El puerto de EEUU en Gaza: dudas, problemas y lecturas del plan de Biden para llevar ayuda humanitaria

El puerto de EEUU en Gaza: dudas, problemas y lecturas del plan de Biden para llevar ayuda humanitaria

Washington platea abrir un corredor desde Chipre, con apoyo de la UE, que tardará dos meses en estar listo y deberá levantarse sin que sus soldados pisen suelo de Palestina. Nadie sabe aún cómo será el reparto de la carga y la reacción de Israel. 

Un grupo de gazatíes tratan de sacar peces de una red en una playa de Rafah, al sur de la franja, el 26 de febrero pasado.Ibraheem Abu Mustafa / REUTERS

Todo el mundo en Gaza pasa hambre. En zonas especialmente castigadas, como el norte de la franja palestina, hasta se muere por falta de alimento y agua. La situación es tan desesperada que a Naciones Unidas se le acaban los calificativos para definirla, pero no la necesidad de gritarlo: hay que actuar, hace falta ayuda internacional o la catástrofe será inevitable. 

En este contexto, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció el jueves pasado en el Debate del estado de la Unión que iba a construir un embarcadero temporal en Gaza para repartir suministros humanitarios vitales. Será la llegada de un corredor que arrancará en Chipre, patrocinado por este país, por Washington, la Unión Europea, Reino Unido y Emiratos Árabes Unidos, del que la ONU se ha desmarcado porque no es la solución. Hace falta un alto el fuego, hace falta la entrada, mucho mayor y más rápida, por tierra. 

La propuesta de Biden supone un cambio en el tablero, pero el buenismo no pude ocultar que se trata de un parche, no se una solución, y que la propia propuesta acumula dudas y complicaciones importantes, empezando por su propia ejecución, que no sirve a una población que lleva casi seis meses sometida a los ataques constantes de Israel. Esa es la otra variante: cómo encaja Tel Aviv el paso dado por su aliado estadounidense, que suena a enmienda, y qué papel tendrá su gente en los planes del demócrata. 

Críticas al alza...

La propuesta de Biden es la segunda fase de su plan de ayuda a Gaza, después de que la primera no haya funcionado muy bien. Siguiendo iniciativas como la de Jordania, que puntualmente había lanzado desde el aire ayuda humanitaria, EEUU hizo lo propio, pero llegando de una forma desigual a los gazatíes, con pérdida de carga y causando incluso víctimas mortales -al menos cinco- por golpes de las cajas. Caro, ineficaz, peligroso. Ni ha podido introducir mucha ayuda ni se ha repartido con criterios razonables entre quien más lo necesita, por más que todos los civiles lo necesitan. Hasta en una crisis como esta hay grados. 

El plan viene precedido de una escalada verbal de EEUU contra Israel o, precisando, contra su Gobierno, comandado por Benjamin Netanyahu y sostenido en partidos de ultraderecha. Biden ha llegado a decir que el actual primer ministro israelí "perjudica" a su país al no evitar más muertes de civiles palestinos. Insiste en que tiene derecho a defenderse, pero "debe prestar atención a las vidas inocentes que se pierden como consecuencia de las acciones tomadas" por Tel Aviv. 

En una entrevista en la MSNBC, el pasado fin de semana, el mandatario estadounidense garantizó que "nunca abandonará a Israel", porque su defensa "sigue siendo crítica" en la zona para sus intereses, pero también confesó que existe una "línea roja" para él: que no se ataque Rafah, la ciudad fronteriza con Egipto, en el sur, en la que 1,3 millones de gazatíes están refugiados y sobre la que se centra la siguiente fase de operaciones terrestres del Ejército de Israel, en busca de los líderes de Hamás, sin miramientos con lo que hay alrededor. "No puede haber 30.000 palestinos más muertos", dijo Biden. En realidad, no acabó la frase: "Hay líneas rojas que si las cruza...". Nadie sabe qué consecuencias le pasaron por la cabeza. 

Sobre la ayuda humanitaria, insistió en la idea de que no puede ser "moneda de cambio" para negociar una tregua con Hamás, fracasada la semana pasada tras verse cerca, pretendida antes de que ayer, lunes, comenzase el Ramadán. Una idea defendida también por su vicepresidenta, Kamala Harris, quien entrevistada a su vez por la CBS ha llegado a decir: "Para nosotros es importante distinguir o al menos no confundir al gobierno israelí con el pueblo israelí. El pueblo israelí tiene derecho a la seguridad, al igual que los palestinos. En igual medida". 

