Por qué los comentarios fuera de guion de Biden sobre Putin son tan peligrosos

Por qué los comentarios fuera de guion de Biden sobre Putin son tan peligrosos

El presidente de EEUU traspasa una línea roja al hablar de cambio de régimen en Moscú y toca recular. En casa, la opinión pública le pide menos cautela.

Vladimir Putin y Joe Biden se saludan el pasado junio en un encuentro Rusia-EEUU en Ginebra, Suiza. via Associated Press

Joe Biden no puede ver a Vladimir Putin. La guerra de Ucrania ha ahondado ese sentimiento de antipatía, viejo de décadas. El presidente norteamericano, antes o después de llegar al cargo, ha llamado a su homólogo ruso “asesino”, “carnicero”, “criminal”, “matón” y “cleptómano” y le ha acusado de no tener “alma”. Lo pone de los nervios y hace unos días, en Polonia, lo sacó de sus casillas hasta arrancarle una frase que es hoy un quebradero de cabeza para la diplomacia occidental: “Por el amor de Dios, ¡este hombre no puede permanecer en el poder!”.

Es más que un cabrero. Hay una línea intocable entre condenar al líder de una nación -hasta la diplomacia a veces se calienta- y pedir su destitución. Hasta en la Guerra Fría se mantenía ese límite. Pero el demócrata lo traspasó, para espanto de sus asesores. Con una rapidez proporcional a la gravedad de dichas palabras, otros miembros de la Administración norteamericana han salido al paso diciendo que que Biden no tiene planes de cambiar el régimen ruso “ni ningún otro”, que sólo se refería a que “no puede permitirse” que siga la guerra en Ucrania.

Aún así, el escándalo está montado y ha cosechado ya no sólo obvios reproches por parte del Kremlin -habla de injerencia en su sistema de Gobierno y acusa a Biden de “ser débil” y estar “enfermo e infeliz”- sino de aliados europeos como el francés Emmanuel Macron -“No deberíamos inflamar este conflicto ni con actos ni con palabras”-.

La bomba y el control de daños

La fiebre estaba subiendo. EEUU acusó directamente a Putin de crímenes de guerra y Moscú amenazó con la ruptura “total” de relaciones con Washington. En ese contexto, Biden viaja a Europa, participa en la cumbre de la OTAN y en el Consejo Europeo y luego viaja a Polonia, a ver sus soldados cerca de la frontera con Ucrania. Las tropas rusas, en paralelo a sus actos, atacan Leópolis, la gran ciudad más próxima a suelo polaco. El norteamericano pronuncia luego en Varsovia un discurso solemne, grave, en el que advirtió una vez más de que el mundo se encuentra en medio de un conflicto que definiría una era entre democracias y autocracias y garantizaba que la OTAN defendería “cada centímetro” del suelo de sus estados miembros.

Vinieron las clásicas promesas de apoyo a Kiev, aunque con el aviso de que no habrá tropas estadounidenses sobre el terreno, todo en un tono áspero pero mesurado, firmeza pero sin salidas de tono. Justo antes de decir “gracias” y “adiós”, ay, Biden añadió su bomba. “Por el amor de Dios”, y todo lo demás. “Esta declaración, naturalmente, es alarmante (...) No entiende que el mundo no se limita a EEUU (...). Tomamos nota de ello”, replicó el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov. “Este discurso, y los pasajes que se refieren a Rusia, son asombrosos, para usar palabras educadas”, añadió.

De seguido, EEUU retrocedió. Que Biden no quiso decir lo que dijo. La idea del presidente era “que no se puede permitir que Putin ejerza el poder sobre sus vecinos o la región”, dijo un funcionario de la administración de Biden a medios como la CNN. “No estaba discutiendo el poder de Putin en Rusia o el cambio de régimen”, añadió otra fuente a The Washington Post. El secretario de Estado, Antony Blinken, tuvo que coger el toro por los cuernos y explicarse (o intentarlo): “Como ya sabrán, y como nos han escuchado decir en varias ocasiones, no tenemos una estrategia de cambio de régimen en Rusia ni en ningún otro lugar”, declaró desde Jerusalén. “Simplemente, el presidente Putin no puede estar facultado para emprender una guerra o participar en una agresión contra Ucrania, o en cualquier otro lugar”, enfatizó.

