Dame un poco de tu sueño

Dame un poco de tu sueño

Entrevista con la escritora Karen Russell.

  Portada de 'Donantes de sueño'.SEXTO PISO

Un fantasma recorre el mundo: el espectro del insomnio. El miedo se extiende por culpa de una epidemia de insomnes terminales, personas aletargadas que terminan muriendo porque no pueden conciliar el sueño. Trish, que trabaja en las brigadas Duermevela, intenta conseguir donantes de sueño para mitigar la tragedia. Esta es la premisa de Donantes de sueño (Sexto Piso, 2023) de Karen Russell, una de las mejores novelas del año. Esa afirmación la hago yo, claro, y aunque todavía es junio, dudo que vayan a aparecer muchas novelas a su altura en lo que queda de año. No me dedico a promocionar libros ni a reproducir notas de prensa de las editoriales. Hago esa afirmación como lector convencido y como una especie de apuesta personal; se publica mucho, quizás demasiado, y no es fácil dar con una joya como esta. Por su brevedad, leerán la novela en varias horas, pero la sensación que tendrán después de terminar el libro durará probablemente más. Entreguen un poco de su tiempo de vigilia a esta lectura: su sueño (y sus sueños) se lo agradecerán.

¿Qué es Donantes de sueño, una alegoría sobre el miedo o una distopía sobre las patologías de la vida contemporánea?

Al igual que los sueños, creo que Donantes de sueño admite numerosas interpretaciones. De hecho, todo lo que escribo siempre queda abierto a mi propia interpretación, y este libro ha sido una experiencia muy interesante en ese aspecto (el ebook original salió en 2014, seis años antes de la pandemia). Se lee de forma muy distinta en la actualidad. Yo misma veo cosas nuevas en él. En 2023, esta novela corta se puede leer como una premonición del mundo en llamas que ahora habitamos. Muchos lectores me han contado que encuentran ecos de sus experiencias con la covid-19, algo que no pude prever en 2014. Por ejemplo, el contagio secundario de rumores, desinformación, miedos y soluciones propias de curanderos, la desesperación de la covid permanente o la soledad que coexistió con la hiperconectividad de nuestra era digital.

Siempre tengo la sensación de que estoy construyendo un mundo en colaboración con el lector. La ficción que más me gusta como lectora a menudo formula una pregunta sin proporcionar una respuesta definitiva. Hasta ahora, ninguna opinión sobre la novela me ha desconcertado del todo. Es verdad que algunos lectores se han sentido frustrados por el modo en que decidí terminar la obra, una especie de umbral que deja el destino de Trish y el resultado de su decisión final a la imaginación del lector. Entiendo la frustración de los lectores con un final así de abrupto. Sin embargo, creo firmemente que era el momento de parar la escritura, con el péndulo todavía moviéndose. Esa última escena es el lugar donde la novela tenía que abrirse, con preguntas que resuenen desde la conciencia de Trish a la del lector.

Esos dilemas morales atraviesan toda la novela.

Donantes de sueño debería ser una crítica muy explícita del consecuencialismo. Por ese motivo era muy importante terminar con gran incertidumbre, como si fuera una apuesta arriesgada, donde Trish por fin es capaz de decidirse y actuar de acuerdo con sus principios y valores, en medio de una angustia apocalíptica, sin saber qué pasará.

Una historia siempre va de la mano de alguna preocupación urgente, y en este caso las preguntas que afronta Trish son también las mías. Cuando la historia progresa, Trish empieza a cuestionar las intenciones de la organización sin ánimo de lucro que recoge donaciones de sueño para dárselas a insomnes terminales. Duda de la moralidad de su enfoque a la hora de pedir sueño. Empieza a preguntarse si no estará contribuyendo, aunque sea inconscientemente, a producir más sufrimiento, explotación y dominación, usando estrategias de “vida o muerte” para justificar sus dudosas acciones como si fueran estrictamente necesarias para salvar vidas.

Trish tiene sus motivos, aunque solo es medio consciente de ellos durante la mayor parte del libro. Lucha por reconciliar su deseo genuino de ayudar a las personas que sufren con su necesidad (su compulsión, en realidad) de contar una y otra vez la muerte de su hermana Dori. Quizás suene como una analogía un tanto frívola, pero veo a Trish como una especie de vampiresa. Ella anima a la gente a que haga donaciones de sueño para ayudar a los insomnes. Trata de persuadir a los desconocidos rememorando la pérdida de su hermana y lo hace con tantas personas como puede, infectándolas de dolor y miedo. Más adelante, se involucra con la familia de un donante universal, el Bebé A, y la cercanía que siente le da un nuevo incentivo para mentirle a los padres y a sí misma.