Pese a esas críticas, Estados Unidos sigue siendo el mayor socio de Israel, vetando en Naciones Unidas resoluciones que son contrarias a Tel Aviv y manteniendo el flujo de ayuda militar. Es verdad que ha empezado a sancionar a algunos colonos por su violencia en Cisjordania, pero también que desde que el 7 de octubre pasado Hamás atacó bárbaramente Israel y comenzó la ofensiva de respuesta, Washington ha aprobado cien ventas de armas a Netanyahu. Las entregas de armas a su aliado superan las 70.000 desde 1950, según datos del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI).

... y un plan

Con este fondo, Biden habló del puerto de Gaza. El sábado pasado, un primer barco del Ejército de EEUU, el General Frank S. Besson, zarpó de su base en Virginia camino del Mediterráneo oriental para llevar los primeros equipos que permitan construir la plataforma. Gaza, con 4.000 años de historia a sus espaldas, siempre fue un puerto notable para cananeos, egipcios, filisteos, asirios, persas... Por algo peleó por ella más de cinco meses Alejandro Magno. Y, sin embargo, ni puerto tiene ahora. 

Desde 1967, tras la Guerra de los Seis Días, Israel ha ejercido el control total de su costa y sus aguas territoriales, impidiendo la llegada de barcos. No hay diques ni muelles grandes, sólo pequeñas dársenas para barquillas de pescadores, porque además, desde 2007, cuando Hamás ganó las elecciones e Israel y Egipto impusieron el bloqueo de la franja, la posibilidad de navegar y pesca se redujo a unas pocas millas, que variaban en función de las tensiones del momento. El litoral está desde entonces bajo bloqueo naval israelí, siendo el único puerto mediterráneo cerrado al transporte marítimo. 

Este martes, un barco de la ONG española Open Arms ha salido desde Chipre para la primera ayuda humanitaria por mar a Gaza, con 200 toneladas de arroz, harina o atún, logradas por ellos y World Central Kitchen, la organización humanitaria del chef José Andrés. Esta iniciativa cuenta con el visto bueno de Israel, que ha inspeccionado la carga antes de salir para garantizar que es inocua, no tiene nada que ver con el plan de EEUU, sino que se adelanta, desde lo civil, desde la cooperación, porque la situación es insoportable. 

Su idea es desembarcar en barcazas pequeñas y atracarlas en la playa, luego, para proceder a su reparto con los colaboradores que ya tienen dentro de WCK, que antes de la guerra ya gestionaba unas 60 cocinas en Gaza, en manos de residentes locales, en su mayoría mujeres, que cocinaban y preparaban alimentos para los más necesitados.

Hace falta este empuje porque EEUU tardará "al menos 60 días" en montar su infraestructura, según datos del propio Pentágono, que añade que serán unos mil los soldados que ponga a trabajar en levantar la infraestructura. Eso sí, no podrán poner un pie en Gaza. El Departamento de Defensa estadounidense ha explicado en rueda de prensa que esperan que el embarcadero -pagado por EEUU y EAU- tenga unos 500 metros de largo. 

Las aguas de Gaza son poco profundas, por lo que no se pueden emplear buques grandes para los portes. Y luego viene el problema en tierra: si llegan grandes cantidades de ayuda, harán falta silos, naves, almacenes, seguridad y transportes adecuados, información fiable y manos para el reparto final. Todo eso está por aclarar.

Niños palestinos esperan para recibir un poco de comida en Rafah, al sur de Gaza, el pasado 16 de febrero.Fatima Shbair / AP

Los problemas

Y es que, al menos públicamente, no hay un plan de acción coordinado hasta el momento, cuando el escenario en Gaza es de absoluta destrucción hasta de las carreteras básicas, con al menos 576.000 personas aguardando porque enfrentan niveles "catastróficos" de inseguridad alimentaria, dice la ONU, con unas 300.000 en el norte prácticamente aisladas de la ayuda, golpeada como fue en la primera gran andanada de Israel. 

¿Cómo se tiene localizada a la población más vulnerable, cómo se accede a ella? ¿Quién lo hace? Tampoco se sabe a ciencia cierta si, además de alimentos y medicinas, los portes occidentales podrán llevar además materiales de construcción, equipos para reparar redes de agua o de electricidad y viviendas móviles que permitan a algunos desplazados regresar a sus zonas de origen.

Hasta ahora, Israel ha intentado tocar a grupos locales, desde plataformas vecinales a asociaciones benéficas, para cooperar con ellas en distintas áreas, ya que no sólo busca el fin de Hamás en la franja sino que también rechaza que sea la Autoridad Nacional Palestina su contraparte cuando la guerra acabe, la administración con la que cuadrar la salida y la vuelta de servicios. El Gobierno palestino en pleno ha dimitido, como quería EEUU, para facilitar justamente su renovación y la llegada de un gabinete tecnócrata, sin adscripciones, pero Tel Aviv sigue rechazándolos. 

