Todos responden, nadie ataca: cómo Israel e Irán han acabado siendo archienemigos

Todos responden, nadie ataca: cómo Israel e Irán han acabado siendo archienemigos

Tel Aviv y Teherán no siempre se han odiado. Por un tiempo, fueron buenos socios. La Revolución Islámica lo cambió todo. Ahora, las acusaciones y ataques se cruzan sin que ninguno asuma quién empezó. Está por ver en qué queda su último choque.

Benjamin Netanyahu y Ali Jamenei, en sendas imágenes de archivo.Sean Gallup / Iranian Leader Press Office / Getty

En Oriente Medio todo el mundo responde, nadie ataca primero. El culpable es el otro, siempre. Y así se enredan los conflictos, cada cual convencido de su versión. Ocurre también en la crisis abierta ahora entre Israel e Irán, después de que el pasado sábado se registrase el hecho sin precedentes de que la República Islámica lanzase 300 proyectiles contra suelo israelí, interceptados casi al 100% por los sistemas de defensa de Tel Aviv y los de sus aliados en la región. 

En este caso, Teherán replicaba ante el ataque a su consulado en Damasco del pasado 1 de abril, perpetrado por Israel -nunca reivindicado- y que mató a 16 personas, entre ellas nueve militares iraníes. Aún hay una traza que seguir, reciente, con la sangre fresca. Pero el choque entre las dos naciones acumula ya tantos tira y afloja, tantas declaraciones y agresiones cruzadas y tanto odio bilateral que cuesta ver con claridad dónde empezó todo. 

Hay que remontarse a hace más de 40 años, cuando la Revolución Islámica triunfó en Irán y se rompieron las relaciones con Israel, que hasta entonces habían sido hasta buenas, de asociación en diversos campos. Con los religiosos en el poder, la propia existencia del estado de Israel se puso en tela de juicio y comenzaron los deseos de aniquilación, concretados en ayuda a grupos como Hamás o Hezbolá que atacaban a su oponente desde Palestina o Líbano. Tel Aviv, por su parte, cada vez más radicalizada, se afanó en atacar los intereses de los ayatolás en la región y en perseguir su programa nuclear, denunciando la inminencia de una bomba y boicoteando acuerdos internacionales. 

En los últimos años, golpes y contragolpes se han acelerado, hasta llegar al 7 de octubre pasado, a los atentados de Hamás, a la mano iraní que ve detrás Israel, a un Benjamin Netanyahu muy debilitado que huye hacia adelante atacando hasta una legación diplomática, subiendo la apuesta de tensión en Oriente Medio. Ahora, a esperar la respuesta de la respuesta

En otra vida, en otro mundo

Las relaciones Israel-Irán no siempre fueron las que hoy copan la atención del mundo, para mal. Bajo la dinastía Pahlavi, al mando del Estado Imperial de Irán entre los años 1925 a 1979 hasta su derrocamiento por el golpe de estado de la Revolución Islámica, su historia fue fluctuando hasta cuajar en cooperación estable en ámbitos diplomáticos o comerciales. Hablamos de dos países que no tienen fronteras comunes ni reclamaciones territoriales pendientes ni guerras en el pasado que, a priori, no tendrían por qué llevarse rematadamente mal. Hay hasta 75.00 judíos en el mundo, hoy, que son de origen iraní. 

Irán fue uno de los 11 miembros del comité especial de las Naciones Unidas que se formó en 1947 para idear una solución para Palestina, después de que terminara el control británico del territorio, del llamado mandato. Al final, votó no al plan de partición, como India y Yugoslavia; Australia se abstuvo y los demás estados votaron sí, con lo que el plan de partición salió adelante. Prefería una solución federativa que consistía en mantener a Palestina como un estado único, con un parlamento, pero dividido en cantones árabes y judíos. Teherán al fin justificó su voto diciendo que la solución propuesta aumentaría la violencia en la región para las generaciones venideras. No se equivocó. Al declararse el Estado de Israel, las naciones árabes vecinas declararon la guerra y comenzó la Nakba o catástrofe palestina. 

