La nueva era mundial ya está aquí

La nueva era mundial ya está aquí

China amenazando el liderazgo de EEUU, el AUKUS y Taiwán, la crisis de identidad de a UE, la marcha de Merkel, la OTAN en cuestión... Complejo y apasionante.

AP

La pandemia de coronavirus nos ha recordado que el mundo es capaz de cambiar en un instante, que no hay nada asentado ni seguro ni eterno, que lo que pasa en un rincón del mundo concierne a todo el globo, porque estamos irremediablemente interconectados. Saulo que se cae del caballo, de golpe.

Pero hay otros giros, otros movimientos, otros cambios en el tablero que se llevan a cabo con menos rapidez, sibilinos y profundos a la vez, y que también tenemos ya ante nuestros ojos y están cambiando el planeta que conocemos: las potencias dominantes y menguantes, las zonas económicas calientes y enfriadas, los aliados que dejan de serlo y los enemigos que se convierten en socios. La nueva era mundial ya está aquí y es apasionante.

El mundo de ayer

Venimos de un mundo que ya no existe. El profesor de Historia Contemporánea Manuel Bejarano echa la vista atrás y pone contexto: “Tras la Segunda Guerra Mundial y, luego, tras el fin de a URSS, se impuso un orden internacional liberal, con Estados Unidos como potencia incontestable. En los 90 se empezó a hablar de un nuevo orden mundial que defendía una mayor colaboración entre los países, un proceso muy tutelado por Washington, pero que imprimía más ambición a Naciones Unidas, por ejemplo. Sin embargo, se encadenaron acontecimientos que evidenciaron que cooperación, armonía y trabajo común eran una quimera. Hablamos de Irak y Kuwait, los Balcanes, Ruanda...”.

Entiende que esa constatación de la falta de unidad, de los intereses creados y la anteposición de lo doméstico a lo general cuajó en un “desapego” y “desencanto”, que cuajó en un “nuevo orden mundial” -“de verdad, no como etiqueta manida”- cuando se produjeron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EEUU y todo cambió. Yihadismo y seguridad en primera línea, repliegue interno, protección exacerbada, amenazas no estatales, difusas, y nuevas reglas de juego.

“La supremacía norteamericana está en declive, con el resurgimiento de Rusia y, sobre todo, de China, pero también pierde fuelle la esperanzadora Europa. Seguimos manteniendo el armazón de aquellos años, pero se va desmoronando, principalmente, porque faltan los valores. Entre los miedos, los intereses particulares, las pérdidas de liderazgo y el olvido de la necesidad de cooperación y paz que legaron las grandes guerras, no hay un norte claro, más allá del poder y el beneficio. Sin principios, es complicado contagiar a otros, tener influencia, exportar un modelo democrático y económico a otros lugares. La influencia se rebaja. Y la pérdida de hegemonía de Estados Unidos abre la puerta a una competición entre potencias que aumenta el riesgo de escaladas militares, agravado por el armamento nuclear y otro tipo de armas de destrucción masiva”, sostiene Bejarano.

Las tendencias generales

El LISA Institute, una entidad especializada en formación en Inteligencia, Ciberseguridad y Ciberinteligencia, ha elaborado una lista de los diez principales retos de cara a 2025, o sea, pasado mañana, en la que destaca que, “además de las guerras o conflictos armados a los que estamos acostumbrados, estaremos expuestos a influencias, riesgos y amenazas de todo tipo que se traducirán en un mayor número de disputas, mayor polarización social, menos consensos y más decisiones unilaterales de los que hemos presenciado en décadas anteriores”.

Avanza que de la guerra convencional se pasará (ya se está haciendo) a la guerra híbrida, con enfrentamientos comerciales o económicos que se vuelven cada vez más frecuentes, mientras de fondo siguen guerras enquistadas sin resolver, y sin que importe ya mucho que se resuelvan: Siria, Yemen, Palestina...

“Los riesgos y amenazas de carácter no estatal aumentarán y tendrán mayor incidencia en nuestras vidas. Cuestiones como el cambio climático, los ciberataques o los grandes cambios tecnológicos pasarán a tener un papel más relevante en nuestro día a día”, añaden, a la vez que recuerdan que “el contagio de movilizaciones sociales está más latente que nunca”. No sólo fueron los 15-M ni las primaveras árabes ni es cosa del pasado.

