¿Rusofobia? ¡Qué va…!

¿Rusofobia? ¡Qué va…!

Decía John F. Kennedy, que “a menudo, los que cabalgan a lomos de un tigre acaban devorados por él”.

Putin posa con gesto amable días antes de ordenar invadir UcraniaPAVEL BEDNYAKOV via Getty Images

De vez en cuando, en tóxicas píldoras ‘rulantes’ en las redes sociales se trata de descalificar a los enemigos de Putin: “Lo que hay es mucha rusofobia”, dicen. Esto viene a ser como una pócima mágica que se usa para tratar de borrar la cruda realidad e imponer la realidad cocinada, o sea, las que el trumpismo ha llamado ‘verdades alternativas’.

Luego está el grupo de los tontos, esas almas cándidas, o pérfidas, que pretenden luchar contra la guerra con hisopos de agua bendita en vez de con las mismas sarnas que utiliza el invasor. Gente que une en un mismo afán a la extrema derecha con la extrema izquierda y que por lo visto cree que quienes están enterrados y embalsamados en el Kremlin no son Lénin y Stalin sino Santa Klaus y Papá Nöel. Parecen los famosos tres monos que pueden representar el conocido proverbio de Confucio, que dice “no ver el mal, no escuchar el mal, y no decir el mal”. Que en este caso son las atrocidades de Vladimir Putin.

No ven la invasión a sangre y fuego de Ucrania, una nación soberana llena de patriotas y no de nazis y nostálgicos comunistas; no escuchan el grito de dolor de la población civil ni la explosión de las bombas y misiles rusos que destruyen hospitales, orfanatos, trenes, carreteras, cultivos, escuelas….; y no denuncian la masacre ni los horrendos crímenes de guerra; ni recuerdan las mentiras constantes del presidente Putin, ni sus exigencias imposibles para parar la agresión, porque eso sería convertir a Ucrania en una franquicia desierta de vida pero llena de fosas comunes.

Decía John F. Kennedy, que “a menudo, los que cabalgan a lomos de un tigre acaban devorados por él”. El gran trabajo de Winston Churchill fue convencer a los británicos de que el apaciguamiento que defendía Chamberlain (y su camarilla de bobos útiles) para contener a Hitler era, pongamos un ejemplo ad hoc, como tratar de saciar a un tigre con un bistec.

Siempre hay que tratar de comprender los conflictos en un contexto temporal. No suelen estallar de repente, por generación espontánea. La toma de Ucrania es parte de una cadena de acontecimientos que, como el tremor de los volcanes, ese ruido ronco del magma en las profundidades, comenzaron hace tiempo a lo largo de toda la frontera de la Europa del Este. Justo donde comenzaba el cinturón de estados satélites o de soberanía limitada, según la terminología de la ‘doctrina Breznev’.

Las peores minas que está sembrando Putin son las del odio. Lo hemos escuchado atentamente en radios, televisiones y por internet: cuando los periodistas preguntan a los refugiados por sus sentimientos muchos contestan que más que miedo sienten odio

Hubo un punto, en ese trayecto sismográfico, que no conviene olvidar: fue cuando la crisis del gas entre Rusia y Ucrania heló a Alemania. Se pararon las calefacciones en pleno invierno, murieron ancianos y niños.

Coincidiendo con esta situación, la canciller Angela Merkel tomó una serie iniciativas en 2011 que mezclaron medidas razonables con soluciones imprudentes: el ‘apagón nuclear’ a estas alturas se considera una medida estratégicamente temeraria y precipitada; la apuesta, con fuertes subvenciones, para desarrollar las energías eólica y fotovoltaica, tuvo un serio impacto inicial en la factura eléctrica, además de que, como indican algunos críticos “no siempre brilla el sol en Alemania ni está soplando viento todo el día”. Aunque sea una decisión en la dirección correcta, necesita tiempo.

La tercera medida fue negociar con Rusia un segundo gaseoducto, el ‘Nord Stream 2’, de Gazpron, que atraviesa 1.225 kilómetros del Mar Báltico. En la actualidad esto constituye un problema añadido. Es fortalecer la dependencia energética de un partenaire que no es de fiar. Está suficientemente demostrado que Putin considera a la Unión Europea su enemigo más cercano, y Alemania es la gran locomotora de la UE. En este momento, sin embargo, Alemania ha cerrado filas con los demás socios comunitarios. Esto ha sorprendido a Putin, que esperaba una actitud más tibia de Berlín.

