'La decisión de Julia'

'La decisión de Julia'

La manera de enfrentarse de Julia contra su destino me afectó de manera personal. Sin duda, no me dejó indiferente, me sentí más viva que nunca, sin miedo: por unos días fui invencible, plantando cara a ese partenaire que es la muerte, que se presenta de forma inesperada y casi traicionera. Me abrí como nunca lo había hecho, sin complejos ni ataduras, no solo como profesional, también en la vida.

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Estudiaba la primera secuencia del guión de La decisión de Julia, escrita por Rafa Russo, mientras viajaba en la línea 9 del metro de Madrid en dirección a mi primer ensayo de la película. En la secuencia, el personaje de Julia que yo iba a interpretar llega a la habitación 216 de un hotel de Madrid, con tan solo una pequeña maleta como equipaje, para llevar a cabo su decisión. En esa misma habitación, hace veinte años, Julia vivió una experiencia vital que nunca pudo olvidar. Llaman a la puerta: tranquila, con una sonrisa en el rostro, recibe a un hombre y una mujer que la ayudarán, mediante el suicidio asistido, en la decisión que ha tomado de poner fin a la enfermedad terminal que sufre.

Levanté la mirada del guión para comprobar por qué parada iba y me encontré con el titular, escrito en la portada de un periódico de tirada nacional que iba leyendo un viajero sentado frente a mí: "Quiero morir porque amo la vida".

Me bajé del metro en mi parada y compré el periódico.

Entré en el estudio que nos había dejado para ensayar un pintor en la calle Mayor y, casi sin mediar palabra con el director de la película, Norberto Lopez, y con los actores que interpretarían a los personajes que asisten a Julia en el hotel, Josean Bengoetxea y Yolanda Ulloa, abrí el periódico y leí la noticia en voz alta. El artículo contaba en primera persona la decisión que había tomado un ciudadano de poner fin a su enfermedad terminal mediante el suicidio asistido.

Comenzamos a trabajar la secuencia impactados por lo que habíamos leído. La realidad había invadido el ensayo. Conscientes de que para poder interpretar el sufrimiento de los demás era necesario hacerlo a corazón abierto, decidimos ponernos en contacto con la asociación que nombraba el periódico (DMD. Derecho a morir dignamente) para conocer de primera mano la realidad de los ciudadanos y ciudadanas que piden su ayuda, y la labor que los miembros de dicha asociación realizan.

El día de la cita con los miembros de DMD me levanté nerviosa. Llegué la primera a la sede que la asociación tiene en la Puerta del Sol. Me recibieron amablemente y me pidieron que esperara en una sala mientras llegaban el director de la película y mis compañeros de reparto. Durante los pocos minutos que estuve sola en aquella habitación me hice muchas preguntas. ¿Qué haría yo si me encontrase en la misma situación de Julia? ¿Cómo reaccionaría si un ser querido me pidiese ayuda para terminar con su sufrimiento? De una pregunta pasaba a otra, sin comprender que ningún Gobierno de nuestra democracia hubiera cambiado la legislación para que creciésemos en libertades, legalizando la eutanasia.

La relación entre Julia y Lander es la historia de amor más conmovedora que he escuchado nunca.

Cuando llegaron mis compañeros pasamos a una sala donde un responsable de la asociación, que tenía experiencia en acompañamientos, nos contó paso a paso cómo llegaban las personas que habían decidido poner fin a su sufrimiento, cómo eran escuchados, y en qué consistía el acompañamiento.

En aquella conversación, que no olvidaré nunca, descubrí a Julia, conocí su realidad. Una realidad que, una vez que se conoce, no se debe ignorar. Comprendí que el personaje de Julia tenía un alto sentido de la dignidad.

Al salir de la asociación Norberto, Josean, Yolanda y yo decidimos al unísono irnos cada uno por un lado. Era evidente que necesitábamos estar solos después de la experiencia que habíamos vivido.

Caminé por la calle Alcalá sin dejar de pensar en la valentía que había que tener para tomar una decisión así y sentí un respeto inmenso por los miembros de la asociación DMD.

A los pocos días empezamos el rodaje de La decisión de Julia en los bajos de un local del barrio madrileño de Quintana. Para mí fue un día inolvidable. Cincuenta profesionales del medio habíamos decidido juntarnos para hacer una película en la que creíamos con plena libertad.

Arropada por todo un equipo extraordinario y dirigida con exquisita sensibilidad por Norberto López Amado, comencé a dar vida a Julia en aquella habitación 216, seguida muy de cerca por la mirada poética del director de fotografía Juan Molina.

En el umbral de lo desconocido, el personaje de Julia nos guía hacia sus recuerdos vividos con Lander (Fernando Cayo). La relación entre Julia y Lander es la historia de amor más conmovedora que he escuchado nunca.

Terminé el rodaje de la película y durante un tiempo me pregunte qué hizo que La decisión de Julia fuera tan especial para mí.

En La decisión de Julia hay un quinto personaje que está presente todo el tiempo, un personaje de una fuerza extraordinaria, casi imperceptible. Ese personaje es la muerte. No estamos acostumbrados a tener un partenaire de esta envergadura, y mucho menos a lidiar con él, a plantarle cara.

La manera de enfrentarse de Julia contra su destino me afectó de manera personal. Sin duda, no me dejó indiferente, me sentí más viva que nunca, sin miedo: por unos días fui invencible, plantando cara a ese partenaire que se presenta de forma inesperada y casi traicionera. Me abrí como nunca lo había hecho, sin complejos ni ataduras, no solo como profesional, también en la vida.