Sin embargo, con la contienda acabada e Israel arrancando como país, se produjo un acercamiento rápido a Irán. Tras Turquía, en 1950 se convirtió en la segunda nación de mayoría musulmana en reconocer el nuevo estado y comenzaron a construirse unas relaciones cordiales basadas en un adversario común: los países suníes de la zona (la mayoría musulmana iraní, un 96% de la población total, es chiíta). 

Se sumaron varias cosas más: Teherán, llevándose bien con Israel, quería poder administrar los activos iraníes en Palestina, ya que alrededor de 2.000 iraníes vivían aún allí y el ejército israelí les había confiscado sus propiedades durante la guerra. Y, además, el primer mandatario israelí, David Ben Gurion, empezó a aplicar su llamada "doctrina de la periferia", por la que buscó relaciones con estados no árabes en los bordes de Oriente Medio, en un intento de romper el aislamiento internacional y, sobre todo, regional, de su país. 

Una crisis de poder interna provocó que el sha de Persia, Mohammad Reza Pahlavi, tuviera que exiliarse brevemente. Se hizo con las riendas del país el primer ministro, Mohammad Mosaddegh, conocido no sólo por querer la nacionalización de la industria petrolera del país, sino porque rompió con Israel, al que consideraba como un servidor de los intereses occidentales en la región. Pero en 1953, el sha regresó con toda su fuerza a Irán, con un golpe avalado por Estados Unidos y Reino Unido. Como Washington y Londres, desde su nacimiento, fueron aliados totales de Israel, esta cercanía acabó mejorando también las relaciones Teherán-Tel Aviv. 

Israel estableció una embajada de facto en Teherán y, finalmente, los dos estados intercambiaron embajadores en la década de 1970. Los lazos comerciales crecieron y pronto Irán se convirtió en un importante proveedor de petróleo para Israel. El mejor ejemplo: la colaboración en 1968 para construir un oleoducto destinado a enviar petróleo iraní a Israel y luego a Europa, desde el mar Rojo hasta Ashkelom, en la costa mediterránea israelí. 

Teherán y Tel Aviv también mantuvieron una amplia cooperación militar y de seguridad, pero en gran medida se mantuvo en secreto para evitar provocar a las naciones árabes de la región. Hay reportes de ello, publicados por la prensa israelí y que han dado lugar a investigaciones académicas en las Universidades de Tel Aviv y la Hebrea de Jerusalén. Israel sacaba más beneficio que Irán de la alianza, pero a Pahlavi contentar a EEUU le rentaba también lo suyo. Así logró, por ejemplo, que su aparato de seguridad contase además hasta con formación del Mossad, mientras se ponía de perfil ante la causa palestina. Otra vida, otro mundo. 

La revolución que lo cambió todo

En 1979, el sha fue derrocado en una revolución y nació la nueva República Islámica de Irán, la que hoy conocemos. La élite religiosa se hizo con el poder y acabó con una monarquía constitucional pero de mando absoluto, que en los últimos tiempos se había convertido en especialmente opresora: no había margen para la disidencia. Pahlavi hizo su revolución blanca y con ayuda de Occidente levantó al país económicamente, restringiendo la importancia del Islam en la ciudadanía, pero aplicando a la vez una autocracia que acabó generando un importante malestar social. 

Las protestas en las calles se sucedían, con disidentes de todo tipo, una mezcla heterogénea de izquierdistas y conservadores, laicos y religiosos, que acabó forzando a la marcha del sha. Fue el ayatolá Ruhollah Jomeini, el líder de la revolución, quien acabó mandando, aunando a todos los opositores, pero con el tiempo, también, llevó el curso del río donde quiso, impulsando una nueva visión del mundo que defendía predominantemente el Islam y cargaba contra quien lo viera de otra manera a base de detenciones y ejecuciones. 

Abogaba también por enfrentarse a las potencias mundiales "arrogantes" y cargando contra sus aliados regionales, los que oprimirían a otros –incluidos los palestinos– para servir a sus propios intereses. Por resumir: si EEUU era el "Gran Satán", como lo llamaba, Israel era "el pequeño Satán". Así que, con esa visión, hizo lo esperado: cortó todos los vínculos con Israel. Los ciudadanos ya no podían viajar entre estados y se cancelaron rutas de vuelo, convenios comerciales y relaciones diplomáticas. 

