicarme en distintos y variados grupos y seminarios de coeducación, a colaborar con ICEs de distintas universidades y a escribir distintos tipos de libros y documentos. A veces escribo dietarios o sobre viajes y aún de otros temas.