"Extrañamos a Madiba": 10 años sin Nelson Mandela en un mundo que necesita su aliento

"Extrañamos a Madiba": 10 años sin Nelson Mandela en un mundo que necesita su aliento

Abogado, activista, presidente de Sudáfrica, impulsor de la reconciliación nacional y el fin del apartheid, es un icono de la justicia por derecho propio que dejó inconclusa su lucha. Hoy su país es el más desigual del mundo y necesita más cambios. 

Una mujer cruza ante un mural de Nelson Mandela en Ciudad del Cabo, en julio de 2020.Nardus Engelbrecht / AP

"Se apagó... Ahora está descansando, se encuentra en paz. Siempre te amaremos, Madiba". El presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, anunciaba al mundo el 5 de diciembre de 2013 la muerte de Nelson Mandela, en su casa de Johannesburgo. El exmandatario, abogado y activista por los derechos humanos, líder de la causa antiapartheid, impulsor de la reconciliación nacional entre negros y blancos, llevaba seis meses arrastrando graves problemas pulmonares, un regalo de sus 27 años encerrado en cárceles insalubres. Un día negro para las libertades del mundo. 

Ahora, una década más tarde, desde la fundación que lleva su nombre tratan de recordarlo con el lema "El legado sigue vivo a través de ti", alertados como están de la pérdida de su referente, del estancamiento de sus batallas en Sudáfrica y en el mundo. Su liderazgo "astuto y decisivo", sus "valores sobresalientes" y sus "abrumadores cuidados y amor a su país" no bastan. "Conmemorar el décimo aniversario de su fallecimiento, si somos honestos, es reconocer las profundas heridas de nuestro mundo", constatan sus descendientes. Por eso concluyen con un sentido "Extrañamos a Madiba". 

Ucrania, Gaza, los migrantes del Sahel, el black lives matter, los cierres de fronteras de los estados ricos, la destrucción del planeta, las grietas de la desigualdad mundial. Son todo causas de hoy que Mandela, Nobel de la Paz 1993, ya combatía en sus años. Contexto distinto, idéntico fondo. Su batalla ha cuajado en nuevos movimientos, en generaciones jóvenes de activistas que defienden la no violencia, especialmente en corrientes anticolonización, porque se demostró eficaz. Incompleta, sí, pero con frutos. 

En Sudáfrica, donde hay cierta fatiga sobre su figura, donde el brillo del héroe se ha rebajado ante la realidad de lo inconcluso, su fundación sigue hablando de ideales y de sueños. "La visión de Madiba de un país democrático y libre donde todos vivan en armonía y disfruten de igualdad de oportunidades sigue siendo un ideal para los sudafricanos comunes de hoy", asume. Mucho logrado, mucho por lograr. 

Una historia de lucha

Nelson Rolihlahla Mandela (1918-2013) es uno de esos iconos sólo comparable a Mahatma Gandhi o Martin Luther King. Fue el primer jefe de gobierno negro de su país, Sudáfrica, cuando los negros son mayoría nacional. Ocupó el cargo apenas un mandato, de 1994 a 1999, después de salir de la cárcel, donde estuvo 27 años por su pelea por la igualdad racial y social. 

Provenía de la realeza Tembu, que regía en su pueblo, el xhosa, y su nombre original era Madiba, no Nelson, una adaptación posterior. Nacionalista y marxista convencido, se hizo abogado, pero pronto entró en el mundo del activismo, dada la crisis de equidad en su propia casa. Sudáfrica es el hogar de muchos pueblos y culturas diferentes , hasta tal punto que se la ha apodado la nación arcoíris, pero en sus años esa riqueza no venía acompañada de respeto. Los blancos gobernaban el país y llevaban vidas privilegiadas, mientras que la inmensa mayoría de los negros trabajaban en empleos mal remunerados y vivían en comunidades pobres, con malas instalaciones y sin servicios públicos. No podían ni votar en unas elecciones, esa era la voz que se les daba. 