La embajada de Israel en Teherán se transformó en embajada de Palestina. Jomeini revirtió el reconocimiento de Israel de primera hora y nunca más se ha recuperado. Jomeini también declaró cada último viernes del mes sagrado musulmán del Ramadán como el Día de Al Quds (Jerusalén) y desde entonces se han celebrado grandes manifestaciones ese día en apoyo de los palestinos en todo Irán.

En los años 80 aún quedaban, pese a todo, algunos convenios vivos, pero murieron con los años y el golpe definitivo fue la apuesta de Irán, en los 90, de financiar, formar y armar a grupos dispuestos a atacar a Israel, como la milicia chií libanesa de Hezbolá y Hamás, en Palestina, nacidos al abrigo de los Hermanos Musulmanes de Egipto. 

El analista David Menashri, un historiador especializado en las relaciones Irán-Israel, sostiene que la filosofía que dio un giro a las cosas defiende que "Israel es enemigo de Irán y del Islam" y, por eso, "es una amenaza para la humanidad". Sitúan los ayatolás el conflicto palestino-israelí en un plano que no es político, nacionalista o colonialista, como de hecho es, sino en un plano eminentemente religioso, el de la "necesaria cruzada" contra un infiel. Su "dogma revolucionario niega a Israel el derecho a existir", independientemente de que los palestinos se lo reconozcan y pacten con ellos un tratado de paz. 

Si a eso se unen las relaciones de Tel Aviv con Washington, al hecho de que sus dirigentes apoyaron en el pasado al sha, tenemos la receta total de su odio, a la sospecha de Teherán de que Israel es el instigador de parte de las sanciones internacionales que pesan en su contra y a que le ha bloqueado su programa nuclear, tenemos la receta del odio total. 

Menashri insiste en que el rechazo al país es por sí mismo, por rechazo al sioninsmo y a sus derechos sobre el estado israelí, y por ser "hijo ilegitimo de EEUU", por eso ha Jomenei hizo de Palestina "la primera línea de lucha del Islam contra los infieles". Eso hace que, en momentos en los que se ha hablado y negociado, como cuando en 1993 se alcanzaron los Acuerdos de Oslo, Teherán aún fuera un verso suelto negando la mayor. El analista lo resume con una frase muy clara: "el plato está más caliente que la comida".

De aquellos tiempos proceden frases que se han quedado como lemas eternos, como que "la destrucción de Israel es la única solución para poner fin al sufrimiento del pueblo palestino", que "Israel debe ser borrada del mapa", que es "la herida en el cuerpo islámico que debe ser eliminada". 

Jomeini se opuso a enmarcar la cuestión palestina como una causa nacionalista árabe y buscó transformarla en una causa islámica para proporcionar a Irán no sólo la capacidad de defender la causa palestina sino liderarla. Para superar tanto la división árabe-persa como la división entre suníes y chiítas, Irán adoptó una posición mucho más agresiva sobre la cuestión palestina para blandir sus credenciales de liderazgo en el mundo islámico y poner a la defensiva a los regímenes árabes aliados de EEUU. 

Pero Jomeini no era eterno, murió en 1989 y en los años 90 se dieron algunos gestos de distensión por ambas partes, desde su sucesor, el actual líder supremo de la revolución, Alí Jamenei, al entonces primer ministro de Israel, el laborista Ehud Barack. No es que se abrazasen, pero se redujo la violencia verbal cruzada y la animadversión. Es verdad que, también, el escenario era de esperanza, cuando aún se firmaban acuerdos de paz. 

La radicalización

Todo quedó roto, de nuevo, a principios de los 2000, por dos razones fundamentales que marca el colaborador del Centro Wilson: porque se dio una "ofensiva conservadora" que encumbró a los ayatolás más duros, relegando a los más templados, y porque rompió la Segunda Intifada, renovando la necesidad de atender a la causa palestina. 

La enemistad fue creciendo a lo largo de las décadas siguientes a medida que ambas partes buscaban consolidar y aumentar su poder e influencia en toda la región. Irán apostó de lleno por lo que se llama su "Eje de resistencia" en varios países de la región, incluidos Líbano, Siria, Irak y Yemen, que también apoyan la causa palestina y ven a Israel como un enemigo importante. Estos socios proxy han actuado en su nombre y progresivamente han ahondado en sus acciones contra Israel. 

