A diferencia de lo que sucede con la sanidad o la educación escolar, la sociedad no termina de percibir la universidad como un bien propio amenazado por intereses espurios ni parece dispuesta a movilizarse en su defensa. Por el contrario, la opinión mayoritaria tiende a verla como un lujo innecesario cuando no como un lastre del erario público.
Quien haya trabajado sobre los problemas de la universidad pública sabe que ni son fáciles las soluciones ni resulta fácil contemplar las numerosas consecuencias negativas de todo cambio. El nuevo diseño ha de surgir de un largo y complejo proceso.