Joan Baptista Humet, hasta que el silencio viene

Joan Baptista Humet, hasta que el silencio viene

Una biografía de Fernando González Lucini recupera la obra de Joan Baptista Humet, una figura inclasificable en la canción de autor en España.

Joan Baptista HumetAUTOEDICIÓN

La tarde siguiente a la muerte de Joan Baptista Humet escuché a Gemma Nierga contar en su programa de la Cadena SER que sus padres la habían bautizado con ese nombre porque les gustaba una canción del cantautor. En realidad, la protagonista de esa melodía, aparecida en 1971, era la hermana del artista que, a causa de la poliomelitis, tenía dificultades para andar. "Gemma, -decía el estribillo- mira las flores, que son bonitas y no caminan".

Además de ayudar a centenares de parejas a elegir un nombre para sus hijas, aquella letra, que tanto ayudó a la normalización, ya fuera social, política y lingüística, caló en toda una generación que no dudó en incorporarla a su memoria sentimental. Casi una década después, en el otoño de 1980, un silbido acompañaba, a un lado y otro del océano, la historia de Clara, una adolescente que no había tenido suerte al elegir la puerta de salida.

En la vida real Clara, según contó mucho después Manuel Román en un artículo, era una muchacha que se llamaba Paca y que había vivido cerca del cantante. Por primera vez en la música española, la voz de un cantautor se alzaba para describir las consecuencias devastadoras de la droga, en una época en la que algunos sectores veían el consumo como algo moderno y hasta guay, por decirlo con una expresión muy del momento.

Con el disco en lo más alto de las listas de ventas, Humet quizás no intuyó que había comenzado la cuenta atrás para apartarse de los escenarios. Tampoco muchos sabían que detrás de aquél silbido que todos coreábamos, y en el que tanto había tenido que ver el productor Rafael Pérez Botija, había una década previa de esfuerzo y sinsabores. Cualquier carrera artística es difícil, pero la de Joan Baptista tuvo la dificultad añadida de no encontrar un contexto adecuado para desarrollarse. "Soy ciudadano -cantaba en ese mismo álbum- de una patria inadvertida /del camino y no la tierra soy granjero,/dando tumbos voy y vengo por la vida,/cada vez más extranjero".

Como cuenta Fernando González Lucini, uno de los mejores conocedores de la canción de autor en español, en la espléndida biografía que ha publicado a expensas de una asociación de amigos del artista, "a Humet le tocó vivir un momento muy complicado de la historia de este país. Sentía un amor infinito por Navarrés, su pueblo natal, donde se usaba el castellano -me explica-, pero había pasado mucho tiempo en Tarrasa, en una comunidad catalano-hablante. Pensaba en castellano y componía en catalán, ese dilema le acarreó una constante tensión a lo largo de su carrera. En Cataluña, donde llegó a ser telonero de Lluis Llach, no se le consideró nunca como parte de la nova cançó. Al no estar adscrito a ningún partido o movimiento político, en el resto de España, quedó fuera de lo que se conocía como canción-protesta".

"De entrada, -recordaría el artista, ya gravemente enfermo, en el mensaje que envió para que fuera leído en el concierto homenaje que le rindieron post mortem amigos y compañeros en 2008- yo era un autor que transmitía más dudas que certezas, era un cantautor del sí-pero-no, de la búsqueda constante de sí mismo. Quizás esto, en un momento en que Cataluña estaba tan necesitada de certezas, no fue del todo bien recibido".

En 1975, tras Fulls, un excelente elepé en catalán que había pasado desapercibido, toma la decisión de cantar en castellano. La discográfica Movieplay publica Diálogos, un álbum cargado de historias sencillas y cotidianas. Algunas, como Layetana abajo, en la que narra la búsqueda que emprende una mujer de clase obrera de su marido, detenido por la policía de la dictadura en una comisaría barcelonesa, contienen una evidente crítica política formulada desde la objetividad, sin ningún tipo de posicionamiento partidista. En otras, insiste en esa esa búsqueda de la autenticidad que será una constante en su obra: "Y una lucecita que apenas se ve/cuando estoy a solas va diciéndome:/Que no soy yo, que aún no soy yo".

El caso de Humet no es el único en la canción de autor de aquel momento, insiste González Lucini. Esa misma sensación de estar al margen de modas y discursos acompañará también a Cecilia, a Alberto Cortez o a Mari Trini. Ninguno de ellos ocultó su admiración por la obra del valenciano. Cortez, incluso, le brindó respaldo para alguna gira por Hispanoamérica. Para ser justos, casi nadie hablaba mal del autor de Terciopelo. Ni Serrat, que influyó en sus primeras composiciones, o Víctor Manuel, que lo ayudó cuando se instaló con su familia en Madrid, o Marina Rossell, que colaboró activamente para que saliera adelante el homenaje que se le tributó poco después de su muerte.

