La hora de Ucrania

La hora de Ucrania

Ucrania flirtea con el Oeste. Tiene la posibilidad de firmar un acuerdo de asociación y de libre comercio con la UE en Vilna el 28 y 29 de noviembre. ¿Por qué Viktor Yanukóvich, el prorruso, el duro de Donetsk, el hombre contra el que se levantó la revolución naranja en 2004? Puede que los pesimistas tengan razón y que todo no haya sido más que un farol de Yanukóvich para exprimir a Rusia. O puede que no; los caminos de la política postsoviética son... Inescrutables.

A finales del siglo X, el insaciable Volodímir, rey de Kiev, ordenó buscar una religión oficial para enfriar el magma de rivalidades y odio que amenazaba su vasto reino. Primero, sus emisarios juntaron un pintoresco panteón de dioses locales, que incluían un trueno retorcido con bigote de oro y cuerpo de madera, estatuas cubiertas de púrpura y un carro que cruzaba el cielo dejando una estela de fuego. Cansados de chamanismo y prácticas umbrías, los delegados indagaron entre sus vecinos. Conocieron el islam de los nómadas pechenegos, que juzgaron dramático y tenebroso; estudiaron el cosmos guerrero de los vikingos, desordenado y violento, y el rígido judaísmo de los jázaros. Pero fue Constantinopla, donde cielo y tierra se confundían en las catedrales, la que conquistó el corazón del monarca. Volodímir mandó bajar el paganismo de los altares y quemar sus ídolos, y amenazó a los kievanos con graves castigos si no acudían a purificar sus almas en aguas del Dniéper. Miles de ellos fueron bautizados sin distinción, iniciando la era cristiana entre los eslavos orientales hasta el día de hoy.

1025 años después, los líderes de las tres naciones que formaron aquel reino (Rusia, Bielorrusia y Ucrania) se aprestaban a celebrar el aniversario del Gran Bautizo. Pero varios nubarrones cubrieron el evento. Lukashenko no acudió, y Putin y Yanukóvich tenían asuntos mucho más importantes que tratar.

Kiev, 27 de julio de 2013: Aniversario del Bautismo de Rus.

Ucrania flirtea con el Oeste. Tiene la posibilidad de firmar un acuerdo de asociación y de libre comercio con la Unión Europea en la cumbre que se celebrará en Vilna el 28 y 29 de noviembre. ¿Por qué, dado su bagaje histórico? ¿Por qué Viktor Yanukóvich, el prorruso, el duro de Donetsk, el hombre contra el que se levantó la revolución naranja (o golpe de Estado naranja, según a quién se pregunte) en 2004? Las razones son varias y resbaladizas.

El bolsillo: Bruselas lleva tiempo seduciendo a Ucrania mediante la Asociación Oriental (un foro creado en 2009 para mejorar las relaciones con seis vecinos exsoviéticos); sólo en los últimos dos años, Kiev ha recibido 470 millones de euros para lubricar su economía y lavar la cara. Del otro lado, Rusia ofrece una Unión Aduanera opaca, limitada y ceñida al Kremlin. Ucrania exporta casi tanto a Rusia como a la UE; mientras una sigue siendo su terreno tradicional, la opción segura, la otra promete grandes manjares de tecnología y nuevos mercados. En este contexto, Ucrania sería como el hijo desvalido por el que luchan papá y mamá después del divorcio, prometiéndole regalos y vacaciones de ensueño.

O amenazándole.

El puño: Moscú no ha tardado en suspender las importaciones de chocolate y golosinas ucranianas y endurecer los controles aduaneros, por no hablar de los precios energéticos, presentes como una mano en la garganta. Esta presión, destinada a disuadir a Ucrania de su adulterio, ha tenido el efecto contrario. Los oligarcas locales, cuyas empresas se han visto afectadas, han seguido virando tímidamente hacia el mercado europeo.

El orgullo: Putin quiere ver a Kiev en su redil; no puede tolerar que su viejo granero, su acceso al Mar Negro, se sume al Oeste. "Sin Ucrania, Rusia dejaría de ser un imperio" (Brzezinski); "Perder Ucrania sería como perder la cabeza" (Lenin). Palabras mayores. El presidente ruso parece habérselo tomado como algo personal, haciéndole el feo a Yanukóvich en varias ocasiones. La última vez lo tuvo esperando cuatro horas en un resort de Crimea, mientras se entretenía con un grupo de moteros.

Los votos: Con su coqueteo europeísta, Yanukóvich desarma a la oposición, cuyo principal reclamo es abrazar Europa frente al denostado yugo moscovita, y persuade al 48,4% de conciudadanos que desean la UE (frente al 29,2% que la rechaza, según el Centro Razumkov). Es decir, quiere ser reelegido en 2015.

¿Qué ganaría Europa?: Una medalla, un pequeño éxito. Firmar el acuerdo de asociación no significa ingresar en la Unión, sólo acercarse (Turquía lo firmó hace medio siglo y ahí sigue). Y no nos olvidemos de quién ostenta la presidencia rotatoria de la UE: Lituania, que aprovecha la ocasión de darle una patada en la espinilla a la vieja potencia ocupante (la URSS se anexionó los bálticos en 1940 como parte de su acuerdo con la Alemania nazi; no se retiró hasta 1991). Por eso, también se ha llevado un tortazo: sus productos lácteos, que fluían hacia Rusia en un 85%, se han quedado sin mercado.

No obstante, los dulces análisis que daban por hecho el acuerdo hace unas semanas han sido recientemente pisoteados. La opositora Yulia Tymoshenko sigue en prisión (en pleno desafío a la UE, que condiciona el acuerdo a su liberación) y Yanukóvich hizo un viaje sorpresa a Moscú del que no sabemos nada, pero Rusia ya parece haber cambiado de táctica: ahora promete a Kiev diversos acuerdos millonarios si se descarta la opción europea. En suma: puede que los pesimistas tengan razón y que todo no haya sido más que un farol de Yanukóvich para exprimir a Rusia. O puede que no; los caminos de la política postsoviética, más que ninguna otra, son... Inescrutables.

Dentro de unos días, en Vilna.