Trudeau, la estrella que perdió el fulgor
El aún primer ministro de Canadá llegó prometiendo un futuro prometedor. Claro que ha sido aire fresco en igualdad, diversidad o asilo, pero los ciudadanos estiman que en inflación o vivienda no ha hecho lo suficiente. Por eso ha decidido irse.

Allá por 1972, el entonces primer ministro canadiense, Pierre Trudeau, ofreció una cena oficial a su homólogo, el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. Música clásica, buena comida y el brindis de rigor. Dice la leyenda que el norteamericano, a dos años de ser el primer y único presidente de su país en dimitir del cargo (con gesta periodística mediante, llamada Watergate), levantó su copa de champán, miró a su alrededor y reparó en un bebé de menos de cinco meses que estaba por allá. Entonces dijo: "Esta noche vamos a prescindir de las formalidades. Me gustaría brindar por el futuro primer ministro de Canadá, Justin Pierre Trudeau".
Bendecido desde la cuna, Justin Trudeau (1971) es hoy el 23º primer ministro de su país. Un líder internacional que se puso de moda, uno de los más admirados, queridos y respetados en sus inicios, marca de éxito y carne de portada, pero que pasados casi 10 años en el poder se ha convertido en una estrella sin fulgor. Ha anunciado su dimisión como mandatario de Canadá y como líder del Partido Liberal. Se irá tan pronto como su formación política elija un sustituto. El Parlamento se ha suspendido hasta el 24 de marzo.
El "ejemplo para el mundo", como escribía The Economist, ha sido sido aire fresco en materias sociales, de la igualdad a la diversidad, pasando por el asilo a extranjeros, pero también lo es que sus políticas no han ido igual de efectivas en materia económica. La inflación desmedida en los alimentos o el precio de la vivienda, además de los aranceles que Estados Unidos va a aprobar en breve y que el liberal no ha sabido o podido negociar bien, lo han mandado a la lona.
Desde hace ya meses, Trudeau enfrentaba siempre la misma pregunta en sus comparecencias: "¿Va a renunciar?". Su respuesta era que no, que iba a resistir, "hasta el final". En su comparecencia de salida -helado el escenario y el discurso pero no los ojos-, dijo de sí mismo que es un "luchador", pero aún así se ha visto forzado a tirar la toalla. Su popularidad, que una vez fue del 65%, está bajo tierra ahora: el 22% de los canadienses aprueban su trabajo, pero el 74% lo rechaza. Son datos del Angus Reid Institute.
Trudeau ya no sólo afrontaba críticas externas, sino también internas, de su partido y su propio gabinete. llegó al poder hace casi una década, anunciado como la cara nueva de la política progresista. El escenario era opresor. "Este país merece una opción real en las próximas elecciones, y me ha quedado claro que si tengo que librar batallas internas, no puedo ser la mejor opción en esas elecciones", admitió Trudeau el lunes, al anunciar su dimisión frente a Rideau Cottage, su residencia oficial durante la mayor parte de la última década.
El ascenso y el mérito
Trudeau no tenía la política entre sus prioridades vitales, pese a sus orígenes. Decidió optar por la Literatura, los mismos estudios que cursó su madre, y trabajó como profesor de Secundaria, pero también como portero de discoteca o entrenador de esquí. No fue hasta el año 2000, cuando murió su padre y él se encargó de hacer un emotivo discurso en su funeral, cuando se le encendió la bombilla a algunos líderes del Partido Liberal. "Este chico comunica bien y tiene madera". La formación centrista no pasaba por su mejor momento y tomó nota.
Hasta 2013 no logró el liderato de la formación -aún se le veía como ese hijo de famosos que fue creciendo en las portadas de las revistas, más cercano a la farándula que a la política-, pero lo hizo al fin con un contundente 80% de los apoyos. Ese fue el primer mérito del joven Trudeau: logró unir una formación deslavazada en la oposición, tras una década de gobiernos conservadores.
En octubre de 2015 ganó las elecciones y desde entonces su popularidad interna nunca ha bajado del 60%. Los votantes quedaron encandilados por su carisma juvenil y un mensaje político esperanzador, por eso lo catapultaron y los liberales pasaron de tercera fuerza a primera en el hemiciclo. Un hecho sin precedentes en la historia política canadiense.
El investigador americanista Sebastián Moreno explica que los tres principales valores de Trudeau en aquel momento fueron "haber imprimido a los ciudadanos un optimismo desconocido en décadas, disparar la proyección internacional de Canadá y reforzar su imagen de país moderno y acogedor, una lectura simple pero que funciona a grandes rasgos". A su juicio, el país había "dimitido" de tener peso en la escena internacional y Trudeau hizo que "regrese, restableciendo un multilateralismo" que, entiende, había aparcado Stephen Harper, su antecesor.

