El día que Felipe VI, Hollande y Merkel visitaron Estrasburgo

El día que Felipe VI, Hollande y Merkel visitaron Estrasburgo

ESTRASBURGO-. No todos los días acude el rey Felipe VI al Parlamento Europeo para pronunciar un discurso en su sesión plenaria; no lo hacía un jefe de estado español desde 1998, cuando el rey Juan Carlos habló por segunda vez en la eurocámara. No es habitual tampoco que Hollande y Merkel participen en un debate con los representantes de los ciudadanos europeos. La última vez que un presidente francés y un canciller alemán se dirigieron al Parlamento Europeo de forma conjunta fue en 1989, tras la caída del Muro de Berlín, cuando François Mitterrand y Helmut Kohl escenificaron la unidad franco-alemana ante el gran desafío que la historia les brindó aquellos años.

La ciudad alsaciana discurre tranquila casi todo su tiempo, sólo aturdida al anochecer por las fiestas de sus miles de estudiantes, salvo los cuatro días al mes en que se convierte en el centro de operaciones de la emergente democracia europea. En cada sesión plenaria miles de funcionarios, europarlamentarios, asistentes parlamentarios, lobistas y periodistas llenan sus hoteles, calles y restaurantes. Al ver tantos corresponsales acreditados para esta ocasión, algunos portavoces de prensa de los grupos políticos han exclamado: “¡ojala vinierais más a menudo!” El llanto obedece a que el Parlamento Europeo – que trata de hacerse paso en los temas clave de las múltiples crisis que vivimos - no tiene la atención que cree merecer. Y quizá el traslado mensual de Bruselas a Estrasburgo disipe un poco la focalización de esa atención.

La primera pregunta que ha flotado en el aire en tan señalado día ha sido la razón de que coincidan en la agenda el discurso del jefe de estado español y el debate conjunto con Hollande y Merkel. No es habitual que varios líderes europeos acudan a Estrasburgo en el mismo día. Según Jaume Duch, portavoz del Parlamento Europeo, ha sido pura coincidencia. “No es fácil cerrar la agenda de Merkel y Hollande y ha sido posible en el mismo día en que estaba programado el discurso del rey Felipe VI”. Un vicepresidente del Parlamento del Grupo Popular Europeo, con dilatada trayectoria en la política europea, se lamentaba de esta coincidencia porque valora el liderazgo del rey Felipe VI y teme que quede ensombrecido por la presencia de Merkhollande. Como no hay mal que por bien no venga, los tres han podido saludarse y charlar brevemente.

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Es España un país siempre a vueltas con su pasado, que se atraganta como un alimento espinoso que se resiste a ser desplazado del esófago por grandes migas de pan. No importa que nuestra joven democracia se haya consolidado; tampoco que celebremos este año el 30 aniversario de nuestra entrada en la UE. Tampoco tiene efecto la gran miga de la España de las autonomías que, con todos sus defectos, ha logrado dar autogobierno y reconocimiento de la diversidad cultural a lugares como Cataluña. Al final la mirada al pasado mientras tratamos de hacernos paso en el presente nos sigue mostrando algo extraviados frente a nuestros vecinos europeos. Ha vuelto a ocurrir con la visita del Rey.

Si la semana pasada los eurodiputados españoles intercambiaron una animada conversación vía email - frente al silencio de todos sus colegas europeos - sobre el resultado electoral de Cataluña, esta semana también se han mostrado desunidos ante la visita de su Rey. La eurodiputada de Izquierda Unida, Marina Albiol, ha pedido a todos los europarlamentarios de los 28 Estados miembros que imitaran su gesto de marcharse del hemiciclo en el momento del discurso real. “Este Parlamento debería representar la democracia europea y por tanto tener sus puertas cerradas a aquellos jefes de Estado que no han sido elegidos mediante sufragio como es el caso del rey de España”, ha asegurado.

A su encendido correo no respondió ningún representante de las varias monarquías parlamentarias que integran la Unión Europea, pero sí lo hizo el parlamentario popular Luís de Grandes, número dos del PP en la Eurocámara. “La Ponencia constitucional que elaboró el proyecto de Constitución estaba integrada, entre otros, por el comunista Jordi Solé Tura, quien no comprendería, de seguir vivo, la degradación intelectual y el triste nivel al que ha llegado ese Grupo residual en que ha derivado IU”.

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Al comenzar el discurso del Rey, los cuatro diputados de IU abandonaron el hemiciclo mientas sus colegas de Podemos, también parte de su mismo grupo parlamentario, les miraban con la cabeza agachada. El partido de Pablo Iglesias ha renunciado a disfrutar de los pequeños placeres que comporta ser una fuerza de protesta marginal que actúa con las tripas. Tras su marcha, los representantes de IU han dejado en sus escaños las bandera republicana. “¿Es la bandera de España?”, ha preguntado convencido un periodista húngaro en la tribuna de invitados. En otros tiempos, era el PP español quien animaba a sus colegas europeos a abandonar sus escaños cuando iba a dar un discurso el entonces presidente José Luís Rodríguez Zapatero.

