EEUU y sus críticas a Israel: un cambio de retórica, pero no de política

EEUU y sus críticas a Israel: un cambio de retórica, pero no de política

Biden marca diferencias con Netanyahu, evidenciando desacuerdos en la guerra de Gaza. Sin embargo, sigue vetando resoluciones de la ONU que piden un alto el fuego y envía armamento a su aliado eludiendo la hasta revisión parlamentaria.

El presidente de EEUU, Joe Biden, es recibido por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a su llegada al aeropuerto de Ben Gurion en Tel Aviv, el pasado 18 de octubre.Evan Vucci / AP

Esta semana, los titulares del mundo entero resaltaban un hecho inusual: la crítica de un presidente de Estados Unidos a un primer ministro de Israel. Aliados inquebrantables, socios para siempre, sonaban extrañas las palabras de Joe Biden sobre diferencias con Benjamin Netanyahu. Pero no, que nadie piense en una ruptura. Estamos ante un cambio de retórica, pero no de política. 

El que ha sido decano de la prensa española en Jerusalén, Eugenio García Gascón, siempre afirma que en Oriente Medio no hay que atender tanto lo que se dice como lo que se hace. Pues lo que ha hecho Washington, mientras salen a la luz estas desavenencias, es vetar una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas pidiendo un alto el fuego en Gaza, votar no a otro texto avalado por 183 naciones en la Asamblea general del mismo organismo y aprobar la venta "urgente" a Israel munición, sin pasar ni por la necesaria revisión parlamentaria.

Por ahora, la cosa queda en el reconocimiento público de que hay cosas que Washington y Tel Aviv no ven de la misma manera. Tampoco es moco de pavo cuando hay una guerra abierta en Gaza tras los ataques de Hamás del 7 de octubre, posiblemente la peor crisis desde la creación del estado de Israel en 1948. En un acto para recaudar fondos de cara a las elecciones presidenciales de 2024, Biden dijo que Israel "está empezando a perder apoyo" y que Netanyahu debería "cambiar" su Gobierno, el más ultraderechista de la historia del país. Afeó la composición del gabinete, coaligado desde enero, por ser "conservador" y porque "no quiere una solución de dos Estados", la única justa al conflicto con Palestina. 

Horas antes, ene un acto de Janucá, la fiesta de las luces judía, en plena Casa Blanca, Biden ya había hecho alusión a una foto vieja que tiene con Netanyahu, sobre la que escribió: "Bibi, te amo, pero no estoy de acuerdo con ninguna de las malditas cosas que tenías que decir". "Es más o menos lo mismo hoy", concedió. 

Biden y Netanyahu se conocen desde hace casi 40 años, han trabajado mucho juntos por las relaciones entre sus dos países, pero no se llevan bien. Pese a ello, el apoyo de EEUU a su portaaviones en Medio Oriente es inquebrantable y esa fortaleza de la alianza ha hecho y hará sacar adelante las posibles crisis. No hay amistad personal, pero sí una conexión política al más alto nivel. "Trabajaremos siempre juntos cuando sea necesario, pero seremos claros cuando haya desacuerdo", es la manera en que resumen la situación altos funcionarios de la Casa Blanca citados por la NBC. "Ninguno se deja intimidar", añaden. 

Lo mismo sostienen otros miembros del Partido Demócrata, consultados por el Washington Post, que hablan apenas de "críticas cautelosas" de Biden y recuerdan que no es la primera vez que muestra su rechazo a la política de Netanyahu, con comentarios "francos, de aliado". Ya le dijo en marzo, directamente, que debía retractarse de su reforma judicial, la que mantuvo en las calles a los ciudadanos durante meses antes de que la incursión de Hamás lo cambiara todo. "No pueden continuar por este camino", dijo literalmente, tras indicar que estaba "preocupado", como otros "firmes partidarios" de Israel. 

Netanyahu, respondiendo en una serie de tuits, acusó a Biden de intervenir en la política de su nación. "Israel es un país soberano que toma sus decisiones según la voluntad de su pueblo y no en base a presiones del exterior, incluidas las de los mejores amigos", dijo. 

