'El caso Wanninkhof-Carabantes' o cómo no revictimizar a Dolores Vázquez

'El caso Wanninkhof-Carabantes' o cómo no revictimizar a Dolores Vázquez

El mayor reto del documental de Netflix ha sido no generar “nuevos monstruos”, explica su directora.

Alicia Hornos, madre de Rocío Wanninkhof, rodeada de periodistas en 1999.Netflix

El caso Wanninkhof-Carabantes ya está en Netflix. Un documental que reabre una herida de hace más de 21 años, cuando Rocío Wanninkhof fue asesinada. Su investigación se convirtió en uno de los casos más mediáticos de España y no hacía mucho que había concluido el juicio de Alcàsser.

Precisamente por eso, “se necesitaba una rápida resolución”, explica la directora del documental, Tània Balló. Las prisas hicieron que se construyera “un relato sin pruebas, pillado por los pelos” que se cobró una víctima más: Dolores Vázquez (exnovia de Alicia Hornos, madre de la víctima), que era inocente, fue condenada a 15 años de prisión.

El mayor reto de Balló en esta película era “no revictimizar a las víctimas” ni generar “nuevos monstruos”, aunque “por desgracia, Dolores Vázquez no es anónima, lo ha conseguido yéndose del país 18 años”.

En 1999, cuando la joven fue asesinada, “la gente estaba muy nerviosa ante este tipo de crímenes. La Costa del Sol no podía ser un lugar en el que desaparecían chicas jóvenes”, apunta la directora. Por ello, cuando dieron con Dolores Vázquez como culpable “necesitaron todo un armamento para generar una opinión pública a favor. Lo que pasó a continuación fue brutal”, añade.

Con ello se refiere a cómo en la sociedad de principios de los 2000 se presentó a una mujer como culpable de un crimen pasional que históricamente “siempre había estado relacionado con la peor versión de la masculinidad”. De hecho, se jugó con la homosexualidad de Dolores Vázquez para masculinizarla ante la opinión pública, incluso en el juicio, con el único fin de que encajara en ese perfil.

“Si hubiese sido un hombre no habría existido esa deshumanización tan bestia, porque habría sido un enemigo esperado, un relato que ya conocíamos. La violencia vicaria a la que ahora sabemos poner nombre”, subraya.

La otra víctima mediática: Alicia Hornos

La descripción simbólica de Alicia Hornos como personaje sería, según la documentalista, “la viva imagen del dolor hecha venganza”. Cuando pudo hablar con ella, Balló fue consciente de que la madre de Rocío Wanninkhof era una víctima a la que “se trató mal” aunque se le hubiese dado voz. ”¿Con qué intención se le daba voz?”, reflexiona.

La directora entiende que con la única motivación de “que su dolor sirviera para reafirmar una tesis” que otros habían orquestado. Alicia Hornos era una mujer que había perdido a su hija de 18 años y a la que durante un año “nadie supo decirle qué había pasado. Una mujer vulnerable a la que le contaron una historia y a la que convencieron con argumentos de un relato que no era disparatado”, explica. Ella, apunta, necesitaba ese relato, pasar al duelo, y construyó su dolor a partir de esa historia: “Fue una agente necesaria para el circo que montaron otros”.

Ni siquiera Dolores Vázquez lo veía disparatado. Como reconoce en imágenes de archivo recogidas en el documental, entendía que se le arrestara como sospechosa —no que se le condenara— por formar parte del círculo íntimo de la familia.

Tània Balló recuerda una entrevista de Alicia Hornos en televisión, en la que “todos los que habían alimentado que ella despotricara sobre su expareja, de repente, cuando se sabía que era inocente, la trataban como a una loca”.

El silencio de Dolores Vázquez

La directora intentó hablar con Vázquez para que participara en el documental, aunque tenía clara cuál sería la respuesta desde el principio. “La razón es evidente”, entiende.

“No tiene ninguna ganas de hablar, somos los demás los que necesitamos que hable”, analiza, aunque si lo hiciera “le quedaría poco espacio de control sobre su vida”. Al final, si es el público el que está esperando que hable es porque “somos una sociedad en la que el silencio nos hace creer que tenemos derecho a la propiedad de una intimidad. Si tú no hablas sobre tu vida, prepárate para que especulemos”. Sin embargo, toca asumir que el silencio no reafirma ninguna tesis y que “es una decisión privada que no hace culpable a nadie”.

¿Cómo pedir perdón a Dolores Vázquez?

La resolución del caso de Sonia Carabantes, asesinada en 2003, excarceló a Dolores Vázquez cuando se demostró que el ADN del hombre que mató a la joven coincidía con el de una colilla que se encontró junto al cuerpo de Rocío Wanninkhof. La expareja de Alicia Hornos llevaba 17 meses privada de libertad y, según Hornos, en 14 días de juicio no se mencionó en ningún momento la existencia de dicha colilla.

Ese ADN pertenecía a Tony King, conocido como El estrangulador de Holloway en Reino Unido. Confesó ser el autor de las dos desapariciones y asesinatos y fue condenado a 53 años de prisión. El autor confeso de los crímenes había estado en la cárcel en numerosas ocasiones en su país de origen y la Interpol notificó a España que era “un peligro potencial para las mujeres”.

La notificación no se comunicó correctamente, y el entonces ministro de Interior, Ángel Acebes (PP), tuvo que comparecer en el Senado para dar explicaciones.

“Este es un país que no tiene el gesto escénico del perdón público. Si hablásemos de Alemania, saldría Merkel y pediría perdón. Aquí no se hace”, explica la directora, que reconoce que debería escenificarse ese perdón público, pero desconoce cuál sería la mejor forma de hacerlo: ”¿Pedro Sánchez? ¿Los medios de comunicación? Creo que debemos reflexionar sobre ello”.

“Necesitamos socialmente el perdón para redimirnos. Es como decir que Dolores Vázquez tiene que hablar. ¿Para quién y para qué? Para sentirnos bien porque entendemos que necesita enfrentarse a una cámara para decirnos que lo ha superado”, detalla.

Dolores Vázquez no ha recibido ninguna indemnización ni la recibirá. “Un sistema democrático tiene que asumir responsabilidades cuando se rompe y se equivoca”, lamenta Balló, que ha rodado este documental con el peso de las “líneas rojas en la narración” que no se han permitido rebasar “para revivir la historia desde el respeto, y no desde el morbo”.