Y Biden ha hecho lo propio este martes: dice que el comentario proviene de su “indignación personal” y no de “una política” a favor de un cambio de régimen. “No me retracto. Quiero dejar claro que ni entonces ni ahora estaba articulando un cambio de política. Sólo expresé la indignación moral que siento y no me disculpo por mis sentimientos personales”, declaró a la prensa en la Casa Blanca. “Nadie cree que yo estuviera hablando de derrocar a Putin”, remachó.

El “cambio de régimen” es algo de lo que se acusa a los países poderosos como EEUU, que tratan de imponer a los más débiles su voluntad. Otra cosa es hacerlo entre potencias nucleares. De ahí que Macron templase las cosas: “Queremos detener la guerra que Rusia ha lanzado en Ucrania sin escalar (...) Si esto es lo que queremos hacer, no debemos escalar las cosas, ni con palabras ni con acciones”.

En Washington, los comentarios al respecto han sido de todo tipo. Desde republicanos que hablan de “metedura de pata horrenda” a demócratas que piden “prudencia” al presidente. Quizá ha sido el momento de los mayores reproches, cuando Biden justamente está ganando popularidad en tiempos de guerra, cuando tiene apoyo popular por su manera de llevar el órdago ruso y cuando hasta la oposición ha entendido que lo más inteligente es hacer frente común contra Putin, que busca el desgaste y la división en EEUU.

Biden puede dar a veces la imagen de abuelete tranquilo, pero no lo es. Es un señor enérgico, de carácter, con salidas del tiesto como las de Polonia que llevan años siendo una cruz para sus equipos. Hay quien ve en eso una señal de personalidad y libertad y hay quien dice que tanta visceralidad hay que embridarla en política, y más en el plano internacional.

Puede creer que las relaciones entre EEUU y Rusia están dañadas hasta el punto de que no se repararán mientras Putin esté en el poder. Sin embargo, decirlo explícitamente podría dificultar aún más el objetivo inmediato de poner fin a la guerra en Ucrania y preservar la integridad territorial de la nación. Lo explica el americanista Sebastián Moreno: “Moscú no ha tenido la guerra rápida que ansiaba, los combates se enquistan y las pérdidas de tropas aumentan, su economía está tocada por las sanciones y su aislamiento mundial en cada día más evidente, lo que lleva a muchos analistas a decir que Putin ha perdido ya la guerra, sin haberla perdido. Como animal herido, la supuesta evidencia de que EEUU quiere su cabeza lo puede desesperar aún más y volverlo más impredecible aún. Si cree que su poder está en juego, más allá de la guerra, y que se puede estar maquinando algo contra él, el giro que tome esta crisis puede no ser precisamente hacia la paz”.

Sostiene que eso es “lo último” que necesita ahora el conflicto, cuando hay negociaciones de paz más profundas en Turquía. “Ejercer ese tipo de presión irracional sobre Putin, cuando no sabemos bien cómo piensa Putin y qué es capaz de hacer, no es muy inteligente. No hay que arrinconarlo tanto, que inquietarlo tanto. Si la situación es difícil y peligrosa, lo puede ser más aún. Biden y Putin tienen una tensión entre ellos como no se conocía desde [John F.] Kennedy y [Nikita] Kruschev no ha habido una enemistad igual entre dos líderes de ambos países”, recuerda el investigador.