Biden pasó varios meses sin invitar a Netanyahu, lo que evidenciaba sus complicadas relaciones personales. Hasta hay prensa amarilla que afirma que fue él quien filtró que el israelí se llevaba la ropa sucia a la Casa Blanca para lavarla gratis. Más allá del cotilleo, lo cierto es que la primera reunión entre los dos desde que el líder del Likud regresó al poder, a finales del año pasado, tuvo lugar en septiembre, coincidiendo con la cita anual de Asamblea General de la ONU. Ya quedaba muy feo no verse ni en esas circunstancias. 

Después de la reunión, la oficina de Biden señaló que se había "enfatizado la necesidad de tomar medidas inmediatas para mejorar la situación económica y de seguridad, mantener la viabilidad de una solución de dos Estados y promover una paz justa y duradera entre israelíes y palestinos". 

Pero tras el ataque múltiple de Hamás de octubre, Biden habló con Netanyahu y le prometió el respaldo total de EEUU. En una declaración, afirmó: "El apoyo de mi Administración a la seguridad de Israel es sólido e inquebrantable". Lo evidenció viajando a la zona el 18 de octubre, con todo muy caliente. Una ronda en la que no iba ni siquiera a pisar Palestina, porque tenía previsto ver al presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, en Jordania. Un gesto de desdén con el adversario de Israel. Al final no hubo ni encuentro, suspendido por Abbas tras la explosión en un hospital de Gaza.

Biden llegó a referirse a los palestinos ese día en declaraciones a los medios como "el otro equipo". Además, duele mucho en Palestina y el mundo árabe que Biden diera de inicio un cheque en blanco a Israel para atacar, lo que ha destrozado la credibilidad que le quedaba. No se ve como el mediador justo que puede traer la paz. 

Lo que no gusta

Lo que ahora separa a EEUU de Israel no es la ofensiva sobre Gaza, que para Washington es una aplicación del derecho legítimo a la defensa de Tel Aviv, sino las maneras. A Biden ya le cuesta sostener ante otros socios internacionales que es normal que más de 18.000 personas hayan muerto por los ataques en la franja, sin inmutarse. Por eso a criticado a Netanyahu por "bombardeos indiscriminados" que estaban erosionando el apoyo internacional de Israel, argumentando que el primer ministro estaba en deuda con los miembros más radicales de su Gobierno de derecha. 

Repetidamente, vía asesores de seguridad o secretario de Estado, EEUU ha pedido "proporcionalidad" a Israel, que por ahora no se está cumpliendo, pese a que tiene los medios para atacar de forma precisa, quirúrgica, como le ha recordado el propio Antony Blinken. Cuando Biden ha hablado de contención a Netanyahu, según ha trascendido, el conservador le ha recordado que preside un país que lanzó bombas atómicas en Japón y que bombardeó Alemania. Desde luego, roces hay. 

La frustración de Biden es creciente porque es aplastante la crisis humanitaria de Gaza y el mundo la ve. Hasta el punto de que en su país, donde la comunidad y los intereses judíos siempre han sido pesados, incluyendo comicios como el que se espera en el año que entra, se han multiplicado las iniciativas en favor del pueblo palestino. Dentro, también, del propio Partido Demócrata al que pertenece y donde algunos diputados y senadores han criticado la una aprobación "de urgencia", sin pasar por el Congreso, a la venta a Israel de cerca de 14.000 proyectiles de tanque utilizados en su guerra Hamás en Gaza, sin el filtro parlamentario de las normas de exportación de armas. 

"Presidente Biden, no todo EEUU está con usted en este caso, y necesita despertar y comprender", dijo a sus partidarios la representante Rashida Tlaib, la única palestina estadounidense en el Congreso. "Estamos literalmente viendo a la gente cometer genocidio". Ella ha participado en las numerosas protestas contra la guerra, masivas, muy seguidas por jóvenes y comunidades como la negra, han puesto sobre la mesa la necesidad de entender el dolor de los palestinos y, de algún modo, de decirle a quien se lo infringe que pare o suavice su ataque.

