‘La comedia de los errores’, la certera y saludable comedia del equívoco

‘La comedia de los errores’, la certera y saludable comedia del equívoco

Pepón Nieto en 'La comedia de los errores'.Jero Morales

Se dice que quien la sigue la consigue. Tanto ir y venir al Festival de Mérida, al final se consigue ver una obra de teatro que no solo lo hace pasar bien —como a un goloso al que nunca le amarga un dulce, aunque sea bollería industrial— sino que, además, nutre. Y es que esta vez los pasteleros son Shakespeare versionado por Albert Boronat, Andrés Lima y un fantástico elenco en estado de gracia —y en estado supergracioso—, liderado por Pepón Nieto,  quien también produce esta obra.

¿Qué de que obra se trata? De La comedia de los errores; esa en la que dos hermanos gemelos y sus gemelos esclavos son separados por una tormenta. Unos se van con mamá a Boston, ejem, Éfeso. Y los otros dos se van con papá a California, ejem, Siracusa. Dos ciudades enfrentadas por algo del pasado que ha dejado absurdas leyes humanas. Si es que en lo humano no es todo absurdo.

Hermanos y padres que se buscan por el mar Egeo sin encontrarse. Mientras todo el mundo los ve y los confunde. Dando lugar al vodevil, sin puertas. La comedia de confusión. Que, 'si soy tu marido', que 'tú que vas a ser'. Que, 'si soy tu mujer', que 'tú que vas a ser'. Que 'si soy tu criado', 'criado de quién'.

Todos estos personajes se hacen con un elenco de apenas seis actores. Un elenco que se queda tan corto que necesita llamar a alguien del staff técnico, y, al final, a alguien del público, para poder acabar la función, a la manera shakesperiana y lopesca, rapidito y concluyendo bien, que es gerundio.

Con todo esto hacen un espectáculo fresco, en el que no falta la reflexión sobre el teatro y la vida de los profesionales del teatro. Insertos que no molestan, pero que sí causan la extrañeza en quien lo ve, de esas en que la ficción, lo falso, adquiere visos de verdad o realidad. Momentos que sirven para parar la comedia y respirar.

Porque la comedia no consiste en reírse mucho, hasta ahogarse. Sino en reírse bien. Tan bien que se oxigene el cerebro. Le llegue aire. Tenga tiempo de respirar y pensar. Esta comedia está hecha con esos mimbres. Los mimbres que Andrés Lima ya usó en aquella aventura llamada el Teatro de la Ciudad para crear Sueño, basada en Sueño de una noche de verano,  también de Shakespeare.

Igual que en aquella, aquí vuelve a descubrir para el gran público a un actor del que se tiene que recordar el nombre: Avelino Piedad, que es la segunda vez que aparece en este blog en este verano. Y mira que es difícil destacar en un elenco lleno de grandes actores, pues a Pepón Nieto se le unen Fernando Soto o Rulo Pardo, sin desmerecer ni a Antonio Pagudo ni a Esteban Garrido,  igual de buenos. Las escenas de Rulo con Avelino, en la que travestidos hacen de las hermanas, también gemelas, que se enamoran de los hermanos gemelos, desesperadas, una por casada esperando al marido y otra por no encontrar marido que llevarse a..., ya me entienden, son de antología.

Un caos de hermanos, hermanas, gemelos, gemelas, a los que se añaden duques, criados, cocineras, una abadesa, una mujer de moral distraída y sus amigas, verdugos y agentes (policiales), que se pasean por Éfeso y algunos de sus lugares, incluidas sus casas de lenocinio. Que todo esto funcione como un reloj suizo, siendo una comedia del sur europeo, habla de la inteligencia y clarividencia de la dirección de Lima. Y de la entrega de sus actores. Al saber que son antes que nada un equipo y que lo importante para ganar el partido es marcar goles, los marque quien los marque. Lo importante es el partido y hay que jugarlo. Saber pasar el balón.

Para todo eso, se ha ingeniado una sencilla estrategia. La de un casi espacio vacío. Un escenario cubierto por una especie de mosaico griego, sobre el que hay un templete cubierto de cortinas vaporosas, como los que se pueden encontrar en un chill out ibicenco. Un no lugar que puede ser cualquiera de los lugares de la obra, desde un puticlub a una abadía, con solo poner actores en escena. El famoso espacio vacío de Peter Brook que los actores son capaces de significar con solo accionar sobre un escenario lo que está escrito con el mínimo, tendente a cero, de tramoya y pertrechos.

Les ayuda, y mucho, el vestuario. Un hermoso vestuario griego creado por Paola Torres con el que seguramente entrará en la rueda de los premios de la próxima temporada. No son trajes de la Grecia clásica. Nada de togas ni sandalias. Sino más bien de los tiempos medievales de los que debió comenzar a bailarse el hasapiko, antecedente del famoso sirtaki que se creó en 1964 para que pudiera bailarlo Anthony Quinn en la película Zorba el griego, si Wikipedia no engaña. Más cercano a la Constantinopla cristiana que no dejaba de contaminarse por la estética, el dorado y las mangas anchas del mundo musulmán.

Así que, esta comedia, en la que han encontrado un fuerte acento andalusí en muchos de sus personajes, sobre todo secundarios, y que al ser isabelina, está formada por un elenco masculino, como en aquella época, divierte mucho al personal. Es cierto que a un personal que quiere ser divertido y divertirse. Es verano, hace calor, están de vacaciones y vienen predispuestos a la juerga y la jarana.

La comedia de los errores les ofrece esa diversión. Jugando con la verdad y la mentira. Dando la oportunidad al error y al accidente. O eso dicen en el prólogo inicial, en el que como si fuera un concierto se presentan los actores y la obra y se hace una pequeña reflexión sobre el azar y el caos en la vida y en el teatro.

Caos y errores que desde la butaca y con ojo crítico se ven perfectamente ordenados, perfectamente dirigidos e interpretados. Nada es azaroso ni oportunista u oportuno. En el que quizás la risa, las gracias, diluyan una reflexión sobre la inevitabilidad de lo evitable como aquello que le da sal a la vida, aunque a veces amargue. Un amargor como el que deja en la boca un sorbo de buen café que se toma con azúcar.

Y no es porque este montaje como la insalubre bollería industrial esté lleno de la satisfactoria grasa y sea una bomba de azúcar, que abunda en el teatro comercial. Sino que está llena de oficio, del bueno. Del de los artesanos que saben lo que están haciendo y la función a la que sirven. Para que, independientemente de lo que diga la crítica o el reportaje periodístico que sigue a los comunicados o ruedas de prensa, sea el boca-oreja el que venda entradas y llene teatros en la posiblemente larga gira que le espera a esta obra.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.