El afecto de la profesión no le ahorró, sin embargo, más de una decepción. La mayor, quizás, tuvo que ver con su presentación en el Palau de la Música de Barcelona. "Hay que entender esas reticencias de la intelectualidad catalana de la época -observa González Lucini-, salíamos de cuarenta años de dictadura; la lengua, la identidad de esa tierra había estado perseguida, anulada. Era lógico que se aferraran en la defensa de su cultura. En aquél contexto, decidir cantar en castellano podía verse como una provocación pero Joan Baptista nunca olvidó sus raíces, quiso seguir cantando en las dos lenguas: intervino en La granja animal, la primera ópera rock en catalán y se empeñó en presentar Fins que el silenci ve, una de sus grandes obras, en el Palau. No le ayudaron. Incluso, él y su mujer tuvieron que hacerse cargo de pegar la cartelería por toda Barcelona. El día del estreno todos los compañeros le hicieron un gran vacío. Solo acudieron Guillermina Motta y Nuria Feliú. La crítica fue durísima. Le tenían sentenciado por haber cantado en castellano".

El cúmulo de frustraciones le lleva a dar un golpe de timón a su carrera. En 1980, ficha por la multinacional RCA, publica Hay que vivir, con Clara como buque insignia que se convertirá en una de las canciones más representativas de la década. Le llueven los contratos. Dos años más tarde, aparece Amor de aficionado, que él mismo produce, con un elevado presupuesto, y graba en Los Angeles. El repertorio no defrauda a sus seguidores. en especial, A mi adolescencia, pero la industria exige otro éxito como Clara. No lo consigue. Tampoco en el siguiente, Solo soy un ser humano, un espléndido retrato de aquella España del 84, en la que modernos, prostitutas o travestis se habían hecho visibles.

"La casa de discos insistía: querían que hiciera otra Clara. Ese era el Humet que querían pero él estaba a medio camino entre la canción social y lo comercial. Era un bicho raro para la industria, quizás como le ocurría también a Mari Trini. Ella gritó Yo no soy esa y Joan Baptista Que no soy yo", relata González Lucini.

A mediados de los ochenta, la RCA es absorbida por otra multinacional, Ariola. Las relaciones se tensan con el artista, que pretende ahora recuperar su obra en catalán. Cuando buscan los masters de las grabaciones, no los encuentran en el archivo de la compañía. Los habían destruido. Le asignan un productor con el que no congenia. En paralelo, los ingresos económicos disminuyen. Los Humet, cuenta González Lucini, han vivido desahogadamente esos años y ahora empiezan a notar dificultades. Joan Baptista tira la toalla, monta una empresa con su mujer y se aleja de la música. Volverá en 2005, con la ayuda esta vez de Moncho Borrajo, y un último cedé, Solo bajé a comprar tabaco.

"El reto -me contaba entonces- es recuperar a la gente, más o menos de mi edad, que me siguió hace veinte años, y atraer a esos jóvenes que me mandan emails porque han escuchado mis canciones en casa. Para eso he vuelto: para reencontrarme con mi gente y rejuvenecerme con una o dos generaciones que han venido después. Los motivos de por qué uno hace las cosas nunca están claros. Ahora empiezo a entender por qué dejé la música hace dieciocho años. La decisión de volver ha sido dolorosa. Vivía muy cómodo con lo que hacía, Miguel; pero empezó a rondarme la pregunta de si lo que hice seguía vivo o no. Hay gente que opina que si. ¿Los vas a dejar así, sin más?, me decía. No he vuelto por nostalgia ni nada de eso. Leer 'el retorno de Humet' me pone de los nervios".

El destino, sin embargo, truncó esa ilusión. Un cáncer acabó con su vida el 30 de noviembre de 2008, a los 58 años. Apenas dos semanas después, Serrat, Ana y Víctor, Moncho, Marina Rossell o Nuria Feliú María del Mar Bonet cantaron algunas de sus canciones ante más de dos mil personas en el Teatre Nacional de Catalunya:

"Pero esta noche todo ha cambiado -había dejado escrito Joan Baptista para que se leyera durante el homenaje-. Más allá de los distintos planteamientos éticos de cada uno de vosotros, me habéis demostrado algo trascendental para mí: que me lleváis en un rinconcito de vuestro corazón. Esto es trascendente porque, de golpe, en el breve tiempo que ha durado este concierto, habéis conseguido mucho más que yo mismo a lo largo de veinte años de actividad musical: habéis dado sentido y validez a mi trayectoria y a la forma de encararla. Mi sentido agradecimiento también a vosotros, el público, hombres y mujeres que no conozco personalmente, pero que habéis formado siempre parte de mi vida me habéis dado mucha felicidad. Y aunque alejado de los escenarios, habéis seguido demostrándome —como lo estáis haciendo esta noche— vuestro afecto y cariño. A vosotros también os llevo dentro".

El 9 de febrero, Joan Baptista Humet. Vida, canciones y silencios, la biografía que ha escrito Fernando González Lucini, se presentará en el Centre Artesà Tradicionàrius de Barcelona a las 19 hs.

Sus discografía, afortunadamente, puede hoy en día disfrutarse en la mayoría de plataformas digitales. Solo en Spotify, alrededor de 27.000 personas escuchan alguna canción de Humet cada día.

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).