Ellos también se quitarán la mascarilla, pero con cautela

Ellos también se quitarán la mascarilla, pero con cautela

Seis profesionales de sectores golpeados por la pandemia opinan sobre la retirada del cubrebocas al aire libre.

Dos mujeres posan quitándose la mascarilla en Gran Vía, tras el anuncio de que dejará de ser obligatoria en espacios al aire libre, siempre que se guarde la distancia de seguridadAlberto Ortega / Europa Press / Getty Images

La mascarilla en espacios al aire libre deja de ser obligatoria en España desde este sábado. Siempre que pueda mantenerse la distancia de seguridad y no haya aglomeraciones, los ciudadanos podrán prescindir del que ya es todo un símbolo de la pandemia del coronavirus. No obstante, la aprobación de la medida por parte del Gobierno abre ciertos interrogantes de qué sucederá en las calles a partir de ahora.

Seis profesionales que estuvieron en primera línea durante los peores momentos de la pandemia, o cuyos trabajos se vieron profundamente afectados, dan su opinión. Esto es lo que harán ellos a partir de ahora.

Spoiler: van a recomendarte que tengas cautela.

  Una UCI de un hospital de Barcelona, en una foto de archivoAlbert Llop / NurPhoto / Getty Images

Raquel, 48 años, auxiliar técnica de enfermería en una UCI en Valencia

Trabaja en una unidad de cuidados intensivos de Valencia y ha visto cosas terribles, pero Raquel está a favor de la retirada de la mascarilla al aire libre si se hace con cautela. Tanta como la que guarda alguien que ha tenido que enfundarse en bolsas de plástico con cinta aislante cuando no había material de protección en los hospitales. En su caso, la primera ola no les afectó mucho, pero después del verano la segunda fue “brutal”.

“Hay que dejar muy claro que la mascarilla no se puede quedar en casa, la tienes que llevar siempre encima, por si vas a entrar a comprar al pan o a un bar”, exige Raquel, aconsejando que es conveniente meterla en una funda sin que roce nada, en vez de en el bolsillo.

Ahora mismo, tal y como está la incidencia, creo que nos lo podemos permitir
Raquel, auxiliar de enfermería en una UCI en Valencia

La profesional sanitaria recuerda cómo entraban pacientes que les preguntaban qué les iba a pasar y ellos se quedaban sin palabras sabiendo cuál iba a ser el trágico final. Por eso le molestan más las escenas de botellones sin control que el hecho de que vaya a darse un paso más en la desescalada. “Ahora mismo, tal y como está la incidencia, creo que nos lo podemos permitir”, añade.

También recuerda que habrá que ser responsables y que la mayoría sabe bien cuándo va a encontrarse en una situación en la que haya mucha gente. “Me la quitaré cuando vaya a la playa o a pasear”, confiesa contenta.

  Un usuario de una residencia de mayores es trasladado al hospitalÁlvaro Calvo / Getty Images

Sergio, 33 años, técnico en una residencia de mayores de Santiago de Compostela (Galicia)

Hay un término gallego que define a la perfección la opinión de Sergio sobre el fin de la obligatoriedad de la mascarilla en espacios exteriores. Sentidiño. No es de extrañar para un técnico de cuidados auxiliares especiales (TCAE) que ha perdido a usuarios en la residencia de mayores en la que trabaja. “No son solo usuarios, trabajamos con personas y te duele”, destaca. Este profesional de 33 años ve con buenos ojos la medida si se toma con precaución.

“Es una medida de alivio que en los exteriores nos viene bien, en interiores no”, puntualiza, todavía con la mente puesta en lo que supuso la primera ola. En su memoria quedan los períodos de aislamiento que tuvo que pasar separado de su familia, cuando se encerró en la residencia de mayores compostelana en la que trabaja. “Fue duro en el sentido personal, pero es mi trabajo, mi vocación”, indica de un empleo que le costó contagiarse del virus también.

Habrá que ceñirse a la ley, a lo que indiquen las autoridades y el Gobierno
Sergio, trabajador de una residencia de mayores en Santiago

Este profesional no oculta que ahora habrá que tener cuidado, pero rompe una lanza en favor de una sociedad cansada de las restricciones. “Habrá que ceñirse a la ley, a lo que indiquen las autoridades y el Gobierno, respetando lo máximo posible”, expresa de la que también será su hoja de ruta a partir de este fin de semana.

En este sentido, Sergio defiende que “tenemos que volver a la normalidad poco a poco, pero siempre alerta”, con la seguridad de que la situación es muy distinta a la del principio de la pandemia.

  Un bote de gel desinfectante en un aulaJOSE JORDAN / AFP / Getty Images

María, 40 años, profesora de instituto en Madrid

La irrupción del coronavirus supuso un antes y un después en el ámbito educativo, para mal y para bien. Esta es la opinión de María, profesora de Geografía e Historia en un instituto público de Madrid. Defiende el comportamiento ejemplar del estudiantado y adelanta que “hay que confiar en la responsabilidad”, sobre todo en la de los más jóvenes.

Para ella lo vivido durante la pandemia ha sido todo un reto, una prueba de fuego que comenzó con profesores mayores que tuvieron que adaptarse a las nuevas tecnologías y una sobrecarga de trabajo ingente para organizar las clases telemáticas. Luego tuvieron que hacer frente a las dificultades de la semipresencialidad en algunos cursos y superar la barrera comunicativa que supone llevar la cara tapada.