China, China, China

Los nuevos equilibrios pasan, sobre todo, por China. Mantiene sus valores y sus apuestas ideológicas, pero a la vez ha sido “suficientemente flexible” como para adaptarse al modelo económico liberal en lo que le interesaba, sumándose al libre mercado según sus intereses pero sabiendo “lo que aún es”. Una “doble fortaleza” que la ha llevado a disputar a Estados Unidos la hegemonía mundial, dice el profesor. Ya ha superado a Japón y se augura que antes de 2030 releve a EEUU como la mayor economía del mundo. A pesar de ser el epicentro del coronavirus, China se convirtió en la única gran economía que creció el año pasado. Suma y sigue.

Según un estudio de la consultora McKinsey, Asia supondrá el 50% del PIB mundial en 2040 y hasta un 40% del consumo global total entonces. Mucho antes, en apenas cinco años, el 50% del conjunto de la clase media mundial vivirá en Asia Pacífico. Un potencial sin parangón para un continente que, si mantiene un nivel de crecimiento estable en los próximos treinta años, podría dejar de tener países pobres, según el Banco Asiático de Desarrollo. Y China, el gigante mejor situado, se espera que sea uno de los más influyentes beneficiarios de esa explosión, junto a India.

  Un grupo de bailarines, en torno a la bandera del Partido Comunista chino, en un acto por el centenario de la formación, el pasado junio, en Pekín. Ng Han Guan via AP

Pero su poder va mucho más allá de su continente. Sabe de la necesidad de aumentar las interconexiones y ha lanzado la llamada Nueva Ruta de la Seda, destinada a conectar China con el mundo a través de ambiciosos proyectos de infraestructuras, y se ha afanado en ayudar a países en vías de desarrollo suministrando su vacuna contra la covid-19, aumentando su influencia.

Donald Trump, el expresidente estadounidense, estaba obsesionado con China. Apretó las tuercas en una guerra comercial que acabó con la imposición mutua de aranceles, cuyo objetivo final era evitar el abultado déficit comercial de la que aún es la primera economía del mundo tiene con China y tratar de frenar avances tecnológicos como el 5G, con Huawei convertido en diana de las autoridades estadounidenses por temores de espionaje.

Si el XX se definía entre los historiadores como “el siglo americano”, el XXI va camino de ser “el siglo de Oriente” y la Casa Blanca trataba de pararlo. La llegada de Joe Biden al poder mantiene a Pekín en la diana y afronta el reto desde lo económico pero, también, desde lo militar. “Nosotros no estamos buscando, lo repito, no estamos buscando una nueva guerra fría o un mundo dividido en dos bloques”, dijo en su discurso de septiembre ante la Asamblea General de la ONU. No nombró a China en ningún momento pero, como apunta el corresponsal David E. Sanger en The New York Times, en todo su discurso estuvo presente la idea de redirigir los esfuerzos de EEUU en cuanto a competitividad económica y seguridad nacional para enfrentar la ascendencia de Pekín.

El profesor Rafael Fernández de Castro escribe que, “frente a China, la diferencia entre Biden y Trump está en los instrumentos”. En lo económico, dice, “mediante un nuevo diseño de política industrial, busca reemplazar las cadenas de suministro productivas en China hacia países aliados más confiables”. Y en lo estratégico-militar, “Biden busca las alianzas para enfrentar a China incluso en su propio perímetro. Por ejemplo, la que acaba de forjar con el Reino Unido para dotarle una flota de submarinos nucleares a Australia”.

Sostiene que “la potencia asiática está claramente reemplazando al terrorismo de Al Queda como el nuevo rival de Estados Unidos” y que la reciente salida de las tropas estadounidenses de Afganistán “era esencial para liberar recursos y enfrentar sin distracciones a China”. Se apoya en unas palabras de Ben Rhodes, el número dos de la seguridad nacional de Barack Obama, que argumenta que EEUU necesita dejar atrás la guerra contra el terrorismo yihadista ya conocida y “redefinir su propósito en el mundo… concentrándose en la rivalidad con el Partido Comunista Chino”. Es tipo de rivalidad, añade, suele generar “consensos y sentido de propósito” incluso con los contrarios, los republicanos, en este caso. Otra cosa, apunta, es la dificultad de orientar toda la maquinaria a ese objetivo.

