"Con este puedes hacer lo que quieras, que es maricón": la dura historia del colectivo LGTBI en el franquismo

"Con este puedes hacer lo que quieras, que es maricón": la dura historia del colectivo LGTBI en el franquismo

En un momento en el que los derechos del colectivo están de nuevo en juego por el auge de la ultraderecha, los activistas que vivieron el franquismo recuerdan cómo era la realidad entonces.

Una de las primeras manifestaciones del colectivo LGTBI en Barcelona en 1978.Cover/Getty Images

Retirada de banderas, censura de obras teatrales, insultos homófobos y palizas a miembros del colectivo... Este escenario, aunque podría ser en los años 60 y 70 es de 2023. La lucha del colectivo LGTBI se ha vuelto más encarnizada que nunca debido al auge de la extrema derecha. 

Esto retrotrae y abre la memoria colectiva de muchos, que recuerdan que hace apenas 50 años estaba todavía en vigor la Ley de peligrosidad social por la que los homosexuales y trans podían pasar hasta tres años de prisión. Pero si hay que echar la vista atrás, no hace falta mirar tan lejos para que esto estuviera vigente. Hasta 1985 bajo la Ley de escándalo público podían arrestar y multar a las parejas del mismo sexo o las personas trans que se mostrasen en la vía pública. 

Durante la dictadura de Franco se produjeron en torno a 5.000 arrestos entre personas del colectivo, según datos de Memoria Histórica, aunque la aleatoriedad y la forma en la que se ejecutaban los procesos no permite conocer la cifra exacta. 

Algunos de los nombres que se escribían en esas fichas de los juzgados de peligrosidad social eran los de Manuela Saborido —más conocida como Manolita Chen—, activista y primera mujer trans en cambiarse el nombre en el DNI en los años 80, y de Antoni Ruiz i Saiz, presidente de la Asociación de Expresos Sociales. Ambos vivieron en sus propias carnes los años más oscuros para el colectivo de la España franquista y de los primeros años tras la muerte del dictador.

Palizas, trabajos forzados y exilio

La historia de Ruiz i Saiz está estrechamente marcada por la Ley de peligrosidad social, la cual transformó completamente su vida en su Xirivella (Valencia) natal. Eso sí, tras la muerte de Franco, ya que especialmente durante los dos años previos a la Transición la represión al colectivo LGTBI siguió siendo fuerte. Tal y como recuerda, a las seis de la mañana el 4 de marzo de 1976, con 17 años, su vida dio vuelco cuando cuatro efectivos de la policía secreta fueron a "recoger a un chiquillo a su casa".

"Nunca la oculté [su orientación sexual], lo que pasa que a los 17 años ya cogí valor. Había muerto mi padre cuando tenía siete años y cinco hermanos. Mi madre analfabeta y beata", recuerda. "Llegó un momento que estaba harto de mantener a mi familia y quería hacer mi vida", añade.

A pesar de que la homosexualidad estaba penada entonces, Ruiz se relacionaba con otros gais. "Hacíamos cruising, que se llamaba hacer la carrera, nos juntábamos en el ambiente y nos íbamos organizando. Nos íbamos de una casa a otra y sabíamos que la secreta nos seguía", recuerda.

Esto le llevó a contárselo a su familia. "Le dije a mi madre 'a mí me gustan los chicos y como tengo mi trabajo estable, me voy a vivir con mi pareja'. Lo que peor le supo de eso no es que fuera homosexual, es que la dejara sin el salario que yo aportaba, pero le eché valor. Ella se lo comentó a su hermana y su hermana a una monja que me delató", rememora. "Sin haber tenido ningún escándalo público, sin haberme pillado teniendo relaciones sexuales con hombres. Nada de nada", aclara.

La primera noche que pasó en el calabozo, durante la huelga de camioneros del 76, los 'grises' propiciaron su primera violación: "Me dejaron solo y al rato vino un gris con un preso común y lo mete en mi celda y le dice: 'Con este puedes hacer lo que quieras, que es maricón'. Ahí es donde sufrí mi primera violación", detalla Ruiz, que pese a las peticiones de auxilio no recibió ayuda: "Chillaba, pegaba patadas a la pared, a la puerta y nadie me hacía caso".

Aunque entonces no recibió palizas por su edad, asegura que durante los interrogatorios sí le pateaban la silla, le rompían el sueño y lo paseaban por las zonas de cruising para que delatara al resto de homosexuales. Precisamente, su detención al ser tan joven tenía una finalidad delatora para poder hacer una gran redada: "Me preguntaban si los conocía y yo decía que no", apunta.

