¿Perjudican las pantallas nuestra salud?

¿Perjudican las pantallas nuestra salud?

¿Nos estamos quedando miopes?

A young teenager is sitting in her bed in the dark with only the light of her phone shining on her face.Paula Daniëlse via Getty Images

Por José Ramón Alonso Peña, catedrático de Biología celular. Neurobiólogo., Universidad de Salamanca:

El síndrome del túnel carpiano, la rizartrosis, la tendinitis de De Quervain, el dedo en resorte y la lesión del nervio cubital son dolencias con una causa común: el tiempo dedicado a los aparatos electrónicos. Podemos sumar el dolor cervical, contracturas en trapecios y alguna otra molestia similar. Si añadimos los supuestos perjuicios que los dispositivos digitales ocasionan a nuestra salud mental, el uso de pantallas hace saltar todas las alarmas.

Escuchamos dudas sobre el uso de móviles y tabletas en las salas de profesores, foros pedagógicos, charlas especializadas, en el mercado y hasta en las sobremesas. Sin embargo, los problemas derivados de las pantallas se dividen en dos tipos: los reales, de soluciones sencillas, y los infundados, de los que no hay que preocuparse.

Los dolores en cervicales al bajar la mirada hacia una pantalla sostenida con las manos se deben a la tensión en la parte superior de la espalda. El cirujano Kenneth Hansraj, del New York Spine & Rehab Medicine, afirma que dejar caer la barbilla 60 ⁰ equivale a hacer que la columna soporte 12 kilogramos adicionales.

Además, largos períodos de tiempo clicando y deslizando el pulgar por la pantalla o sosteniendo esta con un agarre incómodo pueden provocar lesiones como las enumeradas al comienzo del artículo.

Para evitar estos problemas debemos ser cuidadosos con nuestra higiene postural. Para ello debemos relajar las tensiones de la mano en la medida de lo posible; mantener la cabeza formando un triángulo con los hombros, con la coronilla dirigida al techo; alejar los hombros de las orejas para no cargar la espalda. También, aunque parezca difícil, ser conscientes de nuestra postura.

Otra cuestión a tener en cuenta es que jugar a videojuegos de manera compulsiva puede reducir la sensibilidad al dolor, lo que significa que podríamos hacernos daño sin darnos cuenta. La acción del juego es tan trepidante o la ansiedad por superar un nivel nos tiene tan absortos que seguimos jugando sin atender a las molestias que podamos sentir. Por esto es conveniente hacer descansos regulares, en particular si nos encontramos doloridos o cansados.

Nuestras pantallas emiten mucha luz azul. Los LED, que son las fuentes de luz de todas las pantallas, emiten en las longitudes de onda correspondientes a la luz visible, por eso vemos todos los colores, pero tienen un pico entre los 400 y los 490 nm que se corresponde con dicho color.

Esta interfiere en la producción de la melatonina, que es la hormona reguladora del sueño. Cuando los ojos reciben la luz del Sol, que tiene luz azul entre todas las del espectro visible, se inhibe la producción de melatonina en la glándula pineal y nos mantenemos activos.

Cuando no llega luz a los ojos se produce melatonina, que nos indica que es la hora de ir a dormir. La luz azul emitida por los LED, al igual que la luz solar, reduce la producción de melatonina y esto puede dar lugar a cambios en nuestros ritmos circadianos y causar insomnio. Además, puede disminuir nuestro estado de alerta a la mañana siguiente y repercutir en el rendimiento, la salud y la seguridad.

La solución más sencilla es apagar nuestras pantallas al menos una hora antes de acostarnos. Si esto no es posible, una alternativa es bajar el brillo de nuestros móviles o utilizar una aplicación diseñada para disminuir la emisión de luz azul. Si somos capaces de abandonar por un rato nuestras pantallas también podemos leer en papel o escuchar un audiolibro.

Otra consecuencia evidente del uso de pantallas es que fomentan hábitos sedentarios. Un estudio publicado en 2011 concluyó que pasar horas sentado frente a una pantalla está relacionado con una mayor mortalidad y riesgo cardiovascular, con independencia de la actividad física realizada. El mecanismo puede estar relacionado con factores de riesgo inflamatorios y metabólicos.

Las personas que pasaban más de dos horas al día frente a las pantallas tenían más del doble de probabilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares, aún sin tener en cuenta otros factores de riesgo comunes como el tabaquismo, el sobrepeso o un bajo nivel socioeconómico. Por lo tanto, es conveniente hacer ejercicio para contrarrestar esto.

Nos podemos preguntar también sobre el efecto en nuestros ojos al mirar de forma continuada una pantalla. En los últimos años más niños han tenido que utilizar gafas en Reino Unido, según un estudio del Royal College of Paediatrics and Child Health.

Esto ha llevado a buscar relaciones entre los móviles y las gafas, pero no hay nada concluyente. Sí puede hablarse de condiciones de lectura inadecuadas como mirar la pantalla en oscuridad total con el ajuste de brillo alto, forzar constantemente la acomodación de nuestros ojos por falta de contraste, no atender al lagrimeo u otro tipo de molestia ocular y continuar mirando la pantalla. Por ello, es conveniente descansar la mirada en un punto lejano cuando notemos cansancio y utilizar gafas de la graduación que necesitemos.