Los choques del AUKUS y Taiwán

Como cita Rodríguez de Castro, mirando a China ha movido ficha EEUU y ha firmado el AUKUS, un insólito acuerdo militar con Australia y Reino Unido cuya meta es reforzar la cooperación en tecnologías avanzadas de defensa, como inteligencia artificial y vigilancia de larga distancia, ciberseguridad o misiles, además de proveer de submarinos de propulsión nuclear a la flota australiana, que hasta ahora sólo tenía submarinos convencionales.

De nuevo, China no se cita, pero no es menor el paso de EEUU de compartir su tecnología para desarrollar submarinos con propulsión nuclear con un país que no sea Reino Unido en una zona donde Pekín tiene intereses. China ha sido acusada en los últimos años de aumentar la presión en torno a territorios en disputa en el Indo-Pacífico: reclama como propia casi la totalidad del mar de China Meridional y ha construido en la zona infraestructuras complejas, desde ciudades a pistas aéreas o instalaciones turísticas y de uso militar, en islas artificiales.

Pese a ello, se trata de aguas que también son reclamadas por países como Filipinas, Vietnam, Taiwán, Malasia y Brunéi, lo que ha creado una disputa sobre numerosas islas, arrecifes y sus respectivas aguas colindantes que lleva décadas sin resolverse. Cada día cobra más calado por la extensión del problema y lo delicado de la ubicación de estos enclaves.

Y el Indo-Pacífico es clave para la economía del planeta y la libertad de navegación, ya que por esta zona estratégica por la que circula el 30% del comercio mundial. Si China quiere ser primera potencia del mundo, tiene que intentar dominar esa esquina.

Además del AUKUS, otro reciente motivo de disputa que no rompe hoy en conflicto abierto pero amenaza con ello es es Taiwán. Dice Taipei que en 2025 Pekín puede tener listos sus preparativos para una invasión a gran escala de la isla, sobre la que reivindica su soberanía. Justo cuando el Ministerio de Defensa local hace esos cálculos, pasa de todo: se desvela que hay un contingente militar de EEUU en la zona, formando a taiwaneses y se aumentan las ventas de armas desde Washington, China envía cerca de 150 aviones de combate a la zona de identificación de defensa aérea de Taiwán, los aniversarios de los dos territorios sirven para lanzar mensajes amenazantes...

Aunque los analistas coinciden en que no hay riesgo de guerra inminente, será imposible desviar los ojos de la isla asiática en las décadas por venir.

Rusia, a por sus fueros

Durante la última década, la Rusia resurgente de Vladimir Putin ha sido una preocupación perpetua para muchos países occidentales. Tras años de perfil algo más bajo, el líder eterno ha ganado confianza y es capaz de anexar partes de otra nación (Ucrania) o respaldar a un dictador en una guerra extranjera (Siria) sin mayores consecuencias.

Las sanciones impuestas desde EEUU o Europa, por ejemplo, a causa de su persecución de disidentes, no le han hecho mella y Moscú no necesita verse ratificado por otros para dar los pasos que da. Sabe que hay ciertas dependencias que hacen que, al final, se llame a su puerta. Se vio con la locura de las vacunas, con países europeos pensándose en romper la unidad de acción para comprarle dosis y, más reciente, de estos días, con la crisis del gas.

La crisis energética europea revela una herramienta muy poderosa que proporciona a Rusia un as en la manga en su relación con Europa: sus reservas. Alemania es uno de los países más dependientes. Los analistas dicen que podría aumentar las exportaciones para permitir el almacenamiento antes de lo que podría ser un invierno frío, reduciendo así los costos y calmando los nervios.