  Ficha policial de Antoni Ruiz i Saiz.Cortesía de Antoni Ruiz i Saiz

Al no lograr su objetivo, la Guardia Civil lo trasladó al Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana ante el juez de peligrosidad social. "Empezó a recriminarme que si no sabía que la homosexualidad estaba mal vista, etc. Yo permanecía callado porque no tenía representante legal, ni el fiscal pidió nada para mí, ni tenía un familiar. Nada de lo que la ley marcaba", detalla. Según recuerda, al condenarle, le dijeron que iba a ir a un "colegio". Finalmente, resultó ser la cárcel Modelo de Valencia, en la que estuvo 15 días, antes de ser trasladado a la cárcel de Carabanchel (Madrid), donde estuvo otras dos semanas. 

"Por la noche te daban un vaso de vino para que no cogieras el escorbuto", rememora y recuerda también las palizas y las violaciones por parte de policías y funcionarios. "Los funcionarios abrían las puertas de las prisiones para los que le habían sobornado pudieran ponerse con el que le apeteciera", añade.

Tras su paso por estas prisiones fue destinado a la que era conocida como "cárcel de pasivos" de Extremadura, aunque dice que no había diferencia con la de "activos" de Huelva. "La mayoría mentía al psiquiatra porque los presos comunes se pensaban que el régimen penitenciario de los homosexuales era más laxo que el general y no era así", señala. 

Ruiz recuerda con horror esos meses, en los que también recibían una "supuesta reeducación". "Cosíamos balones en Badajoz, para hacernos hombres supongo yo. En Huelva era hacer cajas de pescado para la flota pesquera", detalla.

"Chillaba, pegaba patadas a la pared, a la puerta y nadie me hacía caso"
Antoni Ruiz i Saiz, presidente de la Asociación de ExPresos Sociales.

Las condenas, tal y como señala Ruiz, eran variadas desde el mes a los tres años, incluyendo o no trabajos forzados, y se basaban en lo que dijese "el capitán de la prisión, algún funcionario y el cura". "Una vez cumplida la pena, te podía coger la policía a la puerta de la cárcel y volver a llevarte al juzgado para encausarte. Eso se eliminó a partir de 1977 con la amnistía", señala.

Pero la condena para estas personas no acababa ahí. Eran exiliados de sus ciudades y no se les permitía volver a sus puestos de trabajo. "Después de cumplir la pena te desterraban de tu ciudad o población a más de 100km, no podías vivir allí durante un año o dos años, lo que quisieran. Además, tenías la obligación de presentarte o ante el juez o algún representante de la Falange todos los meses", detalla.

También recuerda que la única opción laboral que le quedaba era la prostitución. "Aunque hubieras sido el mejor trabajador del mundo, ya había ido la policía a distribuir que eras maricón, que eras transexual o que te estabas hormonando y estabas en la prisión", recuerda.

La historia de Manolita Chen es muy distinta, pero bajo el mismo yugo de represión. No estuvo en la cárcel, pero sí vivió la represión policial en Arcos de la Frontera (Cádiz), donde la llevaban a la "casilla", calabozo municipal donde se sitúa actualmente el Parador Nacional: "Eran patadas en la barriga, palizas, vasos de aceite de ricino, pelarme al cero cuando les daba la gana. Nos llevaban al cementerio a sacar muertos". 

También estuvo en un campo de trabajos forzados, en Dos Hermanas (Sevilla): "No tenía un momento de felicidad y tranquilidad en mi vida, ni en la sociedad, yo era una enferma. Era una discriminación terrible porque pensaban que yo contagiaba, pero yo no contagiaba nada ni esto se contagia. Aunque yo venía con genitales de niño, yo era una niña y soy una mujer y siempre he sido mujer".

Pero sorprendentemente en esa España hostil para la diversidad había ciertos refugios para el colectivo. Para Chen, el oasis de libertad fue ir a Torremolinos (Málaga), donde se encontraba el Pasaje Begoña, de los primeros lugares de España donde se reunían los miembros del colectivo LGTBI y que vivió una gran redada por el franquismo en 1971. 

"Yo no imaginaba que eso podía existir en un pueblo de Andalucía, que estábamos tan deprimidos", recuerda la activista, que acudió recomendada por otra trans de Arcos de la Frontera, 'La Peruchita'. "Me maquillaba, me vestía de mujer, siempre con un pantalón debajo del vestido, pero allí yo hacía lo que quería y había un ambiente... Había unas escaleras que iban para el cementerio, que aquello era la gloria bendita. Qué de besos me daban a mí allí, qué de achuchones... Yo no sabía que eso existía y yo loca perdida", rememora. 

Tras esto, se trasladó a Barcelona, donde estuvo trabajando de vedette por las calles Escudellers y Conde de Asalto. "Los hombres besándose, las mujeres lesbianas, las mujeres que hacían la prostitución en las puertas... Eso no era España para mí, eso eran las delicias del mundo", explica.