El autoengaño entonces es uno de los motores de la historia.

Escribir esta obra fue una terrible exploración de lo poco que a veces sabemos sobre las fuerzas que fluyen bajo nuestra consciencia, lo estrecha que es nuestra experiencia consciente respecto a las profundidades que contenemos. No creo que eso signifique que debamos dejar de intentar hacer cosas buenas, o que haya algo así como una motivación pura; solo intento decir que parece saludable que nos preguntemos cosas, que nos interroguemos sobre nuestros motivos y que reconozcamos nuestros egos y anhelos. ¿Qué representa una verdadera donación? ¿En qué condiciones ese regalo se convierte en una transacción, en una cuestión de poder o en una manipulación?

Así que todo está trazado bajo el signo de la ambigüedad.

La esperanza y el miedo coexisten. Yo tengo muy poca confianza en que la llamada final de Trish lleve a un resultado justo (el arresto de sus jefes, alguna acción para proteger al Bebé A y a los futuros donantes o una reforma institucional dentro de las brigadas Duermevela).

Lo que es esperanzador del final es la conversación entre Trish y el lector al ir más allá del marco ficcional. No espero que su llamada cambie mucho dentro de la historia (al menos de manera inmediata), y desde luego no porque la institución responda a su llamada con cambios profundos (el escenario más probable que se me ocurre es que condenen a Trish, a la que veo fácilmente como un cabeza de turco, lo que por otra parte hemos visto con muchos whistleblowers). La llamada de teléfono es también una transmisión entre Trish y el lector, una oportunidad para pensar alternativas al tipo de solución que se da en una crisis que ha derivado en la extracción de sueños infantiles. Trish consigue contar toda la historia, no solo la parte del sufrimiento y muerte de su hermana, a la que ha transformado en una herramienta, en una estrategia para conseguir una especie de “extractivismo solidario” para las brigadas Duermevela. Ella se da cuenta de su responsabilidad y de su capacidad para actuar, aprovecha la autonomía de su imaginación, que había estado aplastada por el sentido de emergencia y desesperanza.

Así que la imaginación desempeña un papel crucial, por muy aplastante que parezca la realidad de esos insomnes.

Tal y como dice la socióloga Avery Gordon: “Necesitamos saber dónde vivimos antes de que imaginemos la vida en cualquier otra parte; necesitamos imaginar que vivimos en cualquier otra parte antes de que podamos vivir allí”.

Me imagino a Trish encarcelada por el robo de sueño del Bebé A. También veo a Trish como a una fugitiva que encuentra a otros soñadores errantes fuera del sistema, en el Mundo Nocturno, personas que han decidido romper con instituciones poderosas y que se encuentran en la oscuridad, en los campos de amapolas, dándole forma a un mundo distinto.

Los lectores, que son los coautores del futuro, podrían inquietarse con lo que Trish comparte con ellos. A quienes lean Donantes de Sueño, tengo que decirles amablemente que yo estoy con ellos, mirando de reojo un futuro desconocido, haciéndome preguntas sobre lo que nos debemos unos a otros cuando la necesidad apremia, interrogándome sobre cómo podemos soñar juntos otro tipo de mundo o qué se necesitaría para romper con ciertas estructuras de incentivos y construir así una sociedad solidaria, basada en los cuidados, que además funcione.

Espero que los lectores se vayan con algunas ideas novedosas sobre el mundo real, reveladas en el cómico espejo de unos Estados Unidos insomnes. La obra ha de ser un espacio en el que puedan imaginar alternativas a lo de siempre.

La novela ha gozado de una segunda vida editorial.

Sí, estoy muy contenta y aliviada de que esta novela digital tuviera esa segunda vida en papel. Apareció por primera vez en 2014 como una novela digital exclusivamente, por la editorial ahora ya desaparecida Atavist Books. Vendí los derechos de la edición en tapa blanda a Vintage en 2018 y el libro se programó para salir después de mi colección de cuentos, a finales de 2020. Un poco antes de que el mundo empezara a confinarse, en febrero de 2020, estaba trabajando con los artistas italianos de Ale + Ale en un folleto para la edición de Vintage en Estados Unidos, donde se veía un mapa que mostraba la difusión global de varias pesadillas contagiosas. Había un mapa de brotes activos de pesadillas, así como pesadillas ilustradas y recomendaciones médicas. Entonces un virus misterioso empezó a asolar el planeta. Todo el mundo con el que había estado escribiéndome sobre el diseño de portada final estaba en cuarentena. Fue desconcertante, por decirlo suavemente, que la realidad superara la ficción.

