Isabel II: 70 años coronada y sigue siendo la reina de hierro

Isabel II: 70 años coronada y sigue siendo la reina de hierro

El Jubileo de Platino le llega con 95 años, recién enviudada y con problemas familiares, pero con la popularidad por las nubes y el cariño, intacto. Sigue siendo intocable.

Isabel II, en octubre de 2020, visitando un centro de defensa y tecnología en Porton Down, Inglaterra. Ben Stansall via AP

Isabel II es, a sus 95 años, la jefa de Estado más longeva del planeta, la reina más antigua del mundo. En dos años, su reinado podría llegar a ser el más extenso de la historia, al superar a Luis XIV de Francia. Ha tratado con 14 primeros ministros de Reino Unido, otros tantos presidentes de Estados Unidos y seis papas distintos. Y ahí sigue, incombustible, superviviente de marejadillas y fuertes marejadas, con el favor de su pueblo -la única fórmula que, en el siglo XXI, puede mantener en pie una anacrónica monarquía parlamentaria- más fuerte que nunca.

Este 6 de febrero se cumplen 70 años de su coronación, un Jubileo de Platino insólito para una mujer a la que la vida de nobleza, familia y campo que tenía prevista se le dio la vuelta y acabó siendo la reina más reconocida, fotografiada y seguida del orbe. Los festejos quedan para junio, cuando se celebre su cumpleaños, pero los balances se acumulan estos días. Todos coinciden: puede que estemos ante el ocaso de su reinado, por pura biología, que se encuentre en un momento anímico delicado por la reciente muerte de su esposo, Felipe de Edimburgo, y por los escándalos que le quitan el sueño, como los de su hijo Andrés, acusado de pederastia, y su nieto Harry, que escapó de Londres junto a su familia y hasta ha acusado a la institución de racista, pero la reina sigue siendo intocable, es una institución en sí misma y sigue trabajando como el primer día. “Mi vida entera, sea larga o corta, estará consagrada a vuestro servicio”, dijo siendo princesa, con 21 años. Así, hasta hoy.

Arrasando

Lo de Elizabeth Alexandra Mary (Londres, 21 de abril de 1926) y las encuestas no tiene parangón ni en su país ni fuera de él. Según Yougov, la empresa demoscópica de referencia si hablamos de la Corona en Reino Unido, el 59% de los ciudadanos cree que su trabajo como reina ha sido y es muy bueno y otro 23% que considera que ha sido bastante bueno. Malo, no llega al 4% y muy malo, ni al 1. Pero es que hay un 55% de los entrevistados que quiere que siga en el trono “incluso si enferma lo suficiente como para ser incapaz de abordar las tareas oficiales diarias” del cargo.

Su popularidad es del 76% -con picos del 83% incluso, en el último semestre, estratosférica si se compara con el 34% del primer ministro, Boris Johnson-, con un residual 7% de ciudadanos a los que no les gusta y otro 13% para los que es un personaje neutro. Unas cifras que han mejorado entre tres y cuatro puntos en los dos últimos años.

En el balance que Yougov hace de personalidades de 2021, no británicas, sino mundiales, Isabel II es la tercera mujer más admirada, tras Michelle Obama y Angelina Jolie. La firma de análisis de datos Statista ha elaborado otro informe en el que añade que su popularidad es tres veces la de Oprah Winfrey, seis veces la de Kim Kardashian o Bill Gates, 16 veces la de Beyoncé o 23 veces la de la pareja por antonomasia en su país, David y Victoria Beckham.

Esta misma empresa asegura que la reina y su familia componen la quinta marca corporativa más grande y conocida del mundo, tras Facebook, Amazon, Google y Apple, con un valor de 82.300 millones de euros, a los que se añade el valor de Isabel II por sí sola, de 40.600 millones más. Un valor de mercado superior al de Coca Cola, añade. La revista económica Forbes calcula la fortuna personal de la reina en 100.000 millones.

  Isabel II, con el príncipe Carlos, la princesa Ana y Felipe de Edimburgo, posando en el Palacio de Buckingham el día de su coronación, en 1953.ullstein bild Dtl. via Getty Images

Las razones de su éxito

“Isabel II está donde está por una cuestión de mérito. Su personalidad dura, comprometida con el trabajo por encima de todas las cosas, y su forma inteligente de manejarse en el reinado, aunque no muchos apostasen por ella en sus inicios, son sus grandes valores”, explica el periodista belga Jo De Poorter, autor de La última reina.

