Concurso de relatos

Concurso de relatos

El presidente del tribunal y ponente de la sentencia, Manuel Marchena (c), junto a los magistrados del Supremo.Agencia EFE

Al asombroso relato sobre violencia insurreccional de rebeldes catalanes, tal vez caníbales, las defensas contraponen un relato no menos asombroso. El juicio del procés es un concurso de relatos. Argumentan los acusados que, al fin y al cabo, no hicieron más que una declaración 'política' de independencia, olvidando con cierta alegría un pequeño detalle: en ningún momento advirtieron a la ciudadanía de que se trataba 'solo' de una declaración política. Ni siquiera lo dijeron rápido, como en los anuncios de medicamentos. Quedaba a criterio del espectador la detección del gato encerrado. Los acusados sostienen que, 'en realidad', siempre buscaron una negociación, aunque pudieran aparentar otra cosa, y dan a entender que muchos de sus actos se debían a la teatralización propia de la política.

Fueran parte de una simulación o no, las acciones de los acusados tenían efecto en actividad de las instituciones, de las empresas, y en la vida de las personas: generaban inquietud, alegría, disgusto, malestar, ilusión... Esas emociones eran reales. Nunca se dijo: "Vamos a fingir que somos capaces de declarar unilateralmente la independencia, y así provocaremos tal inquietud en Europa que el Gobierno de España aceptará el mal menor de negociar un referéndum, un pacto fiscal o una mejora del autogobierno". Puede que alguno de los implicados, o todos, pensaran eso, pero no lo decían. Se aparentaba una realidad, y esa apariencia de realidad influía en la realidad. No era una obra de teatro. En el teatro hay un pacto entre actores y público para distinguir verdad y ficción. En el caso del procés, los actores incluyeron al público en la obra, sin advertirlo. El público formaba parte de la obra: cuantos más creyeran la simulación, más posibilidades había de que la ficción se hiciera realidad: si un 60% de los catalanes se movilizaba por la independencia, ¿podría detenerse?

Sopesaron, valoraron, descartaron, orillaron, imaginaron, insinuaron, ¿pero qué hicieron?

La idea de legitimar la independencia mediante una clara mayoría electoral en unas elecciones llamadas plebiscitarias había fracasado en 2015. Se llegó al 47%, y se optó entonces por buscar una movilización social tan amplia que resultara incontestable. Ni convencer ni movilizar es delito. Otra cosa es que se cometieran delitos para movilizar y convencer. ¿Delitos violentos, como sostienen las acusaciones? ¿Todo fueron sonrisas y canciones, como sostienen las defensas?

Uno de los abogados de la defensa preguntó al expresidente Rajoy si podía citar "nombres y apellidos" de alcaldes acosados por el independentismo. El 8 de septiembre de 2017 Carles Puigdemont hizo en Sant Joan Despí un llamamiento a la población: "Cuando os encontréis por la calle a vuestros alcaldes, les interpeláis mirándoles a los ojos. Les decís: te debes a mí. Y de forma serena les preguntáis: ¿me vas a impedir votar?". Como gente suspicaz hay en todas partes, no puede descartarse que algún alcalde contrario al referéndum se sintiera inquietillo por el llamamiento de la máxima autoridad del país a los vecinos serenos. ¿Fue eso una llamada al acoso violento que formaba parte de un amplio plan de rebelión? ¿Es imprudencia temeraria, error político, indignidad, travesura, lícito juego político?