Los episodios más serios, la guerra de 2006 entre el norte de Israel y el sur de Líbano y la actual en Gaza, tras los atentados de Hamás del 7 de octubre -de los que Netanyahu acusa directamente a Irán por poner fondos, medios y cerebro-, con todas sus ramificaciones regionales. Tel Aviv dice que actualmente tiene siete frentes abiertos en su contra: Gaza, Líbano, Siria, Cisjordania, Irak, Yemen e Irak.

En menor medida, a lo largo de los años, también Israel ha respaldado a una variedad de grupos que se oponen violentamente al establishment iraní. Teherán dice que entre ellos se incluyen varios grupos que designa como organizaciones "terroristas", como Mojahedin-e Khalq (MEK), una organización con sede en Europa, además de organizaciones suníes en la provincia de Sistán y Baluchistán, en el sureste de Irán, y grupos armados kurdos con base en el Kurdistán iraquí .

Así que ambos bandos están detrás de una larga serie de ataques a los intereses de cada uno dentro y fuera de sus territorios, algo que niegan públicamente. Una guerra en la sombra que se ha ido extendiendo cada vez más a medida que crecían las hostilidades y que hace que se pierda el hilo de quién golpeó antes y quién respondió después. Ninguno de los dos ha parado en los últimos 20 años, sobre todo. 

También en lo diplomático, con contundencia. El programa nuclear de Irán ha estado en el centro de algunos de los mayores ataques. Israel –que se cree que posee clandestinamente docenas de armas nucleares aunque no lo reconoce oficialmente– ha prometido no permitir nunca que Irán desarrolle una bomba nuclear, aludiendo al riesgo existencial que supone para su país, vistas las declaraciones de los líderes supremos. Teherán ha reiterado que su programa nuclear tiene fines civiles, al 100%, pero Occidente siempre ha recelado de ello. 

Se cree que Israel y EEUU están detrás del malware Stuxnet, que causó importantes daños a las instalaciones nucleares de Irán en la década de 2000. También ha habido otros muchos ataques de sabotaje a las instalaciones nucleares y militares de Teherán, de los que los ayatolás han culpado a Israel. Y han muerto asesinados científicos que lideraban las investigaciones, algunos en suelo iraní y otros en países amigos, crímenes que Tel Aviv nunca ha reivindicado pero que se le añaden en su cuenta. Por si acaso, Israel puso en marcha en 2011 su Cúpula de Hierro, no tanto por la amenaza de Hamás en Gaza, sino por la que venía más del este, de Irán, y por el material que los iraníes podían darle a las milicias palestinas. 

El golpe más fuerte se produjo en 2020, cuando Mohsen Fakhrizadeh, considerado el líder del programa atómico de Irán, fue asesinado a tiros con una ametralladora controlada por Inteligencia Artificial y monitoreada por satélite, montada en la parte trasera de una camioneta que luego explotó para destruir las pruebas. Ocurrió en la propia capital de Irán. 

En 2015, tras unos intensísimos esfuerzos, se firmó un acuerdo que desactivaba la bomba iraní. Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania, a un lado. Irán, al otro. Se acordaba que Teherán tendríá limitada su capacidad de enriquecimiento de uranio, un proceso supervisado por fuerzas internacionales. A cambio, se levantarían las sanciones que ahogaban y ahogan su economía. Un pacto que ponía fin a 13 años de disputas y que Netanyahu rechazó con toda su alma. Prometió que no avanzaría y lo ha logrado. 

En 2018, el entonces presidente de EEUU, Donald Trump, abandonó el pacto, desoyendo las peticiones de los demás firmantes, acusando a Irán de robustecer al terrorismo internacional, en un gesto que alegró tremendamente a Netanyahu. Irán dio por roto el compromiso por su parte, de seguido, por lo que es imposible saber a ciencia cierta cuánto más ha avanzado con su programa y cuánto uranio ha enriquecido, aunque las estimaciones de la Inteligencia norteamericana indican que esté lejos de tener lo necesario para montar un arma nuclear. 