Bueno, al menos la pandemia ayudó a esa segunda vida editorial.

No sé si ayudó o la dañó, la verdad. Salió en Estados Unidos en septiembre de 2020, cuando las librerías estaban cerradas y no podía hacer gran cosa por promocionarla. Tampoco sé yo si la gente querría leer sobre una pandemia en mitad de una muy real. Quizás con un poco de distancia, el Mundo Nocturno llegue a ser un lugar donde los lectores puedan viajar para reflejar lo que todos hemos atravesado juntos.

Ojalá la obra encuentre nuevos lectores gracias a la preciosa edición de Sexto Piso traducida por Rubén Martín Giráldez.

Stephen King le dedica una frase promocional que ya quisiera cualquiera: “La novela provoca pesadillas”. A mí me ha hecho sentir una desesperanza profunda que no sé cómo aliviar.

Stephen King me ha apoyado mucho desde mi primer libro de cuentos, St. Lucy's Home for Girls Raised by Wolves. Es el padre de muchos de mis sueños y pesadillas, una enorme influencia en mi obra, así que estoy profundamente agradecida. Ser leído por Stephen King, ¿qué honor más grande puede haber?

También es un honor que tú respondas emocionalmente a esta historia. Espero que encuentres algo de comedia negra dentro de la obra, no solo desesperación. Siempre busco un equilibro entre preguntas honestas, quizás algo extremas, e inventiva, humor. Trish era una narradora complicada, una persona difícil de representar porque está traumatizada y atrapada en un bucle: es una sonámbula por derecho propio. A veces, Trish se puede quedar atrapada en un auténtico soliloquio. La aflicción es un dolor muy real, aunque me cueste reconocerlo (¡Alegra esa cara, Trish!). El duelo puede mantenernos clavados en el suelo, al menos en mi experiencia. Me imagino un espantapájaros como una manera de visualizar el trauma: un muñeco de paja clavado en el lugar del trauma. Trish no puede sentir demasiado, más allá de su representación de la pérdida cuando pide donaciones. Sé que puede verse como una traición a un ser querido querer seguir adelante, como con frecuencia nos animan a hacer los tiránicos gurús de la autoayuda y también nuestra cultura y nuestra economía 24/7. Trish necesita salir de su parálisis y encontrar una nueva forma de vivir con la muerte de su hermana, con esa crisis incesante, con sus dudas y su amor.

¿Qué le quita el sueño? A mí que los científicos hablen de crisis climática y muchos sigan tomándoselo a risa.

Pienso mucho en nuestras calles, en Portland, donde tenemos una gran parte de la población viviendo en las calles sin una cama en la que descansar.

La emergencia climática me quita el sueño. Las preguntas centrales de Donantes de sueño siguen persiguiéndome. Como los personajes de la novela, tenemos un sistema de salud disfuncional e injusto, instituciones desacreditadas y corruptas, vigilancia de nuestros momentos más íntimos, una economía global que funciona con una voracidad desenfrenada, noticias que nos bombardean a través de los ojos brillantes de nuestros dispositivos. Es fácil imaginar un país donde los sueños se privatizan y se vuelven mercancía.

También tengo dos pequeños noctámbulos en casa: una hija de tres años y un hijo que está a punto de terminar preescolar. En 2014, era una mujer soltera que a veces se las veía para dormir. En aquella época yo creía que sabía mucho sobre el insomnio. Ahora siento un: “Jajaja, qué tonta era”. Mis niños me han enseñado todo lo que sé sobre los horrores de la privación de sueño. Me roban el sueño y también me dan muchísima alegría. Ser su mamá es verdaderamente la mejor parte de estar viva.

¿Algún consejillo para el insomnio? Yo abogo por la semana de cuatro días… trabajar menos, vaya.

Las gominolas a base de melatonina para dormir ayudan a nuestra familia. Todavía me pregunto por qué se buscan ciertas soluciones: ¿es necesario un vídeo de ASMR donde un desconocido finge cepillarte el pelo? ¿Y qué decir del ruido blanco ese que suena como un ejército de dentistas que va a por ti pertrechado de lavadoras a presión? La verdad es que creo que la semana de cuatro días ayudaría más que eso.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).