Nelson Mandela y Frederik de Klerk, escuchando el himno nacional en Ciudad del Cabo, en mayo de 1994, en el traspaso de poderes.AP

Mandela sabía que todos sus conciudadanos merecían ser tratados igual, independientemente de su color de piel. Por eso, en 1944 , se unió al Congreso Nacional Africano (ANC), un grupo político que luchaba por la igualdad de derechos para blancos y negros, en vanguardia. Más necesaria s mostró esa lucha cuando, cuatro años más tarde, el Ejecutivo introdujo un sistema llamado apartheid, que fomentó aún más la división racial del país. El resultado: vidas separadas en función de la piel. Ni compartir escuelas, ni transportes, ni restaurantes... 

Para el joven Mandela fue un acicate. La certeza de que pelear esas políticas era su necesaria apuesta de vida. Se convirtió en una figura importante del ANC y ayudó a crear y dirigir una sección, la Liga Juvenil, que causó un gran entusiasmo y con la que empezó a convocar protestas sistemáticas. No gustaron y se convirtió en diana de las fuerzas del orden, con arrestos encadenados. 

Mandela se dio cuenta de que, bajo el sistema de apartheid, era imposible buscar justicia, porque todo dependía de leyes injustas. Así que colaboró en la formación del brazo armado del ANC (Umkhonto we sizwe o Lanza de la nación) y se entrenó como guerrillero en Etiopía. Los que rechazan su figura lo llaman terrorista por ese pasado. El que luego fuera presidente de Sudráfrica participó sobre todo en campañas de sabotaje, diseñada para evitar víctimas civiles, contra la red eléctrica y otros objetivos económicos y militares. 

En 1962 fue detenido y procesado por conspiración, después de que la policía allanó una granja cerca de la ciudad de Johannesburgo. Fue juzgado en el famoso Proceso de Rivonia, que duró los dos años siguientes, y condenado a cadena perpetua por conspirar contra el Gobierno. Pasó por tres prisiones en las que fue sometido a aislamiento y trabajos forzados: la isla de Robben (donde hoy se puede visitar su celda), Pollmour y Victor Verster, de donde salió, tras 27 años de cautiverio, el 11 de febrero de 1990. "Me presento ante vosotros no como un profeta, sino como un humilde servidor del pueblo", dijo. 

Gran parte del legado de Mandela se centra en sus últimos años, porque salió pasados los 70 de la prisión, pero todo fue un camino, un sembrar hasta la conquista final.

Un año antes, Mandela y su gente habían empezado a negociar con el entonces presidente, Frederik de Klerk, que más tarde recibiría el Nobel junto al líder negro. De su diálogo, además de la liberación de Mandela, surgiría el fin del apartheid y la convocatoria de elecciones libres e iguales en 1994. Su partido ganó por mayoría absoluta, bajo el lema: "Mandela, la elección del pueblo". "El día de la votación, observad bien vuestra papeleta y votad al apuesto joven que aparezca", había sido su consejo a los ciudadanos.

Nelson Mandela y su esposa Winnie, caminan entre la multitud el día que el activista salió de prisión, en 1990.Greg English / AP

Su evolución

Como primer presidente negro de Sudáfrica, Mandela fue conocido por sus dedicados esfuerzos para desmantelar décadas de régimen de supremacismo blanco y ayudar a encaminar a su país hacia la curación, la justicia y la reconciliación. Quería hacerlo desde la reconciliación nacional, porque de ahí vendrían las soluciones, también, a la pobreza o el racismo. Forjó un gabinete de unidad y aprobó una Constitución, mientras sus contrarios auguraban una política de venganza. Nada más lejos de la realidad. Hablamos de Tata, padre, otro concepto de persona y de dirigente. 

El ANC, y Mandela con él, se había construido sobre una base de tácticas y organización no violentas establecida por Gandhi durante los años en que el líder independentista indio vivía en Sudáfrica, donde desarrolló por primera vez su forma de resistencia civil, llamada satyagraha. Los luchadores negros se habían adherido durante años a medios legales y habían participado en protestas, huelgas, boicots y otras formas de presión no violenta para desafiar el sistema. 

