La creciente amenaza rusa hace perder a Europa el "dividendo de la paz"

La creciente amenaza rusa hace perder a Europa el "dividendo de la paz"

Lo ha constatado en FMI: ese dinero que en tiempos de calma no va a defensa sino a sanidad, escuelas o vivienda puede recortarse y, con él, el bienestar general.

Unos adolescentes montan en los columpios que quedan en pie de una escuela destruida por los bombardeos en Járkov, el pasado abril.Zinchenko / Global Images Ukraine via Getty Images

"La invasión de Ucrania por parte de Rusia no es sólo una tragedia para el pueblo ucraniano, es una tragedia para la comunidad mundial porque envía el mensaje de que los gastos de defensa tienen que aumentar. El dividendo de la paz se ha ido". Habla Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), en una reciente rueda de prensa. La economista búlgara empleaba un término teórico sencillo: ese dividendo es el beneficio de la disminución del gasto militar, un ahorro que permite a los países invertir más en políticas sociales como educación, sanidad o vivienda cuando no se sienten apremiados a invertir en tanques, cazas o submarinos. Pues justo ese es el margen que hemos quemado en el viejo continente con la guerra impensable en suelo europeo y la creciente (y brutal e impredecible) amenaza de Rusia. 

Las cuentas salen, si hay voluntad política, claro: cuando las amenazas en la seguridad y la defensa son menores, los estados bajan las inversiones en esos campos y entonces hay más para extender o consolidar el estado del bienestar. Reducir y reorientar son las palabras clave. No siempre se hace, hay tiempos de paz en los que los países aprovechan y tratan de solucionar con ese dinero extra sus déficits presupuestarios a gastos que no son exactamente planes de desarrollo, pero las posibilidades de hacer crecer los servicios son, lógicamente, mayores. 

"Eso ahora está en crisis y aún no somos conscientes de ello, del enorme impacto que la guerra y la amenaza de Moscú trae a nuestras vidas. No es sólo la subida de los precios de la energía o de productos básicos o la subida de los tipos, es que ha venido un nuevo gasto, en militar, desconocido, y va a quedarse durante muchos años, porque el riesgo persiste", indica el economista sevillano Martín Recio. 

El "dividendo de la paz" es una idea que forjaron los grupos pacifistas, especialmente de Estados Unidos, ya en los años 70, y que cuajó en la idea de "menos carros de combate y más mantequilla". La idea la retomaron años después incluso políticos conservadores como el presidente norteamericano George H.W. Bush y la primera ministra de Reino Unido Margaret Thatcher, una vez que cayó el muro de Berlín en 1989 y que el fin de la URSS y la política de bloques fue una realidad. 

Occidente respiraba aliviado y se podía permitir hacer cambios. Por ejemplo, Washington pasó de invertir en Defensa el 11,1% de su PIB en 1967 (condicionado también por la guerra de Vietnam) a un 6,9% cuando cayó su adversario comunista. Se calcula, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que entre 1987 y 1994, los gastos militares bajaron en el mundo un 3,6% anual de media, 935.000 millones de dólares en total de ahorro. Con eso, en alfabetización mundial o asistencia primaria se pueden hacer más que milagros, realidades. 

Se abrían otras vías de inversión y progreso, a largo plazo. Llegaron más programas sociales, sin necesidad de subir impuestos, y llegaron los mejores años de las escuelas públicas, los hospitales públicos, las VPO, las carreteras sin peaje. Para el movimiento pacifista, ese debía ser apenas un primer paso, abriendo un camino que llevase al desarme mundial, pero eso entonces y ahora es una quimera. Al menos, quedaba este clavo ardiendo y las fases intermedias: más gasto social, una reconversión de la industria militar y civil o un encauzamiento del conocimiento de I+D+i cosechado para la guerra hacia actividades pacíficas, entre otros. 

El UNIDIR, el Instituto de Naciones Unidas para la Investigación del Desarme, lleva décadas publicando informes que evidencian que una disparatada carrera de armamento es un "obstáculo" para el crecimiento económico de los países, porque rinde más el dinero en libros y médicos. Es una cuestión de "coste de oportunidad", el coste de la alternativa a la que renunciamos cuando tomamos una decisión, incluyendo los beneficios que podríamos haber obtenido de haber escogido la opción alternativa. Lo mejor, destacan sus expertos, es cambiar los paradigmas, poner el de la "prevención" por encima del de la "consumación". La venda antes que la herida.

Chloé Meulewaeter, colaboradora del Centro de Estudios por la Paz J.M. Delàs y especialista en gasto militar, escribía en la revista Ámbitos que lo que ha impedido que ese margen extra se dedique sólo a lo social son las "inercias adquiridas, políticas e ideológicas, así como renuencia a cambiar paradigmas dominantes e incuestionables a pesar de haber demostrado una dudosa eficacia", a lo que se suman "intereses muy concretos en la toma de decisiones y en la dirección que van a tomar las inversiones". Ahora, a esa tendencia asentada se suma un nuevo riesgo, que algunos analistas afirman cercano a una Tercera Guerra Mundial, y la apuesta es más armamento, más gasto en seguridad. 

Un desafío a largo plazo

Recio, que precisa que su formación es economista y no militar, sostiene que las demandas de seguridad y defensa han sido "repentinas" por Ucrania, pero su efecto "desde luego no será repentino". "Lo que está en las mesas de los Gobiernos es la certeza, según los especialistas, de que Rusia puede hacer cualquier cosa, en cualquier momento y contra cualquier estado. Nadie sabe lo que tiene (Vladimir) Putin en mente. No sólo hablamos de Rusia, hay una creciente asertividad de China, unos riesgos en el Indo-Pacífico, que no podemos olvidar. En ese contexto, hay una importante diferencia con las décadas pasadas y los presupuestos de Defensa", indica. 

