Los hombres y el 9 de marzo

Los hombres y el 9 de marzo

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Mucho se ha debatido en las últimas semanas en torno al papel de los hombres en la huelga feminista del próximo 8 de marzo. Ese ha sido uno de los múltiples ejes de reflexión que ha motivado una convocatoria que, con independencia de cual sea su resultado efectivo, ha sido ya todo un éxito por dos razones. Primera, porque ha situado en el debate público cuestiones que habitualmente no estaban en las portadas y se consideraban en el mejor de los casos temas secundarios y sectoriales. Segunda, porque está ayudando a desvelar el rostro de quienes evidentemente no creen en la igualdad y de quienes, en el mejor de los casos, no hacen sino subirse al carro de lo políticamente correcto.

Haber logrado que en estos tiempos tan neoliberales y tan neomachistas se hayan hecho tan visibles las injusticias que continúan sufriendo las mujeres, y que por tanto muchos hombres y mujeres se hayan sentido interpelados por las vindicaciones feministas, es motivo más que suficiente para que de manera anticipada entendamos que este 8-M será una fecha histórica en nuestro país.

Entiendo que nuestro papel tiene que ser el de la más absoluta invisibilidad, en el sentido de que toda la voz y el protagonismo debe corresponderle a ellas.

En este contexto, he visto con cierta prudencia, y en algún caso con evidente desacuerdo, algunas propuestas hechas por hombres que, como si se tratara de una especie de decálogo, se nos lanzaban para que no nos equivocáramos en cuanto a nuestro lugar en la convocatoria. Todo ello por no hablar de algunos textos que he leído en los que se nos trata con cierta condescendencia e incluso como queriendo preparar el terreno para que también en este caso no renunciemos a la parcela de heroísmo que parece reclamar nuestra «sufrida» masculinidad.

En esta convocatoria, que aunque se haga bajo la cobertura del derecho a la huelga, todas y todos sabemos que tiene unos perfiles singulares que rebasan las expectativas que marca el habitual ejercicio de ese derecho, entiendo que nuestro papel tiene que ser el de la más absoluta invisibilidad, en el sentido de que toda la voz y el protagonismo debe corresponderle a ellas.

Nuestro lugar ha de estar por tanto en aquellos espacios y tiempos que hagan posible que nuestras compañeras cojan el timón de las reivindicaciones, al tiempo que no estaría mal aprovechar nuestra presencia en ámbitos masculinos y masculinizados para poner de manifiesto qué parte de responsabilidad tenemos en relación a todas las injusticias de género contra las que las mujeres alzarán la voz el día 8.

Asumamos que a partir del día 9 deberíamos empezar a abandonar la comodidad que nos ha supuesto nacer con un pene entre las piernas. Nos va la vida de ellas y la salud de la democracia en ello

Nuestra mirada y nuestra acción política debería estar puesta no tanto en ese día, en el que nos deberíamos limitar a ser aliados y cómplices generosos, sino en qué va a pasar con nosotros, con el modelo de masculinidad hegemónica que se resiste a desaparecer y en definitiva con el sistema sexo/género a partir del día siguiente.

Es decir, el gran desafío que esta huelga debe suponer para los hombres es la urgencia de que nos situemos frente al espejo y asumamos, para acabar con ellos, los privilegios que tienen como cruz las múltiples discriminaciones femeninas. Que empecemos en consecuencia a poner en práctica un reparto equilibrado de poderes y responsabilidades que haga posible que ellas al fin puedan ser autónomas. Y que asumamos como tarea ineludible revolucionar de manera feminista la democracia, lo cual implica entre otras cosas replantear quién y cómo ejerce el poder.

Por lo tanto, queridos compañeros de bando privilegiado, hagamos todo lo posible para que ellas el día 8 puedan vivir sin ataduras su jornada festiva y vindicativa, pero sobre todo, asumamos que a partir del día 9 deberíamos empezar a abandonar la comodidad que nos ha supuesto nacer con un pene entre las piernas. Recordemos que nos va la vida de ellas y la salud de la democracia en ello. Y asumamos al fin que como sujetos privilegiados del pacto patriarcal tenemos la gran responsabilidad de romper sus costuras para que al fin mujeres y hombres seamos tratados como seres equivalentes.

Este artículo artículo se publicó originalmente en Diario Córdoba

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