Estrellas, sol, luna... y ni un alma: el portal de Belén, vacío por la pandemia y la ocupación

Estrellas, sol, luna... y ni un alma: el portal de Belén, vacío por la pandemia y la ocupación

El lugar donde la tradición marca el nacimiento de Jesús se enfrenta al cierre por la variante ómicron, que se suma a décadas de restricciones por parte de Israel.

La Plaza del Pesebre de Belén, con la iluminación de este año. Maya Alleruzzo via AP

En Belén hay estrellas, sol y luna, naturales y artificiales. Lo que no hay es gente. La ciudad palestina donde la tradición marca el nacimiento de Jesús un 25 de diciembre llega a Navidad con sus santos lugares prácticamente inaccesibles, los tradicionales eventos y misas reducidos a su mínima expresión y el comercio y el sector hotelero, del que dependen el 80% de sus vecinos, cerrados por segundo año consecutivo.

La pandemia de coronavirus, con la variante ómicron pegando duro, ha obligado a reforzar unas medidas de control que se habían relajado y auguraban unas fiestas salvables. Y llueve sobre mojado: el muro de separación de Cisjordania con Israel, los asentamientos ilegales, las restricciones al culto cristiano y al turismo ya hacían que esa tierra estuviera lejos de ser el remanso de paz que cantan los villancicos.

Cunde la desesperanza. Da igual que el lema elegido para la campaña turística de este año sea precisamente ese, “esperanza y luz”. Eso fue hace un mes largo, cuando se imprimieron los carteles y las banderolas. Ahora ya no casa. A principios de noviembre, Israel, la potencia ocupante que controlas las fronteras cisjordanas, permitió la entrada a turistas extranjeros vacunados, tras un año y ocho meses de cierre, lo que les abría las puertas a Jerusalén oriental y Cisjordania, zona ocupada según diferentes resoluciones de Naciones Unidas. Sin embargo, ni un mes después, otra vez han sido restringidos los accesos, ante la aparición de una nueva cepa de virus para la que no se sabe aún la capacidad de dar la batalla que tienen las vacunas actuales.

Sólo en la primera quincena de noviembre, según datos del Ministerio de Interior de Israel, entraron 30.000 turistas, la inmensa mayoría por su aeropuerto de Tel Aviv, mientras que en el mismo periodo del año pasado la cifra fue de 421.000. Se calcula que cerca del 70% de ese flujo no acaba en las playas de Tel Aviv o las cuestas de Haifa, sino visitando Tierra Santa, lo que incluye territorios palestinos como Belén.

Anton Salman, el alcalde de la ciudad, reconoce en conversación telefónica con El HuffPost que en el lugar “en el que empezó todo” lo están pasando mal. “Teníamos confianza en que la campaña fuese buena para las personas que trabajan en el turismo y para los fieles que siguen con tanta fe las celebraciones, pero incluso aunque reabran las fronteras, como se especula, antes de que acabe el año, la Navidad estará muy resentida”.

Su despacho está en plena Plaza del Pesebre, sus vistas son la Basílica de la Natividad. Un lugar envidiable. Hace un silencio cuando se le pregunta por los eventos de este año. “Esta plaza debería estar llena de gente. Hoy veo un par de gatos”, relata. En 2019, la última navidad sin saber que el covid-19 andaba suelto, 1,5 millones de personas visitaron Belén. Todo un récord. “Hemos pasado de los mejores datos a los peores. Hemos llegado a tener un 40% de paro, que ha bajado al 25% por las dos semanas de apertura de que hemos gozado en noviembre. Me temo que los datos volverán a subir”, augura.

El Gobierno palestino ha puesto en marcha, relata, un programa de exenciones fiscales y de formación para buscar empleos alternativos a los camareros, cocineros, conductores o guías hoy parados, pero “es el segundo año que se pasa por este trance, Palestina no es un país rico y, yani...”. Yani. Bueno. A saber. Se llega hasta donde se puede, viene a decir. Se está intentando que los árabes que viven en Israel -cerca de 1,9 millones de personas- se animen a visitar la ciudad, cruzando muros, controles y alambradas, pero por ahora no hay mucho éxito. Y si llegan al 20% de extranjeros de hace dos años, ya será mucho, confiesa. Augura en torno a un 10%, no más.