Hay que tener en cuenta que Hamás, aún tocada, sigue presente en la franja y que no hay voluntarios que se echen en brazos de Israel, la fuerza ocupante y generadora de decenas de miles de muertos, para cooperar con ellos, ni siquiera para repartir comida. Ya hace dos semanas que más de cien gazatíes murieron, unos por avalancha pero otros tiroteados por sus fuerzas armadas, en un reparto de comida. El diario The Jerusalem Post sostiene, citando fuentes militares, que los gazatíes no están convencidos de que Hamás no vaya a regresar y que hay rechazo a colaborar con Tel Aviv. 

El citado medio, además, da pistas de futuro: dice que Israel quiere que la UNRWA deje de prestar servicio en el territorio, porque la acusa de colaborar con los islamistas, y su plan es que el Programa Mundial de Alimentos de la ONU sea el que le tome el testigo; ya se está encargando de la entrega del 50% de la ayuda, añade. Podría apoyarse también en ONG como World Central Kitchen o las agencias de cooperación norteamericana y japonesa. 

El portavoz del secretario general de la ONU, Stéphane Dujarric, explicó el viernes pasado que aunque "obviamente" les "alegra que vaya a llegar ayuda por otros medios", en referencia al muelle impulsado por Biden, pero "nada puede reemplazar la llegada de ayuda y tráfico comercial a gran escala a través de rutas terrestres". Esa es la vía por la que apuestan ellos y la mayoría de grandes ONG. EEUU calcula que por el puerto entrará el equivalente a unos cien camiones por día, cuando las necesidades de Gaza harían necesaria la entrada de unos 500 camiones, como mínimo. 

Israel se revuelve. Niega que este usando el hambre como arma de guerra y hasta se ausenta de las reuniones de la ONU si se hace esa alusión. Dice que está entrando ayuda suficiente, pero que son las agencias -señalando a la ONU- las que no la están repartiendo bien. La Agencia para los Refugiados Palestinos (UNRWA) niega la mayor y denuncia que Tel Aviv restringe los portes e impone inspecciones tan severas que retrasan la entrada de bienes. "La entrada de ayuda es extremadamente difícil", explica a El HuffPost un funcionario de la agencia en Jerusalén. 

"Sólo había dos pasos terrestres operativos, en Kerem Shalon y Nitzana, pero la seguridad se ha multiplicado respecto a antes de la guerra", cuando ya estaba en marcha el bloqueo de la franja, que impedía la entrada de materiales que Israel entendía susceptibles de tener doble uso y ayudar a la lucha armada de las milicias palestinas. Parte de esos planes en los que, ya en 2012, medían las calorías de lo que entraba en Gaza para garantizarse que era lo mínimo para no matar de hambre a sus residentes. 

Esos dos pasos de los que habla esta fuente han tenido que ser cerrados temporalmente también porque se han producido saqueos y disparos a los convoyes, peligrosos, así que entra poco por Rafah, al sur, con Egipto. Tan poco que hay cooperantes que se niegan a llamarlo "ayuda humanitaria". Queda el aire, estos días. "Acercarse a esas melés a la espera de que caiga algo es un enorme riesgo. Hay paracaídas que no se abren y los que llegan al suelo vienen pesados. Hay grupos organizados que se están dedicando a coger los portes y a revenderlo. Una familia pelea en desventaja con ellos", indica el mismo empleado. Luego, los gazatíes recurren a ellos para comprarles esos bienes, pero ya a precio de oro. 

Un camión de UNRWA cargado de fuel, a la espera de cruzar a Gaza desde Egipto por Rafah, el pasado noviembre.Gehad Hamdy / picture alliance via Getty Images

Hay una duda más en el uso del puerto: ¿podría servir para sacar a ciudadanos de Gaza, refugiados? Egipto se ha negado en estos meses a abrir el paso de Rafah, porque teme que la crisis se enquiste y tener que acoger a millones de gazatíes, cuando ya tiene a más de nueve millones de migrantes en el país, no entra en sus planes. Jordania no quiere refugiados, porque se planta, se niega a que esto sea una Segunda Nakba o catástrofe como la que sufrieron los palestinos en 1948, cuando se creó el estado de Israel. ¿Y un traslado a barcos seguros, para que Israel ataque el sur como pretende? Es otra de las especulaciones de la prensa israeí. De momento, la supuesta zona segura ya aconsejada en tierra, en Al Mawasi, no ha sido respetada por los bombardeos

La pugna Washington-Tel Aviv

La idea del puerto, más allá de la evidente necesidad de asistencia, supone un cambio respecto a las políticas norteamericanas con Israel, ya que supone su entrada física en el conflicto y, también, saltarse a la piola el sistema de cerco establecido por su mejor amigo en Oriente Medio, que justo ha hecho de la ayuda una vía de presión, como se vio en la primera y única tregua temporal alcanzada y rota en noviembre pasado, que además incluyó el intercambio de prisioneros y rehenes. 