Por ahora, tras la piedra lanzada, las rectificaciones y el enfado de Moscú no se ha visto ningún paso concreto más. ¿Cuál ha sido el daño? ¿Cómo se repara? “Son días de silencio porque ahora lo que hay que hacer es comunicar con las contrapartes, garantizar que se quiere tener aún interlocución con este Gobierno ruso, que es el que hay y con el que se debe resolver el problema”, indica. “Hay que evitar que Putin se obsesione con que las palabras de Biden confirma su miedo desde hace tiempo a que van a por él”, completa.

Para ello, es importante transmitir mensajes como los transmitidos “antes de la invasión” de que ayudar a Ucrania “no supone debilitar a Rusia y su Gobierno” e impedir “medidas o declaraciones que puedan leerse como provocadoras”. No obstante, recuerda que hasta ahora esa ha sido la línea de EEUU y no tiene por qué cambiar, pese al desliz de Biden, ya que incluso la Casa Blanca ha sido “especialmente cuidadosa” ante el anuncio de Rusia de que ponía en alerta a sus fuerzas de disuasión nuclear.

A Biden nunca le ha gustado Putin. Lo conoce desde que era senador y, luego, vicepresidente con Barack Obama -Putin ha tratado ya con cinco presidentes de Estados Unidos, por cierto-. Dice la leyenda que hace unos diez años le dijo a la cara aquello de: “Lo miro a los ojos y me parece que usted no tiene alma”, a lo que el ruso le replicó: “Nos entenderemos”. Ese punto no ha llegado.

El norteamericano quería una relación “predecible y estable” con el Kremlin para poder centrarse en China, pero incluso cuando no era más que candidato a la presidencia ya avisaba de que no dejaría vía libre a los planes de Putin contra Occidente. “Tiene un objetivo primordial: debilitar la alianza occidental y disminuir aún más nuestra capacidad de competir en el Pacífico resolviendo algo con China. Y eso no va a suceder en mi mandato”, dijo a la CNN en 2020.

Ahora llevan sin hablar desde el 12 de febrero y no hay visos de mejorar las relaciones, visto el panorama. Y por eso salta. Hay que ver las consecuencias de sus palabras. “Al presidente le duele la devastación de Ucrania y sería sencillo decir: ‘Este tipo es malvado y vamos tras él, lo vamos a atrapar’. La pregunta es: ‘¿es eso lo correcto?’. Porque entonces estamos hablando de una Tercera Guerra Mundial”, decía apenas tres días antes del discurso de Biden uno de los pilares demócratas, Greg Meek, presidente del Comité de Exteriores de la Cámara norteamericana. Pero el caso es que lo dijo.

Cómo llega Biden a esta crisis

El analista norteamericano Tom Nichols sostiene que ese carácter lenguaraz es una “fortaleza política” del presidente norteamericano, que le permite “conectarse auténticamente con las emociones del pueblo estadounidense”. Pero, en este momento actual de crisis diplomática, cuando las palabras mal elegidas pueden conducir a acciones consecuentes, también son una “debilidad”.

“Es difícil culpar a Biden por ceder a su famoso temperamento después de hablar con las personas que han sufrido la barbarie de Putin”, escribe Nichols. “Pero las palabras de todos los líderes mundiales importan en este momento, y ninguno más que las del presidente de los Estados Unidos”, remata.

Pone contexto sobre cómo ha llegado Putin a esta crisis en Ucrania, cuando apenas llevaba un año en la Casa Blanca. “Ha hecho frente a una enorme división nacional y al cuestionamiento de su propia victoria, salpicada de batallas judiciales, a un alza de precios generalizada y a la salida desordenada de Afganistán, y eso Putin lo ha entendido como un momento de debilidad idóneo para iniciar una nueva fase en su empeño de recuperar el imperio perdido”, indica, recordando además que EEUU tiene en noviembre las elecciones de mitad de mandato con las que Biden se juega la mayoría legislativa esencial para sacar normas adelante. Sumado a que pensaba que los ucranianos no pelearían y a la confianza en su Ejército, el segundo mayor del mundo, Putin se veía fuerte.