  Un bebé, sobre la estrella que marca el lugar del pesebre de Jerús, en la Basílica de la Natividad. HAZEM BADER via Getty Images

Salman se duele de este “golpe” para su población castigada y para la de pueblos cercanos que viven de la influencia de Belén como imán turístico, pero además suma otro dolor “profundo”: que el mundo no puede ver la restauración a que ha sido sometida la Basílica de la Natividad, donde se encuentra el supuesto portal de Belén, la estrella de 14 puntas que marca el lugar exacto de la alegría y la fe de los cristianos. Seis años han durado las obras, que han contado con dinero de España, entre otros países, y que han dejado ahora limpios los mosaicos de época cruzada y el mármol del siglo VI, restaurado, y han permitido reforzar una estructura que peligraba, sobre todo en su techumbre.

Se calcula que se han invertido 17 millones de dólares (algo más de 15 millones de euros) en los trabajos, pero aún harían falta dos mas, confirma el regidor, para mejorar las baldosas e instalar sistemas antincendios y de climatización. “Los andamios que han afeado la estructura ya no están. Tenemos nuestro tesoro renovado, visible, Patrimonio de la Humanidad para todos, pero sólo nosotros lo podemos disfrutar, con lo que supone esto para la Cristiandad”, señala el alcalde, cristiano él mismo.

Lo que se ha mantenido este año ha sido el encendido del árbol de la plaza, algunos conciertos y pequeños actos litúrgicos. La misa del gallo de la Nochebuena será en familia, sólo con religiosos y algunas autoridades locales y diplomáticas, cuando antes de la pandemia era el evento del año en Palestina, para el que conseguir una invitación era milagroso y donde se encontraban todos los pesos pesados, incluyendo al presidente palestino, Mahmud Abbas. Los aforos son limitados y muchos actos han pasado a ser online, exclusivamente. “La seguridad y la vida están por encima de todo”, concluye el regidor.

Los belenienses están cansados y no ven un horizonte claro. Su Navidad es agridulce. El chef Fadi Kattan, uno de los más reputados de Palestina y símbolo internacional de la ciudad, afirma rotundo: “No creo que el turismo vaya a regresar pronto”. Su ausencia la ha sufrido en carne propia, pues gestiona la casa de huéspedes Hosh Syrian, un sitio mágico lleno de paz y con unas vistas espectaculares que ahora nadie mira. Desde marzo de 2020 está cerrada y Kattan tuvo que despedir a sus empleados. Él mismo más bien sobrevive fuera -ahora, en Londres, por ejemplo-, con cursos de cocina y seminarios.

Entiende que no es “factible financiera ni prácticamente” reabrir antes de Navidad, ni siquiera en esas semanas de tregua que apenas han servido al sector para guardar algo ante el duro invierno. “A la economía de Belén le llevará años recuperarse del impacto combinado de dos años de pandemia, desde hoteles y restaurantes hasta los granjeros, dueños de tiendas y lavanderías que dependían de sus negocios”, señala. “Para reabrir de forma segura tenemos que ver que existen perspectivas a largo plazo”, afirma.

  Un hombre disfrazado de Papá Noel se pasea por la Calle de la Estrella de Belén.Majdi Mohammed via AP

Su opinión la comparte Jamil Obeid, tallador de adornos de navidad en madera de olivo de la Calle de la Estrella, la que se supone que sigue el trazado del astro que guió a los pastores hasta el niño Jesús. “La frase dice que algo es como una montaña rusa. Yo no me he montado en ninguna ni he visto ninguna en mi vida, pero entiendo lo que tiene que ser, arriba y abajo. Así estamos nosotros. Pensamos que este año era el bueno y otra vez encerrados. El negocio lo abro para limpiar y para que no causen problemas los productos con los que trato la madera. Es desolador”, relata.

