Josep Lluís Núñez: ascenso y caída de un presidente controvertido

Josep Lluís Núñez: ascenso y caída de un presidente controvertido

Crecido en una familia humilde, amasó una fortuna en el sector inmobiliario y acabó ingresando en la cárcel por sobornar a inspectores de Hacienda

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"Cuando hablaba por teléfono, nunca sabías si estaba comprando un jugador o un terreno". Así recuerda a Josep Lluís Núñez (Baracaldo, Vizcaya, 1931 - Barcelona 201) una persona que lo trató profesionalmente durante años. "Era un tipo con dos caras", prosigue, "por un lado era protector y emotivo. Por otro, no tenía escrúpulos en pisar a quien hiciera falta para conseguir sus objetivos".

Fue el presidente más longevo del F.C Barcelona (dirigió la entidad durante 22 años) y nunca dejó a nadie indiferente. Los movimientos vecinales le odiaban por sus operaciones inmobiliarias. Tampoco podía verse con Jordi Pujol –"yo no tengo nada que hablar con él", solía decir en privado– y siempre tuvo a un sector del club y de la sociedad catalana enfrentado porque había flirteado con Alianza Popular durante la transición. Sus frases y su manera de emplear el lenguaje llegaron a convertirle en Cataluña en un personaje casi cómico, imitado en numerosos programas de televisión y radio. A los 83 años, tras haber amasado una fortuna en el sector del ladrillo, entró en la cárcel por sobornar a inspectores de Hacienda. Salió a los 38 días.

También se le recordará, no obstante, como el presidente que alumbró el 'Dream Team', el que trajo a Maradona y el que convirtió al Barça en un club de primera línea gracias a su gestión de la entidad como si fuese una de sus empresas. Cuando ganó las elecciones, el club tenía 78.000 socios. Cuando se fue, en el 2000, había 106.000 afiliados. Bajo su manida frase "al socio no se le puede engañar", desarrolló un estilo presidencial totalmente personalista, histriónico, en el que cualquiera que le criticara –periodistas incluidos– se convertía en un enemigo personal: el llamado nuñismo.

El ascenso

Nacido en el seno de una familia humilde, su padre era policía aduanero y a los pocos meses de nacer se trasladaron al pueblo fronterizo de Portbou –la última localidad de la Costa Brava antes de llegar a Francia–, donde estuvieron unos años antes de recalar en Barcelona en 1938.

Con su trayectoria, Núñez representó el ideal de tipo hecho a sí mismo. Tras empezar a trabajar a los 14, se costeó sus estudios de contabilidad y a los 21 era agente de seguros. Astuto para los negocios, siempre trató de lograr la aceptación de una burguesía catalana de la que nunca acabó de formar parte. Se casó con la hija de un adinerado promotor inmobiliario y a mediados de los 50 creó con su suegro la sociedad Navarro y Núñez, con la que amasaría una ingente fortuna al calor de la expansión urbanística del tardofranquismo.

Gracias a un decreto franquista en el que se favorecía la construcción de pisos de rienda libre (inmuebles con el precio regulado por las fluctuaciones del mercado) Nuñez empezó a medrar en el sector de la construcción de Barcelona, donde realizó el 90% de sus promociones.

Al morir su suegro fue tomando paulatinamente el control de la constructora, siempre vigilado de cerca por su mujer, Maria Lluïsa Navarro, que también era accionista de la empresa. "Su mujer mantenía un perfil bajo pero mandaba mucho", recuerdan quienes le trataron. Las fuentes consultadas recuerdan incluso la presencia de Maria Lluïsa en el despacho de Nuñez mientras él se reunía con clientes y abogados. "Ni siquiera se sentaba en la mesa ni intervenía, pero se quedaba en uno de los sofás escuchando todo lo que se decía".

Con la llegada de la democracia, mantuvo muy mala relación con la Generalitat de Convergència, pero consiguió entenderse y llegar a acuerdos con el Ayuntamiento de Barcelona en manos de los socialistas. Recalificaciones, promociones, parkings... en 2016, la revista Forbes cifraba su fortuna en 425 millones. "Era muy hábil negociando con la administración", sostiene este antiguo colaborador, que a su vez recuerda la manía persecutoria que tenía Nuñez. "Creía que todo el mundo conspiraba contra él", señala. "Su despacho siempre estaba cerrado y solo podía abrirse desde dentro con un botón que tenía bajo su mesa".