Vamos con la pregunta del millón: ¿y el impacto del tiempo de pantalla en nuestros cerebros? Kathryn Mills del University College de Londres ha revisado los estudios hasta la fecha y no ha encontrado evidencia de que el uso de dispositivos electrónicos tenga un impacto en el desarrollo cognitivo.

Nuestro cerebro siempre está cambiando, es tan plástico que se reestructura y modifica sus redes neuronales cuando aprende. Se adapta cuando navegamos por internet, con un juego nuevo, con la búsqueda de nuestro próximo lugar de vacaciones, cuando leemos y enviamos mensajes por WhatsApp. Nada de eso es perjudicial para nuestro cerebro.

Un órgano tan complejo y flexible, tan fascinante y dispuesto a aprender, es capaz de integrar entre sus funciones las que llevamos a cabo con nuestros dispositivos electrónicos. Al revés, si tuviéramos que volver a vivir sin internet, nuestras redes neuronales serían capaces de reestructurarse y buscar recursos en la nueva situación.

Cada época genera sus miedos y una nueva tecnología de gran impacto siempre da lugar a nuevos temores. La aparición del ferrocarril hizo temer a algunos médicos que los pasajeros morirían asfixiados si viajaban a velocidades superiores a 32 kilómetros por hora. En 1941 se publicaron en prensa varios artículos que lamentaban que los adolescentes en los Estados Unidos empezaban a ser adictos a los programas de radio. Si sustituyéramos la palabra radio por redes sociales, probablemente podríamos publicar los mismos artículos hoy.

Entonces, si nos satisface el uso que hacemos del tiempo de pantalla, si aprendemos, nos entretiene, nos pone en contacto con otras personas o cualquier otra actividad que nos guste, no hay motivo para dejar de utilizar estos dispositivos. Hay que ser muy prudentes al valorar opiniones sobre el daño que esta tecnología digital causa a nuestro organismo, ya que la mayor parte de ellas no están fundamentadas.

Los titulares más dramáticos y alarmantes son a menudo los menos fiables. Muchas veces esperamos que la información corrobore nuestras creencias y nuestros prejuicios. Nos parece que nuestros hijos adolescentes, nietos, alumnos y nosotros mismos debemos moderar el tiempo de uso de las pantallas, pero no tenemos argumentos sólidos para apoyar esa exigencia.

¿Cómo evaluar el cambio que ha supuesto en nuestra sociedad el acceso a dispositivos electrónicos? Las grandes compañías tecnológicas son expertas en aprovechar nuestra necesidad de reconocimiento social. Así nos enganchan a los “me gusta”, retuits y seguidores. Todas estas esclavitudes que arrastramos como internautas han creado una cultura de narcisismo masivo que puede ocasionar problemas si esas redes no cumplen nuestras expectativas.

Tenemos también que prestar atención al estrés emocional de los adolescentes en un mundo hipersocial. Sin embargo, las redes sociales pueden ser una más entre un cúmulo de variables a tener en cuenta en el entorno de estos jóvenes. Sin investigaciones controladas y fiables, es difícil obtener conclusiones significativas.

Tenemos que valorar positivamente que las pantallas, además de entretenimiento, nos proporcionan amplias redes sociales, escaparates, bancos y álbumes de fotos, los servicios más sofisticados y las ventanas más indiscretas. Usamos estos dispositivos para jugar y para trabajar, para registrar la actividad física y controlar el sueño. Podemos consultar los artículos de las mejores revistas científicas, hacer una consulta fiscal y seguir la boda de nuestra mejor amiga en streaming. Todo es tiempo de pantalla.

Como educadores, tenemos una herramienta muy atractiva a la que sacar partido en el aula. El móvil puede utilizarse como calculadora, como buscador muy eficaz de información, como refuerzo de lo aprendido en clase con apps como Kahoot y Socrative. Incluso podemos ampliar temas con fantásticos youtubers que hablan de ciencia y filosofía. También con excelentes booktubers que animarán a nuestros alumnos a leer.

Asumir el uso del móvil como un aliado podría limar tensiones entre docentes y alumnos, siempre desde un respeto mutuo y una guía por parte del profesor.

Los dispositivos electrónicos también son útiles como recursos para atender la neurodiversidad. Personas mayores, con discapacidad intelectual o auditiva, alumnos con dislexia o TEA o algún pequeño resto visual o movilidad reducida… La lista de gente que puede beneficiarse del acceso a la información, ocio e integración con otros es grande.

Muchos no somos capaces de alejarnos demasiado de nuestro móvil. El riesgo de distracción es real, pero oímos hablar de adicción con demasiada ligereza y debemos ser cuidadosos. En realidad no hay respuesta para estimar el impacto en la salud asociado al número de horas diarias en línea.

Por lo tanto, la mejor opción para utilizar con sensatez las pantallas es preguntarse si nos impiden llevar a cabo otras alternativas que nos animen a aprender, a relacionarnos, a tener información fiable, a admitir otros puntos de vista. En definitiva, a mejorar el mundo en que vivimos. Tenemos que pensar que esta tecnología va a acompañar de manera cotidiana la vida de nuestros jóvenes y la nuestra propia. Por lo tanto, quizá la mejor estrategia sea hacer de la pantalla nuestro aliado y no nuestro enemigo.

Este artículo ha sido escrito en colaboración con la profesora de instituto y experta en educación y neurociencias Marta Bueno.


Una versión de este artículo fue publicada en el blog de José Ramón Alonso, Neurociencia.

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