Exportando Tejeros

Exportando Tejeros

España siempre ha sabido exportar españoles: miles de nuestras mejores mentes y nuestros más grandes corazones empujados al exilio.

Exportando Tejeros.CARLOS ALEJÁNDREZ 'OTTO'

Menos mal que la situación de nuestra tecnología en el mundo se ha normalizado, y ya las patentes españolas se pasean por esos países de Dios con la cabeza alta y el lógico aprovechamiento económico y tecnológico para quienes las detentan. Ya hemos dejado atrás los tiempos en que si cabía presumir de algo era de la fregona y del chupachups, hitos del ingenio español, especializado, al parecer, en aplicar un palo donde se considere necesario.

A eso le sumábamos, en nuestro mitificado pasado, la histórica injusticia sufrida por los señores Peral, Monturiol y de la Cierva, a los que la inquina internacional les quitó el mérito por la invención del submarino y el autogiro.

Aunque tengo para mí que la culpable fue la desidia con que tradicionalmente han recibido nuestras autoridades a los investigadores.

Tal resumen es, lo sé, injusto (salvo el último párrafo), y no ha faltado el concurso de la ciencia y la ingeniería españolas a lo largo de los siglos; Ramón y Cajal o Torres Quevedo son dos nombres de entre los muchos que han mejorado la vida de sus vecinos, tanto los cercanos como los del otro lado del mar. Y los poseídos por el orgullo patrio bien pueden sacar pecho ante los logros médicos, ferroviarios y energéticos que la rojigualda arropa. Aunque los de a pie siempre hemos preferido presumir de nuestras otras exportaciones, las que los turistas de los primeros años se llevaron consigo sin darse cuenta de que iniciaban una nueva conquista española, esta vez sin carabelas ni tercios: la siesta y la paella.

La supremacía de la siesta fue incuestionable desde el primer momento. Cuando britanos, teutones y yankis descubrieron que la economía no se derrumbaba por una cabezada, las tardes transcurrieron con más viveza tras el beatífico sueño.

Pero la paella, inamovible paradigma de los dogmas comestibles, corrió peor suerte: si los puristas se rasgan el mandil ante las mixturas aberrantes fotografiadas para los menús turísticos, las noticias que llegan de allende el mar les provocan repetidos y letales infartos: paella utilizada como cobertura de pizza, dispuesta entre pan de sándwich, oculta bajo un palio de chorizo, servida con huevo frito, acompañada de espaguetis… seguro que ustedes también han musitado oigo, patria, tu aflicción… y han ido al armario a recuperar el trabuco del tatarabuelo.

Y es que son tan contadas las paellas que cumplen los requisitos enciclopédicos, que no me quedó otra que citar una en su punto cuando me preguntaron cuál era el plato más exótico que había probado en mi vida.

Pero de verdad, de verdad, España siempre ha sabido exportar españoles: miles de nuestras mejores mentes y nuestros más grandes corazones empujados al exilio por un gallego bajito, y millones de brazos fuertes y estómagos en barbecho que no dejaron nunca de marcharse donde fuera por ver de comer a diario y abrigarse con cierta holgura.

Extremeños que se creyeron la leyenda de El Dorado, gallegos que pensaron que a lo mejor no era tan malo trocar la muñeira por el tango a cambio de prosperar un poco, canarios que abandonaron desiertos de gofio y atravesaron mares de mojo verde hasta llegar al Caribe, y austeros mesetarios que vieron en Alemania el futuro que no se vislumbraba en su esquilmada comarca. Más de tres millones, en un momento dado, que enviaban divisas con puntualidad a sus familiares de aquí, para que se aviaran y comprasen el necesario piso o la rala fanega. Su arrojo, su melancolía y su desgaste fueron nuestro verdadero milagro económico.

De paso (Vente a Alemania, Pepe), enviamos a los reinos del frío a unos cuantos machos ibéricos para engrandecer la leyenda que solo se mantenía erecta en las películas del magnífico Alfredo Landa.

Y ahora me sorprende que una nueva especie peninsular se esté aclimatando en hábitats lejanos: el golpista. La noticia del complot desarticulado en Alemania no ha mucho me ha recordado los primeros años de democracia, cuando eran tan abundantes las charlas de café entre militares, con asistencia de algún banquero y más de un prelado, que algunas cafeterías, siempre mirando por el cliente, subieron el Hilo Musical para opacar el ruido de sables e instalaron teléfonos directamente conectados con la Acorazada Brunete.

A saber cuántas Galaxias tuvieron lugar antes y después del tejerazo, cuántas se quedaron en la mesa con el resto del carajillo y la colilla del Farias y cuántas fueron desmanteladas a la puerta de los cuarteles.

A saber por qué no llegó a buen término el asalto que me vació el restaurante y nos aflojó el vientre a todos.

Y si me van a insinuar que golpes de estado los ha habido en todas partes, les responderé como hacen ciertos comercios de los de toda la vida: la tradición nos avala. Aunque reconozco que las nuevas técnicas vienen pegando fuerte: aún no está claro que le dieron de beber al presidente del Perú para que él mismo se levantara contra su régimen y se dejara defenestrar. Medio mundo se lo pregunta, aunque nunca se haya interrogado por lo que trasegaron Bolsonaro y  Trump durante estos años.

Así que, por si nos faltaba algo para completar esta década prodigiosa, ahora tenemos ruido de sables en el centro de la Unión Europea, producido por nostálgicos del Reich que aplauden a quien sea con tal de que invada algo.

Suerte que esa tropelía fuera del tiempo no pasó de escaramuza, quizás porque no contaban con  el asesoramiento de nuestro ex teniente coronel experto en sobremesas conspiradoras.

Y si quieren los conjurados rendirle homenaje, nada mejor que preparar una paella de hermandad (ya lo hicieron en un cuartel de la Benemérita) sazonada con pólvora.