Represión familiar y aislamiento social

La represión no se vivía solo en las cárceles y los juzgados, puesto que los miembros del colectivo LGTBI vivían en el ostracismo en la España de Franco. "El silencio, la invisibilidad, es otra forma de violencia", remarca Boti García Rodrigo, activista y directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI del Ministerio de Igualdad. 

La activista, que vivió durante los años de la dictadura, asegura que "el franquismo arrasó intelectual y emocionalmente a varias generaciones". Como mujer lesbiana, la represión para ella era muy distinta que la que vivían los hombres gais o las personas trans, aunque admite que por su situación personal y familiar pudo "vivir libremente".

"Las lesbianas vivían por lo general con discreción amparadas en la invisibilidad, temiendo permanentemente que la familia o la sociedad imaginara que dos mujeres convivientes fueran pareja. Una estrategia tremendamente dañina, culpabilizadora y patriarcal que hay que erradicar, pero que en una situación terrible como fue la dictadura sirvió de cierto refugio", señala.

García señala que no sabe "si es peor los riesgos que sufrían los gais o el doloroso armario de las mujeres lesbianas".  "En cuanto que alguna levantaba la cabeza terminaba en un convento, o en la soltería bajo el control del padre o del hermano, o en el matrimonio forzado, o… en el psiquiátrico. La psiquiatría como el brazo armado del patriarcado para controlar a las mujeres fuera de la norma es un tema terrible", recalca.

Tal y como recuerda Manolita Chen, las personas trans estaban completamente apartadas de la sociedad. Ella lo vivió en primera persona desde la infancia. "No se debería permitir que las niñas de hoy pasen lo que yo he pasado", reivindica. 

Chen señala que ella siempre se mostró como mujer, pero lo peor fue cuando empezó a crecer. "Los padres del resto de niños y niñas pensaban que era una cosa que se contagiaba y no me dejaban jugar con el resto. No podía tener amigas niñas ni amigos niños", explica y recuerda que también la encerraban en casa para que no la "viera la gente". 

"Los padres del resto de niños y niñas pensaban que era una cosa que se contagiaba y no me dejaban jugar con el resto. No podía tener amigas niñas ni amigos niños"
Manolita Chen, activista trans y primera mujer trans en cambiarse el nombre en el DNI .

"La cosa estaba malamente porque la gente te miraba mal y porque ya Franco empezó a meterse con nosotras más a fondo", rememora. Chen recuerda que esa discriminación la vivió en su propia casa, aunque su hermana y su madre trataban de defenderla. "Había momentos que había hermanos míos que me violaban. Me metían un trapo en la boca y me violaban y luego me daban una paliza de muerte con el cinto con la hebilla y que no dijera nada que me mataba", confiesa.

Ruiz también vivió esa represión en su familia, concretamente por su madre, que más allá de acabar delatándole a la policía por medio de una tía y una monja, le ha seguido rechazando. "En 2011 me casé, ella cayó enferma, fui a visitarla a casa y a presentarle a mi marido. Lo primero que me soltó fue 'si tu padre viviera te pegaba una hostia", recalca. "Le dije que no esperara ninguna visita más mía y que la única que esperase es cuando estuviera en un ataúd. Mira si era homófoba", señala. "Eso me dolió más que me hubiese vuelto a mandar a prisión", recuerda.

Recuperación y dignidad de las víctimas

Ruiz ha dedicado gran parte de su trabajo como activista para lograr que los presos gais y trans encarcelados por peligrosidad social del franquismo y los primeros años tras la muerte de Franco tengan una indemnización.

Sin embargo, aunque él sí la ha recibido no todos han sido reparados por el daño causado. "Se hizo una declaración institucional pidiéndonos perdón el 10 de diciembre de 2004, el día de los Derechos Humanos y eso fue el primer paso al reconocimiento que se iba a hacer este año, pero con el adelanto electoral no", recuerda el expreso social, que estuvo 94 días en prisión. 

"Quedaríamos 15 de aquellos, que podríamos estar viviendo bien y el resto volvería a las arcas del Estado, el plan no era descabellado", señala y recuerda que donde más reticencias se encontró en 2009 fue en el PSOE. "Además, teniendo amigos en el PSOE como Pedro Zerolo, que lo he visto llorar por este tema", explica y recuerda que hasta principios de los 2000 no fueron eliminándose los antecedentes penales de su historial.

"Las conversaciones son duras y tú eres solo un representante de un colectivo y ellos son señorías", detalla. 