Reconoce que sobre ella hay una “especie de aura mística” que da el hecho de ser la sucesora de una estirpe vieja y poderosa, “el boato de la tradición, que tan bien sabe llevar”, más aún con el acento del viejo poder colonial, aún presente en la Commonwealth, pero va “mucho más allá”. “Aquel solemne acto de consagración que fue su ascenso al trono ha marcado toda su vida y su manera de proceder. Eso llega a los ciudadanos, porque la han visto resistir contra viento y marea”, indica, en momentos complejos como los años grises tras la Segunda Guerra Mundial, el postcolonialismo, las crisis sociales internas o el terrorismo.

Hay que “desterrar” la idea de monarca-florero, porque la reina “domina perfectamente todas las cuestiones políticas del momento”, tanto en lo doméstico como en lo internacional. No sólo es algo que se vea progresivamente, por ejemplo, en las audiencias que revela desde la ficción la serie The Crown, sino que los primeros ministros “saben que tienen que trabajarse cada entrevista”, es “un consejo recurrente de unos a otros”. Todos valoran, indica, la “agudeza” de sus observaciones y también la ayuda en materia exterior, siendo como es la monarca más viajada.

“Su porte se conforma con lo que es y lo que demuestra, lo que implica también lo que calla, lo que no se sabe. Es discreta y digna, lleva a veces el protocolo a gala hasta la desesperación de quienes la rodean, pero ahí está su poder, en mantener viva una institución vieja, decadente, de otro tiempo, con sus códigos, demostrando que se puede ser útil siendo profesional, en los márgenes que deja la ley. Para eso vale una buena reina”, concluye el escritor.

Se ha erigido en el “centro de unidad y estabilidad nacional” a costa de renunciar “a ser la Lilibet que quiso ser”. “Es una suma atrayente de historia pasada y presente, de trabajo bien hecho y ejemplaridad, de lejanía medida y, a la vez, cercanía”, porque Isabel II conquista adeptos con sus infatigables visitas hasta el último rincón del país, del empresario al agricultor, del niño al anciano, “creando una red de afectos, pese a no ser afectuosa”.

De Poorter sostiene que ha “escapado” a la transformación que han sufrido otros miembros de la Casa Real, hasta el desgaste, convirtiéndose en celebridades más que en mandatarios al servicio de una nación. Isabel II, sostiene, genera respeto, pero sus hijos y nietos han caído “en la fascinación, l curiosidad y, al fin, el morbo”. “Hay quien la acusa de no hacer nada y sobrevivir, por eso, pero inacción es desdeñar y no estamos en ese escenario. Es un prototipo de lo que debe ser. La imposición del deber por encima de todo también conmueve. Su imagen en solitario en el funeral de su esposo fue un ejemplo de cómo lleva las cosas al extremo. Y le funcionan”.

El pilar de la institución

Isabel II ha logrado que una institución obsoleta no se ponga en duda, en uno de los países más modernos del mundo. El debate republicano ene Reino Unido es prácticamente inexistente, aunque en los últimos años se ha detectado una mayor contestación por parte de los jóvenes, y es ella el pegamento que mantiene a todos unidos ante la Casa Real, el pilar que la sostiene. La incógnita es qué pasará con ella cuando no esté.

Las encuestas de Yougov dicen que el 61% de los británicos apoya la monarquía, frente a un 24% que la rechaza. Los márgenes, es verdad, se han reducido, porque había un 65-19 hace apenas dos años. El apoyo se mantiene inalterable entre los mayores de 60 años, siempre con apoyos por encima del 70%, pero no así entre las nuevas generaciones: el 41% de los entrevistados de entre 14 y 24 años dicen ya que quieren un jefe de estado electo, frente a aun 31% que aboga por dejar la monarquía como está. En 2019, el porcentaje estaba invertido, 46% a favor y 26% en contra del estatus actual. Un cambio acelerado.

Sin embargo, el debate no ha calado aún en el grueso de la sociedad y, menos aún, en sus políticos. Hasta los separatistas escoceses, que piden un referéndum de independencia, la apoyan. Los laboristas, cada vez que acercan las elecciones, reconocen que hay ciertas corrientes internas que desearían plantear una consulta popular al respecto, como la izquierda de otros países europeos, pero nunca cuaja iniciativa alguna en su programa porque saben que perderían votos de forma automática. Cuestionar hoy la monarquía es cuestionar a su actual monarca, y eso no. Todo puede ponerse en duda, mancharse, decepcionar, cambiar, menos Isabel.

Así que sólo hay manos alzadas en la izquierda más a la izquierda, con un eco débil en las redes sociales y alguna tribuna en prensa de cuando en cuando, sobre todo relacionadas con los privilegios de la familia real, las discriminaciones, la opacidad y los costes que genera. Nada más.

