Dos años del regreso talibán a Afganistán: una pesadilla humanitaria y de derechos

Dos años del regreso talibán a Afganistán: una pesadilla humanitaria y de derechos

Los integristas se hacer fuertes, superando las oposiciones internas y sin nadie que les haga sombra, sometiendo a mujeres y niñas, con millones de ciudadanos desnutridos y anhelando un reconocimiento internacional que no llega.

Milicianos talibanes festejan en las calles de Kabul el primer aniversario de su vuelta al poder, en agosto del pasado año.Ebrahim Noroozi / AP

Afganistán distaba mucho de ser un país perfecto, dos años atrás. Caminaba con las muletas de Occidente, renqueante, con Gobiernos elegidos democráticamente pero nunca fuertes, marcados por la corrupción. Sólo el Ejército se había fortalecido, pero eso era sólo una pata del Estado. Faltaba mucho. En esas, los talibanes, que llevaban meses ganando terreno, alcanzaron Kabul, la capital, y recuperaron el poder que Estados Unidos y sus aliados le habían quitado 20 años atrás. Las esperanzas de progreso se esfumaron. 

Este 15 de agosto, cuando los islamistas llevan ya dos años mandando en el país, el balance de su administración es el esperado: el medievo hecho Ejecutivo. Unas políticas acogidas a la sharia o ley islámica, el ostracismo total para mujeres y niñas y la retirada de derechos fundamentales como el de prensa o manifestación para la totalidad de la población. Nadie reconoce su autoridad en el plano internacional y, por eso, hay fondos bloqueados que, sumados a las catástrofes naturales extremas, la guerra y el desempleo, convierten hoy al país en uno de los más pobres del mundo y en el menos pacífico. Atrincherados en su radicalidad, no ceden ni aunque sus ciudadanos se les mueran de hambre. 

Los talibanes no enfrentan una oposición significativa que pueda derrocarlos, hoy por hoy. Han evitado las divisiones internas, alineándose detrás de su líder, Hibatullah Akhundzada, ideológicamente inflexible. En los primeros días de su nuevo Gobierno, trataban de mostrarse ante la prensa internacional como más moderados, como si hubieran aprendido algunas lecciones en el tiempo en que habían estado sometidos por las fuerzas occidentales, pero todo fue humo, careta, mentira. Son lo que siempre fueron y, sí, hay alguna corriente más blanda, pero ha perdido, no tiene fuerza para imponerse. Ahora están más preparados, hasta saben idiomas, pero piensan lo mismo. 

Han mantenido a flote una economía en dificultades, en parte mediante la celebración de conversaciones de inversión con países regionales ricos en capital, incluso cuando la comunidad internacional niega el reconocimiento formal. Una de sus medidas más razonables ha sido la mayor persecución de la corrupción y los cultivos de opio, que les ha permitido recaudar más impuestos. También ha mejorado la seguridad interna, mediante la represión de grupos armados como el Estado Islámico (ISIS o EI). La actual rivalidad entre los talibanes y el grupo Estado Islámico-Khorasan (IS-K) se mantiene pero el Gobierno avanza sobre los entre 4.000 y 6.000 combatientes, incluidos funcionarios del antiguo régimen y miembros de minorías étnicas, que se oponen al régimen talibán. IS-K ha sido responsable de la mayoría de las bajas civiles en ataques terroristas dentro de Afganistán y se ha establecido firmemente en las provincias del norte y noreste de Afganistán.

Hasta las Inteligencias de EEUU o Reino Unido reconocen avances en esos flancos, pero es tal la cantidad de prohibiciones a las niñas y mujeres afganas que han dominado el segundo año de los talibanes en el cargo que sepulta todo lo mínimo hecho. Como lo define Naciones Unidas, se trata de un "apartheid de género". Se les ha prohibido la entrada a parques públicos, gimnasios (incluso los exclusivos para féminas), salones de belleza, universidades y trabajos en ONG y organismos de la propia ONU, lo que hace peligrar la salud y hasta la vida de las afganas. Desde este mes, las funcionarias o quien acuda a la administración a hacer una gestión tampoco pueden estar sin velo. 

Ya en su primer año en el poder, los talibanes vetaron que las niñas asistieran a la escuela más allá del sexto grado y acabó echado a las universitarias de los campus. Alega que las mujeres, supuestamente, porque no usaban el velo adecuado o violaron las reglas de segregación de género. Ante las díscolas, mano dura y burka

Los talibanes dicen que están comprometidos con la ley islámica y de ahí no se mueven. No hay espacio para nada que consideren extranjero o secular, como las mujeres que trabajan o estudian. Eso lo que los impulsó, ya a fines de la década de 1990, cuando tomaron el poder por primera vez en Afganistán, a legislar contra las impuras, provocadoras y pecadoras mujeres. 

