“337 km” y “El cuaderno de Pitágoras": historias de padres, historias de hijos

“337 km” y “El cuaderno de Pitágoras": historias de padres, historias de hijos

Obras en las que el público alterna ojos a punto de llorar, con bocas a punto de reír.

Escena de la obra de teatro 'El cuaderno de Pitágoras'.LUZ SORIA / CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL

Ante el juego de tronos al que nos están sometiendo los políticos, que creen vivir y que se vive en una serie de Netflix, hay artistas que nos hacen mirar la vida. Esa del día a día que los políticos, enfrascados en sus luchas de poder, no acaban de resolver ni garantizar mediante una ley, una norma o la aprobación de unos presupuestos. Y la vida no para esperando a que ellos se acuerden y recuerden que al final del Boletín Oficial del Estado o del Boletín Oficial de la comunidad correspondiente, hay personas con sus necesidades por resolver.

Entre esos artistas se encuentra Carolina África, la reina de las emociones, sin duda. Que con El cuaderno de Pitágoras, que ha escrito y dirigido, lo está petando en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional (CDN). Algo que ni el covid, y esta producción ha sido muy afectada por el ómicron, ha podido evitar. Por lo que la hace firme candidata a ser la obra que el CDN recupere la temporada que viene, como hace todos los años con una obra de la temporada anterior.

Al otro lado de la cuerda, pero no tirando, sino saltando con África, se encuentra Manuel Benito con su 337 km, que con la eficaz dirección de Julio Provencio se acaba de estrenar en el Teatro Quique San Francisco. Ahora mismo, un autor menos conocido que Carolina, pero todo se andará, pues al igual que esta autora, es un valedor del teatro popular, de la comedia amable, a la italiana, que rema respetuosamente a favor de la gente y de los actores.

  Escena de la obra de teatro '337 km'.SUSANA MARTÍN / TEATRO QUIQUE SAN FRANCISCO

Ambas obras, tocan dos problemas sociales bien importantes. La primera, la cárcel como herramienta de rehabilitación y recuperación de personas que por uno u otro motivo han sido dañados por la vida. Como lo podía haber sido cualquiera, por un accidente o una decisión equivocada, que a veces esto se olvida.

La segunda, se ocupa de una enfermedad. El autismo, centrado en el popular y conocido Síndrome de Asperger que, de cuando en cuando copa, tristemente, las noticias de sociedad. Que son eso, noticias y, por tanto, excepciones. Pues lo normal y habitual es que los afectados acaben teniendo vidas que se pueden considerar normales.

Pues bien, resulta que en las dos pivota de manera importante, la relación padre e hijo. En El cuaderno de Pitágoras, la relación entre un padre, enchironado por apiolar a un guardia civil en uno de esos días pasado de drogas, alcohol y persecuciones de coches, y un hijo que se está construyendo, gracias a su madre que dejó las drogas para poder criarle, una vida que podría ser normal si no tuviese un padre presidiario.

En 337 km el conflicto viene en forma de diagnóstico médico, que provoca la huida del padre. Se va a León, una ciudad a 337 km de Madrid, siendo esta la residencia de su exmujer y su hijo. Y se convierte en el irregular pagador a distancia de una pensión de manutención. Un padre que al cabo del tiempo tiene que hacerse cargo de ese hijo por un corto período de tiempo y con el que necesita desesperadamente comunicarse para cosas tan simples como poder darle de cenar unas patatas fritas.

Con toda probabilidad, quien lea las sinopsis de estas obras, imaginará que en ambas hay drama. Sin embargo, más que drama hay emocionantes historias personales. Las de personas heridas por la vida, por el azar. Miradas con respeto, con cariño, con amor y con humor. Ya que se trata de ese tipo de obras en las que el público alterna ojos a punto de llorar, con bocas a punto de reír. Tal vez sea esta la mejor definición de lo que es una tragicomedia.

Pues tan divertidos son esos presos del Módulo IV de la cárcel de Valdemoro que se apuntan al taller teatral como tristes son sus historias personales y familiares. Como divertidos son los personajes que pueblan la vida de Tonín, Antonio para los desconocidos, como frustrados y enfadados se sienten ante el autismo de este.

Todos ellos confundidos por el simple hecho de encontrarse en lugares donde no se esperaban estar. Los presos en un proyecto teatral, del que desconocen casi todo, y tan perdidos como cuando salen a la calle después de tanto tiempo. Los de 337 km atrapados en los horarios y las rutinas de la enfermedad Asperger, de la que tampoco saben mucho ni cómo salir.

Personajes que necesitan elencos de fuste para no caer en la caricatura. En este sentido, El cuaderno de Pitágoras, por la cantidad de personajes, lo tenía más difícil, y, sin embargo, lo ha conseguido. Al igual que 337 km que también lo tenía difícil al ser una producción mucho más modesta y privada.

  El actor Néstor Goenaga, protagonista de la obra de teatro "337 km".SUSANA MARTÍN / TEATRO QUIQUE SAN FRANCISCO

Actores cuyo rasgo principal es saber encarnar a la gente de la calle y dotarla de eso tan inaprensible y mal definido que se llama humanidad. Incluso, deben saber desdoblarse para poder cubrir todos los personajes que tienen ambas obras. Muchos más de los que son el elenco. Por lo que tienen que saber diferenciar sus personajes, pero manteniendo su humanidad.

Sí, porque estas son historias de seres humanos. De su día a día y de sus noches, algunas sin dormir. De las culpas que llevan en sus mochilas. Y de sus deseos y necesidades. En ambos casos, del deseo de dos padres, no tan distintos a pesar de sus cargas, por abrazar a sus hijos.

Unos hijos que rechazan a sus padres por lo que son y por lo que hicieron. Que se encuentran mejor y más completos sin ellos. A los que cualquier acercamiento de sus padres para darles un cariño les resulta, antes que nada, un dolor, un desagrado, como si les apestaran.

Pero ahí está la figura paterna, la de verdad, luchando por acercarse. Porque los chicos, sus chicos, se dejen abrazar. Por formar parte. Necesitados de orientación que la sociedad, si no fuera por las organizaciones no gubernamentales (ONG) no les sabría dar. Toda una obra en sí misma, que se puede ver de forma habitual en cualquier hogar.

Espectáculo al que asisten las madres con expectación, sufriendo con el suspense de qué pasará al final. Pero el final es mejor que no se lo cuenten. Es mejor que vayan a verlo. Y disfrutar con la compleja simplicidad de ambas obras que sin duda conformarían un buen programa doble para ir en familia, con los chicos y los abuelos, si siguieran existiendo los cines de barrio.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.