Parar, poco, porque EEUU no sólo se ha negado en la ONU al alto el fuego, sino que ha defendido la postura de Israel de no prolongarlo por el miedo a que Hamás se rearme en este tiempo y ha acusado a la milicia de romper la tregua de hace dos semana, lanzando sus primeros cohetes contra suelo israelí. 

Protesta propalestina en Washington, el pasado 17 de noviembre.Jose Luis Magana / AP

La Casa Blanca, según la prensa israelí y la estadounidense, busca que Netanyahu sea "receptivo" imprimiendo más presión con las palabras del presidente, que además han estado seguidas de una visita del asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan. Además de mostrar su apoyo a Israel, el New York Times sostiene que ha enfatizado que la ofensiva terrestre debería acabar antes de final de año. Era parte de su objetivo: intentar plantear un "calendario" para la guerra, impidiendo que se extienda sine die en año de elecciones. Sullivan, por cierto, no se ha dejado atrás a Abbas y lo ha visitado en Ramala (Cisjordania). 

A EEUU le preocupa también que Israel no tenga un plan para el día después en Gaza. Netanyahu dice que va a acabar con Hamás y a impedir que la franja sea una amenaza para su seguridad nacional, pero una vez que la tierra quede arrasada no se sabe si planteará que se quede con su gestión la ANP, un cuerpo internacional de paz, sus propios soldados ocupantes, su abandonará el territorio a su suerte, si atenderá a los palestinos como indican las leyes en caso de ocupación... 

El equipo de Biden trata de hacer ver a Netanyahu que Hamás es una idea, complicada de erradicar, y que tiene que reconocer que no tiene nada diseñado y así no puede extremar sus ataques. Y Netanyahu ha llegado a decir: "Hay desacuerdos sobre el día después de Hamás pero espero que lleguemos a un acuerdo ahí también". 

Medios locales como el Times of Israel o Haaretz señalan que esa falta de planes del Gobierno complica incluso la estrategia del Ejército y que hay que entender que el primer ministro insiste en golpear fuerte, con previsión o no, porque está en lo que el primero de los diarios llama "modo campaña", o sea, tratando de aparecer como fuerte y decidido para cuando pase lo peor y venga la crisis política, esa a la que no puede escapar tras los fallos en seguridad que propiciaron los atentados de Hamás. Bibi "quiere retrasar la crisis política", añade el segundo. 

Cuanto más dure, más se multiplica también el riesgo de que el conflicto inflame Oriente Medio y entren en liza otros actores regionales potentes, que enarbolen la causa palestina para hacer daño a su enemigo de Tel Aviv. Está Hezbolá en Líbano, los hutíes de Yemen, Irán... Washington, que ha olvidado la zona en los últimos años, más centrado en China o Rusia, ahora quiere calmarlos un poco. Por eso también ahora le da algo más de cariño a la ANP, representante legítimo de Palestina, como interlocutor, frente a un Netanyahu que la acusa de alentar el terror. 

"Yo soy un sionista"

En octubre, cuando Biden fue a Israel, dijo en privado una frase muy significativa que luego trascendió a los medios. Al lado de Netanyahu, afirmó: "No creo que haya que ser judío para ser sionista y yo soy sionista". Con esta palabra se denomina a quien defiende un Estado judío independiente, donde estos creyentes puedan vivir de una manera segura.

El presidente estadounidense, católico, siempre se ha mostrado como un orgulloso amigo y defensor de Tel Aviv, una visión que ha atribuido en parte a su padre, quien insistió en que después de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto nazi no había dudas sobre la justicia de establecer a Israel como una patria judía en 1948. 