Las autoridades sudafricanas arrestaron a Mandela entre cientos de personas más tras un estado de emergencia impuesto después de que la policía matara a decenas de personas que habían formado parte de protestas pacíficas, porque cientos de organizaciones como la suya fueron prohibidas por completo. Comenzó una nueva fase en la lucha y en la mentalidad del dirigente. 

El régimen sudafricano, con el apoyo de Estados Unidos y otros países europeos, tenía la intención de reprimir violentamente cualquier intento de deshacer el statu quo y mejorar las vidas de los  negros, a quienes se les restringía la libertad de moverse libremente en su propio país, relegados a determinadas zonas para vivir y no se les permite votar ni participar en las elecciones.

En el juicio de abril de 1964, Mandela describió cómo la naturaleza violentamente opresiva del Gobierno del apartheid blanco dejó al ANC en su lucha por defender los derechos de los africanos sin otra opción que considerar métodos selectivos de resistencia violenta. La elección no se hizo "por un espíritu de imprudencia, ni porque ame la violencia", según dijo. Más bien, había sido planeado "como resultado de una evaluación tranquila y sobria de la situación política que había surgido después de muchos años de tiranía, explotación y opresión de mi pueblo por parte de los blancos".

Mandela concluyó el discurso diciendo unas palabras históricas: "He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y alcanzar. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir".

Luego, durante sus décadas de trabajos forzados en Robben Island, Madiba impulsó tanto la resistencia no violenta como la actividad guerrillera, que hizo que muchos líderes de su formación y otros grupos de resistencia se vieran obligados a exiliarse para evitar ser asesinados o encarcelados.

El levantamiento de Soweto de 1976 marcó otro punto de inflexión en el movimiento. La policía había masacrado a cientos de niños negros reunidos para protestar pacíficamente contra la imposición por parte del gobierno del idioma afrikáans, estrechamente asociado con el apartheid y su mensaje de supremacía blanca, en las escuelas sobre todo. Creció la resistencia negra y el apoyo internacional contra el apartheid.

En los años siguientes, el poder del régimen del apartheid se debilitó aún más en medio de crecientes amenazas a su estabilidad económica y política. El presidente Pieter Willem Botha le ofreció a Mandela un trato en 1985: podría ser liberado si renunciaba a la violencia como método de resistencia. Mandela, que llevaba dos décadas encarcelado, rechazó la libertad condicional y pidió a Botha, por contra, que pusiera fin al apartheid, liberara a los presos políticos y permitiera a los negros el derecho a participar en actividades políticas.

La combinación de una resistencia creciente, un  aumento de la violencia en las calles y un sistema de apartheid debilitado preparó el escenario para las conversaciones secretas entre el Ejecutivo y Mandela. La resistencia había logrado grandes avances y se podría hablar, pero no imponer. El activista dejó de ser preso, peleó unas elecciones con limpieza, ya en el cargo, supo dejar de lado sentimientos de enemistad y vislumbrar nuevas posibilidades para un futuro post-apartheid. Mandela navegó por un conflicto cambiante para transformar su lucha contra la injusticia en una lucha por la reconciliación y la transformación humana de los sudafricanos, tanto opresores como oprimido.

No todo fue milagroso. La violencia política continuaría unos años, sobre todo por los intentos del Gobierno y las fuerzas racistas de sabotear las negociaciones y la transición, pero con los años y la aplastante victoria de Mandela la vida se fue estabilizando. Una nación devastada por violentos sistemas de opresión y exclusión estaba por recuperar, sin odios. 

Se sentaron las bases para la transformación social nacional (destacaron también las reformas en la propiedad de la tierra o la mejora de los servicios públicos) y se trabajó desde la Administración Mandela por facilitar la cohesión social entre todos los pueblos de Sudáfrica a través de procesos de curación, incluido el establecimiento de una Comisión de la Verdad y la Reconciliación como forma de justicia total. Sus medidas fueron una sorpresa para muchos, que habían asumido que alguien que había pasado por lo que le pasó a Mandela usaría su poder para vengarse o mostrar signos de amargura, en lugar del perdón que él encarnaba. 

