El terremoto, última plaga de un Afganistán azotado por el hambre, bajo el talibán y en ruinas

El terremoto, última plaga de un Afganistán azotado por el hambre, bajo el talibán y en ruinas

Lo que le faltaba a una tierra donde el 70% de los hogares no cubren sus necesidades básicas, donde la guerra sigue y los derechos básicos se pisotean a diario.

Un grupo de civiles traslada a un niño herido por el terremoto en la provincia de Paktika.via Associated Press

Afganistán tiembla, pero no sólo por el terremoto de 6,1 grados en la escala de Richter de la pasada noche, donde los muertos superan el millar. No. Afganistán temblaba ya antes, de frío, de hambre, de miedo. El país centroasiático acumula desgracias sobre sus ruinas, las de una guerra civil que en agosto del año pasado aupó de nuevo a los talibanes al poder e hizo escapar a las potencias internacionales que, durante 20 años, habían intentado -mal que bien- estabilizar y desradicalizar el país. La crisis humanitaria es profunda y a ella se suman los gestores del denominado Emirato Islámico, con los que se habían cortado lazos internacionales, y que ahora ruegan ayuda.

Dice el dicho que llueve sobre mojado, pero ojalá fuera así, porque justo la sequía es uno de los mayores problemas que sufre la zona. La Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (IFCR) alertó el pasado 17 de junio de que el hambre “amenaza a millones” de afganos, porque la falta de agua ha provocado pérdidas en las cosechas, con un 70% de los hogares incapaces de cubrir las necesidades alimentarias. Las Naciones Unidas dan una cifra más concreta: más de la mitad de los 40 millones de habitantes del país enfrentan hambre aguda y un millón de niños podrían morir de hambre en breve tiempo.

Los ciudadanos no pueden satisfacer las necesidades alimentarias y no alimentarias básicas, “lo que tiene efectos particularmente devastadores para los hogares encabezados por viudas, ancianos, personas con discapacidad y niños”, que son muchos, teniendo en cuenta la guerra, que aún perdura parcialmente, con algunos reductos rebeldes contra los talibanes, como en el Panshir.

Por efecto también de la sequía, “tres millones de niños corren el riesgo de desnutrición y son susceptibles a enfermedades como la diarrea acuosa aguda y el sarampión debido a la inmunidad debilitada”, dice Cruz Roja. La escasa prensa independiente o internacional que accede al país lleva meses mostrando imágenes desoladoras, que recuerdan a la crisis de Yemen, con niños de brazos como palillos en los que casi no se puede colocar una vía.

  Un niño desnutrido, tratado en un hospital de Kandahar.Anadolu Agency via Getty Images

Pobreza agravada

Hay muy poca producción interna de bienes de primera necesidad pero es que, además, disminuyen los que llegan desde Ucrania a causa de la guerra o suben también mucho de precio, por lo que miles de personas se han visto forzadas a recurrir a la mendicidad en las calles mientras la economía se desmorona y los índices de pobreza aumentan, agrega el escrito.

A ellos se suman todos los profesionales que no han podido escapar del país y que estaban empleados con países extranjeros o en oficios vetados ahora por los talibanes, que se han quedado sin empleo como para pagar estos bienes tan escasos. Hay muy poco dinero en efectivo y más del 80% de la población está endeudada. En estos días, se ha convertido en viral la imagen de un antiguo presentador de noticias que ahora, en el ostracismo por los talibanes y sin trabajo, mendiga y sobrevive como puede. Un botón representativo. Algunas personas han de recurrir a medidas desesperadas como vender a sus hijos o partes de su cuerpo para comprar alimentos, afirma la ONU.