Es indudable que Washington y Tel Aviv han estado conectadas ante esta apuesta, no hay secretos entre ellos, pero el paso dado en sí supone enmendar en parte la plana a Netanyahu. Hay decisiones que "ya no dependen sólo de él, como escribe el analista Zvi Bar'el en el diario Haaretz. "Más allá de la solución técnica que el muelle pueda proporcionar, neutralizará la política de Israel de convertir la ayuda humanitaria en una palanca de presión estratégica sobre Hamás o en un peón en la política interna israelí", detalla. 

Aunque Israel revise todas las cargas en los puertos de Chipre, aunque constate que cumplen con sus estándares de seguridad, "no tendrá voz en la cantidad de ayuda enviada ni en el ritmo de los envíos", e incluso se plantean interrogantes sobre su política previa, desde 2007, con el bloqueo de la franja, que es justo el caldo de cultivo de la crisis que ahora vivimos. 

Por poner un ejemplo, la ruta que ahora van a seguir los barcos patrocinados por Occidente es la misma de las llamadas Flotillas de la Libertad, los intentos de diversos activistas de romper el cerco de Gaza que en 2010 tuvo su episodio más negro, porque acabó con diez personas muertas por disparos de la Armada de Israel. Y no la puede taponar, porque es EEUU quien la abre. "Con ello, Washington está haciendo añicos la doctrina estratégica de Israel, en la que el bloqueo de Gaza jugó un papel clave", constata Bar'el.

Pone a Tel Aviv, también, en el brete de usar a sus soldados para el reparto de la ayuda o, como poco, para su vigilancia y custodia. Y eso es asumir la ocupación del territorio, una etiqueta que siempre se rechaza, argumentando que sólo se busca limpiar Gaza de milicias. El derecho internacional fija que es el ocupante el que debe velar por el bienestar de los civiles inocentes ocupados. 

Ya hace meses que es público que a Biden le molesta la duración de la guerra, que es un problema para sus planes en año electoral, cuando quiere tener la cabeza en otro sitio, que ha subido sus críticas sobre la proporcionalidad de los ataques y se ha mostrado decepcionado con Netanyahu. Le enfada que haya complicado la entrada de ayuda, que no tenga un plan para el día después de la guerra, que no valore los cambios en la ANP -en curso-, o que se posicione en contra del estado palestino y el proceso de paz, que entiende EEUU es la única vía de salida al conflicto. 

Incluso, un micro abierto tras el Debate del estado de la Unión dejó claro que Biden se está pensando llamar a Netanyahu para leerle la cartilla. "Venir a ver a Jesús", fue la expresión que empleó mientras hablaba con un senador. Entiende que el líder del Likud no está cooperando. "Nos está jodiendo (...). Si está en contra de nosotros habrá consecuencias", dice una fuente conocedora de la Administración a The New York Magazine

Eso es diferente, es nuevo, pero de fondo está el apego de siempre a Israel, más allá del enfado de Biden con Netanyahu. Si de verdad quisiera un alto el fuego, el que Tel Aviv no concede y a Hamás disgusta, la Casa Blanca habría obligado ya a Israel a abrir todos los pasos terrestres, a mantener un flujo constante de entrada de camiones, y eso no ha pasado. El puerto, de hecho, incomoda a algunos miembros más progresistas del Partido Demócrata, desvela la CNN, porque aunque lo entienden como positivo y un gesto con los palestinos, saben que también es un débil intento de calmar a los votantes que en las primarias le han dado la espalda por su apoyo sin fisuras a Israel. En noviembre hay elecciones presidenciales y el republicano Donald Trump es el favorito en todas las encuestas. 

Avril Benoit, directora ejecutiva de la rama estadounidense de Médicos Sin Fronteras (MSF), ha denunciado directamente en un comunicado que el plan estadounidense del puerto y la ayuda es una "flagrante distracción del problema real: la campaña militar indiscriminada y desproporcionada de Israel y su asedio punitivo". En esas estamos.