El reto cubano: sobrevivir con 30 euros al mes

El reto cubano: sobrevivir con 30 euros al mes

Photo Taken In Havana, CubaRoberto Anania / EyeEm via Getty Images

“Los españoles trabajan para vivir, los estadounidenses viven para trabajar y los cubanos ni viven ni trabajan”. Es uno de los dichos más populares las calles de Cuba; todas las veces, claro está, sale de la boca de los cubanos.

Y no es de extrañar porque allí el trabajo al igual que el dinero es escaso. No nos equivoquemos: Cuba es un país muy rico, sólo que la riqueza la ven unos pocos que Castro agració en su momento. El resto es gente que sobrevive con empleos casi siempre mal pagados.

A eso, hay que sumarle el hecho de que en la isla circulan, desde 1994, dos monedas legales: el CUC (peso convertible cubano) y el CUP (peso cubano), ambas válidas para comprar e incluso para pagar con las dos simultáneamente, aunque tienen distinto valor: un CUC equivale a 25 CUP. Al cambio europeo, un CUC es cerca de 1,16 euros, dependiendo de la economía global. Podríamos decir, por tanto, que 25 CUP son poco más de un euro.

Las cuentas salen hasta que llegan al bolsillo del cubano que percibe el salario mínimo, que está entre los 250 y 300 CUP. Volvemos a hacer el cambio a nuestra moneda: se quedaría entre 25 y 30 euros al mes. Es por ello que tiene que elegir entre comer o tener algo de ocio, que siempre se queda en segundo plano porque una lata de cerveza Bucanero cuesta ya en los bares dos CUC, o para la cartera cubana, 50 CUP.

  5dd6aad12100006b7134da54David Silverman via Getty Images

Por eso no es de extrañar que las calles estén repletas de personas intentando conseguir alguna moneda más que llevarse a casa ese día. Algunos turistas lo llaman ‘trapicheos’, pero realmente lo que hay es un ‘saber ganarse la vida’.

Un ejemplo de esto son los taxis ‘ilegales’. Están casi siempre llenos de natales que pagan la cantidad establecida (entre ellos) de 10 CUP por trayecto, sin importar el destino. Sin embargo, aprovechan con el que ven de fuera para intentar ganarse un poco más al pedir un CUC, a pesar de que muchos no caen en la trampa (aunque la suerte suele darle algún que otro guiño al día). Un peso cubano convertible es un precio insignificante para nosotros, pero que al taxista le equivale a algo más que dos viajes de sus patriotas. ¿Trapicheo o saber ganarse la vida? Eso sí, si se negocia el precio, acaban por aceptar el mismo importe porque mejor tener 10 CUP en mano que ver al extranjero alejarse para montar en el vehículo de otro compañero.

Cada uno tiene que buscarse las mañas porque la posibilidad de llegar con la barriga llena a final de mes solo depende de uno. Lo tienen un poco más difícil los jubilados, que de media suelen cobrar ocho CUC, o como ellos prefieren decir, 200 CUP. ¿Quién puede vivir con poco más de ocho euros en la cartilla?

Cuba es consciente. Lo sabe. Y por eso lo intenta “calmar” otorgando unas ayudas que se conocen como ‘boletos para las Bodegas’. Para ser exactos, bodega es la palabra del establecimiento donde dan una serie de productos subsidiados de primera necesidad como son el arroz, la leche, huevos o pan. Pero no pensemos que con esta ayuda tienen todo resuelto. La bolsa con alimentos que reciben presentando primero una cartilla dada por el gobierno (el famoso boleto) sólo la consigue una parte de los cubanos. Y tampoco es suficiente para alimentar todas las bocas de una familia. Volvemos entonces a buscar suerte en la calle con los turistas. ¿Trapicheo o saber ganarse la vida?

  Dos mujeres trabajan en una 'bodega' cubana.Roberto Machado Noa via Getty Images

Aunque no hay que obviar que el hecho de no tener una despensa llena implica también tener la botella vacía. El cubano ―literalmente― vive con la botella en la mano. Ya puede ser con tres gotas, estar a medias o recién rellenada, pero nunca falta el ron en Cuba. ¿Cómo pagan el famoso alcohol de su tierra? Fácil: no lo pagan, lo elaboran ellos mismos.

Es ron casero, hecho en casa a partir de la caña de azúcar y procesos de fermentación y destilación. Requiere su tiempo, pero al final se obtiene mayor cantidad a un precio insignificante comparado con el que se vende en locales. Y es por eso que vemos la botella constantemente acompañar al cubano, bien sea viendo el atardecer en el Malecón o refrescándose en el mar durante horas con la mano alzada.

A las necesidades del día a día, ahora se añade la gran ventana al exterior que ha abierto Cuba: Internet. Una herramienta ―esencial en el primer mundo― más cara aún que debe pagar el cubano si quiere navegar por la libertad. Para conectarse lo tenían, hasta el pasado mes de mayo, física y económicamente muy difícil.

  Una mujer compra de forma clandestina un dispositivo para poder conectarse a internet desde su casa. STR via Getty Images

Ahora ―por fin― el gobierno cubano ha dado luz verde a las redes de Internet privadas en los domicilios y ha autorizado la importación de equipamientos como el router, que hasta este mismo año, estaban prohibidos en el país.

Es por eso que hasta hace literalmente cinco meses no era muy complicado pasear por La Habana y encontrar de repente un grupo de personas afincadas en una esquina, delante de un kiosko, o sentados en un parque. Aún son los conocidos ‘telepuntos’: zonas donde llegaba la señal WiFi pública que el Gobierno proporcionaba a sus ciudadanos. Sí, era una red pública, pero ¿gratuita? ¿Qué es gratis en Cuba?

Para abrir una Web, ‘whatsappear’ o escuchar música online por la calle, los cubanos primero deben conectarse a través de un usuario y una clave que han pagado previamente. Se consiguen con la compra de una tarjeta que proporciona sesenta minutos de Internet. Para los que enseñan el DNI nacional, la tarjeta cuesta un peso cubano; para el extranjero, un peso cubano convertible. A pesar de la diferencia, el precio establecido para ellos es bastante alto con respecto a sus sueldos, lo que les impide estar conectados ni la tercera parte de lo que consume un español porque deben gastar bien los sesenta minutos pagados.

Así pues, se corrobora su (triste) dicho en el que el cubano ni vive ni trabaja, sino que dedica sus días a sobrevivir.