El discurso de Felipe VI ha gustado y cosechado aplausos de izquierda a derecha de la eurocámara. No se ha salido un ápice del guión, porque no procede en tan protocolario formato ni tiene el actual Jefe del Estado la espontaneidad de su padre. Su primer mensaje a los representantes europeos ha sido sobre el desafío catalán independentista, aunque para ello no lo ha mencionado expresamente. “Tengan la seguridad de poder contar con una España leal y responsable hacia el proyecto europeo; con una España unida y orgullosa de su diversidad; con una España solidaria y respetuosa con el Estado de Derecho”. Antes remarcó el Rey: “soy europeo porque soy español”.

El Rey ha entusiasmado a muchos socialistas, dedicando buena parte de su discurso a la Europa social. El aplauso más largo que ha recibido ha sido al recordar a Jacques Delors, expresidente de la Comisión Europea en la época que Kohl y Mitterrand intervinieron en El mismo hemiciclo: “Rechazo una Europa que no sea más que un mercado, una zona de libre cambio sin alma, sin conciencia, sin voluntad política, sin dimensión social. Si es allí hacia donde vamos, lanzo un grito de alarma”. Sobre los refugiados, el Rey ha declarado: “no les podemos defraudar”.

Felipe VI deja a su paso una impronta positiva para la imagen de España. Ha sido educado para la diplomacia y se mueve bien en los ambientes internacionales como el que le ha recibido en Estrasburgo. Tiene Felipe VI, con su papel de representación más bien simbólico, los ingredientes en su liderazgo de los que han carecido en mayor o menor medida cada uno de los presidentes del gobierno de España, empezando por los idiomas, de los que domina, entre otros, el inglés, el francés y el catalán.

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Tras concluir su visita Felipe VI, se ha despedido de Hollande y Merkel, quienes, como si compartieran pupitre en la escuela, se han sentado juntos en el hemiciclo frente a sus examinadores europeos. Se han acomodado con dificultad porque los pesados e inmanejables asientos que tiene el Parlamento en su sede de Estrasburgo recuerdan a sus señorías la excentricidad – por una buena causa histórica, eso sí, como es la reconciliación franco-alemana representada en la sede de la otrora convulsa región de Alsacia – de desplazarse fuera de Bruselas una vez al mes.

Evocando el discurso que en su día pronunciaron sus predecesores Helmut Kohl y François Mitterrand, ambos líderes han apelado a la cooperación franco-alemana como la mejor garantía para el progreso de Europa. Las múltiples crisis que asolan Europa, como la económica y social, la crisis humanitaria con los miles de refugiados que llaman a nuestras puertas o las amenazas para nuestra seguridad, representadas por el terrorismo yihadista o la guerra en Ucrania - sólo pueden resolverse con más Europa, han insistido ambos líderes.

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“Con cada una de estas crisis, el miedo aparece, pero no podemos dejar que el miedo nos domine”, ha dicho Merkel. Hollande, aplaudido cuando ha recordado la manifestación celebrada en París tras los atentados de Charli Hebdo, ha centrado sus intervenciones en La solidaridad y ha alertado sobre los nacionalismos, aunque sin mencionar ninguna de sus manifestaciones, ni la catalana, asunto sobre el que la Unión guarda un perfil bajo, ni la británica, a la espera de que el premier británico David Cameron concrete sus planes y fecha para celebrar el referéndum de pertenencia a la UE. “Nacionalismo es guerra”, ha dicho Hollande repitiendo las palabras que Mitterrand pronunció en este mismo lugar en 1989.

A la canciller alemana sólo se le ha torcido el gesto cuando Nigel Farage, el locuaz populista que lidera el Partido por la Independencia del Reino Unido, ha exclamado: “El proyecto europeo, que fue creado para contener el poder alemán, nos ha traído una Europa totalmente dominada por Alemania”. Marine Le Pen, la líder del xenófobo Frente Nacional francés, se ha referido a Hollande como el administrador de una provincia de Alemania. Terminado el turno de palabra con los excéntricos populistas que aunque no están organizados sí logran hacer ruido, los líderes de Francia y Alemania han dicho unas palabras finales.

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Convendría recordar a los más escépticos sobre las dudas y pasos cortos que muestra Europa con sus múltiples crisis a las que ahora se enfrenta, que incluso la historia de éxito de la reunificación de las dos Europas después de 1989 no fue un camino de rosas. Muchos recelaron de las consecuencias de abrirse al este, como ha recordado Merkel, que lo sabe bien porque nació y creció en el este de Alemania. Cuenta el historiador Tony Judt en su obra “Postguerra” que tras caer el muro a Mitterrand le aterraba la idea de la posible reunificación alemana y confiaba en que los soviéticos nunca la consintiesen. Un año después Alemania volvió a ser una, Europa se abrió hacia el este.