Juventud y odio en la red, un cóctel cada día más normalizado

Juventud y odio en la red, un cóctel cada día más normalizado

Sensación de anonimato, inmediatez, desinformación...

Un adolescente usando un teléfono.MoMo Productions via Getty Images

El fenómeno del discurso de odio no es reciente ni novedoso. Sin embargo, en las últimas décadas los mecanismos por los que se transmite y la envergadura de su impacto se han transformado. Un indicador muy significativo es la evolución que muestran los informes anuales sobre delitos de odio del Ministerio del Interior desde 2013.

Ese primer año se registraron por parte de los cuerpos policiales 1172 delitos de odio y en el último informe publicado, en 2019, el total de delitos de odio asciende a 1706, de los cuales 204 se cometieron en el ámbito virtual.

Teniendo en cuenta que únicamente una fracción de los discursos de odio llegan a considerarse delitos, podemos deducir que la magnitud real del fenómeno es mucho mayor. Cada vez hay más prácticas sociales mediadas por la tecnología y la digitalización del discurso de odio no es una excepción.

Existen varios mecanismos y características del ecosistema comunicativo contemporáneo que ayudan a explicar la proliferación de los discursos de odio en el espacio virtual.

La sensación de anonimato

El primero es la sensación de anonimato, a pesar de la huella digital que inevitablemente dejamos con nuestro paso por la red y de la que cada vez somos más conscientes.

Desligar las interacciones de la propia corporalidad y gestualidad contribuye a despersonalizar y deshumanizar las actuaciones online. Se genera cierta sensación de irrealidad o distancia sobre lo que ocurre en Internet que enmascara las consecuencias que tienen esas acciones y produce cierto efecto desinhibidor.

Internet es un altavoz inmediato

El segundo es la capacidad para constituirse en altavoz: el alcance de las conductas realizadas por Internet o redes sociales resulta incomparablemente más amplio que el de las conductas realizadas presencialmente debido a la globalidad, flexibilidad, inmediatez y permanencia de la información en el ecosistema digital.

En tercer lugar, Internet es un terreno abonado para la desinformación. Los perfiles capaces de generar y compartir información en el espacio online son tan diversos y heterogéneos como usuarios existen de Internet y esto ha incrementado enormemente la capacidad de generar y difundir informaciones manufacturadas o bulos.

Tras el primer confinamiento, ligado a la crisis del Covid-19, aunque la mayoría de los y las jóvenes (62,8 %) afirmaba sentirse muy informada, únicamente el 41,2 % sentía un nivel de confianza alto en la información recibida y un 31,5 % consideraba que la información en Internet es menos veraz que la de los medios tradicionales.

El espacio virtual permite generar cámaras de eco informativas puesto que cada individuo puede personalizar y filtrar las fuentes y el contenido que recibe hasta configurar un acceso a la realidad segregado ideológicamente.

Los filtros burbuja

Por otro lado, el aprendizaje automático de los motores de búsqueda en línea y de las redes sociales personaliza los contenidos y puede terminar configurando filtros burbuja, un acceso a información mediado por algoritmos automatizados que inadvertidamente también contribuyen a incrementar la segregación ideológica y el sesgo informativo.

Por último, también están las herramientas de la inteligencia artificial en formato bot, herramientas automatizadas diseñadas para crear un clima de opinión concreto que influye sobre cualquier debate boicoteando o fomentando posturas específicas.

Todos estos mecanismos ayudan a crear espacios virtuales en los que interactúan principalmente individuos con posicionamientos afines que pueden reforzar mutuamente sus discursos creando una sensación de pertenencia a una comunidad.

El impacto en los jóvenes

El Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud (CRS) de la Fad ha desarrollado recientemente el proyecto de investigación “No More Haters. Romper cadenas de odio, tejer redes de apoyo: los y las jóvenes ante los discursos de odio en la red”, que permite poner el foco sobre el impacto de estos mecanismos de la comunicación online en las vidas de los y las jóvenes.

En el proyecto se abordó desde una aproximación cualitativa la percepción, las actitudes y las experiencias de la juventud española a la hora de interactuar con el discurso de odio en el entorno virtual.

Los y las jóvenes tienden a asimilar Internet con una “ciudad sin ley”. Se interpreta que la propia naturaleza de la red es no tener límites ni fronteras, por lo que se presupone que es ingobernable. De este modo, se asume una carga inevitable de discursos de odio como peaje necesario para aprovechar la libertad asociada al entorno virtual y esta normalización del odio facilita su difusión.

Esta forma de odio normalizado resulta especialmente peligrosa por su integración y asimilación en las prácticas culturales y por la legitimación que ofrecen agentes sociales como referentes mediáticos o influencers, amplificando conductas que de otro modo serían marginales.

En la cima de la pirámide de ese ejercicio de legitimación del ataque y el insulto se encuentra el odio institucionalizado como arma arrojadiza entre partidos políticos, odio como propaganda de polarización, líderes que desacreditan a medios de comunicación mientras transmiten bulos y emplean un lenguaje y enfoque que puede perpetuar estereotipos discriminatorios.

Hay un nexo de unión claro entre los bulos y las estrategias comunicativas de los nuevos partidos populistas de ultraderecha a nivel global que persiguen reforzar una imagen de actor político antisistema o alternativo que les otorga rédito electoral ante la desafección política de la ciudadanía.

La reproducción de los problemas sociales

En definitiva, el discurso de odio en el espacio virtual no es otra cosa que la exteriorización y reproducción de los problemas y discriminaciones subyacentes en el mundo social y la generalización del uso de Internet es un caldo de cultivo propicio para que proliferen.

Sin embargo, no podemos obviar el enorme potencial democrático del espacio virtual con la emergencia de una mayor diversidad y polifonía de voces. Los mismos mecanismos que abonan el discurso de odio también propician que los movimientos sociales tengan un mayor impacto y una mayor capacidad movilización y denuncia.

Internet no es únicamente una herramienta de reproducción y difusión de mensajes, sino que actúa también como espacio de reflexión y transformación y puede facilitar las herramientas para construir contranarrativas y combatir el discurso de odio.

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