Hace casi dos años se aceleraron los contactos para reeditar el acuerdo, pero de nuevo las objeciones de Israel lo retrasaron. En el verano de 2022, había incluso un borrador ya listo, esperando a que Tel Aviv diera en visto bueno. Se aplazó todo, porque los plazos se habían retrasado y llegaban las elecciones de mitad de mandato en EEUU, que no hacían convenientes roces con Israel. Entró el nuevo año... y fue el año del peor ataque vivido en la historia de Israel. Ese acercamiento hoy es nada. 

Israel y sus aliados occidentales insisten en que Irán es parte de aquel Eje del Mal de la guerra contra el terrorismo y que está, constantemente, detrás de una serie de ataques a intereses israelíes, incluidos varios con aviones no tripulados contra petroleros de propiedad israelí en el mar Rojo, además de ciberataques constantes a la administración y las universidades, por ejemplo. Teherán hace lo propio: denuncia ataques a silos de armas, cuarteles y bases, oficinas o centros de formación de grupos afines, en los que caen también militares del país, sobre todo de su Guardia Revolucionaria.

Desde 2019, se toma y daca es constante, dentro de lo que se entiende como una guerra de baja intensidad. con picos de enfado o de declaraciones altisonantes y amenazas, hasta octubre pasado. Acusaciones a Irán de avalar los ataques de Hamás, simultáneos ataques de los hutíes de Yemen o los chiíes de Hezbolá contra intereses de Israel, ataque de Teherán a una sede del Mossad en el Kusdistán... hasta el ataque con misiles de Israel, el 1 de abril, al consulado iraní en Damasco, y la respuesta anunciada y controlada de Teherán. 

Benjamin Netanyahu, en su discurso ante la Asamblea de la ONU de 2022, alertando de los peligros de Irán.Pacific Press / Getty

¿Podría haber alguna vez una normalización?

Varios estados árabes de la región han optado por normalizar sus relaciones con Israel, a la busca de más apoyo occidental. EEUU lanzó los Acuerdos de Abraham, una especie de pactos económicos por los que estos estados reconocían a Israel y hacían negocios con él, mientras que se aparcaba la causa palestina en lo político y se la mantenía acallada con millones de dólares. El pasado otoño, Tel Aviv estaba a punto de firmar con Arabia Saudí justo el pacto que coronaría todo ese acercamiento de años, pero precisamente esa inminencia es una de las razones que se cree que está en la raíz de la decisión de Hamás de atacar como nunca lo había hecho. 

Arabia Saudí, justamente, restableció hace un año las relaciones diplomáticas con Irán después de siete de ruptura, tras un acuerdo negociado por China en marzo. Esto es lo que Washington quería hacer con Tel Aviv, pero ya no, o no por ahora. Si había cierta esperanza de acercar las cosas por ese flanco, hoy no está en el horizonte, con casi 34.000 palestinos muertos en Gaza por los ataques de Israel. 

Teherán se sigue oponiendo, de fondo, a la hegemonía estadounidense en Medio Oriente, mientras que Israel ha rechazado constantemente cualquier esfuerzo de la Casa Blanca para retirar las tropas estadounidenses de la región, esas que ahora han sido tan útiles para parar los misiles de Irán. La rivalidad por el dominio de la región se mantiene, lo mismo que el odio. 

Para que las cosas cambien, dice David Menashri, deberían darse dos condiciones: un cambio de liderazgo en Irán, menos radical, y un cambio "significativo" en las relaciones entre Israel y Palestina y, por extensión, el mundo árabe. Se han multiplicado las protestas contra el régimen de los ayatolás y su falta de libertades, a calor del caso Mahsa Amini y su veko mal puesto, pero la represión con que se han acallado ha impedido que vayan a más. Respecto a Palestina, no se logra ni un alto el fuego en Gaza, cómo se va a lograr un estado palestino de pleno derecho y un proceso de paz que acabe en dos países iguales, vecinos, soberanos. 

Infiltrados
Un proyecto de Ikea

No hay señales de cambio entre los archienemigos. Queda esperar a la siguiente respuesta, o al siguiente ataque, o lo que sea que vaya antes y después en esa tierra que tanto descanso necesita.