“Aparte de las ventajas financieras y geopolíticas que podrían derivarse de la dependencia de Europa del gas ruso, también ayuda a formar parte de una narrativa política interna que ha evolucionado con el tiempo en Rusia: Occidente sigue haciendo las cosas mal”, dice la CNN. “La base de esta narrativa es que Europa y Occidente necesitan repensar sus políticas rotas, ya sean en energía, intervención extranjera o construcción de una nación”, añade Oleg Ignatov, analista senior de Crisis Group en Rusia, en la misma información.

El plan de Putin es el de devolver el orgullo a su país y estará muy feliz de aprovechar las oportunidades que brindan sus contrapartes globales.

 

¿Alianza?

El poder militar occidental y su organización se encuentran cuestionados, por decirlo suavemente, en una caída libre que viene desde la guerra de Kosovo. Ahora, la guinda ha sido la salida caótica de Afganistán. EEUU anunció su retirada, aún a sabiendas por numerosos informes de inteligencia que los talibanes estaban imponiéndose en el país y llegarían a la capital, Kabul, sin obstáculos. Se fue Washington dejando en la cuneta a unos ciudadanos sometidos durante 20 años, libres del yugo islamista pero cansados de aguanta un Gobierno y un Ejército que actuaba en beneficio propio y contentando únicamente al amigo americano.

En Afganistán estaban otros países occidentales, España entre ellos, que no escapan a la vergüenza del adiós rápido, por muy exitosas que hayan sido las repatriaciones de colaboradores, como ha sido el caso. La OTAN comandó la misión en el país y es quien más cuestionada está. ¿Sirve de algo la Alianza ante conflictos de este tipo? ¿Cuándo hay que intervenir, cómo y hasta cuándo hay que estar en un terreno? ¿Alguien asume la responsabilidad de lo que se hace mal?

“Nuestra misión era proteger a EEUU, no a Afganistán, y lo hemos conseguido”, dice el secretario general, Jens Stoltenberg. Literalmente, es así, pero lo ocurrido deja un cráter en la confianza en este tipo de misiones y en la colaboración defensiva entre aliados. Está por ver cuándo se vuelve a invocar el famoso el artículo 5 de la Alianza para pedir ayuda a los compañeros y quién responde a la llamada.

A ello se suma otra señal de nuevos tiempos: el intenso debate en el seno de la UE sobre la necesidad de tener una mayor autonomía estratégica para volar libres de ataduras norteamericanas. “Si no queremos depender de los otros, tenemos que desarrollar nuestras propias capacidades, lo tenemos que conseguir. Tenemos los ejércitos, tenemos los recursos, el problema es tener la coordinación y la voluntad de movilizarlos”, afirma Josep Borrell, el jefe de la diplomacia comunitaria.

Unos hablan de un ejército europeo, directamente, y otros de pasos intermedios, como una fuerza de acción rápida -se habla de 5.000 efectivos-, pero está claro que, tras el seguidismo desafortunado en Afganistán, Europa también va a cambiar su política de seguridad y defensa.

Y es que los aliados ya no son lo que eran. Que le pregunten a Francia, que hasta ha llegado a retirar a su embajador de EEUU por el AUKUS, cuya firma ha hecho que Australia rompa el contrato para la compra de submarinos que tenía con ellos y sin avisar siquiera de la jugada.

El alma de Europa

Que los lazos con la primera potencia mundial aten menos, que Bruselas pueda tomar sus decisiones y apostar por sus alianzas, eso es esencial para la nueva Comisión Europea. Un reto de fondo, de enorme calado, que debe abordar no sólo en lo defensivo, sino en lo diplomático o en lo comercial. Más Europa es tener vacunas propias hechas en el continente y no tener que ir a buscarlas fuera, es no tener servidumbres para negociar intercambios energéticos o cerrar acuerdos comerciales.

La independencia del club comunitario es uno de los muchos retos que se le presentan a Europa en este mundo en transformación. Ha vivido en sus carnes uno de los zarandeos más grandes de los últimos tiempos, histórico: la salida del Reino Unido, el Brexit, cuyos coletazos aún sufre. Y, sobre eso, vive en una preocupante crisis de valores, con países como Polonia o Hungría amenazando aquello sobre lo que se edificó la Unión, con sus políticas racistas, homófobas y limitantemente nacionalistas. “No hay opciones de echar a un socio, tiene que pedir marcharse, y eso no va a pasar, así que a Bruselas le queda por delante un tiempo de clarificar qué es la UE, qué puede aceptar en su seno y qué no, si quiere ser operativa, creíble y verdaderamente democrática”, sostiene el analista Matthias Poelmans.

