Falsa sinceridad y gran engaño

Falsa sinceridad y gran engaño

Todo necesita el tiempo que necesita. Y esta pandemia empezó como todas, llena de sombras.

Cayetana Álvarez de Toledo, Pablo Casado y Santiago Abascal. JAVIER SORIANO via Getty Images

Un par de artículos en diarios conservadores  y algunos wassaps sobre la tardanza en conocer los intríngulis del coronavirus,  y unas declaraciones del senador popular Javier Maroto  en La Sexta sobre el modo de contar a los fallecidos por Covid-19 en las residencias de mayores me provocó, al menos, el triple o cuádruple estupor del que presumían ellos. Un columnista, de los mejores en esa horquilla ideológica, escribe que “Simón activa el interruptor del cabreo social porque su imagen diaria en TV aviva el recuerdo de la tardanza en actuar contra el virus…”. 

Y claro, va a resultar que mejor no recordar, y por lo tanto mejor que Simón no comparezca ante los españoles diciendo lo que se va sabiendo. Porque de esta ‘cosa’ cada día se sabe un poco más; igual que sucede con el cáncer o con la hipertensión o con la diabetes… Sensu contrario, ahí tenemos, en ese goteo, en esa búsqueda afanosa, el mejor ejemplo de los denodados trabajos para encontrar tanto una medicación que tenga efectos, como una vacuna que de una vez haga desaparecer esta intranquilidad y este temor a lo desconocido y a la incineración rápida que nos atenaza a todos. 

Podría preguntarme yo (si fuera más o menos tan estúpido como muchos de los que hablan en este sentido) que qué puñetas hacen esos ‘presuntuosos’ –este es un calificativo muy frecuentado por la exaltada derecha estos días– investigadores que llevan meses, porque el tiempo pasa, trabajando sin resultados palpables. ¿Son acaso incompetentes, simplones, tardones…?  Pero es que todo necesita el tiempo que necesita. Y esta pandemia empezó como todas, llena de sombras. 

Está claro que las autoridades chinas no le dieron mucha importancia, o al memos la que tenía, hasta que se provocó el escándalo social y principios de rebelión en la calle. En ese instante la dictadura de Xi optó por manipular los datos de muertos, que se redujeron –por comparación lo sabemos– a una cantidad ridícula. Eso tuvo consecuencias importantes en los países que se fueron infectando: si en Wuhan, con casi 12 millones de habitantes, mueren alrededor de 3.000 personas, en toda Italia, con 60 millones, podrían morir entre 15.000 y 20.000. O en España, con casi 47 millones de habitantes podrían morir entre unos 12.000 y 15.000, a igualdad de condiciones sociales, climáticas, preventivas, de salud pública, hospitalarias, de edad… 

La epidemia entró en España quizás a principios de enero. El caso del infectado en La Gomera, un turista alemán que se contagió de un chino en Alemania, se descubrió oficialmente el 31 de enero, cuando se certificó su positivo. Por lo tanto tuvo que haberse infectado antes, como es lógico, aunque en este país haya muchos profetas a toro pasado.

Todo necesita el tiempo que necesita. Y esta pandemia empezó como todas, llena de sombras.

Antes de que estallara la alarma, aunque ya la gente estaba ‘desinquieta’, que se dice en Canarias, el 18 de febrero a las 08.55, un médico de familia o de atención primaria del Centro de Salud de Santa Brígida (Gran Canaria/Las Palmas), hablando del asunto, me decía que era imposible saber si alguno o muchos de los casos de gripe –porque hubo un solapamiento temporal de ambas– no serían en realidad de coronavirus, porque verdaderamente los síntomas podrían ser compatibles. ¿Quién sabe, incluso, si un médico firmó la defunción creyendo que era una ‘simple’ gripe estacional cuando en realidad era una variante llamada coronavirus que presentaba un cuadro en apariencia gripal? Creo que esto ya lo reflejé en su día en un blog.

Por otra parte, hay estudios clínicos solventes, como el del CIBER de Epidemiología y Salud Pública y el Instituto de Salud Carlos III, que pueden encontrarse fácilmente en Internet, que evalúan la incidencia de la gripe ‘común’ en la temporada 2017-2018 en 700.000 casos leves, 52.000 hospitalizaciones y 15.000 muertes, que algunos en la red consideraban menor de la que era. Y todo esto a pesar de la vacuna, que cada año se modifica porque el virus de la gripe también se modifica cada año. Ya me dirán la tragedia si encima no hubiese vacuna.