Pese a esa coyuntura compleja, explica, “la sensación no es la de que Biden es culpable de esta guerra, no se le responsabiliza, aunque hay matices sobre lo que ha podido hacer o no para frenar a Putin. Frente a la polarización, este conflicto une porque el adversario es común y, además, EEUU tampoco tiene mucho más margen para hacer más de lo que está haciendo”, indica.

Eso ha hecho que, en líneas generales, la imagen de Biden haya mejorado en este mes largo de contienda. Según la encuesta del Pew Research Center del pasado 11 de marzo, un 54% de estadounidenses aprueba el trabajo del presidente, lo que supone un ascenso de nueve puntos. Las mujeres y las minorías étnicas son sus principales apoyos. Lo que más se valora (65%) es su gestión del coronavirus, una de sus grandes promesas tras el fiasco de Donald Trump. Sin embargo, la radio pública NPR publicó el 24 de marzo otro sondeo que, no obstante, dice que para seis de cada diez ciudadanos Biden ha sido demasiado cauteloso en lo que a Ucrania se refiere, incluso siendo conscientes de ir a más puede generar un conflicto más amplio. Sólo el 36% de los norteamericanos dice que realmente está haciendo un buen trabajo; el 52% no lo ve así.

Nichols enumera lo hecho por Biden: se han impuesto sanciones nunca vistas y se ha dado un golpe insólito a la economía rusa, se ha logrado una unidad importante con los aliados europeos, se ha vuelto a la vida a una OTAN moribunda y se están incrementando los fondos para Defensa. También se ha rebajado el tono en lo referido a un posible choque nuclear.

Pero también lo que le reprochan los que creen que debió ser más duro: prometió demasiado pronto, quizá, que sus soldados no podrían un pie en Ucrania, rebajando la amenaza; no persuadió a la OTAN de tomar medidas más severas en las semanas previas al ataque; tampoco se mandó armamento determinante a las autoridades de Kiev sino con el conflicto iniciado; ni se impulsaron, por ejemplo, maniobras en suelo ucraniano con fuerzas de la OTAN, que podrían haber sido rotatorias para dilatar el ataque ruso. Aunque muchas sean medidas forzosamente coordinadas, hay quien dice a Biden que debió actuar como líder de la Alianza Atlántica, como en otros tiempos.

“Es un complejo equilibrio el de aplicar el imperativo moral de ayudar a un país soberano atacado, como Ucrania, y el de prevenir una escalada mayor”, indica. Difícil ha sido no apostar por una zona de exclusión aérea o denegar a Polonia el visto bueno para entregar aviones de guerra a Kiev, por la hipotética internacionalización del conflicto. Ha sido exitoso, añade, en prevenir el conflicto de uno contra uno que quería Rusia, convirtiéndolo en un problema global, con más aristas. Eso, dice, ha ayudado a “despolitizar” la guerra, porque es de todos, y también en casa: ¿cómo no se van a sumar los republicanos a un objetivo común?

Justo a este respecto, Sebastián Moreno añade que Biden ha sido inteligente al no hacer leña del árbol caído con sus adversarios domésticos, incluso cuando gente de su partido se lo pide. “Es bueno que no saque a relucir el ataque ruso a las elecciones de 2016, cuando perdió Hillary Clinton en favor de Trump, y también que no reproche a los republicanos que se retrasara un paquete de ayuda militar a Ucrania como presión al presidente [Volodímir] Zelenski para que investigara al propio Biden y a su hijo en sus negocios en el país. También hace bien en no airear que Trump calificaba a Putin de “comprensivo” e “inteligente”, porque lo importante es otra cosa. Es una posición acertada”, concluye. Los republicanos, mientras, se callan, aunque le echan en cara que la subida de precios no es por Ucrania, sino por su mala gestión económica. De ahí no pasan.

De momento, Biden aguanta bien... siempre que se cuide, también, de sí mismo.