Podemos: ¿suicidio o victoria?

Podemos: ¿suicidio o victoria?

Lo verdaderamente sustancial de Vistalegre II no es que Iglesias haya ganado a Errejón: siempre hay alguien que pierde. Ni siquiera que hayan sido buenos amigos: el tándem González-Guerra también se quebró y el PSOE no colapsó de repente. Lo relevante es que una parte mayoritaria de los militantes, consciente de que era una elección determinante, ha apoyado un liderazgo y un modo de hacer política claramente definido. Incluso sesgado. Votar a Iglesias no es votar a una incógnita.

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Foto: EFE

Cuando mi padre era un joven militante de poco más de treinta años en el Partido Socialista Popular de Tierno Galván, dedicó las primeras elecciones democráticas de 1977 a ir megáfono en mano y con el maletero lleno de propaganda electoral anunciando los actos públicos del PSP por toda la isla de Tenerife. Al llegar a muchos pueblos del Tenerife más profundo y rural, los mítines estaban a reventar de gente y de entusiasmo. Tanto, que más de un compañero pensó que iban a ganar las elecciones. Al final, el PSP sólo sacó 6 de 350 diputados, ninguno de ellos por Canarias.

Movidos por los efluvios emocionales de la lucha partisana, los análisis de la militancia a veces no tienen nada que ver con lo que termina ocurriendo. También en Podemos, aunque tardaremos un tiempo en saber si la apuesta de sus inscritos este fin de semana conduce a una tierra fértil o a un páramo seco y eterno.

Porque lo verdaderamente sustancial de Vistalegre II no es que Iglesias haya ganado a Errejón: siempre hay alguien que pierde. Ni siquiera que hayan sido buenos amigos: el tándem González-Guerra también se quebró y el PSOE no colapsó de repente. Lo relevante es que una parte mayoritaria de los militantes, consciente de que era una elección determinante, ha apoyado un liderazgo y un modo de hacer política claramente definido. Incluso sesgado. Votar a Iglesias no es votar a una incógnita. Es votar a un político con un discurso que entronca ya definitivamente con Anguita y con el propio pasado de Iglesias en IU y las Juventudes Comunistas, con lo bueno y con lo malo. Es votar un modo de hacer oposición, donde está incluida cierta frescura irreverente, pero también sus pésimas formas a la hora de negociar un gobierno o sus apelaciones a la cal viva. Es votar a una personalidad que arrasa en un segmento de la población, pero al que detesta una mayoría de la ciudadanía, a tenor de los pésimos resultados que tiene en la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas.

Todo podría ser de otra manera, pero si no cambian sustancial y abruptamente las circunstancias históricas, difícilmente se irán ahora a Podemos los votos de la clase obrera -urbana y rural- que se han mantenido fieles al PP en lo peor de la crisis y la corrupción. Más factible veo que se le escapen algunos votos de la clase media, urbana, joven y menos ideologizada que en parte ya se le fueron en las últimas elecciones. Y que incluso podrían volver al PSOE si los socialistas se deciden a hacer algo interesante con su partido y no una leve cirugía estética en una clínica de Andalucía.

Si finalmente Iglesias decide purgar y no integrar, o si condiciona la integración a una lealtad absoluta a su forma de hacer política, tendrá los números para hacerlo. Será interesante ver qué hace entonces ese tercio de inscritos que apuestan por un modelo sustancialmente diferente de partido, quizá antagonista en muchos aspectos.

Pero mucho más interesante será descubrir dentro de un tiempo, cuando vengan nuevas elecciones, el resultado en las urnas de la apuesta mayoritaria que ha hecho la militancia por Pablo Iglesias. Y si fracasan, cuál será el margen para reinventarse ante los electores que tiene un partido al que sus propios miembros, sin la presión de nadie, han ubicado dentro de los márgenes clásicos de la izquierda española.

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