"Las cualidades esenciales de Nelson Mandela fueron su compromiso con la construcción de una sociedad justa y equitativa y su capacidad para superar la injusticia en la que había nacido. Cuando las sanciones internacionales y las presiones económicas y políticas obligaron al gobierno de minoría blanca a comenzar a considerar reformas a un sistema racista, Mandela mantuvo su insistencia en la justicia, pero dejó claro que no tenía intención de mejorar las vidas de los sudafricanos negros a expensas de de los blancos", como describe el embajador Johnnie Carson en un análisis en el United States Institute of Peace (USIP)

"Este acto de elevarse por encima estableció su autoridad moral de una manera que pocos líderes pueden hacer", resume. Es por eso que Mandela ha inspirado a muchos con su trayectoria de luchador por la libertad a constructor de paz.

Lo pendiente

Sudáfrica, pese a ese impulso, es hoy el país más desigual del mundo, plagado de injusticias. "Ahora, todo está en vuestras manos, fue su despedida". Pues el trabajo no está hecho. 

El legado de Mandela y la lucha contra el apartheid ofrecen lecciones conmovedoras sobre cómo resistir la opresión y ayudar a construir sociedades más pacíficas y justas, pero sin conformarse. "La Sudáfrica de nuestros sueños -dice su fundación- está por llegar". Es así porque un tercio e la población está en paro, el 10% de la población acumula el 80% de la riqueza y la mayoría de los que la tienen siguen siendo blancos, la tasa de pobreza en el país es del 20% -casi el doble de la media del resto de países con el mismo nivel de ingresos-, y las chabolas se multiplican. 

Son datos de un reciente estudio del Banco Mundial, que añade que, a más de 30 años del fin del apartheid, "la raza continúa como un factor clave de la elevada desigualdad en Sudáfrica por su impacto en la educación y el mercado laboral". El factor racial es responsable de 41% de la desigualdad de ingresos y 30% en la educación. "El legado de colonialismo y el apartheid enraizados en la segregación racial y espacial continúa reforzando las desigualdades", según el informe. La inseguridad es uno de los problemas que ahora más preocupa a la población.

El féretro de Mandela, llevado a su lugar de entierro en Qunu, el 15 de diciembre de 2013.Felix Dlangamandla / AP

La fe en el futuro se está derrumbando entre los sudafricanos. El 70% de los sudafricanos dijo en 2021 que el país va en la dirección equivocada, frente al 49% que afirmaba lo propio en 2010, según la última encuesta publicada por el Consejo de Investigación de Ciencias Humanas del país. Sólo el 26% de los sondeados dijo que confiaba en el Gobierno, una enorme disminución con respecto a 2005, cuando era el 64%. 

Hay una crisis de liderazgo importante y, por primera vez desde la victoria de Mandela, su Consejo podría perder la mayoría absoluta. Se acumulan los escándalos de presunta corrupción del actual mandatario, Cyril Ramaphosa, que incluyen episodios rocambolescos como un robo de varios cientos de miles de dólares que estaban ocultos en el interior de un sofá que se encontraba en una de sus residencias. La ineptitud y el elitismo, además de la corrupción, son los peores males del actual sistema, dice en New York Times

Las 32 calles que tiene Mandela, las 50 estatuas, los 25 títulos honoríficos, la devoción en camisetas y murales y pegatinas y hasta stikers de WhatsApp no basta para que las nuevas generaciones lo vean como un dios. Su imagen ahora es distinta, la de un presidente humano que hizo mucho y dejó por hacer, que siguen viendo a un blanco cobrar tres veces y media más que un negro. 

Para el resto del mundo, aún pesa lo mejor de su imagen y estos días copa las manifestaciones de medio mundo con una de sus frases más repetidas: "Nuestra libertad estará incompleta sin la libertad de los palestinos". Otros apartheids, otros sufrimientos, y pocos Mandelas a los que aferrarse.