Entre los expedientes que se han tramitado y utilizado para lograr la indemnización se encuentra incluso el de un joven de 16 años que acabó en 1943 en un manicomio después de que los compañeros de clase le obligaran a hacerles felaciones o de aquellos que recibieron electroshock condenados por Antonio Sabater Tomás, especialmente en Cataluña, que fue uno de los impulsores de la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes en en 1954.

Tal y como recuerda García, los miembros del colectivo LGTBI reprimidos por el franquismo están incluidos por la Ley de Memoria Histórica, pero es difícil que logren una compensación económica. "Es muy difícil que estas personas reclamen sus derechos por el contexto del que vienen. Para muchas también es difícil probar la represión que sufrieron. Porque no siempre hay documentos. Se las detenía sin más, se les privaba de libertad sin ninguna garantía jurídica. Se las maltrataba, a veces con extrema violencia, sin que constara ni siquiera la detención", detalla. 

¿Regreso al blanco y negro?

Con el auge de Vox y los discursos ultraderechistas que niegan los derechos de las personas LGTBI y que piden derogar, tal y como dijo también el PP, avances como la Ley Trans el miedo de las personas del colectivo a que se den pasos atrás es cada vez más fuerte.

Los activistas históricos no creen que vayan a quitarse derechos, pero piden a las nuevas generaciones no confiarse. "Una vez que hemos conocido lo que es vivir fuera del armario, que lo hemos compartido con nuestras familias, que las nuevas generaciones vienen pisando fuerte sin miedo a mostrarse como son, es difícil una involución completa. Pero nunca demos los derechos por garantizados. Hay que disfrutarlos y defenderlos con uñas y dientes cada día de nuestras vidas", recalca García, aunque admite que muchos activistas de la época no hablan porque tienen todavía "el miedo interiorizado". 

"Una vez que hemos conocido lo que es vivir fuera del armario, que lo hemos compartido con nuestras familias, que las nuevas generaciones vienen pisando fuerte sin miedo a mostrarse como son, es difícil una involución completa"
Boti García Rodrigo, activista y directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI del Ministerio de Igualdad.

Chen asegura que no hay que permitir un mínimo retroceso. "Siempre lo estoy diciendo y digo todos que si nos quitan una bandera, poned tres. Con orgullo y defender nuestra libertad y nuestra dignidad", reivindica la activista que defiende que el 28 de junio debería ser todo el año y que lleva desde los 11 años luchando por la igualdad.

La directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI pone precisamente en el colectivo trans, una especial vulnerabilidad para retroceder por cierto sectores del feminismo. "Lo que han hecho con las políticas antigénero de la ultraderecha es un error histórico de un calibre que todavía no podemos evaluar", explica.

Todos ellos coinciden en que la gente joven no es plenamente consciente de los abusos que se vivieron en el franquismo, Ruiz pone el ejemplo de la serie Las noches de Tefía (Atresmedia), la que critica por la visión que presenta del campo de trabajos forzados del mismo nombre. "Es un poco de ficción, porque una persona que está malcomiendo, picando piedra y vive en un desierto no iba a estar por la noche soñando en irse a un cabaret a divertirse. Esas cosas me molestan", se queja.

"La gente joven no ha vivido la situación que hemos vivido nosotros de dictadura, represión, incluso muertes y palizas por la extrema derecha. Entonces, como no lo ha vivido, hay que enseñárselo", reivindica, aunque avisa que no cree que llegue "la sangre al río" con la ultraderecha ya que estamos protegidos por la Unión Europea. "Lo que sí van a hacer es complicarnos un poco más la vida y vamos a tener que trabajar mucho más", recalca.

Chen, que adoptó a cinco hijos en 1985, coincide en que la situación sigue sin ser buena para el colectivo LGTBI y para ello ha creado la Fundación Manolita Chen que ayuda a jóvenes en situación de vulnerabilidad "para que tengan un porvenir".

Ante el 23J, en el que los derechos LGTBI vuelven a estar sobre la mesa, García asegua que "falta mucho por hacer" y pide a las generaciones nuevas que conozcan "el pasado de horror del que venimos".

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Marina Prats es periodista de Life en El HuffPost, en Madrid. Escribe sobre cultura, música, cine, series, televisión y estilo de vida. También aborda temas sociales relacionados con el colectivo LGTBI y el feminismo. Antes de El HuffPost formó parte de UPHO Festival, un festival urbano de fotografía en el marco del proyecto europeo Urban Layers. Graduada en Periodismo en la Universidad de Málaga, en 2017 estudió el Máster en Periodismo Cultural de la Universidad CEU San Pablo y en 2018 fue Coordinadora de Proyecto en la Bienal de Arte Contemporáneo de Fundación ONCE. También ha colaborado en diversas webs musicales y culturales. Puedes contactarla en marina.prats@huffpost.es