"Los ejemplos son diversos y, aunque los medios se han quedado con las imágenes, con los iconos, detrás ha habido políticas también. Como ir a "recoger a los primeros refugiados sirios al aeropuerto" y entregarles mantas o participar en las manifestaciones por los derechos LGBTQ+. O presentarse "como locomotora verde en la Cumbre del Clima de París, la más importante de la historia reciente", el hombre que rema en el Niágara para defender el medio ambiente. O "comprometerse a mandar entre 600 y 700 soldados a misiones de paz abandonadas", enumera el experto sevillano.
El contexto, añade, fue importante. "En un momento de proteccionismo y populismo crecientes, cuando EEUU apostaba por el veto migratorio, cuando se potenciaba el aislacionismo, el nacionalismo y hasta la xenofobia y el racismo sin careta, como va a pasar de nuevo con Donald Trump y ya pasaba entonces con los refugiados sirios en el este de Europa, este primer ministro llamaba a mirar al otro, bien para integrarlo o para hacer negocios y cerrar proyectos con él", indica.
Trudeau ha intentado acometer la gestión ordenada de los flujos migratorios, con especial atención a los refugiados y solicitantes de asilo -la llegada de unos 40.000 refugiados procedentes de Siria es su mejor carta de presentación- y la integración de la diversidad -con un 30% de nacionales nacidos fuera del país-. También impulsó la reconciliación con los pueblos indígenas, desplazados, asimilados a la fuerza -un proceso en el que aún le queda mucha tela que cortar-, y se ha mostrado comprometido con los derechos de los homosexuales, con gestos públicos de esos que llamamos ejemplarizantes, como acudir al desfile del Orgullo.
Como detalla la edición canadiense de El HuffPost, el Gobierno liberal también ha aprobado leyes sobre muerte digna -para reconocer este derecho en condiciones médicas "graves e irreversibles"- y para legalizar la marihuana. También ha aumentado los impuestos a los ciudadanos más ricos y ha bajado los de las clases medias. Unas apuestas "trascendentes", más allá de su amargo final, lenta agonía que contrasta con su veloz ascenso.
De sí mismo dice Trudeau que es un feminista y lo constata con su Gobierno paritario -"Porque estamos en 2015", explicó a quienes aún le preguntaban por la razón del equilibrio en su gabinete-, el primero en la historia de su país, o sus 650 millones dedicados a salud reproductiva y su defensa del derecho al aborto en sus dos primeros años de mandato.
En su adiós, Trudeau se apresuró a elogiar lo que estaba orgulloso de haber logrado en el cargo, incluida la navegación en la tumultuosa pandemia de Covid, la renegociación de un acuerdo de libre comercio con la última administración de Trump y la implementación de un beneficio para niños que se considera ampliamente que ayuda a aliviar la pobreza.

Ya no más
Trudeau seguía aguantando, mientras se iban todos esos mandatarios que tanto le habían aplaudido y admirado, mirado y remirado con sonrisa embobada, de Barack Obama a Angela Merkel, de Shinzo Abe a David Cameron. A sus 53 años, es el líder con mayor antigüedad en el cargo en el G7. Pero en los años transcurridos desde su ascenso al escenario mundial y el desgaste de dos elecciones generales han descafeinad su marca y, dice la BBC, hasta se ha convertido en un "lastre" para su gente.
Cada vez se le veía cada vez más alejado de la opinión pública y más incapaz de adaptarse a los tiempos cambiantes, cree Moreno. Se empezaron a acumular los problemas y hasta los escándalos. Fue polémica su apuesta por la construcción de un oleoducto que hasta el expresidente de EEUU, Barack Obama, bloqueó por razones verdes. Ha arrastrado una feroz oposición de grupos preservacionistas y de algunas poblaciones indígenas, por cuyo territorio deben pasar las tuberías del Keystone XL, que pretende llevar crudo desde Alberta a Nuevo México. Un suelo que consideran sagrado.
Trudeau, el emblema de acogida y diversidad, también ha hecho como todo el mundo: le ha seguido vendiendo armas a países que violan los derechos humanos como Arabia Saudí.
Luego, se descubrió que el premier había violado las normas federales sobre conflictos de intereses en el manejo de una investigación de corrupción en 2019: la exministra de Justicia y exfiscal general de Canadá, Jody Wilson-Raybould, lo acusó de haberla presionado de manera "consistente y sostenida" para evitar el procesamiento de la empresa SNC-Lavalin, líder en ingeniería y construcción, sospechosa de sobornos y fraude en la Libia de Muamar el Gadafi.
También salieron a la luz unos viajes de lujo a las Bahamas, unas vacaciones de 10 días de Trudeau con su familia que costaron a los contribuyentes 230.442 dólares; en un año, ese viaje navideño subió un 42%. Y en 2020, enfrentó escrutinio por elegir una organización benéfica con vínculos con su familia para administrar un importante programa gubernamental.