También le pasan cosas buenas a la Europa que ahora se piensa y repiensa. “La pandemia, pese a que ha sido una dura prueba para el proceso de integración europea, también ha venido a convertirse en un escalón que ayuda a su consolidación” porque “e han roto dos tabúes esenciales”. “Por primera vez, ha habido un programa que permite que la Unión se endeude conjuntamente, en una cantidad suficientemente importante como para convertir este programa de deuda común en uno de los principales actores en el mercado de la deuda. Y, además, se ha creado un mecanismo de transferencias internas, esto es, no todos los países van a recibir de ese fondo lo mismo que van a contribuir”. Son cambios de mentalidad impensables sin el virus que hacen ver “una Europa más solidaria, justa y unida, dispuesta a ir de la mano pese a la cantidad de sensibilidades que aglutina”.

Poelmans destaca, dentro de la nueva Europa que se va dibujando, la incógnita de como será sin la aún canciller alemana en funciones, Angela Merkel. “Siempre mirando por los intereses de Alemania, ha sido una defensora de la UE fuerte y solvente, de la autonomía en la toma de decisiones, en la necesidad de tener valores sólidos y líneas rojas infranqueables. El mundo sin Merkel pierde una garantía de estabilidad pero, también, uno de los más duros defensores del liberalismo económico”, sostiene.

Entiende que no habrá grandes cambios en el timón europeo tras su marcha, “porque hay compromisos que van más allá de los nombres”, pero sí se echará en falta el liderazgo. “Es una de las carencias de nuestro tiempo: no tenemos figuras de referencia como las de décadas atrás”. Una carencia que, en manos adecuadas y en un terreno de hechos alternativos puede llegar a nuevos populismos o episodios como el Brexit.

Oriente Medio redefinido...

No, en la nueva era mundial tampoco hay visos de que se vaya a resolver el conflicto entre palestinos e israelíes, pero hay cosas que sí están cambiando considerablemente en la zona. Impulsado por Donald Trump, Israel y los países del Golfo Pérsico han iniciado una escalada de normalización de relaciones mutuas con una fuerte base económica y estratégica, que deja de lado el molesto problema de los hermanos palestinos.

Todo nace de los llamados Acuerdos de Abraham y ha acabado llevando a que países como Emiratos Árabes Unidos o Bahréin pero, también, más cerca, países como Marruecos, activen vuelos regulares a Tel Aviv, vendan paquetes turísticos, abran oficinas comerciales, se hagan visitas oficiales insólitas... Las claves del cambio son el negocio y, también, que se ha impuesto la visión pragmática del enemigo común compartido: Irán.

... y una América Latina en pie

En los últimos cinco años, América Latina ha demostrado que bulle, que ni se conforma ni se doblega. Los movimientos sociales surgidos de punta a punta, de México a Chile pasando por Colombia, Argentina o Bolivia, demuestran un enorme cansancio por la corrupción que ha campado en muchos de sus Gobiernos y el convencimiento de que es hora de pelear por unos derechos sociales esenciales.

Son protestas multicolores, que aglutinan a feministas, ecologistas, pueblos originarios, campesinos, obreros, maestros y sanitarios, gentes de las urbes y del campo, de todas las edades, que han encontrado causas comunes. Ya están teniendo éxitos (sobre el aborto, las reformas fiscales, las constituciones de los dictadores) y están transformando la agenda y la acción de los Ejecutivos, a hombros de una clase media creciente y notablemente progresista que augura tiempos de transformación.

No obstante, el deseo de cambio no es uniforme. Las elecciones de los últimos años han transformado el panorama político de esta región, creando una divisiones ideológicas de derecha e izquierda que podrían dificultar el trabajo conjunto hacia la resolución de los problemas económicos y sociales más profundos. Las peleas papeleta a papeleta en Bolivia o Perú son un buen ejemplo de la inestabilidad que sigue amenazando.