Los García ya no tenemos miedo

Los García ya no tenemos miedo

EFE

Ninguno vino de afuera: altos o bajos, diestros o zurdos, feos o bonitos, todo español está en su propia casa en cualquier rincón de España.

Lo de ayer aquí en Barcelona fue una fiesta y una catarsis. Una fiesta de la democracia. Del Estado de Derecho. De la Constitución que nos ampara de los abusos excluyentes de los identitarios. De la igualdad de todos y cada uno de los españoles, la cual no puede estar sujeta a la mera contingencia de haber nacido en uno u otro punto de España.

Entre otros muchos, allí estábamos los García, López, Pérez, Martínez, González, Sánchez, Rodríguez, Fernández, Gómez y Martín: los diez primeros apellidos más comunes de Barcelona; los mismos diez primeros apellidos más comunes de Madrid: que cada quien entonces cuente con sus propios dedos y, a la hora de volver a hablar de "los catalanes" pensando siempre en los intereses de un "Pujol", un "Guardiola" o un "Piqué", mejor que haga sus cuentas de nuevo, las democratice y ya nunca más vuelva a excluir de la ecuación social catalana a los que, en realidad, aquí somos mayoría.

Fue también una catarsis porque, hasta ahora, la mayor parte de los "García" de Cataluña conformábamos esa mayoría silenciada y temerosa, que ayer por fin rompió en gritos de orgullo y alegría. Fue como si después de un terrible y largo naufragio, en el que cada uno, al lograr poner pie en tierra firme, se creyó tristemente ser el único superviviente, y sin embargo de repente descubre —descubrimos todos al mismo tiempo—, que no, que aquí está el uno, y acá está el otro, y el de más allá, y así, risueños, nos señalamos sorprendidos los unos a los otros, felices de poder reconocernos mutuamente, y hasta eufóricos por sabernos tantos, y ahora sí suficientemente envalentonados para por fin atrevernos a alzar la voz. Si, porque ayer, aquí en Barcelona, la mayoría silenciada pudimos saborear, por primera vez, las mieles del poder hablar en voz alta, en una región de España donde si no tienes los apellidos, la cultura y la lengua de las clases dominantes (o no te rindes y pliegas a ellos), tus intereses políticos y sociales son invisibilizados, y uno acaba entonces por desarrollar la vocación de mudo solitario.

Los García ya no tenemos miedo. De ahora en adelante —gracias a la gran catarsis colectiva de ayer—, dejaremos de ser silenciosos, no permitiremos que nadie nos vuelva a silenciar.

Aunque fueron minoría, es verdad que vino mucha gente fantástica y valerosa de otras —pero las mismas— avenidas, plazas y terracitas de España. Cada uno traía su propio apellido, pero todos se sentían "García" y reivindicaban esa comunidad de iguales. No es cuestión de banderas, sino de derechos. Los privilegios para unos pocos, siempre son a costa de pisotear derechos de los otros, de la mayoría. Es verdad que ninguno de los que ayer vino a Barcelona quiere que se levante una nueva frontera entre los españoles. Pero la preocupación principal de todos, y la pretensión de los nacionalistas que con más fuerza y convicción rechazamos, es esa de querer convertirnos a los García de aquí, de conciudadanos suyos que ahora somos, en extranjeros a los que se les desprecia y tiene inquina.

Ayer los García de Cataluña nos liberamos del miedo, y la sensación —el descanso, el alivio, la liberación— fue de veras maravillosa. No creo que ahora podamos volver a vivir sin ella. Es muy fácil acostumbrarse a lo bueno, a sentirse libre y seguro. Los García ya no tenemos miedo. De ahora en adelante —gracias a la gran catarsis colectiva de ayer—, dejaremos de ser silenciosos, no permitiremos que nadie nos vuelva a silenciar, y de enmudecidos que éramos, ahora siempre cantaremos a todo pulmón por nuestros derechos en un gran coro de ciudadanos libres e iguales.

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