‘Los santos inocentes’, y lo que el señorito mande

‘Los santos inocentes’, y lo que el señorito mande

¿Qué tiene Delibes para atraer tanto a los grandes actores?

Elenco de 'Los Santos Inocentes'Marcos G Punto

El novelista Miguel Delibes tiene mucha fortuna en las carteleras españolas. A Cinco horas con Mario, puede que una de las producciones más longevas de la cartelera española, Mujer de rojo sobre fondo gris y el montaje reciente de La guerra de nuestros antepasados se añade Los santos inocentes en las Naves del Teatro Español en el Matadero de Madrid. Y lo hace con el mismo éxito de público que las otras que se han citado.

Además del autor, todas ellas tienen un denominador común. Ese denominador son los actores. Siempre primeras espadas. La primera con Lola Herrera, que solo brevemente fue remplazada por Natalia Millán. La segunda con Pepe Sacristán. La tercera con Carmelo Gómez. Y ahora llega esta protagonizada por el popular Javier Gutiérrez, en el papel de Paco por el que ha recibido recientemente el premio a la mejor interpretación masculina de la edición XXI del Teatro de Rojas.

¿Qué tiene Delibes para atraer tanto a los grandes actores, sobre todo populares, y al público? Seguramente tiene historias que tienen que ver con la Historia de España. Hay en ellas algo sentimental, que las vincula de alguna manera al paraíso sentimental de muchos y muchas que, o bien crecieron en un pueblo, o bien pasaban vacaciones en ellos. 

Esa España que, a pesar de que vacía el campo porque las ciudades ofrecen más oportunidades de una vida mejor, al menos económicamente, o eso dicen, sigue teniendo para muchos y muchas una apariencia adánica. De paraíso perdido. Donde se tuvieron los primeros mejores amigos, el primer amor, el primer beso, los primeros desencuentros y desengaños. Donde la familia se volvía extensa. Ese lugar de vacaciones que ofrecía una vida en la calle, al sol y al aire libre. Como en Verano azul, la clásica serie de televisión.

Es en esos paraísos donde suceden las historias terribles que escribía Delibes. Los santos inocentes no lo es menos, pues cuenta la vida de una familia pobre que trabajan para el señorito dueño de la finca. El que dispone de la hacienda y de las vidas de los que le trabajan y le viven en ella. Ahora me hacen esto y luego aquello. Ahora me mandan a la nena a la casa. Ahora me mandan el nene de aparcero, que da igual que lo que él quiera ser. Y los otros, responden a mandar, señorito, a mandar.

Un señorito malo, malísimo, sin doblez. Él es así y dispone de su finca y de los que la habitan, sean seres humanos o animales, como le viene en gana. Independientemente del nivel de instrucción que tenga el personal, eso solo cuenta para el puesto que se ocupa en la escala laboral, para decidir el puesto de trabajo que le dará. Y al que no le guste que arree. Pues como amo y señor es el que toma las decisiones, que para eso es su cortijo.

Que con estos mimbres todavía se pueda ver que este personaje es una persona, como cualquiera de los que se pueden sentar en las butacas, es un milagro. Un milagro que hace Jacobo Dicenta. Que se añade a lo que hacen el citado Javier Gutiérrez, Pepa Pedroche, Luis Bermejo y el resto del elenco.

Actores que individualmente están recibiendo premios. Cuando el premio debería ser para todo el reparto. Ya que no se entendería lo que pasa en la bella escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda que tan bien iluminan Juan Gómez-Cornejo e Ion Aníbal, si no fuera por las relaciones humanas que los actores son capaces de tejer. Y tejen, como cuando antiguamente se bordaba a la puerta de las casas de pueblo en un bastidor, para dar al final una imagen, una figura bonita, que las abuelas, sus hijas y sus nietas gustaban de poner en cuadros colgados en la pared. Cuando no las usaban para hermosear mantelerías, sábanas y toallas.

En ese mundo y con ese espíritu se presenta una España negra, pero no la de Felipe II, en la que no se ponía el sol, sino la del siglo XX. En la que una familia de tres hijos, una de ellas con parálisis cerebral, y un tío mayor de inteligencia límite, vive y cuida la finca extremeña de un señorito de Madrid que de vez en cuando viene a cazar de forma real y figurada.

La real es la caza de pájaros, para lo que necesita como ojeador y casi perro de caza al padre de esa familia por las habilidades que tiene. Y lo de figurada, es porque viene de caza sexual. Ya sea la turgente mujer de su capataz, que le rinde pleitesía, ya sea la joven virgen de esa familia pobre que le cuida la finca.

Un señorito que se codea con lo mejor y lo más granado de la sociedad, pero al que poco le calan los avances sociales. Que interpreta la vida de forma utilitaria, siempre que le mantenga en lo alto de la pirámide de la riqueza y el poder. De tal forma que solo entiende la formación de los seres que le pertenecen de manera pragmática y económica. ¿Estudiar idiomas? Solo para cuando el turismo extranjero sea un negocio, para que puedan dar servicios a otros señoritos y señoritas que vengan de fuera. Mientras tanto, ¿pa qué?

Todo lo que se cuenta puede parecer otra España. Una que se ha quedado atrás gracias a la democracia y el desarrollo real y, también, superficial que ha traído. Algo histórico. Para desengañar al personal, llegan las elecciones locales, los discursos, las actitudes.

Y hay quien en lo público y en público se comporta como el señorito de Los santos inocentes. siguen el eslogan L'Oreal, porque yo lo valgo. Y hay quien se comporta como el capataz y la familia de sirvientes que dan el servicio y dicen a mandar porque les va la vida, no solo la económica, en ello.

En la obra este dilema se resuelve con la justicia poética de tomarse la justicia por su mano. La justicia de un loco que se abandona a su emoción, que da rienda la sublimación de su frustración. Justicia que recibe el aplauso y la alegría de alguna que otra persona del público. Tal es la emocionalidad que provoca en una audiencia que está agotando entradas.

Una justicia y emocionalidad que asusta. Sería mejor, mucho mejor, que ese público ejerciese su próximo voto con la razón. Y no respondiese con el corazón, como hace en esta obra. No respondiese al storytelling, a la batalla que hay por imponer un relato, un cuento, de lo que fuimos o de lo que somos, sino respondiendo a los datos. Sí los fríos y aburridos datos. Para el resto, ya se tienen buenos textos y equipos artísticos como estos, que saben lo que se traen entre manos y contarlo.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.