Mark Easton, hoy editor de Nacional en la BBC, añadía en una tribuna en 2012, ante el Jubileo de Diamantes, una explicación añadida al porqué de la resistencia de los royals entre los británicos: “La lógica no es el factor más importante. Están encantados de aceptar la excentricidad y la extravagancia, ya que reflejan una parte importante del carácter nacional”. Todo suma.

  Isabel II y su esposo, Felipe, en 2014, durante la celebración del jubileo de diamantes de su reinado. Jonathan Brady via AP

Más cerca y más lejos

Isabel II se acerca a su jubileo tras un año en el que se ha enfrentado -más allá de escándalos familiares- a la muerte de su esposo, la pandemia y la desconexión de países de la Commonwealth como grandes retos. Ha estado 73 años casada con Felipe, al que llamaba su “sustento”. Su hijo Andrés dijo que su marcha dejaba “un enorme vacío en su vida”, pero que seguiría “trabajando como siempre”. Así fue: al día siguiente de su fallecimiento tuvo una audiencia con Boris Johnson y al cuarto, retomó su agenda con una salida.

Recuperó pronto sus colores alegres -“para ser creíble tengo que ser vista”- y su agenda. Estuvo sólo dos semanas sin llevar al día su mítica caja roja, papeleo al que dedica tres horas al día. Luego, a la rutina. Nada de encerrarse. Una actitud muy aplaudida por la ciudadanía, que ha convocado numerosos actos de afecto para reconfortarla.

Como todos sus súbditos, se ha tenido que confinar para frenar el coronavirus, prácticamente ha visto sólo a su marido y a un núcleo pequeño de empleados, pero no ha dejado de trabajar. Incluso ha lanzado varios mensajes de ánimo a la nación que se han convertido en algunos de los programas más vistos de 2021 en Reino Unido. En ellos llamaba al compromiso como comunidad con las normas ordenadas y, también, a la empatía. “Que sepas que no estás solo y que mis condolencias y oraciones están contigo”, decía en uno de ellos, una frase con la que se han hecho hasta tazas. Siendo como es la cabeza de la Iglesia Anglicana, su mensaje espiritual también ha calado hondo, sobre todo entre los mayores.

Unión por un lado, distancia por otro. Porque este ha sido el año en el que Barbados ha roto con Londres y se ha proclamado república. No es el único que se plantea alejarse de la metrópolis. Hoy la Commonwealth la incluyen 54 países, y en 16 de ellos Isabel sigue siendo la jefa de Estado.

Estas naciones tratan de dejar atrás su pasado colonial y el debate está abierto. Australia votó en 1999 por quedarse bajo el manto real (54,87% de los votos) pero quiere repetir la consulta, y nos datos no se esperan tan buenos. Canadá se lo piensa, con sondeos que dicen que ganaría el leave, con un 53% de apoyos. Si el príncipe de Gales, Carlos, es quien la sucede en el poder el porcentaje sube al 71%. La reacción en cadena en otros territorios es un temor real.

  La reina y su hijo Carlos, en mayo de 2021, en la sesión de apertura del Parlamento.WPA Pool via Getty Images

¿Y la sucesión?

Tras la muerte de su esposo, la reina ha bajado un poco el ritmo, los médicos se lo han aconsejado y está descansando más, aunque eso no la ha librado de un ingreso hospitalario del que poco ha trascendido. Sibilinamente, va dando más protagonismo a su hijo Carlos, de 73 años, y a su nieto Guillermo (38), los siguientes en la línea sucesoria. El primero lleva desde hace años su representación en el exterior y el segundo ha multiplicado sus actos. Isabel incluso está teniendo gestos con Camila, la segunda esposa de su hijo, a la que permitirá ser reina consorte “cuando llegue ese momento”, tal y como anunció este sábado en la celebración de este aniversario.

Penny Junor, una periodista británica especializada en la Casa Real, afirma a la Agencia AFP que hay “cero posibilidades de que la reina abdique”, ya que “prometió servir a su país durante el resto de su vida, fuera larga o corta”.  Se aplicaría, pues, la Operación Puente de Londres de sucesión, el día que muera, pero hay muchos analistas que sostienen que, aunque Carlos tomaría la corona, podría abdicar poco después en favor de su hijo. Juan Carlos I de España tenía sólo tres años más que él ahora cuando se fue.

Yougov indica que el 47% de los ciudadanos de Reino Unido prefieren que sea el nieto, y no el hijo, quien ocupe el trono cuando falte Isabel II, pero es un asunto que se lleva con absoluto silencio en palacio.

Toca hablar de fastos -con control antipandemia y gastos “razonables”-, del concurso de pudin con el que arranca el jubileo y de los suvenires conmemorativos. Un poco de alegría para pedir que “Dios salve a la reina” en un momento en el que Reino Unido necesita una figura en la que creer. Porque si tiene que creer en el primer ministro...