Más de 24 millones de personas ahora necesitan asistencia humanitaria en la nación, frente a los 18,4 millones del año pasado, dijo la oficia del Inspector General Especial de EEUU para la Reconstrucción de Afganistán en un dossier del mes pasado. “Esta es una de las peores crisis humanitarias que he visto en Afganistán en más de 30 años como trabajador humanitario. Es aterrador ver el alcance del hambre y el resurgimiento de la pobreza que tanto hemos luchado por erradicar”, resumía, dando la razón al estudio, el secretario general de la Sociedad de la Media Luna Roja Afgana, Mohammad Nabi Burhan, al difundir su aviso.

La situación se agrava, además en áreas rurales o remotas, donde los más desfavorecidos se “enfrentan a una indigencia generalizada y niveles muy altos de desnutrición después de que perdiesen sus cosechas o el ganado pereciese”. La zona de Jost, donde se ha localizado el epicentro del terremoto, está justamente en un entorno rural, es de las más zonas pobres del país, con casas sencillas de barro y ladrillo, donde la mayoría de la gente se gana la vida en pequeñas granjas o criando ganado.

Sólo tiene alguna carretera mejor porque en su territorio se encontraba una base de helicópteros de Estados Unidos y algo se cuidaron las comunicaciones. Antes, a principios de los 90, había sido severamente dañada en la guerra con los soviéticos, precisamente por la ubicación de esta base y su cercanía a Pakistán.

El problema de los fondos

La economía de Afganistán ya está en crisis después de que la ayuda internacional, que suponía alrededor del 40% de su producto interior bruto, se perdiera desde que los talibanes tomaron el país. EEUU también ha tomado medidas para bloquear el acceso del banco central a unos 9.000 millones de dólares de reservas en el extranjero, lo que complica los movimientos a los islamistas.

“La falta de alimentos no debería ser causa de muerte en Afganistán”, clama Burhan, de Cruz Roja, que pide pese al Gobierno actual un “esfuerzo internacional” para reanudar las operaciones de asistencia humanitaria en el país. Desde el pasado 15 de agosto, cuando Kabul cayó, la comunidad internacional suspendió temporalmente los fondos para la reconstrucción de Afganistán, que suponían alrededor del 43% de su producto interior bruto local, según datos del Banco Mundial, lo que agravó la crisis humanitaria y económica que atravesaba ya al país, cronificada pese a las inyecciones de ayuda internacional.

El debate es profundo: si se da dinero a los talibanes, se robustece su régimen; si se da dinero a los talibanes, puede ser desviado para otras tareas que no sea, por ejemplo, atender a las mujeres. No hay reconocimiento internacional de su Ejecutivo y los únicos guiños que le llegan son de Rusia, aislada también por la invasión de Ucrania, y algo de China.

Unos 82 millones de dólares es lo mínimo que se pide para poder “brindar ayuda de emergencia, servicios de salud y asistencia de recuperación a más de un millón de personas en las provincias afectadas por múltiples crisis”. La cifra se les ha quedado ridícula esta madrugada, a la luz de lo que el temblor ha dejado por el camino. Eso, como un parche rápido, porque lo que la ONU pide para este año son 4.400 millones de dólares, el mayor llamamiento del mundial para un solo país. No ha llegado ni la mitad y estamos a las puertas de julio.

  Miembros del Gobierno talibán, en una reunión en Kabul, el pasado 3 de abril.AHMAD SAHEL ARMAN via Getty Images

El portavoz talibán Bilal Karimi ha explicado este miércoles que el terremoto es la peor calamidad que golpea a la nación desde que un deslizamiento de tierra en 2014 mató a 2.000 personas en la provincia nororiental de Badakhshan. Ha reclamado a las agencias de ayuda internacional a ayudar a rescatar a los que siguen atrapados entre los escombros y las casas en ruinas, enterrar a los muertos y atender a los vivos.

El primer ministro interino, el mulá Mohammad Hassan, ha anunciado ya una primera -y ridícula- liberación de fondos, apenas 100 millones de afganis (un millón de euros aproximadamente) para ayudar a las víctimas. Ha prometido 100.000 afganis (unos mil euros) a las familias de los muertos.

