'¡Esta noche, gran velada!', volver a lo (hetero)básico
Un viaje en el tiempo que se puede ver en el Teatro Español de Madrid.

Sentarse en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español para ver ¡Esta noche, gran velada! de Fermín Cabal es como viajar en el tiempo. Un viaje que lleva a los mitificados años ochenta donde el boxeo era un deporte popular y ciertamente masivo, el feminismo otra cosa y la sociedad española seguía con sus tics dictatoriales o autárquicos.
Entonces, muchas de las obras de Fermín Cabal se leían en términos sociopolíticos. Aunque en España había democracia y un deseo por renovarse como país, se venía de donde se venía y seguían manteniéndose comportamientos y actitudes dictatoriales.
En este sentido metafórico, Kid Peña, el joven boxeador protagonista, es el representante de aquella juventud, quizás más sensible, menos agresiva, que venía pidiendo paso para hacer las cosas de otra manera. Pero que, también sabía, que para prosperar tenía que participar sí o sí en un sistema del que a lo mejor no compartía los valores.
El sistema de los representantes, que entonces no había managers. Gentes con dinero y, por tanto, poder para imponer de manera mafiosa sus condiciones. El qué y el cómo. Y como te salieras de ese qué y ese cómo, estabas muerto chaval, que tú no sabes/sabías con quien te la estabas jugando.

En este caso, Kid, el chaval, se niega a seguir boxeando, por una razón sentimental, le ha dejado su novia. Y, también, a seguir participando en el mundo de los chanchullos, apuestas amañadas, etc. que se movía a su alrededor. Una sociedad corrupta. Y no, no se ha hecho spoiler, no se ha contado el final. Este es tan solo el principio. El que desencadena el conflicto que toda obra de ficción propone.
A partir de ese momento, lo que se verá es como se mueve el microcosmos del vestuario en el que el boxeador se está preparando para salir a boxear. Mientras, fuera de escena se oyen los anuncios de los combates que se están produciendo en el ring y a la masa enfebrecida gritando y jaleando.
Combates que preceden al de Kid. El suyo es el que, de boxear, convertiría la noche en una gran velada pues se juega nada más y nada menos que el título del Campeón de Europa. Un acontecimiento. Con la diferencia de que la sociedad actual practica más boxing que nunca para mantenerse en forma, pero va a verlo menos que nunca. Porque eso de pagar por ver a dos seres humanos pegándose hasta hacerse daño de verdad, no está bien para una inmensa mayoría.
Puede que esta sea la razón por la que Pilar Valenciano, la directora, ha mantenido esta obra en aquel tiempo y haya huido de ponerla al día. Más allá del uso de recursos técnicos, como son las proyecciones de video. Un video que recuerda a la película Toro Salvaje de Scorsese. Por eso los personajes usan teléfonos con centralitas y escuchan canciones en radiocasetes.

El elenco también se mueve en ese registro. Aunque esto merece una explicación. No es que resulte antigua su forma de estar y decir en escena. Sino que la sensación que dan es la de que se está viendo una película de aquella época, incluso de antes.
Con un galán de los que saben actuar, como es Francisco Ortiz en el papel de Kid. Un cabeza de cartel después de haber salido de la serie El secreto de Puente Viejo. Que sabe lo que se hace. Y que tiene maneras para disputarle el status al mismísimo Mario Casas.
Con un secundario como Mario Alonso. Que en su forma de hacer Sony Soplillo recuerda a todos esos buenos intérpretes españoles que se labraron un carrerón y una buena vida como actores característicos.
Y Marta Guerras, la amante o la novia o vaya usted a saber qué del representante de Kid. Que no deja de interpretar una mujer como las que antes se mostraban en series y películas. Un personaje que recurre a lo que antes se llamaban armas de mujer para conseguir lo que quiere en un mundo de hombres. Algo que esta actriz consigue hacer sin que nadie se sonroje mirando desde el hoy y el ahora.

Tampoco desmerece el resto del elenco. Jesús Calvo, Daniel Ortiz y Chema Ruíz que en esa forma tradicional de interpretar, de naturalizar la palabra, saben desempeñar su papel para que funcionen las escenas. Sobre todo, si la escena es larga y les da la oportunidad.
Gracias a todo esto, lo que se acaba apreciando es la escritura de Fermín Cabal. La competencia técnica que tiene para crear situaciones, personajes y contextos a partir de diálogos. Para contar una historia.
Y, si bien la obra quizás haya quedado como ecos de una época heteropatriarcal. De un tiempo dopado de testosterona donde el boxeo, ver cómo se zurraban dos hombres por fama y dinero, era un espectáculo de masas. Este montaje muestra que lo importante en teatro es lo básico. Es decir, una buena escritura dramática, que permita trabajar a favor del hecho escénico. Vamos, subirlo a escena. Como es de suponer que se contará en el ciclo de coloquios sobre el autor que acompañan a este estreno.