Su líder, Akhundzada, afirma que la vida de las mujeres afganas ha mejorado después de que las tropas extranjeras se fueron y volvieron a taparlas. Human Rights Watch (HRW), por ejemplo, lo desmiente: "Han negado a las mujeres y niñas sus derechos a la educación, el trabajo, la circulación y la reunión", señala en un comunicado de balance de estos dos años. Habla de "prácticas misóginas" y de "total desprecio" por esa mitad de su población. 

Gobiernos extranjeros, grupos de derechos humanos y organismos mundiales han condenado estas restricciones. La ONU ha destacado que eran un "gran obstáculo" para que los talibanes obtuvieran el reconocimiento internacional como el Gobierno legítimo de Afganistán, que es lo que pretenden, y efectivamente tan radicales son sus medidas que logran el rechazo mundial, sin peros, hasta de China o Rusia. 

La ayuda que llega desde el extranjero se está agotando a medida que los principales donantes dejan de financiar proyectos, empujados en diferentes direcciones por otras crisis y preocupados de que su dinero pueda caer en manos de los talibanes, también como castigo por lo que les hacen a las mujeres. ¿Cómo darles dinero, cómo colaborar con ellos, haciendo lo que hacen? Es uno de los debates más serios en los que está atrapado Afganistán. 

La falta de fondos, así como la exclusión de las mujeres afganas de la prestación de servicios humanitarios esenciales, está golpeando duramente a la población, empujando a más personas a la pobreza. Como no se quieren dar los fondos directamente al Gobierno islamista, las organizaciones están haciéndose cargo de financiar directamente los salarios del personal o del material y los alimentos, pero generar un mecanismo garantista lleva tiempo y hacerlo al margen de los talibán es peligroso. 

El mundo de la cooperación se desespera en un país que hasta ha tenido que superar un terremoto, el de junio del pasado año, que dejó 1.200 muertos y casi 3.000 heridos. La situación es gravísima, sin exageraciones: casi el 80% del presupuesto anterior del Gobierno afgano respaldado por Occidente provino de la comunidad internacional y ese dinero, ahora cortado en gran medida, financió hospitales, escuelas, fábricas y ministerios. La pandemia de coronavirus, la escasez de médicos (muchos de ellos exiliados), el cambio climático y la desnutrición han hecho que la vida de los afganos sea más que desesperada. 

Afganistán está luchando con su tercer año consecutivo de condiciones similares a la sequía, el colapso continuo de los ingresos de las familias y restricciones en la banca internacional. También sigue sufriendo décadas de guerra y desastres naturales. Y los talibanes, aislando, acorralando, complicando. Todo eso lleva a que, según datos de la ONU, haya actualmente 18 millones de personas (en un país de 40 millones) en situación de inseguridad alimentaria aguda; hay cuatro millones (3,2 millones de ellos, niños) gravemente desnutridos y hasta 28 millones de afganos (dos tercios del total) en necesidad urgente de algún tipo de ayuda humanitaria. 

El 84% de los hogares tiene que pedir dinero prestado sólo para alimentos y crece a un 13% por año el número de personas necesitadas de ayuda, aunque por ahora, a julio, no ha llegado más de un cuarto de lo pedido por la ONU para este año, que eran 4.620 millones de dólares. En los hospitales faltan hasta mascarillas y oxígeno. "Es una pesadilla humanitaria y de derechos humanos", como los resume Fereshta Abbasi , investigadora sobre Afganistán de HRW.

Afganistán sigue siendo, además, el tercer país de origen de personas refugiadas en el mundo. Según cifras del ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados), a finales de 2022, había 5,7 millones de personas desplazadas forzosamente repartidas en 103 países. Sin embargo, se estima que la cifra real es mucho mayor porque muchas no están registradas como refugiadas o solicitantes de protección internacional y carecen de estatus legal en esos países. Además, 3,4 millones de personas afganas se encontraban desplazadas internamente por violencia y conflictos. 

Esta situación en los países limítrofes obliga a muchas personas a poner en riesgo su vida en búsqueda de protección en la Unión Europea, donde también se encuentran a menudo con violencia y amenazas de devoluciones o expulsiones. En 2022, Afganistán fue por quinto año consecutivo la segunda nacionalidad de solicitantes de asilo en la UE con 124.125 solicitudes presentadas, la cifra más alta desde 2016. Un 15% fueron niños y niñas sin referentes familiares. Sin embargo, la tasa de reconocimiento para las personas afganas ha descendido a un 51% en 2022 y apenas se han reasentado al 0,1% de las más de 270.000 que lo necesitan en la actualidad, informa la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

España ha organizado varios vuelos desde Pakistán trasladando a 2.785 personas afganas entre agosto de 2021 y agosto de 2022. El año pasado se registraron 1.581 solicitudes de protección internacional de personas afganas y la tasa de reconocimiento se situó en un 98,7%.