La rápida expansión de su imperio también le provocó conflictos con diversos movimientos vecinales y con la administración, como el que ha mantenido durante más de 20 años en Sant Cugat (Barcelona) contra la Generalitat y el Ayuntamiento por una promoción inmobiliaria en unos terrenos que el Govern consideraba que pertenecían a un parque natural. A pesar de las recomendaciones de sus asistentes para que cediera, Núñez se empecinó en seguir pleiteando. "Es un tema de principios", les decía a sus abogados, "si bajas la cabeza una vez, ya estás acabado".

Sus años en el Barça

El 6 de mayo de 1978, ganó la presidencia por apenas 800 votos tras una bronca campaña en la que uno de los candidatos, Víctor Sagi, se retiró por la existencia de unos presuntos dossiers con material comprometedor. En poco tiempo logró sanear económicamente la entidad aunque los primeros 10 años fueron discretos deportivamente y el Barça ganó solo una liga.

Tras un motín contra él por parte de la plantilla en 1988, despidió al técnico Luis Aragonés junto a 14 jugadores y apostó por traer a Johan Cruyff al banquillo. Empezaría así la mejor época deportiva del club hasta ese momento y una relación truculenta con el técnico, que acabó con una sonada rueda de prensa cuando lo cesó en 1992. Ni Cruyff ni Núñez se podían ver, pero ambos mantuvieron la relación durante ocho años por pura conveniencia.

"Cruyff siempre ha intentado engañar al socio", aseguró en una rueda de prensa que quedará para la posteridad. Durante media hora, Nuñez aireó numerosos detalles de su mala relación con el entrenador holandés y le acusó de haberse cargado el equipo para que jugase su hijo, el futbolista Jordi Cruyff. "No puedo tener un entrenador que gana 300 millones de pesetas y se va a Andorra a vender apartamentos", remachó. El entonces presidente también acusó a Cruyff de cobrar tanto de periodistas como de partidos políticos a cambio de información interna del club.

La caída

El 16 de noviembre de 2014, Núñez entraba en la cárcel de Quatre Camins junto a su hijo, del mismo nombre, condenado a dos años y dos meses de cárcel por sobornar a inspectores de la Agencia Tributaria a cambio de ventajas fiscales. El 24 de diciembre, 38 días después, se les concedió el tercer grado penitenciario (la semi libertad). Nuñez y su hijo compartieron durante cinco semanas la misma celda en un módulo para personas que precisaban de "especial protección" y la experiencia, aseguran las mismas fuentes, dejó muy marcado a Josep Lluís Núñez hijo.

El expresidente del Barça, en cambio, asumió con estoicismo tanto la condena como el ostracismo al que luego se le condenó. Núñez, de hecho, siempre pensó que le acabarían absolviendo y defendió su inocencia. "Estoy muy contento porque han visto que lo tengo todo muy bien organizado", les decía a sus colaboradores el día después de que la Guardia Civil se se presentara en su despacho para registrarlo en 2001.

Pese a que el juez de vigilancia penitenciaria revocó la semilibertad para el expresidente blaugrana, una cadena de recursos facilitó que nunca volviera a abandonar el tercer grado. Así, Núñez cumplió el resto de su condena yendo a dormir a prisión de lunes a jueves.

Los últimos años de Núñez se caracterizaron por su perfil bajo, rehusando cada vez más aparecer en los medios y en actos públicos. Décadas antes, cuando era presidente, se había jactado de que "por 2.000 millones de pesetas podía hacer fichajes hasta mi portera". En enero de 2015, cuando un periodista de Catalunya Ràdio lo localizó por teléfono en su domicilio el expresidente respondió que no era él.

– Aquí no hay nadie, aseguró Nuñez.

– ¿No hay nadie? ¡Si estoy hablando con usted!, respondió el periodista.

– No, conmigo no.

– ¿Y con quién hablo?

– Yo soy el portero.