Pero en la UE han comenzado a repasarse las ‘lecciones aprendidas’ y a interpretar correctamente los indicios. Ucrania es solo un paso más; como anteriormente en este concreto proceso lo fue Crimea. Pero con mucha razón tanto las tres repúblicas bálticas, Estonia, Letonia y Lituania, como los neutrales Finlandia y Suecia, que estudian su integración en la OTAN para estar protegidos por el artículo 5—un ataque a un miembro será considerado un ataque a todos— o como Polonia, que ha puesto sus barbas de remojo, se consideran en peligro extremo. La Alianza Atlántica hace tiempo que tiene desplazadas a ese escenario fuerzas de tierra, mar y aire. También de España.

Pero las peores minas que está sembrando Putin son las del odio. Lo hemos escuchado atentamente en radios, televisiones y por internet: cuando los periodistas preguntan a los refugiados por sus sentimientos muchos contestan que más que miedo sienten odio. El odio es una reacción humana casi inevitable cuando el invasor no respeta ninguna de las leyes de la guerra sino que, al contrario, parece empeñado en demostrar su falta absoluta de humanidad.

Rusia suele usar el terror total para su dominación. Lo utilizó Stalin, lo utilizaron sus antecesores y sus sucesores hasta Gorbachov, que acabó con ese régimen del miedo; y lo utiliza el presidente Putin, quien además se ha hecho con el poder absoluto, y ha cortado en seco la Transición rusa para resucitar la dictadura y el ‘imperio rojo’.

Este movimiento de agresión puede tener, no obstante la fuerza empleada, o por eso mismo, efectos secundarios imprevistos: una crisis con Japón por la ocupación de las islas Kuriles; la insólita situación de Kaliningrado, la antigua Königsberg prusiana ( o sea, alemana) anexionada por Moscú en 1945…

Rusia suele usar el terror total para su dominación. Lo utilizó Stalin, lo utilizaron sus antecesores y sus sucesores hasta Gorbachov, que acabó con ese régimen del miedo; y lo utiliza el presidente Putin

El cerrojazo informativo en Rusia es absoluto. La población está sometida a un minucioso lavado de cerebro, complementado con una dura represión que no ha conseguido, empero, acallar a una creciente oposición interna. El paseo militar se ha convertido en una comitiva fúnebre interminable: algunas fuentes aseguran que el ejército invasor ha tenido unas 30.000 bajas. Tantos muertos, más los miles de heridos, más las penas de cárcel, más los resquicios por los que se cuelan vía internet libre las noticias verdaderas…van abriendo grietas en la censura.

Algunos analistas, civiles y militares, ponen el ejemplo de las presas: las grietas se agrandan y terminan por derribar el muro del embalse. Ya no es una campaña relámpago. Son dos meses, con sonados fracasos.

Mientras, es tanto el horror, la inhumanidad, la furia desatada, el cinismo en grado sumo, que eso que llaman ‘rusofobia’ no deja de ser una consecuencia natural de una extrema crueldad, de una fría estrategia de aniquilación de Ucrania como país, y de los ucranios como pueblo. Lo que ahora algunos llaman ’rusofobia’ seguramente dejará de tener sentido, aunque sea difícil olvidar este tiempo de tinieblas, y desaparecerá o disminuirá lentamente cuando el pueblo ruso se rebele y se enfrente a su terrorista en jefe en nombre de la verdad, la justicia y la libertad.

Tantos muertos, más los miles de heridos, más las penas de cárcel, más los resquicios por los que se cuelan vía internet libre las noticias verdaderas… van abriendo grietas en la censura

Ya veremos, pero quizás antes de eso los tribunales internacionales empezarán a enjuiciar y a emitir órdenes de detención contra los autores de crímenes de guerra que ahora están en fase de investigación por forenses, policías y expertos europeos. Cuando ministros, altos cargos del Kremlin, generales, coroneles, jefes, oficiales e incluso soldados, sicarios sirios o chechenos, comiencen a sentir el acoso judicial y policial, y el mismo Putin sea acusado, y la presión de los familiares de los militares muertos en una guerra desatada por la soberbia mixta zarista bolchevique cleptocrática rompa el telón de acero que oculta la información real, algo se moverá en las entrañas del país.

Decía en su libro La ecuación de la guerra, en 2011, el capitán de fragata Federico Aznar Fernández-Montesinos que “los conflictos se urbanizan (…) y todas las batallas importantes del siglo XX tienen nombre de ciudades, es más, para algunos las ciudades serán el campo de batalla del siglo XXI”.  Acertó totalmente. Lo estamos viendo en directo. Y las ciudades arrasadas, tierra quemada, no perdonan jamás. Sean Guernica o Mariúpol.

Para el humanista y filósofo Erasmo de Rotterdam, y hablamos de los años 1500, “la paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa”. Lo que falta es saber cómo y cuándo será el ite misa est. Y por ahora quizás lo más realista sea mantener la presión internacional, la mayoría en la ONU y sobre todo la unidad en la OTAN y en la Unión Europea. La ambigüedad táctica china muy posiblemente irá adaptándose a las necesidades del negocio.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.