También ciertos pontífices periodísticos de la derecha, que suelen confundir el periodismo de investigación con el de instigación, y los políticos del centro-derecha (sic) que frecuentemente presentan el síndrome reaccionario del Partido Conservador que ya diagnosticó John Maynard Keynes en su célebre conferencia de Cambridge en 1925, se hacen cruces –muy propio– porque el Gobierno (a través de las comparecencias de Simón) no facilita los datos ‘reales’ de muertes. ¿Pero facilitar esas cuentas al Gobierno no es desde los estatutos de Autonomía una competencia de las Comunidades Autónomas? Aaaamigo.

Está hartando a la gente sensata esta manía altanera de analizar a España como si todavía fuera la España franquista, ‘una, grande y libre’ (la oposición clandestina y apaleada decía que era ‘una’ porque si hubiera otra, la mayor parte se iría a ella; grande, por la cantidad de sinvergüenzas que había; y libre, porque se podía leer cualquier periódico, siempre que fuera de la Prensa del Movimiento o del Verticato), centralista, autoritaria y gris marengo.

La intención de esta ‘pertinaz sequía’ intelectual y la sistemática y malintencionada confusión es muy probablemente echar balones fuera y dejar a salvo de responsabilidad política y de imagen a las autonomías en manos del PP, y a los recortes en sanidad y dependencia cuyas tijeras manejó con extremo rigor y destemplanza –no quiero emplear la palabra crueldad– el Gobierno Rajoy.

Insisto: ¿nadie se acuerda de las mareas blancas, y de las azules, y de las rojas, y de las verdes, que inundaban las calles de España para protestar contra el machaqueo inmisericorde a los trabajadores y clases medias, y cuyo resultado, detectado hasta por la OCDE, el FMI, el Banco Mundial, Bruselas… ha sido que los ricos salieron mucho más ricos y los pobres mucho más pobres, hasta que el confinamiento ha traído un factor de igualdad que desequilibra e incomoda a los privilegiados?

Y como siempre en estas o parecidas coyunturas aparece rodando por las redes la famosa conspiración de George Soros y Pedro Sánchez, o la enésima trola sobre un inminente golpe de Estado y levantamiento militar, intoxicaciones para calentar el ambiente y provocar el cabreo de la parroquia que caminan de la mano con una interesada ceguera ante ciertas molestas comparaciones, molestas para el que pierde en ellas, naturalmente: ¿A algún gobierno europeo más han engañado los intermediarios e industriales chinos, o ha sido solamente al español, que lo ha hecho distinto a los demás, que ha pecado de dormilón incompetente, de pardillo… cuando no de algo muchísimo peor?

Antes de la crisis traer a España un kilo de mascarillas costaba 3 dólares; cuando comenzó la crisis pasó a 8 dólares… y ahora  cuesta 15 dólares.

Antes, en los tiempos pre- digitales pero muy dactilares algunos periodistas teníamos nuestro propio archivo personal, el mío una cajonera Roneo de metal gris ratón, tras mi mesa también Roneo en la redacción, para escribir con cierta documentación. Hoy esta posibilidad está al alcance de todo el mundo, sin armatostes ni carpetas de recortes llenas de ácaros. Con poco esfuerzo, comparado con el nuestro de hace cincuenta, cuarenta, treinta años… puede uno enterarse de cosas interesantes que contribuyen a no confundir ni a mantener en la ignorancia o el error inducido al lector, como que los chinos han engañado a los gobiernos de Reino Unido, que encargó millones de test de anticuerpos que no han funcionado; al gobierno holandés, que tuvo que retirar 600.000 mascarillas defectuosas; al gobierno alemán, que devolvió otras 600.000, y pierde seis millones que pasaron por Kenia; además de a los gobiernos de Ucrania, Turquía, EEUU, etc.

Todos, por otra parte, han tenido que enviar el cheque por adelantado, como los empresarios que hacen cola; además, los chinos han especulado abusivamente con los fletes de los aviones. Como dice en su blog el periodista tinerfeño Santiago Negrín, antes de la crisis traer a España un kilo de mascarillas costaba 3 dólares; cuando comenzó la crisis pasó a 8 dólares… y ahora  cuesta 15 dólares. Cinco veces más. Así la República Popular de Xi va a llegar a la Luna, y hasta a Marte,  más pronto de lo esperado.

Y aquí, mirando a un dedo mentiroso en vez de a las estrellas. A un dedo que está en posición de peineta. Un dedo de una mano que quiere estirarse para hacer el saludo de ‘cara al sol’.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.