‘Falsestuff. La muerte de las musas’, a ti que te lo crees todo

‘Falsestuff. La muerte de las musas’, a ti que te lo crees todo

Todos tienen razón. Esa es la complejidad de esta obra.

El coloquio postfunción en mitad de 'Falsestuff'Geraldine le Loutre

Lo más interesante de Falsestuff. La muerte de las musas, que se puede ver en el Teatro Valle Inclán del Centro Dramático Nacional, es que no se puede contar. Por mucho, que se intente. Y todo lo que se ha publicado sobre la obra lo intenta con ahínco. Sin embargo, nada va a ser comparable a sentarse en la butaca sus tres horas más su descanso. Una experiencia.

Así, la historia de un falsificador que se pretende contar, y que tras ser pillado y enchironado, decide falsificar arte vivo, es decir, teatro, queda un poco floja. Si se le añade que es algo de lo que uno se va enterando ante la insistencia de una persona a la que es falsificador ha timado, persona que se la tiene jurada pues ha quedado públicamente como un tonto, hace pensar que tres horas es demasiado si se puede contar en tres líneas.

Entonces ¿por qué en un mundo lleno de escasez de espacios para el teatro, y menos para la crítica teatral, se dedica tanto espacio a esta obra de Nao Albet y Marcel Borrás? ¿Qué hace que, independientemente de cómo vaya la taquilla, los profesionales de la información teatral y de la crítica se entreguen a glosarla, no siempre bien, por cierto?

La respuesta, sin duda, es la libertad con la está montada. Pues ante esa butaca se sucede de todo y en todas partes. Una performance. Un número de danza. Un musical ¡en el lejano oeste americano! Teatro de objetos. Una investigación policial. Una obra queer. Una obra carcelaria. Una comedia. Una obra de arte y ensayo. Una obra de timadores. Un coloquio postfunción con el equipo artístico que se coloca en mitad de la obra. Una salida de tono de un espectador que abandona la sala. Un happening situacionista. Y el video, el video que no falte, como no falta en ningún montaje contemporáneo.

Literalmente sucede de todo lo que podía suceder o simula ese todo. A la manera de lo que ocurre en un best-seller que no dejan fijar la atención del espectador ni en nada ni en ninguna parte, que le mantienen siempre distraído. Una obra bien movida. Ocurre en una Torre de Babel. Pues los personajes hablan distintos idiomas. Idiomas que se entienden gracias al sobretitulado que también está jugado estética y éticamente en la obra.

Aunque si algo es Falsestuff es lúdica. Un juego con el espectador, en la que cada dato que se va acumulando va dando lugar a un retrato cada vez más cercano de André Fêikiêvich, su protagonista, hasta hacerlo ver como quien no es. Del que todos hablan pero al que nadie a penas conoce o sabe de su existencia. Dando lugar a las especulaciones, hasta llegan a desdoblarlo en dos hermanos.

Es esa sensación de obra que quiere serlo todo, y, por tanto, no ser nada y la sensación de juego, lo que tal vez, despiste a la crítica, y al espectador. Ambos perdidos entre los que dedican ditirambos a la producción y los que simplemente la rechazan.

Sin faltar los que habiendo visto las dos anteriores de este equipo artístico, y haberlas aplaudido a rabiar, salen de esta que ni fú, ni fá, ni todo lo contrario. O que tiran del crédito de las dos anteriores para no desacreditar esta nueva-vieja producción, una revisión en profundidad de una versión anterior que se estrenó en Barcelona.

Todos tienen razón. Esa es la complejidad de esta obra. Que se puede decir todo lo anterior sin decirse una mentira y sin faltarse a la propia verdad. Ni a sí mismo. Porque de lo que va esta obra es de lo que estamos dispuestos a creer. De como esas creencias frente a las que el ser humano, al menos el occidental, se siente inmune, configuran lo que estamos dispuestos a ver. Y como lo fake se ha impuesto gracias a su capacidad de mimetización con los medios y con los individuos e individuas mismas.

Por eso delante del espectador se suceden historias increíbles y creíbles, personajes extravagantes y corrientes, referentes que pertenecen a otras culturas, pero asentados en ese melting pot, ¿o se debería decir pop?, en el que se ha convertido el mundo actual. Historias que se suceden en espacios corrientes y molientes, aunque extraños para contar una historia. Con cambios de registro, de vestuario, de personajes, de lenguajes.

Todo se va deglutiendo. Algunas cosas de forma rápida. Otras se hacen bola. Lo que depende de cada espectador, pues cada uno tiene unas creencias y unas querencias más arraigadas que otras. Como la vida misma. Y hay a quien le funciona la larguísima escena del oeste. Como hay a quien le funciona mejor esa escena del fiestón italiano en el cuarto de baño donde se reúnen la flor y nata de la cultura, ¡menuda cultura!

¿Qué a donde lleva todo esto? Podría pensarse que a ninguna parte. Que la obra cabalga desbocada por el gran espacio y los recursos que le ha ofrecido a esta pareja el Centro Dramático Nacional, al que parecen entregado. Y que, sin embargo, es un buen ejemplo de que todo lo contemporáneo necesita una producción exquisita, como esta.

En cualquier caso, se olvida que esta obra no comienza cuando uno se sienta en el patio de butacas. No. Sino en hall de la entrada al teatro mientras el público pasa a la sala. Donde un hombre solo, dentro de un coche, conduce, o hace como que conduce, con la mirada perdida. Lugar y coche que se verán al final en una proyección.

Es ese hombre solo el que va a recibir la lección de su vida. El de que la policía es tonta. Y hay mucha policía buscando delitos y delincuentes en nuestra sociedad. Seres humanos solitarios que dicen conocer los trucos y desvelarlos en las redes y la TDT. Que no saben que se la están jugando con una inteligencia colectiva que trabaja duro y comprometida para engañarlos. Frente a la que hay pocas defensas. Contra la que ni si quiera sirve la peligrosísima inteligencia artificial que se anuncia como una amenaza para la humanidad.

Pero para enterarse de eso, desde un punto de vista emocional, con corazón antes que con razón, hay que sentarse en el Teatro Valle Inclán. Abandonarse a la magia del teatro que dominan con maestría Nao Albet y Marcel Borrás. Dejar que esa mentira, esa falsificación de la vida, rompa en pedazos la incredulidad de cualquiera. Disfrutar del exceso de referentes, que de una u otra manera, se simulan en esta obra, y recibir el jarro de agua fría de la realidad.

Darse cuenta de que se está solo ante tanta falsedad, y que más pronto que tarde y más de una vez, te la van a dar con queso. Te la van a colar. Y lo que se va a resentir es tu credibilidad, el crédito de realidad en lo que haces y lo que dices que te van a dar tu familia, tus colegas, tus compañeros de trabajo. Los otros.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.