La conciencia de Biden sobre la persecución de los judíos a lo largo de los siglos y un número récord de incidentes antisemitas en Estados Unidos el año pasado también podrían ayudar a explicar por qué las atrocidades de Hamas cometidas en el ataque del 7 de octubre contra Israel fueron tan "inquietantes" para el mandatario, indica un funcionario a la agencia Reuters. "La conexión de Biden con Israel está profundamente arraigada en su ADN político", afirma a la misma agencia Aaron David Miller, exnegociador de Medio Oriente, que sirvió a seis secretarios de Estado en administraciones de diferente color. 

Al entrar en la política nacional, en 1973, Biden ha pasado hasta cinco décadas cerca del conflicto, primero como senador de Estados Unidos, luego como vicepresidente de Barack Obama y finalmente, en el Despacho Oval. Y siempre ha mantenido la misma postura: apoyo férreo a la seguridad de Israel y respaldo a los pasos hacia un Estado palestino.

Su carrera estuvo marcada por un profundo compromiso con el conflicto árabe-israelí, incluido un encuentro frecuentemente repetido con la Primera Ministra Golda Meir, quien le dijo al joven legislador en su primer año de ejercicio, en la cúspide de la Guerra de Yom Kippur, que el arma secreta de Israel era no tienen "ningún otro lugar al que ir". Una idea que ha marcado siempre su ideario pero que tampoco dice mucho de quien tiene en su propio país unos 5,2 millones de judíos. 

Joe Biden y Benjamin Netanyahu, el pasado 18 de octubre, en Tel Aviv.Anadolu via Getty Images

Durante sus 36 años en el Senado, Biden fue el mayor receptor de donaciones de grupos proisraelíes en la historia de la cámara, recaudando 4,2 millones de dólares, según la base de datos Open Secrets. Entonces, ya entabló relación con Netanyahu, medio criado en EEUU y que fue embajador de su país en Naciones Unidas. Relación, siempre; hermandad, nunca. 

Como vicepresidente, Biden a menudo medió en la irritable relación entre Obama y Netanyahu, por la defensa del primero del estado palestino y sus críticas a las colonias. En 2014 la prensa de EEUU habló de que se estaba "al borde de una crisis en toda regla", en el sprint de los esfuerzos diplomáticos del entonces secretario de Estado, John Kerry, para que las dos partes negociaran. Tras aquella tarea quijotesca, no han vuelto a hablar israelíes y palestinos. Al año siguiente, Bibi se les enfadó por negociar el programa civil nuclear de Irán. Biden era el puente, dicen los analistas de entonces. 

Ahora los dos ahora se encuentran en una alianza incómoda que está siendo puesta a prueba por la guerra, por la ultraderecha, por las amenazas en la región, por las elecciones... Las elecciones. Con Donald Trump como previble candidato y ganador de los comicios, dicen los sondeos. Los republicanos han mostrado casi unanimidad al respaldar cualquier acción que emprenda Israel, por eso se oponen a sus críticas de estos días. Biden debe ser cuidadoso, por si entra en conflicto con el principal lobby proisraelí de su país, la AIPAC, una fuerza poderosa en las elecciones estadounidenses que ahora mismo es muy cercana a los postulados de la derecha. 

Las encuestas reflejan que los estadounidenses sienten un poco más de simpatía hacia Israel que hacia Palestina, pero no es una diferencia abrumadora como en el pasado, y hay muchos indecisos y personas que no están seguras de qué pensar de la guerra. Una encuesta del 25 al 27 de noviembre por The Economist/YouGov sugirió que el 38 % de los estadounidenses simpatiza con los israelíes, mientras que el 11 % está del lado de los palestinos. Un 28 % dijo que simpatizaba por igual con ambas partes, mientras que un 23 % no estaba seguro. Esa indecisión tene sus raíces en la complejidad del conflicto. Las distancias se han acortado cinco puntos en un mes, conforme más víctimas inocentes morían en Gaza. 

Muy compleja es la red de intereses y movimientos, pero por ahora la apuesta se mantiene: EEUU e Israel van de la mano, aún con matices. Del dicho al hecho va mucho trecho.