El día 10 de octubre Carles Puigdemont había declarado y suspendido la independencia. Las emociones, a flor de piel. Se abría una encrucijada: hacia adelante o hacia atrás. El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, pedía a Puigdemont no adoptar decisiones irreversibles y al Gobierno español no hacer uso de la fuerza. El 12 de octubre de 2017, el hoy candidato a la alcaldía de Barcelona, Ernest Maragall, escribió un tuit: "Es hora de probar el riesgo de la libertad". Oriol Junqueras escribió: "Totalmente de acuerdo". Esas y otras frases cargadas de épica no quedaban encerradas en un teatro, ni en un laboratorio. El contexto era de muchísima tensión política. Se veía en la tele a la entonces ministra de Defensa, Dolores de Cospedal: "El Ejército tiene la misión de proteger la integridad territorial". Y a continuación, a dirigentes independentistas: "¡Iremos hasta el final!".

El lehendakari Urkullu ha invocado ante el Supremo los temores de octubre de 2017: "Se hablaba públicamente del artículo 116". Estado de alarma, excepción y sitio. Se hablaba, se escribían tuits, se insinuaba, pero ¿qué pasó realmente en aquellos días de octubre? Esto dijo ante el Tribunal Artur Mas, expresidente de la Generalitat. Otro relato:

"Algunas de estas ideas, que llegaban por doquier, eran que la presencia de la gente en la calle no tenía por qué ser esporádica, sino que podía ser permanente. Y recuerdo perfectamente que, cuando estas ideas se suscitaban, los responsables políticos las orillaban ante la posibilidad de que pudiera haber violencia por parte del Estado, tras lo sucedido el 1 de octubre".

Cada español debería disponer de una papeleta para elaborar una sentencia tipo test. Marque con una casilla el relato que más les convence.

Si esas ideas se orillaron fue porque se sopesaron. A lo mejor se orillaban enseguida: "Aquí hay uno que propone ocupar permanent...". "¡Orillado!". Puede ser. ¿Entre el 2 y el 26 de octubre sopesaron y orillaron los dirigentes del procés una resistencia basada en la ocupación permanente de calles y plazas? El Instituto Elcano publicó en aquellos días un informe que incluía la posibilidad de un "Maidán catalán". ¿Qué era real, qué ficticio, qué era político, qué imaginario, qué formaba parte de una guerra de opinión e intoxicaciones? Sopesaron, valoraron, descartaron, orillaron, imaginaron, insinuaron, ¿pero qué hicieron?

No es descabellado suponer que algunos acusados buscaban un objetivo, otros buscaban otro, se engañaban entre sí... Hay evidencias de que la misma persona cambiaba de objetivo: nada menos que Puigdemont estaba dispuesto a volver al autonomismo y en la hora siguiente proclamó, se fue y fundó la República. El lehendakari Iñigo Urkullu dijo en la Sala: "Puigedmont no quería declarar la independencia". Todos lo dan por verosímil: tal vez sea el primer caso de la historia de la humanidad en el que alguien declara la independencia sin querer. ¿Fue ese el punto culminante de unos políticos que hacían una cosa y decían otra? Pues no. Todavía sigue. Mientras los acusados aseguran que en realidad no hubo nada, Puigdemont declara desde Waterloo que la declaración de independencia sigue ahí, y el actual presidente de la Generalitat dice que el independentismo debe esperar un nuevo 'momentum'. ¿Para quem? No se sabem muy bien. Puede interpretarse que hay que esperar que se repitan las circunstancias de octubre de 2017 para entonces sí, probar el riesgo de la libertadem. O no. ¿Quién puede saber si están continuando la simulación?

Cada español debería disponer de una papeleta para elaborar una sentencia tipo test. Marque con una casilla el relato que más les convence. Un juego de rol que se desmadró. Una sobredosis de tensión que las instituciones no supieron contener. Golpe de estado fallido. Golpe de estado en marcha. Represión inadmisible de la libertad. Rebelión. Conspiración. Una ida de olla general. Me da igual, pero merecen castigo.

Seguro que todos querríamos marcar varias casillas a la vez. Suponer es gratis, pero como dijo un destacado político cuando unos enredos judiciales le pasaron cerca, en los tribunales hay que probar que el acusado no es inocente.

Síguenos también en el Facebook de El HuffPost Blogs