La OTAN registró en 2014 su porcentaje más bajo de gasto. Justo ese año Rusia se anexionó Crimea y alentó a los rebeldes prorrusos del Donbás ucraniano y se empezaron a elevar las partidas. También aumentaron las exigencias de EEUU para que los aliados pusieran más sobre la mesa. Llegó el plante de Donald Trump, diciendo aquello de que su país no tenía que ser el cajero ni la tarjeta de crédito de nadie, y exigiendo que cada estado dedicara el 2% de su PIB en defensa. El debate era intenso en el seno de la Alianza, muchos países se negaban a llegar a esa cifra, argumentando que ponían en el club otras cosas, como efectivos en misiones. 

Un estudio de McKinsey & Company, una consultora estratégica global, desveló el pasado diciembre que antes de que Rusia atacase el 24 de febrero de 2022, se esperaba que los países europeos de la OTAN gastasen unos 1,8 billones de dólares en el horizonte de 2026, lo que suponía una subida del 14% en un periodo de cinco años. Esas previsiones han saltado por los aires: sólo el año pasado, se registró el mayor gasto de armamento visto en 30 años, según desveló en abril el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI)

No dejan de sucederse noticias como que la Unión Europea aprueba un plan para invertir mil millones en armamento -500 millones de fondos comunitarios y 500 más que los Estados miembros cofinanciarán-, con el objetivo de reponer cuanto antes el arsenal perdido por su apoyo a Ucrania, obsoleto o ineficaz. O que el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, se compromete a llegar a ese 2% del PIB que reclama la OTAN. O que Olaf Scholz, el canciller alemán socialdemócrata que gobierna sustentado en un socio antimilitarista como Los Verdes, está preparado para aumentar su presupuesto de defensa hasta en 10.000 millones de euros. Apenas tres botones de ejemplo. 

El debate es viejo: los que creen que es mejor invertir en otra cosa que en Defensa, los que dicen que la Defensa mueve empleo e innovación que redunda en la sociedad, los que entienden que si se hubiera ampliado antes el presupuesto no estaríamos administrando la precariedad, los que lo ven como una causa de supervivencia. La pregunta, dado el paso, es a costa de qué se aumenta y cómo se ha de pagar. Parecía que las confrontaciones mundiales eran de otro siglo y aquí estamos conteniendo la respiración cuando un proyectil cae por error en Polonia. Parecía que las nuevas guerras eran híbridas, más limpias y baratas, pero aún toca pelear con artillería y tropas.

Esto es sólo el principio. Los ajustes tendrán que afectar a la vida diaria de los ciudadanos, como ha pasado con las subidas de precios. Emmanuel Macron, en Francia, ha hablado de economía de guerra, con aquella polémica frase: "Estamos viviendo el fin de la abundancia, la evidencia y la despreocupación". "Hay un problema serio, porque las necesidades sociales, lejos de reducirse, aumentan. Europa tiene un problema escandaloso de pobreza, especialmente infantil, que necesita una red de asistencia intocable; más aún, es mejorable. Tiene que hacer frente ya, pero sobre todo en unos años, a su población envejecida, al pago de unos servicios públicos que atiendan a más ancianos y les paguen sus pensiones, con la natalidad estancada. Y tiene que abordarlo todo con gafas verdes, si se permite el término, aplicando la transición ecológica, con el coste que conlleva la transformación de un mundo a otro. Hay que estar muy atentos a qué sale dañado de esto, porque pueden venir concesiones difíciles. Los gobiernos deberán explicarlo bien", indica el economista. 

¿Más impuestos? Europa está reformulando sus normas fiscales justo en este momento. Recio dice que es siempre una opción, pero es muy "impopular" en unos momentos en los que el poder adquisitivo de los europeos ha bajado. En España, en 2022, los sueldos crecieron un 2,8% y la inflación media se situó en el 8,4%, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). La diferencia, por tanto, fue de 5,6 puntos porcentuales. Una caída significativa del poder adquisitivo, ya que en 2021 esta diferencia fue de 1,4 puntos, y que no se ha visto en 20 años. Recuerda el especialista las huelgas en Francia o en Reino Unido, con escasos precedentes en sendos países. Entiende que queda por delante un proceso de "reajustar", en el que "nadie se puede quedar atrás", valora. 

Muy comentada ha sido en las últimas semanas una tribuna de Kenneth Rogoff, profesor de Económicas en Harvad, publicada en español por El País, en la que defiende que la financiación de la "disuasión militar" debe estar "al mismo nivel que las prioridades sociales". La suya es una columna-grito, una manera de zarandear a los líderes mundiales que parecen no darse cuenta de los riesgos. Denuncia la "atroz falta de preparación" de Europa ante el escenario actual, avisa de las "importantes implicaciones fiscales" que tendrá más desembolso en armas, de subidas del endeudamiento, de no repetir "errores" como la dependencia energética respecto de Rusia. 

Prepararse para la guerra a fin de preservar la paz, como dice el clásico "si vis pacem, para bellum". Con la esperanza de que el adversario no vea en ello una provocación. Con la angustia de que no se pierda todo lo conquistado. Ucrania le ha dado la vuelta al mundo y aún estamos descubriéndolo.