El reloj parado de Donald Trump
Esta columna trata sobre los problemas neuróticos que sufre la peña cuando alguien que se encuentra en las antípodas ideológicas dice algo con lo que se está de acuerdo.

Donald Trump acaba de decretar oficialmente que sólo existen dos sexos —“dos sexos”, no “dos géneros”; traduzcamos correctamente “gender” al español si hablamos de registros oficiales, por favor—. Probablemente, en su mapa del mundo, eso significa que las personas se dividen en dos categorías: aquellas a las que él puede agarrar por el coño y aquellas con las que no podría hacerlo. Pensemos en Afganistán: el interés por aceptar únicamente la condición de mujer y la de varón es la base del maltrato sistemático sobre las primeras. Pensemos en toooodas las religiones del planeta, para las que el binarismo varón/mujer es la pieza central de su organización. Y ahora hagamos un ejercicio de realismo: sí, es verdad, la Tierra es esférica, el hombre llegó a la Luna y en nuestra especie sólo existen dos sexos.
No, esta columna no trata sobre cuántos sexos existen. Tengo en alta estima la inteligencia de los lectores. Esta columna trata sobre los problemas neuróticos que sufre la peña cuando alguien que se encuentra en las antípodas ideológicas dice algo con lo que se está de acuerdo, o cuando alguien con quien se simpatiza políticamente dice algo con lo que se discrepa. En definitiva, convendría reflexionar sobre esa querencia sectaria tan humana por estar de acuerdo total o en desacuerdo absoluto con los líderes o los partidos. Como si de la postura en el conflicto árabe-israelí se dedujera una postura sobre el aborto. Como si la prueba de que una idea es falsa fuera que algunas personas que la defienden están equivocadas cuando opinan sobre otros temas diferentes.
Es muy cansado ponerse a pensar cada tema. Y es muy cómodo comprar los packs completos, que, con frecuencia, incluyen no sólo la opinión sobre todo lo habido y por haber, sino, también la ropa, los gustos artísticos y, si me apuráis, los tintes para el pelo que usar. Es la gente que no tiene problemas para votar con un único sí o un único no a ochenta medidas independientes a la vez. El que tiene razón en algo tiene razón en todo. Ha de estar equivocado en todo el que está equivocado en algo. Porque no son las ideas las que están acertadas o equivocadas, sino la persona. Y la persona es una. Razonar no es más que buscar las artimañas lingüísticas para llegar a conclusiones que hemos decidido previamente respondiendo ante estímulos emocionales, igualito que salivaban los perros de Pavlov.
En mi juventud fui objetor de conciencia, y en las manifestaciones contra el servicio militar obligatorio marchábamos sosteniendo las pancartas mano a mano con los Testigos de Jehová, a los que su religión prohibía tal servicio. A nadie se le ocurrió decir que los objetores éramos fundamentalistas bíblicos, aunque ya hemos leído estos días que somos trumpistas quienes sabemos que sólo existen dos sexos —hombre, puestos a vincular el binarismo sexual de los mamíferos con una celebridad, mejor Darwin que Trump, ¿no?—. Un reloj parado marca la hora exacta dos veces al día. Aunque sea Trump el dueño del reloj. Incluso lo hará también un reloj que vaya marcha atrás. El único reloj que nunca marca la hora exacta es el reloj posmoderno al que han quitado las manecillas por considerar que el conocimiento es fascista.
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