El elogio de la Locura

El elogio de la Locura

Telecinco

Acabar con el estigma social de las enfermedades mentales es uno de los grandes retos contemporáneos. Son diversos los famosos que han hablado recientemente de unos desequilibrios, enfermedades o trastornos que rápidamente han ido apilándose frente a la opinión pública y conformando un ranking de la locura del que TOC, Bipolaridad o Fibromialgia son las estrellas indiscutibles de la tendencia. En el universo de Supervivientes, programa tan seguido que precisa de análisis, encontramos expuestos dos modelos diferentes de trastorno: la bipolaridad de Raquel Mosquera por un lado, lo de Maite Galdeano por el otro. El motivo de este post responde a las diferencias discursivas que la televisión emplea para cada caso y cómo las recibe el espectador.

La bipolaridad de Raquel Mosquera se expone y se protege indistintamente en función de la utilización argumental que de ella se requiere. Un doble tratamiento con un objetivo claro. Primero se estigmatiza su propio trastorno construyendo alrededor de la palabra 'loca' todo un proceso vejatorio que la victimice. Después, en pro de la visibilidad, la concursante bipolar es defendida en exceso por los jueces colaboradores presentes en plató. Descontextualizar sin pudor el vocablo coloquial "loca" para así patentar el debate y hacer partícipe a la audiencia del respeto social que merece el sujeto con problemas. Ahí está la trampa. No se puede llamar 'loca' a Raquel; es de mal ciudadano. Se perpetúa ante el espectador la condescendencia cristiana y caritativa. Raquel es madre de familia, diagnosticada y en tratamiento, una trabajadora autónoma que ya cumplió en su día con su trastorno; cuando desde una ventana de la clínica López Ibor, la viuda joven y trastornada se convirtió en Historia de España.

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Con Maite Galdeano sucede lo contrario. Sus papelas son también Historia de España, pero el mismo criterio que se aplica para reprobar a quien llama 'loca' a la Mosquera deja de estar presente cuando hay que trasladar un equipo de cámaras a un dúplex de Pamplona y mostrarnos una escena casi vejatoria de una persona con problemas evidentes. Aquí no hay ayuda ni protección; la locura a puerta gayola. El programa ignora a voluntad el verdadero trastorno de Maite para poder encasillarlo en lo freak y mofarse de él impunemente. Una táctica demencial cuyo precursor en España fueron los late night gamberros, con la diferencia sustancial de que en aquél formato el elogio de la locura se emplea como recurso artístico ante un público exigente o con cierta motivación intelectual, capaz de encontrar verdad donde el público medio solo ve outsiders. Para un público tan general como el del Deluxe, y con la actualidad como hilo conductor, lo de Maite encaja más en manicomio que en café de comedias. Disfrútenla:

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Maite se presenta ante el espectador con pelos de loca y en bikini blanco. Ha confesado padecer de fibromialgia y un intento de suicidio reciente, pero tanto el público como los responsables del programa hacen de su ansia de fama desmesurada un aval moral para el descrédito.

Desde su salón, sentada en un sofá abarrotado de cojines Maite nos saluda, sonríe desorientada, pronuncia con fuerza las consonantes J y G. ¡Hola JJorGGE, cómo estás! - Yo bien hijja, ¿y tú? (risas en plató). Maite intenta parecer sexy mientras nos informa sobre el estado de la meteorología en Pamplona. Dice mantener la casa a 28 grados.¿¿¿¿28??? (más risas). Su piel brillante de sudor lo atestigua; el ambiente es asfixiante. Maite se pone en pie y enseña su cuerpo. Es buena moza. Algún tatuaje en el vientre nos confirma que fue madre joven y 'cañera', pero su actual higiene capilar sobre un sofá de merkamueble nos aparta del deseo de inmediato. ¡Date la vuelta Maite! –se escucha desde plató. ¡Madre Mía Maite, qué buena que estás! –se vuelve a escuchar. Maite exterioriza unas intenciones que el espectador medio, representado por la mesa de colaboradores, esquiva como puede a través de la mofa y del rechazo. Son sentimientos incapaces de generar empatía hacia un personaje que además se muestra enclaustrado y sin autoridad. Sus trastornos, en lugar de estar permitidos y protegidos como los de Mosquera, sufren de arresto domiciliario. Se la expone como loca, sus aportaciones al debate se ignoran como tal y el tono de burla se generaliza cada vez que el realizador pincha con Pamplona.

El lenguaje visual ha cambiado, el mismo plasma gigante donde antes se protegían trastornos sirve ahora de plataforma para ridiculizarlos. Los seguidores de la Maite comedy star quedamos satisfechos mientras los prejuicios del espectador medio hacia las locas quedan reforzados. A la mañana siguiente pienso en Panero, releo algunos de sus versos, enciendo un cigarro. Fantaseo con la casa de Pamplona: cómo estará a esas horas, si habrá bajado de los 28 o si los de la tele han olvidado algún cable que espera tirado en la esquina hasta que llegue el próximo sábado.

[..].Como una muñeca me mimo

a mí mismo y finjo

delante de nadie que aún existo. Peonza

en la mano del dios de los muertos. Como una muñeca extraviada

en la ruta implacable de tantas otras, de las incontables marionetas

que ejecutan su vida como un rito funerario,

una obsesión senil o un delirio

último de moribundo.

Ma Mére. Leopoldo María Panero.

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