De pocas luces

De pocas luces

"Me atrevo a solicitar a los señores de las monedas, con toda humildad, que no protesten, ni amenacen, ni voceen espantosos augurios".

De pocas luces.CARLOS ALEJÁNDREZ 'OTTO'

No se asusten los honrados y benevolentes ciudadanos madrileños, que el titular de esta nota no alude a las próximas Navidades, en las que no faltarán las bóvedas mareantes de extremo a extremo de la calle ni los anzuelos colgando de las farolas debidamente acompañados por la música de la felicidad decretada.

De igual manera, los esforzados vigueses pueden respirar tranquilos: la NASA ya ha sido advertida del apoteósico aumento de luminosidad en la zona.

A mí, que fui todo lo feliz que era posible en una aldea y en aquellos años grises sin más iluminación navideña que las luciérnagas, no me termina de entrar en la cabeza el empecinamiento con que algunos se asombran ante estrellas cuyo único mérito es ocultar las de verdad, y pido disculpas por anudarme durante un momento el turbante de Tagore.

Lo que en verdad me hacía dichoso eran las brasas del cocedero que alejaban los fríos de diciembre y forzaban el borboteo de las sopas de ajo, y la luz del candil que alejaba los monstruos y permitía leer los menesterosos tebeos que, de prestado y de quinta mano, me acompañaban por la noche.

Y es que mi madre me dio a luz antes de que nos dieran la luz eléctrica.

Ahora que por fin han llegado las lluvias y podemos respirar sin abrasarnos, el alivio se empaña ante la perspectiva de otro invierno oscuro y tiritón. Si difícil es resistir la visión del ventilador apagado mientras la gaseosa hierve, la posibilidad de carámbanos a este lado de los cristales y cenas frías por falta de presupuesto resulta aterradora.

Aunque más aterrador resulta que haya individuos a quien no les conmueve la precariedad en que chapotean no pocas familias, a la que se les parte el corazón entre la hipoteca, el recibo de la luz y la nefasta costumbre de comer a diario que se obstinan en mantener.

Con esto no había contado Alejandro Sanz.

Tipejos que enarbolan la lógica del mercado como sus antepasados el brazo incorrupto de santa Teresa o la Tizona del Cid para explicarnos que no está bien que nadie intervenga en los beneficios de una empresa, ni siquiera si tal empresa gestiona un bien esencial; tampoco si la licitud y honradez de las tarifas que impone están, cuando menos, en entredicho; ni mucho menos si el beneficio es a costa del mínimo bienestar de los menos favorecidos por esta rueda que tiene muy poco de fortuna y mucho de expolio. Después de más de un siglo comprobando empíricamente que los desmadres de los mercaderes caen como sacos de arena sobre las costillas de los mansos, aún sostienen los tales que su libertad (la nuestra no la contemplan) redundará en beneficio de todos.

Después de la penúltima crisis, me parece que ha quedado claro que su mantra no se lo creen ni ellos.

Pienso en todas las subvenciones, bonificaciones y deducciones que sobre el combustible y la luz han descargado los gobernantes y compruebo que, aun así, los precios siguen subiendo, y que no nos queda más consuelo que imaginar a cómo estaríamos pagando la llama del fogón sin tales intervenciones.

Y yo ando ya sopesando la posibilidad de asar los pichones a pura cerilla.

Leo que la Unión Europea ha decidido intervenir e imponer una tasa oficial sobre los beneficios extraordinarios de las empresas energéticas, mientras que el gobierno español (que a nadie se le olvide que lo es) se prepara para gravar los ingresos de las mismas y de los bancos, que tampoco han perdido oportunidad de cargar las tintas, y el calamar entero, sobre sus receptores de crédito y mantenedores de cuentas corrientes.

Y me atrevo a solicitar a los señores de las monedas, con toda humildad, que no protesten, ni amenacen, ni voceen espantosos augurios, y asuman con alegría su papel en esta obra, porque nadie les está condenado al desahucio, ni piensa vaciarles las cuentas, ni siquiera despedirlos en nombre de la rentabilidad. Tan solo se les pide que ganen lo mismo que en años anteriores, que no ha sido poco, y dejar para los demás alguna que otra ascua, que ellos no sentirán la merma de ceniza.

En algún momento, hubo quien esperó de tan poderosos caballeros un poco de piedad, dado que, a ellos, no les iba a costar nada en el fondo. Pero ese tiempo pasó. Por más anuncios en los que se disfracen de ecologistas responsables, de gestores eficaces o de conscientes solidarios, la careta de los dueños de las empresas energéticas y la de los banqueros se han caído al suelo y han quedado hechas unos zorros con tanto pisotón. Ni para disimular el careto de Quasimodo servirían.

Y como barrunto que a estos ciudadanos les da igual su reputación y creen que conciencia es una ciudad de Chile, pues no me parece mal que sea la iniciativa del Ejecutivo la que ponga un poco de orden. Aunque también me da el pálpito de que ese famoso refrán que reza “hecha la ley, hecha la trampa” lo inventaron ellos, que no han sentido ningún remordimiento por alargar el invierno de la Cañada Real (y de varios lugares más) hasta que el verano los asfixió ni muestran ningún interés por ahorrarles una nueva experiencia.

Por cierto, si alguien tiene el teléfono de aquella ministra austriaca que hace un año, poco más o menos, nos alertó sobre el gran apagón que nos acechaba (alerta que fue recibida con incredulidad y chistes), hágame el favor de pasármelo, que le voy a preguntar los números de la Primitiva.