Líneas aéreas Wagner

Líneas aéreas Wagner

¿Cuál es la catadura moral de los estadistas que no vacilan en contratar los servicios de psicópatas cuidadosamente seleccionados? 

Yevgeny Prigozhin en su última aparición pública en África a través de un vídeo publicado en TelegramTELEGRAM

Ignoro si aún ofrecerá sus servicios la compañía LAV, Líneas Aéreas Venezolanas, menesterosa empresa aérea dedicada al tráfico entre aeropuertos del interior del país que tanto hemos olvidado últimamente, sobre todo desde que los tiros vienen del Este.

Tan deficientes eran las pistas en que sus aviones debían tomar tierra, y tan obsoletos los aparatos, que sus índices de siniestralidad, el número de hostias quiero decir, llevaron a los cachondos caribeños (casi todos) a dar al acrónimo un nuevo significado: Le Aseguramos Velorio.

Pues si engolamos un poco la voz y simulamos el acento de un cosaco que ha desayunado vodka, ya tenemos el chiste (negro y cruel, lo reconozco) a costa del siniestro que se ha llevado por delante a Yevgeni Prigozhin, líder de los aguerridos mercenarios de la compañía Wagner, dedicada a la seguridad y los servicios asistenciales, lo que, dicho así, parece referirse a un extenso surtido de porteros de discoteca, repartidores en bicicleta, electricistas y paseadores de perros, que no es el caso.

O sí lo es, y el problema es que no entendemos eso que los que leen a Tolstoi llaman “el alma rusa.”

Desde luego, la región oriental de Europa no es, ahora mismo, un lugar en el que uno pueda subirse a un avión con tranquilidad; entre misiles de uno y otro bando, drones en vuelo rasante, vuelo de altura o vuelo al despiste, bombarderos rusos y cazas ucranianos que lo mismo son americanos que españoles o suecos, más los reactores que patrullan de parte de Bielorrusia, de Polonia o de la OTAN, la aglomeración de tráfico y las intenciones de todos los implicados recomiendan hacerse unos bocadillos, llenar el termo de café y arrancar el coche camino de donde sea (mejor cuanto más lejos).

Pero no me negarán que ya es casualidad que se precipite a tierra el aparato en que viaja el hombre que le ha echado a Putin el mayor órdago que ha tenido que afrontar el presidente ruso desde que ocupa el cargo; un avión privado fletado, mantenido y pilotado por especialistas de uno de los más temibles ejércitos privados del mundo.

Puede que Vladimir Putin haya olvidado alguna vez el encendedor en la mesa o las gafas en otra chaqueta, pero está claro que no ha perdonado en su vida. De hecho, ni el encendedor ni las gafas han tenido valor para aparecer de nuevo.

Escribo estas desabridas líneas mientras la cercanía del anochecer me recuerda que, poco a poco, se nos echa encima el otoño (esperemos que con el clima que le suponemos y que tan bien sienta a poetas, setas y piezas de caza), sin saber si tendrán sentido cuando la benevolencia de nuestro querido Huff tenga a bien publicarlas; la actualidad es efímera como un pil-pil exento de química. Pero no pretendo ser notario de un presente que apenas abarco y que no logro comprender (los que opinamos por escrito somos como curas en un hospital: nos dejan entrar porque los doctores los tiene la Iglesia) sino dejar en el aire las preguntas cuyas respuestas conocemos, aunque preferiríamos no saberlas:

¿En qué tipo de sociedad un expresidiario pasa de vender perritos calientes en un puesto callejero a controlar un ejército privado? ¿No le bastaba a Prigozhin con la crueldad de servir salchichas empapadas en kétchup?

Y, sobre todo, ¿cuál es la catadura moral de los estadistas que no vacilan en contratar los servicios de psicópatas cuidadosamente seleccionados en los más sórdidos callejones, dejándose para ellos mismos la cómoda tarea de mirar para otra parte?

Al fin y al cabo, pensarán, cualquier ejército lo es de mercenarios, como los equipos de fútbol con los que comparten léxico y, en ocasiones, ímpetu. También detrás de ellos van los entusiastas que agitan banderas y entonan cánticos, mientras que, en la penumbra de la última fila, los cajeros cuentan los billetes y apartan de cuando en cuando uno para encenderse el puro con él.

Porque Wagner no es una extravagancia surgida de un mal sueño. Son tantos los ejércitos privados (perdón, las compañías de contratación independiente) en Rusia que los millonarios carentes de uno son constantemente comparados con el famoso y desdichado tío de Alcalá.

Y no solo Rusia echa mano de los Pepe Gotera y Otilio de la violencia. Blackwater (al menos, el nombre de la empresa era explícito) fue tan solo una línea en un abultado estadillo. La civilización occidental se parece a nuestra idea de lo que es la civilización occidental en que ambas caen al oeste.

Todo apunta a que Putin mantendrá las huestes de nombre musical a su servicio, al menos en África Central, donde llevan años dedicados a la tarea de conseguir que la región se avenga a formar parte del área de influencia del Kremlin.

Le bastará con nombrar a un director general adecuado, cuya mano estrechará amistosamente mientras le cuenta una divertida y aleccionadora anécdota:

-...y entonces le dije: Yevgeni, ven en tren…

MOSTRAR BIOGRAFíA

He repetido hasta la extremaunción que soy cocinero porque mi primera palabra fue “ajo”. Menos afortunado, un primo mío dijo “teta”, y hoy trabaja en Pascual. En sesenta años al pie del fogón (Viridiana ya ha soplado cuarenta velas) he presenciado los grandes cambios, no siempre a mejor, de la hoy imparable cocina española. Incluso malician que he propiciado alguno. En otros campos, he perpetrado cuatro libros de los que no me arrepiento (el improbable lector lo hará por mí). Fatigué también a los caballos de carreras retransmitiendo éstas durante varios años por el galopante mundo. He desperdigado una reata de artículos de variado pelaje y escasa fortuna. También he prestado mi careto para media docena de cameos, de Berlanga a Almodóvar, hasta que comprendí que mi máxima aspiración como actor podría ser suplantar al hombre invisible. En mi lejano ayer quise ser jockey, pero la impertinente báscula me disuadió. Y por mi parte basta que, como sentenciaba un colega, “es incómodo escribir sobre uno mismo. Mejor sobre la mesa.”