En las elecciones generales de 2019, su partido quedó reducido a una minoría, lo que significó que los liberales tuvieron que depender del apoyo de otros partidos para mantenerse en el poder. Una elección anticipada en 2021 no mejoró su suerte.
Más recientemente, Trudeau enfrentó vientos en contra derivados del aumento del costo de vida y la inflación. Canadá es hoy una de las 10 economías más importantes del mundo por volumen de PIB. Su deuda pública en 2023 fue de 2.129.331 millones de euros, con una deuda del 107,5% del PIB está entre los países con más deuda respecto al PIB del mundo. Su deuda per cápita es de 53.103 euros por habitante, así que sus habitantes están entre los más endeudados del mundo. En 2024, la tasa de inflación en Canadá se estimó en 2,44%, lo que representa una disminución de 1,44 puntos porcentuales en comparación con el año anterior.
Trudeau ha tratado de iniciar programas de participación público-privada que facilitasen la creación de puestos de trabajo, pero no han supuesto una sacudida realmente importante del sistema.

Ahora ya no se veían los cumplimientos del primer ministro, sino sus fallos y deudas pendientes. La frustración se había instalado en la sociedad, incluso sobre materias que han sido bandera de Trudeau, como la migración. A fines del año pasado, los liberales dieron marcha atrás en sus ambiciosos objetivos en la materia, debido a la preocupación de que el asunto estuviera mal gestionado, reduciendo significativamente el número de recién llegados permitidos en el país.
En ocasiones, también se les ha dado a sus oponentes victorias políticas fáciles, incluso cuando salió a la luz que había usado maquillaje negro y marrón antes de ejercer el cargo. Un blackface, que en España aún parece no calar visto lo visto el día de Reyes, pero que espina mucho en países como Canadá. En otras circunstancias, vale una disculpa. Cuando cunde la fatiga, nada se deja pasar.
Moreno pone la cuesta abajo final en verano, cuando los votantes rechazaron a los candidatos liberales en un puñado de elecciones especiales en escaños que antes eran seguros para el partido, lo que provocó el comienzo de disturbios internos en el partido. Trudeau se había convertido en una figura "cada vez más polarizadora", en vez de "aglutinadora". "Es hora de un reinicio" y de que "baje la temperatura" en la política canadiense, defiende al fin.
Ahora el desafío para los liberales distanciarse de la marca Trudeau que, quién lo iba a decir, pesa más que aporta. Las encuestas de opinión pública habían alcanzado nuevos niveles pésimos en las últimas semanas y los intentos de cambiar el rumbo con cambios en el gabinete y exenciones impositivas no servían para mejorar. Una encuesta del Angus Reid hecha en Navidad sugirió el nivel más bajo de apoyo al partido en todos sus años de seguimiento, que se remontan a 2014.
Son los conservadores, liderados por Pierre Poilievre, un político de carrera de 45 años con talento para los eslóganes de campaña ingeniosos, quienes ganarían fácilmente una elección si se celebrara hoy mismo. Lograría el 44,2% de los sufragios, frente al 20,1% de los liberales que ostentan hoy el poder. La tercera fuerza sería la del Nuevo Partido Democrático de un candidato también curioso, Jagmeet Singh, el primer no blanco en liderar un partido en Canadá.
Las próximas elecciones deben celebrarse en octubre, aunque tanto Poilievre como Singh han dicho que intentarán enviar a los canadienses a las urnas tan pronto como el parlamento regrese en marzo. En estos días, no dejan de presionar a Trudeau para que adelante el proceso para evitar el "caos". Al prorrogar el Parlamento hasta el 24 de marzo, se impide a los partidos de la oposición, que tienen la mayoría en la Cámara Baja, presentar una moción de censura contra el Gobierno y provocar esas elecciones anticipadas.
La inestabilidad política se produce en un momento en que el país enfrenta una serie de desafíos importantes, entre ellos la promesa del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, que asumirá el cargo el 20 de enero, de imponer aranceles del 25% a los productos canadienses. La renuncia, inesperada, de la adjunta clave de Trudeau, la exministra de Finanzas Chrystia Freeland, a mediados de diciembre, en la que citó expresamente su percepción de que no se tomaba en serio las amenazas de Trump, ha resultado resultó ser la gota que colmó el vaso. Justo a Trudeau, en sus inicios, se le llamaba también en la prensa el "anti Trump", por ser su contrario en personalidad y apuestas políticas. Uno regresa a la Casa Blanca. El otro se va de Rideau Hall. Y hasta solo, porque en agosto de 2023 se separó de su esposa, Sophie Gregoire Trudeau.
Los miembros de su propio partido comenzaron a dejar claro públicamente y en cadena que ya no apoyaban el liderazgo de Trudeu, ni el ejecutivo ni el orgánico. Y así ha caído, entre victorias demasiado lejanas en este mundo fast food y deudas potentes por saldar.