En su caso, de él depende una familia de ocho personas. Ya tiene dos hijos exiliados, en Jordania, porque no hay pan. ”¿Qué más nos tiene que pasar a los palestinos? Sólo pido salud para el mundo y un poco de esperanza. Ya trabajar duro no te sirve tampoco si no tienes a nadie en la tienda. Salud y que nos dejen libres. Y así prosperaremos”, sostiene.

Mucho más que coronavirus

Belén era una ciudad de mayoría árabe palestina cristiana, que convivía con una minoría musulmana, pero la violencia desatada a partir de la Segunda Intifada contra Israel -que se prolongó desde el año 2000 hasta el 2004-, tuvo como efecto secundario una erupción del islamismo, que afectó la vida de los cristianos y provocó un importante éxodo. Hoy, estancada la situación en el conflicto con Israel, los cristianos siguen siendo una comunidad grande y sus fiestas, mucho más allá del sustento, son celebradas por todos los belenienses por igual. “Una hermandad”, dice orgulloso el alcalde.

La vida diaria en este rincón que resuena en el mundo entero no es sencilla, independientemente del coronavirus. El camino que lleva a Belén baja hasta el valle escoltado por agentes de frontera israelíes, jeeps, muros de hormigón y torres de vigilancia. A un lado y al otro de la carretera principal, en las zonas donde no hay ni valla de alambre y púas que frene la vista, las colonias ilegales en las que residen 600.000 israelíes salpican el paisaje, con moles de viviendas ya habitadas y andamios y hormigoneras para ampliarlas.

Si Santa Helena no se equivocó situando los Santos Lugares, hoy los pastores podrían ir a visitar al Niño Jesús sin cruzar checkpoints, desde Beit Sahour, el llamado valle de los guardianes de la noche, hasta la basílica de la Natividad de Belén; pero posiblemente los Reyes Magos se vieran retenidos en un control por falta de permiso, caminando desde el Mar Muerto.

El ejemplo más claro del bloqueo que padece Belén es la calle de la Estrella donde trabaja Obeid, que también fue reconstruida con dinero de AECID, la agencia de cooperación española. Históricamente, la vía era el acceso a la ciudad y estaba plagada de comercios, de vendedores de productos frescos y artesanos. Ahora, no hay un alma. No pocas tiendas estaban ya cerradas antes de esta crisis sanitaria, empezó la debacle con la Segunda Intifada, precisamente, cuando la villa fue escenario de algunos de los más duros enfrentamientos entre palestinos y Ejército israelí, incluyendo el asedio a la Natividad, y se frenó de pronto el flujo de turistas. Se había recuperado un poco en los últimos años y ahora, nuevo frenazo.

En Belén, el 28% del total de sus habitantes tiene estatus de refugiado, es decir, son personas que se resguardaron en la zona tras escapar de sus ciudades originales en 1948, tras la creación del Estado de Israel y la guerra posterior, con sus descendientes. Campos como el de Aida muestran toda la crudeza de este conflicto viejo de más de 70 años sin resolver, sin paz, sin estado.

Rula Maayah, la ministra palestina de Turismo, que tiene su oficina en Belén por su importancia estratégica en el sector, reconoce a Reuters que, pasada la Intifada, sin atentados al otro lado del muro y sin enormes incursiones armadas por parte de Israel en Cisjordania (Gaza es otro mundo), los visitantes iban recuperando la confianza de forma paulatina. Hay unas 8.000 habitaciones, en hoteles de cinco y cuatro estrellas, incluso, en los que rusos y polacos son los principales clientes.

El alcalde reconoce que hay recelos porque hay turistas que no saben bien ni dónde van, si Belén es Palestina o es Israel, qué peligros conlleva la estancia o qué servicios encontrarán. Sobre eso, hay un problema añadido que empuja a muchos visitantes a alojarse en establecimientos de Israel, al otro lado de los controles: las restricciones a los guías y autobuses turísticos. Sólo hay 42 palestinos autorizados a cruzar al lado israelí y hacer tours allá con sus clientes, mientras que el Ministerio sostiene que hay 7.150 israelíes que tienen libre acceso a los territorios palestinos.

