Obsesivos

Obsesivos

Sancho II, Pigmalion o el rey David son algunos de los obsesivos más famosos de nuestra cultura.

Grabado de Pigmalión hablando con Galatea.Sepia Times via Getty Images

El vocablo obsesión procede del latín obsessio –asedio-, compuesto por ob –antes- y sedeo –sentarse-. Y es precisamente eso lo que le pasó a Sancho II de Castilla, que se obsesionó con Zamora, una ciudad que estaba en poder de su hermana mayor Urraca, y a la que acabó asediando durante siete largos meses. Corría el año 1072.

El cerco de Zamora es uno de los episodios más atractivos y conocidos de la Edad Media, un suceso susceptible no solo de un tratamiento dramático –el enfrentamiento entre dos hermanos- sino también de otro épico –una ciudad asediada y liderada por una mujer-, y otro de misterio –el giro final de los acontecimientos-.

La belleza de una escultura

Sabio, bondadoso y trabajador, así era Pigmalión, el rey de Chipre, al tiempo que un magnífico escultor que se pasaba gran parte de su tiempo en el taller. Cierto día se propuso esculpir la escultura más bella creada por el hombre hasta ese momento, ideó esculpir una estatua de una mujer de una belleza inimaginable, tallada en marfil blanco.

Durante semanas Pigmalión no salió de su taller, trabajando sin cesar modelando cada uno de los detalles con sumo cuidado. Cuanto terminó su obra estaba tan contento del resultado que la adornó con joyas y bellos ropajes.

A partir de ese momento comenzó una obsesión desbocada, se pasaba el tiempo observándola, imaginándose como sería si fuese de carne y hueso en lugar de marfil. Tanto se obsesionó que acabó enamorándose de ella y a la que, incluso, bautizó con el nombre de Galatea.

Cierta noche el rey chipriota suplicó a Afrodita, la diosa del amor, que diese vida a su creación. La diosa se apiadó del escultor y transformó la estatua de marfil en una mujer de carne y hueso, que inmediatamente se enamoró de su creador, aquel que con tanto cariño la había tratado.

Sorprendida en el baño

Cierto día David, el rey de Israel, observó a una mujer mientras se bañaba y se quedó absorto con su belleza. Alimentado por la obsesión no paró hasta que averiguó quien era, se trataba de Betsabé, la esposa de Urías, uno de sus generales.

A pesar de estar desposada, mandó llamar a Betsabé a su palacio y allí la sedujo y yacieron junto. Aquella pasión desenfrenada dejó embarazada a la bella Betsabé. El rey, temeroso de que aquel adulterio fuese conocido, urdió un plan para deshacerse del marido ultrajado.

Aprovechando que en aquellos momentos el pueblo de Israel se encontraba en guerra con los ammonitas decidió enviar a Urías al frente, dando instrucciones precisas a Joab –el jefe del ejército- para que lo situará en la vanguardia del ejército, en el lugar más peligroso y en el que más bajas se producían. Tal y como había previsto David, el general no tardó en morir saeteado por las ballestas enemigas.

Tras la muerte de Urías, y después de los siete días de riguroso luto que imponía la tradición, el rey mandó llamar a Betsabé nuevamente a palacio para que fuera su mujer. Cuando el profeta Natán se enteró de lo sucedido, visitó al monarca y le hizo saber que Yahvé estaba muy enojado con lo sucedido y que el hijo que Betsabé llevaba en sus entrañas no sobreviviría. Y en efecto así sucedió, al poco de nacer el pequeño falleció. Eso sí, tiempo después Betsabé volvería a quedarse embarazada, de aquella unión nació un niño que con el tiempo se convertiría en el famoso rey Salomón.