Y los refugiados y desplazados

A los islamistas, la guerra, la sequía o la subida de precios se suma el desplazamiento forzoso de afganos, por todo lo anterior. Amnistía Internacional ha actualizado sus dados con motivo del Día Mundial del Refugiado -celebrado el pasado lunes- y explica que en la actualidad, más de seis millones de personas afganas han sido expulsadas de sus hogares o de su país por el conflicto, la violencia y la pobreza. De ellas, 3,5 millones están desplazadas en el interior del país y 2.6 millones viven en otros países, sobre todo en Pakistán e Irán.

Aunque se esperaba un éxodo aún mayor, sobre todo a Europa, al final escaparon de los talibanes los que tuvieron medios o apoyo de gobiernos extranjeros como España, pero el grueso de la población, por todo lo que acabamos de contar, no tenía posibilidades ni de irse. Las consecuencias de la situación han sido especialmente devastadoras para mujeres, niñas y niños, que representan el 80% de las nuevas personas desplazadas de Afganistán, “pues se enfrentan a mayores riesgos de protección, como separación familiar, estrés psicológico y trauma, explotación y violencia de género”, ahonda Amnistía.

No son refugiados que estén llegando a Europa o a Estados Unidos y logren pronto una vida mejor y puedan mandar remesas que ayuden a sus familias, a los que se han quedado, sino que “lamentablemente, muchas personas refugiadas afganas, por ejemplo en Irán, Pakistán, Uzbekistán, Tayikistán, Malasia y Turquía, no disfrutan de los derechos que les reconoce el derecho internacional”, indica el reporte-

“Siguen haciendo frente a brutalidad, violencia, malos tratos y expulsiones sumarias. Sufren discriminación y tienen dificultades para acceder a servicios básicos, educación, trabajo, documentos de identidad y de viaje. En los peores casos, pueden ser objeto de detenciones arbitrarias, sanciones y deportación forzada”, añade.

  Una niña desplazada interna recibe ayuda proveniente de China en un centro de ayuda a refugiados de Kabul, el pasado 8 de junio. AHMAD SAHEL ARMAN via Getty Images

Violación sobre violación

Dentro, en tierra talibán, las violaciones de derechos humanos son sistemáticas. A finales de mayo y tras terminar una visita de 11 días a Afganistán, Richard Bennett, el relator especial de la ONU para el país, compareció para dar cuenta de un escenario terrible. Dijo que los talibanes “no han reconocido ni abordado la magnitud de los abusos de las garantías fundamentales”, muchos de los cuales se cometen por su causa. “Se encuentran frente a una encrucijada: o la sociedad se vuelve más estable y todos los afganos disfrutan de la libertad y los derechos humanos, o se torna cada vez más restrictiva”, denunció.

Bennet consideró que los riesgos de una mayor inestabilidad podrían mitigarse si reabrieran urgentemente las escuelas secundarias para niñas, se estableciera una administración inclusiva y representativa de todos los segmentos de la sociedad afgana, y se proporcionara una plataforma para el diálogo y la reparación.

El hecho de que los gobernantes le abrieran las puertas, señaló esperanzado, puede ser un gesto de que las cosas cambien, pero no confía en ellos. Suena demasiado al discurso de cambio falso con el que intentaron camelarse a la comunidad internacional hace casi un año. La lista de sus barrabasadas era larga: denuncias de violaciones de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, incluidos arrestos arbitrarios, ejecuciones extrajudiciales, tortura y desplazamiento forzado; “alto número de informes” de intimidación, hostigamiento, ataques, arrestos y, en algunos casos, asesinatos o desapariciones de periodistas, fiscales, jueces y miembros de la sociedad civil, además de una “sistemática eliminación de la mujer de la vida pública”, que las ha convertido en objetos sin derechos.

La tierra hace mucho que se abre a los pies de los afganos, figuradamente. Ahora también es literal.