Confío en las autoridades sanitarias y, si ellas consideran que se puede retirar, lo veo bien, tengo muchas ganas
María, profesora de un instituto público en Madrid

“Confío en las autoridades sanitarias y, si ellas consideran que se puede retirar lo veo bien, tengo muchas ganas”, explica la docente, sobre el fin de la mascarilla en el exterior. No obstante, reconoce que tiene alguna duda acerca del poco tiempo que habrá para vacunar a los jóvenes, dos semanas antes del inicio de curso.

Prefiere ser optimista e indica que le preocupa mucho más que se mantenga el refuerzo de profesores, asegurando la baja ratio de alumnos que permite una mayor calidad educativa.

  Una terraza vacía en Madrid, en una foto de archivoEduardo Parra / Europa Press / Getty Images

Jaime, 25 años, camarero en Madrid

La pandemia no afectó en todas las profesiones de la misma forma. En algunas el lugar de trabajo se convirtió en campo de batalla, pero en otras se transformó en tierra de nadie. Jaime es camarero en un restaurante del parque de El Retiro, en Madrid, y cree que ya era hora del fin de los cubrebocas al aire libre.

Este trabajador de la hostelería está de acuerdo con la medida tomada por el Gobierno. “Va a venir bien para poder respirar un poco”, destaca. Considera que conforme se va venciendo al virus es hora de ir aliviando, al igual que se ha hecho con otras restricciones, como las del ocio nocturno.

A sus 25 años, como tantos otros, se vio en apuros cuando tuvo que quedarse tres meses en casa sin poder trabajar durante el estado de alarma. “No te voy a mentir, pasé por un ERTE e iba muy justo, necesito el ingreso de la nómina para poder mantenerme en Madrid”, recuerda. Por eso entiende como un síntoma positivo que se continúe avanzando en recuperar la normalidad.

Jaime detalla que lo habitual es ver a sus compañeros sudando bajo el sol, con la mascarilla puesta, mientras algún comensal se enfada cuando le reprochan que se levante para ir al baño sin ella. Por eso bromea, al preguntarle por este debate, respondiendo sobre cuándo llegará el momento en que puedan quitársela ellos para servir las mesas.

  Un cliente de un supermercado de Sevilla, protegiéndose para realizar la compraNiccolo Guasti / Getty Images

Fernando, 31 años, repartidor de un supermercado en Boiro (Galicia)

Hasta que se declaró el estado de alarma, Fernando trabajaba en un supermercado gallego en la sección de venta de electrodomésticos y de electrónica. El virus lo cambió todo, las ventas on-line se duplicaron y tuvo que reforzar el equipo de reparto en el que ya está completamente integrado a día de hoy.

Este trabajador celebra que ahora tendrá la oportunidad de pasear por zonas que no estén transitadas sin tanto agobio, algo que estaba esperando desde hace tiempo. “Será un alivio andar por la calle sin mascarilla, sobre todo por la comodidad”, afirma, recordando todos los repartos que ha tenido que hacer cargando productos con ella puesta, para que luego sus ratos libres fuesen más de lo mismo.

Hubo un estado de miedo que ya no percibo
Fernando, repartidor de un supermercado en Galicia

Atrás queda la época en que buena parte de las entregas que hacía eran a personas que estaban en cuarentena en sus casas. “Hubo un estado de miedo que ya no percibo”, explica el joven de 31 años, puntualizando que es necesario seguir vacunando a la población.

Fernando también indica que ha hablado mucho con sus compañeros y sólo tienen una crítica sobre lo que puede ocurrir en su sector en algunos casos a partir del sábado. “No quiero adelantar acontecimientos, pero algunos van a entrar al súper pasando de todo”, afirma, anticipando que siempre habrá a quien se le olvide ponérsela.

  Un paciente en una UCI de Girona (Cataluña)Gloria Sánchez / Europa Press / Getty Images

Shaila, 36 años, enfermera en una UCI de Torrejón de Ardoz (Madrid)

No todo el mundo correrá a quitarse la mascarilla tras la modificación de la norma. Shaila tiene muy claro que para ella no cambiará nada este sábado. Seguirá llevando el cubrebocas como hasta ahora, con la excepción de espacios en los que esté completamente sola.

Esta enfermera de 36 años cree que ahora que se ha tomado esta decisión sería conveniente plantear la necesidad de usar otro tipo de protección en los espacios interiores. “Ahora habría que utilizar las FFP2 en vez de las quirúrgicas”, dice, explicando que así se prevendrían más contagios y que es necesario contar con mayor seguridad para desescalar.

La profesional sanitaria pide no bajar la guardia y recuerda su experiencia en un centro de Torrejón de Ardoz. Tienen menos pacientes en cuidados intensivos, sí, pero ha cambiado la franja de edad. “Hablo de gente más joven que yo, hablo de personas de 25 a 32 años”, destaca.

Shaila se muestra comprensiva ante las ganas de querer quitarse la mascarilla en la calle, pero también pide empatía tras recordar las demoledoras guardias de 12 horas o el ver a una hija despedirse de su madre a través de un cristal, diciéndole que no podía hacer nada. “Tengo esas palabras metidas en la cabeza, siempre que veo a la gente disfrutando sin cuidado”, sentencia Shaila.

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Antón Parada es redactor de actualidad en El HuffPost. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Antes de llegar aquí trabajó cinco años en La Voz de Galicia y pasó por los micrófonos de Radio Voz.

Puedes contactar con él escribiendo a: anton.parada@huffpost.es