“Estos guías van a zonas palestinas como Belén, el este de Jerusalén o el Valle del Jordán, mientras nosotros no podemos enseñar nuestra propia tierra de forma profesional. Al hacer los paquetes turísticos, las agencias optan por lo sencillo, aunque nosotros pongamos precios competitivos”, se lamenta.

Lo “sencillo” es la visita rápida a la Basílica de la Natividad o al Campo de los Pastores. En muchos casos los turistas traen hasta el bocadillo comprado en el lado israelí, porque los asustan sobre los alimentos de esta zona, y compran sus souvenirs también allí porque les comentan que los de Belén, los palestinos, son made in China.

“Lo que los israelíes están haciendo con los cristianos es coger su propia tierra para obligarlos a marcharse”, dice el padre Ibrahim Shomali, al frente de una parroquia con 160 años de historia. Pone como ejemplo los 120.000 cristianos procedentes de Beit Jala que se encuentran hoy en EEUU, exiliados por el asedio. “Y ahora el coronavirus... Tenemos que aceptar la realidad y hacer las cosas correctamente, aunque con profunda tristeza. Quizá esto sensibilice al mundo sobre nuestra situación de hace tanto tiempo”, confía.

Un informe del Banco Mundial reconocía que “el control israelí impide el despliegue del potencial económico palestino”, con el turismo como uno de sus pilares. Sólo si la administración palestina controlase los territorios de la llamada Zona C, bajo pleno dominio israelí (62% de Cisjordania), su PIB podría triplicarse hasta los 3.400 millones de dólares. Hoy, la Autoridad Nacional Palestina -o el Estado de Palestina, como insiste en llamarse tras su reconocimiento como estado observador de Naciones Unidas en noviembre de 2012- sólo manda sobre un 13% del Consejo de Belén.

Un 11,6% del terreno, al oeste, se ha quedado al otro lado del muro de separación levantado por Israel y declarado ilegal en 2004 por la Corte Penal Internacional, mientras que el 76,4% restante está ocupado por asentamientos y controlado por sus consejos y por la protección que les brindan el Ejército y la Policía de Fronteras.

Hay 12 colonias (y creciendo) en tierras confiscadas de Belén, cuatro de ellas ocupan más de 10.000 hectáreas de suelo privado. El resultado es la discontinuidad del territorio cisjordano entre Belén y la región de Hebrón y de la ciudad con Jerusalén, cuya mitad este es pretendida como capital del futuro estado palestino.

  Unas niñas posan en el mercado de navidad de Belén. Majdi Mohammed via AP

En el lado que Israel se ha anexionado de facto con el muro en Cisjordania se quedan unos 1.300 sitios arqueológicos o históricos palestinos que ya no se pueden explotar como reclamo turístico, más de 3.000 si se cuentan los que se ubican en área C. En el caso de Belén y sus alrededores, duelen especialmente el monasterio de Mar Elías, antes dependiente de Beit Sahour, desconectado de sus fieles y donde quedan apenas tres monjes, o el complejo de Herodión, el palacio-fortaleza de Herodes El Grande, rodeado por colonos.

“No sólo es Israel quien saca rédito de estos espacios sino que, al ser inalcanzables para los palestinos, están matando nuestras tradiciones, porque nos impiden acceder a lugares donde desarrollamos nuestra fe”, denuncia Shomali. Recuerda cómo hace años el patriarca latino de Jerusalén cruzaba desde aquí a la Natividad en las horas previas a la Nochebuena, cómo iban a recibirlo los cristianos de la zona -unos 15.000 de Belén (la mitad de la población), unos 9.500 de Beit Jala, otros 8.000 de Beit Sahour-.

“Una Tierra Santa sin cristianos es una catástrofe. Por eso los visitantes se tienen que concienciar de lo que pasa, porque no basta con que vengan a ver las piedras del pasado, sino que se deben interesar por las piedras vivas que sufren”, reclama el sacerdote. “No queremos permisos -insiste- para poder rezar en Jerusalén y salir de nuestra jaula. Queremos una total libertad de culto”.

Este año no será. A la ocupación se siempre se le suma un virus que bloquea aún más las puertas de Belén. Las alegrías quedan para los villancicos.