En lo económico, el Banco Mundial (BM) afirmó el mes pasado que la moneda local, el afgani, ganó valor frente a las principales monedas. Los clientes pueden retirar más dinero de los depósitos individuales realizados antes de agosto de 2021 y se les paga a la mayoría de los funcionarios de la administración. El BM describió la recaudación de ingresos como "saludable" y dijo que la mayoría de los artículos básicos seguían disponibles, aunque la demanda es baja. 

Reconocer y colaborar

Los talibanes han mantenido conversaciones de inversión con países de la región, sobre todo China y Kazajstán. Los estados de Asia Central han estado a la vanguardia de los esfuerzos para integrar a Afganistán en las estructuras regionales de comercio y seguridad e impulsaron la idea de una línea ferroviaria transafgana. A principios de agosto de 2023, Kazajstán recibió a una delegación talibán para un foro empresarial. Los dos países firmaron acuerdos por valor de 200 millones de dólares , principalmente para suministrar cereales y harina a Afganistán.

El país tiene vastos depósitos minerales , incluidos minerales críticos de tierras raras, que han atraído la inversión china en el sector del litio de Afganistán. Pekín y Kabul también acordaron un acuerdo en enero de 2023, que permite a una empresa china perforar en busca de petróleo en la cuenca de Amu Darya, recuerda The Conversation. Por eso, estos países quieren que se eliminen las sanciones internacionales y que se liberen miles de millones de dólares en fondos que hoy están congelados, como castigo a los radicales. Kabul defiende que estas medidas aliviarán el sufrimiento de los afganos, pero la comunidad internacional sólo dará el paso una vez que los talibanes tomen ciertas medidas, incluido el levantamiento de las restricciones a las mujeres y las niñas. Y eso, ahora mismo, no va a pasar. 

Que se rebajen algunas de estas imposiciones depende en gran medida de Akhundzada, su jefe, un clérigo que cuenta en su círculo con ministros gubernamentales de ideas afines y eruditos islámicos, un núcleo duro del que no se va a desprender así como así. Está detrás de los decretos sobre mujeres y niñas, por ejemplo, que defiende a capa y espada. Sus edictos no tienen posibilidad alguna de negociación con cualquier país que se diga democrático y respetuoso con los derechos humanos. 

La prensa internacional insiste en que dentro del poder hay una corriente mínima de miembros "más flexibles e inteligentes", como los llama la BBC, que aportarían por abrir un poco el puño, pero el principal portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid, calificó estos reportes de "propaganda". Aún quedan excomandantes del Ejército regular afgano y señores de la guerra que confían en reagruparse y tratar de plantear batalla abierta a los talibanes, pero lo cierto hoy es que están reconcentrados en reductos muy atomizados, aislados, sin fuerza para empezar una guerra por derecho. Una fuerza de combate que se resiste al Gobierno talibán del valle de Panjshir, al norte de Kabul, está siendo purgada violentamente . Las protestas públicas son raras. Esa vía de la insurección o la rebeldía está anulada. 

Si no hay cesiones, no hay aval internacional. Nadie ha reconocido a este Gobierno en dos años. Hay grandes brechas en la diplomacia mundial, que empiezan por las mujeres y las niñas, sus empleos, su educación y su participación pública. Es muy complicado encontrar puntos en común, porque el pasado además da cuenta de lo poco que cambia la mentalidad talibán con el paso del tiempo. Además, entre las dos partes hay desdén, un rechazo visceral entre las partes. 

La "desconexión fundamental" como la llama Estados Unidos es que Occidente entiende el reconocimiento de los talibanes como una concesión (y hasta una cesión) mientras que para ellos no es más que la asunción de un derecho legítimo. Son los ganadores de la guerra, se hicieron con el timón y están ahí por derecho propio. 

A falta de reconocimiento, sí se han producido contactos internacionales, en un intento de mejorar la situación humanitaria del país. El primer ministro de Qatar se reunió con Akhundzada en la ciudad de Kandahar, en el suroeste de Afganistán, en junio; fue la primera reunión conocida públicamente entre el líder supremo y un funcionario extranjero. 

Aunque los talibanes están oficialmente aislados en el escenario global, parecen tener suficientes interacciones y contactos para que los lazos con los países avancen poco a poco hacia la normalización en determinadas áreas como los narcóticos, los refugiados y lucha contra el terrorismo, que son asuntos de interés mundial, incluso para Occidente. Países como China, Rusia y el vecino Pakistán quieren el fin de las sanciones o, al menos, de parte de ellas. Hay una parte pequeña de la comunidad internacional y hasta de la diáspora afgana que, por contra, dice que hay que ir a por más: más sanciones, más presiones, más prohibiciones de viajes, más aislamiento. Para ese flanco, hasta hablar con los talibán es reconocerlos.

Mientras algo cambie, el sufrimiento de los afganos se perpetúa.